1. Pedro y Juan.
No se dice nada en cuanto al
tiempo que pudo haber transcurrido desde el día de Pentecostés. El pasaje de
Hech. 2: 42-47 probablemente resume un progreso gradual sin que se produjera
algún episodio extraordinario, y bien podría abarcar un período de varios meses.
Es digno de notar que Lucas, quien le da tanta importancia a los datos
cronológicos en el Evangelio (Luc. 3: 1; 6: 1), no haga lo mismo en Hechos.
El hecho de que Pedro y Juan aparezcan juntos, liga estrechamente el
relato de los Evangelios con el de Hechos. Ambos apóstoles habían estado
relacionados personalmente desde mucho tiempo atrás. Habían pescado juntos en el
mar de Galilea (Luc. 5: 10). Con Jacobo, habían gozado de una amistad íntima con
el Señor (Mar. 5: 37; 9: 2; 13: 3; 14: 33). Habían sido enviados juntos para que
prepararan la pascua que Jesús deseaba comer con sus discípulos (Luc. 22: 8). La
noche del juicio de Jesús, Juan, que era conocido por quienes componían la casa
del sumo sacerdote, llevó a Pedro al palacio de ese jerarca (Juan 18: 15-16).
Juan y Pedro serían enviados más tarde para ayudar a Felipe en su ministerio en
Samaria (Hech. 8: 14), y con Jacobo aprobarían la obra hecha por Pablo y Bernabé
entre los gentiles (Gál. 2: 9). Por lo tanto, el hecho de que ahora aparezcan
juntos es una consecuencia directa de la camaradería entre los dos apóstoles.
Subían.
Este episodio ocurrió mientras los dos apóstoles se
dirigían al templo a rendir culto.
Al templo.
Gr. hierón ,
"templo", que no sólo incluía el santuario, sino también el atrio 156 y todos
los edificios del predio del templo (ver com. Mat. 4: 5). Los apóstoles "
"estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios" " (Luc. 24: 53;
Hech. 2: 46). Los judíos que se convertían al cristianismo no tenían edificios
de iglesia donde reunirse, y aún no habían comprendido que los servicios del
templo ya no tenían un significado espiritual especial para los cristianos.
La hora novena, la de la oración.
Corresponde a las 15 horas, es
decir, las 3 de la tarde (ver com. cap. 2: 15; t. V, p. 52). Esta era la hora
del sacrificio vespertino (Josefo, Antigüedades xiv. 4. 3). Se conocía como "la
hora de la oración" y como "la hora del incienso" (Luc. 1: 9-10). Los
sacrificios de la mañana y de la tarde se ofrecían con incienso a la hora
tercera y a la hora novena (alrededor de las 9 y las 15 respectivamente); en
esas horas los piadosos oraban en los atrios del templo. Parece que algunos, por
lo menos, acostumbraban orar también a mediodía (Sal. 55: 17; ver com. Dan. 6:
10; Hech. 10: 9). Se sabe que en el siglo II d. C. se hacía una tercera oración
diaria cerca de la puesta del sol, y es posible que esta costumbre fuera
anterior a ese período. Los escritos rabínicos sugieren que había cierta
libertad en cuanto a la hora precisa de estas oraciones. La práctica de orar
tres veces al día aparece con seguridad en la iglesia cristiana ya en el siglo
II; probablemente, se tomó de la sinagoga judía ( Didaje 8). A comienzos del
siglo III, parece que muchos cristianos oraban durante tres períodos diarios
(Clemente de Alejandría, Stromata , vii. 7).
2. Era traído.
Como en esos días no había hospitales ni asilos, el cojo tenía que ser
puesto por sus amigos donde la gente de buena voluntad pudiera verlo y ayudarlo
(Mar. 10: 46; Luc. 16: 20; 18: 35). Las multitudes que iban al templo podían
sentirse inclinadas a socorrerlo debido al sentimiento religioso del momento.
Cojo de nacimiento.
La información exacta de la duración del
sufrimiento de este cojo es característica de Lucas (cap. 9: 33; 14: 8). El cojo
tenía unos 40 años de edad cuando fue sanado (ver com. cap. 4: 22).
Puerta... la Hermosa.
No aparece una puerta con este nombre en
otro pasaje bíblico ni en la literatura judía. Los eruditos no concuerdan en
cuanto a si esta puerta puede identificarse con la de Susa, en el muro exterior,
al este de la zona del templo, o con la puerta de Nicanor, la cual quizá
comunicaba el atrio de los gentiles con el atrio de las mujeres. Algunos han
ubicado la puerta de Nicanor entre el atrio de las mujeres y el de los hombres.
Desde que se realizaron las últimas excavaciones del área del templo, se ha
sugerido que la puerta "la Hermosa" es la triple puerta que daba al lado sur, a
la cual se ascendía por una magnífica escalinata.
Que la puerta "la
Hermosa" haya formado parte del muro exterior, o que estaba entre los atrios, es
algo que parece depender en gran medida de la ruta que se cree que siguieron los
apóstoles durante esta narración. Lucas registra que llegaron a la puerta,
sanaron al cojo, entraron en el templo y, al parecer, después de haber orado se
encontraron con una multitud atraída por el milagro ocurrido en el pórtico de
Salomón. Como parece que este pórtico estaba dentro del muro exterior oriental
(ver com. vers. 11), es posible que la puerta "la Hermosa" pudiera haber sido
una puerta exterior, porque si hubiera sido interior, entre los atrios, los
apóstoles tendrían que haber pasado por ella de nuevo para llegar al pórtico de
Salomón. Muchos eruditos prefieren suponer que los apóstoles salieron de nuevo
por la puerta "la Hermosa" antes de encontrarse con la multitud en el pórtico de
Salomón, y que esta puerta es la de Nicanor, situada probablemente entre el
atrio de los gentiles y el atrio de las mujeres. Josefo describe esta puerta de
la siguiente manera: "Una, la que estaba fuera del santuario, era de bronce
corintio, y tenía un valor mucho mayor que el de las que estaban revestidas de
plata y adornadas de oro" ( Guerra v. 5. 3). Con respecto a la misma puerta, la
Mishnah afirma: "Todas las puertas fueron cambiadas por puertas de oro excepto
la puerta de Nicanor, porque con ella había ocurrido un milagro; de cualquier
modo, algunos dicen que su bronce brillaba como oro" ( Middoth 2. 3).
Considerando la evidencia, es imposible precisar de qué puerta se trata.
Para que pidiese limosna.
Es probable que en los alrededores del
templo, como ocurre hoy en muchas mezquitas e iglesias, hubiera muchos ciegos,
cojos, inválidos y mendigos.
3. Entrar en
el templo.
El hecho de que los apóstoles estaban por entrar en el
templo, probablemente para rendir culto, sin duda hizo pensar al cojo que eran
hombres piadosos de quienes podía esperar una limosna.
Les rogaba que le
diesen limosna.
Debido 157 a su pobreza, no podía ver más allá de sus
necesidades y de los recursos materiales que le hacían falta. Puede ser que aun
el más piadoso, como llegó a serlo el cojo después que fue curado (vers. 8), no
reconozca, debido a sus deficiencias físicas inmediatas, de dónde o cómo viene
el poder divino. Por su apariencia, Pedro y Juan no demostraban que eran
instrumentos del poder celestial. Por otra parte, este cojo, testigo diario de
los servicios del templo, y quizá también conocedor de lo que allí se comentaba,
difícilmente podía ignorar los conmovedores acontecimientos que habían
acompañado a la reciente crucifixión y resurrección de Jesús.
4. Fijando en él los ojos.
O "
"fijó en él la mirada" " (BJ). Ver com. Hech. 10: 10; Luc. 4: 20.
Míranos.
Pedro y Juan no estaban insinuando que el cojo debía
pensar que ellos poseían poder en sí mismos para sanarlo (vers. 6); pero sí
procuraron que el cojo fijara su atención en ellos para poder conducirlo a
Cristo.
5. Esperando.
La esperanza
del cojo era recibir algo para satisfacer una necesidad física temporal, para lo
cual habría bastado un poco de dinero.
6. Plata ni oro.
Se sabe que los apóstoles administraban
los fondos encomendados a los dirigentes de la iglesia por la generosidad de los
miembros de la comunidad cristiana (cap. 2: 45; 5: 2). Podría entenderse que
Pedro y Juan no tenían dinero propio, pero ¿por qué no le dieron al cojo de la
tesorería de la iglesia? O no tenían consigo nada de ese dinero en el momento, o
por alguna razón creían que esos recursos debían reservarse para ayudar a los
conversos cristianos. Pero tenían más que dinero para dar: un don que la iglesia
con su posterior riqueza ha demostrado no poseer. Se relata una notable anécdota
en cuanto a una visita de Tomás de Aquino al papa Inocencio IV, en una ocasión
cuando éste tenía delante de sí una gran cantidad de dinero sobre la mesa. Dijo
el papa: "Tomás, como puedes ver, la iglesia no puede decir lo mismo que dijo la
iglesia primitiva: 'No tengo plata ni oro' ". A lo cual Tomás de Aquino
respondió: "Es verdad, Santo Padre; pero tampoco puede decir como le dijo Pedro
al cojo: 'Levántate y anda"'.
Lo que tengo.
Lucas ya se ha
referido antes de este episodio (cap. 2: 43) a las "maravillas y señales" hechas
por los apóstoles; por lo tanto, este milagro no necesariamente fue el primero
de Pedro después de Pentecostés. En este pasaje Pedro habla con firme certeza.
Frente a este notable episodio, cada cristiano debe preguntarse ¿qué tengo yo
para dar? Uno ni puede dar lo que no ha recibido, ni puede dar sinceramente si
su corazón es mezquino. No puede dar de Cristo si no posee a Cristo; pero cuando
tiene a Cristo, lo sabe, y no puede esperar antes de compartir su precioso don
con otros.
En el nombre.
El nombre Jesucristo, el Salvador
ungido, contiene la descripción de la personalidad y del carácter de su divino
Portador. La reverente invocación de este nombre dio por resultado la
demostración del poder de Cristo. El reconocimiento y la invocación del poder de
este nombre es frecuente en el libro de los Hechos (cap. 4: 10, 12; 9: 14; 16:
18; 19: 5, 13; 22: 16). La plena confianza con la cual Pedro pronunció este
nombre antes de sanar al cojo, fue la expresión de una sencilla fe en la promesa
de su Maestro (Mar. 16: 18). Ver com. Hech. 3: 16.
Jesucristo de
Nazaret.
Es probable que este nombre no fuera desconocido para el
inválido. Un ciego había recibido antes la vista en el estanque de Siloé (Juan
9: 7-8), y quizá este cojo sabía de la curación del paralítico en el estanque de
Betesda (Juan 5: 2-9), que padecía una enfermedad parecida a la suya.
Nazaret era un lugar de mala fama (Juan 1: 46). Según Juan, en el
letrero que se puso sobre la cruz (cap. 19: 19) aparecía la palabra "nazareno",
gentilicio de los de Nazaret. Para los judíos no sólo era una piedra de tropiezo
que Jesús fuera de origen galileo (cap. 7: 40-42), sino también que fuera de
Nazaret. Para el cojo tuvo que haber sido una gran prueba de fe responder a la
invitación de Pedro, pues apenas unas pocas semanas antes Jesucristo de Nazaret
había muerto vergonzosamente sobre la cruz como si hubiera engañado al pueblo.
Pero el pronunciar ese nombre con fe abrió el camino para que obrara el poder de
Dios. "Tan pronto se menciona el nombre de Jesús con amor y ternura, los ángeles
se acercan a fin de enternecer y subyugar el corazón" (CM 112).
Levántate y anda.
La evidencia textual sugiere (cf. p. 10) que
el texto decía así; pero admite que también podría haber sido simplemente
"anda". Si este hombre caminó alguna vez, lo hizo con gran dificultad, pues era
cojo de nacimiento (vers. 2). La orden de 158 Pedro tenía que ser obedecida
confiando en el poder de Dios, sin tomar en cuenta las condiciones. La
obediencia con fe significa curación.
7.
Se
levantó.
El proceder de Pedro fue como una ayuda bondadosa a la fe
infantil y quizá incipiente del cojo. Fue una ayuda provisoria que salvó el
abismo que se interponía entre el último momento de invalidez del hombre y el
primer momento de su aceptación por la fe del hecho de que se había obrado en él
un milagro. Los hijos de Dios deben también hacer lo que hizo Pedro: "
"Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles" " (Isa. 35: 3).
Se le afirmaron.
Los débiles y flácidos músculos y tendones se
pusieron fuertes y activos.
Tobillos.
Lucas era médico (Col. 4:
14); por lo tanto, es un escritor con experiencia médica el que describe con
precisión lo que le ocurrió al cojo.
8. Saltando, se puso en pie y anduvo.
Probablemente sería
mejor traducir "comenzó a caminar", en vez de "anduvo". Cuando recibió fuerza,
dio un salto y fue capaz de ponerse de pie por primera vez en su vida. Caminó
paso tras paso, alternando uno y otro con saltos de gozo.
En el templo.
¡Cuánto habrá anhelado este hombre durante años poder entrar caminando
en el templo como lo hacían otros! Ahora que era capaz de hacerlo, entró
inmediatamente. En esa hora de la oración los atrios del templo estaban llenos
de quienes acudían a rendir culto. ¡Cuál no debe haber sido la admiración de la
multitud cuando lo vio "andando, y saltando, y alabando a Dios"!
9. Todo el pueblo le vio.
Este
milagro no ocurrió a escondidas. Los testigos de esta curación fueron numerosos,
y entre ellos tuvo que haber muchos que durante años sabían que ese hombre era
cojo. Las autoridades judías estuvieron dispuestas a admitir esto (cap. 4: 16).
El relato detallado y minucioso de Lucas es convincente. Sin duda se
basó en las narraciones de testigos oculares con quienes habló, y fue
autenticado por la Inspiración. El Dios que creó puede volver a crear, y lo hace
a voluntad.
10. Le reconocían.
La
gente sabía con seguridad que el hombre había sido cojo, y que no era impostor;
ahora veían que estaba sano. Podían ver que había entrado en el templo, saltando
y regocijándose sano y alabando a Dios.
11.
Teniendo
asidos.
Un MS del siglo VI dice: "Cuando Pedro y Juan salieron, él [el
cojo sanado] salió sosteniéndose en ellos; y los que estaban asombrados se
hallaban en el pórtico llamado de Salmón". Esta variante, si bien no es de gran
autoridad, ayuda a ubicar la puerta "la Hermosa" y a identificarla con la puerta
de Nicanor (ver com. vers. 2).
Atónito.
Jesús había predicado
acerca de los obras de Dios sólo unos pocos meses antes desde "el pórtico de
Salomón", durante la fiesta de la dedicación (Juan 10: 22-23). El recuerdo de lo
que entonces dijo, tuvo que haber permanecido en el pensamiento de los
discípulos. La gente se había quejado porque Jesús no había declarado con
franqueza si era el Cristo o no (Juan 10: 24-26); sin embargo estuvieron listos
para apedrearle cuando dijo que era uno con el Padre (Juan 10: 30-33). Pero
ahora la gente oyó que Jesús era proclamado "Santo y justo", "Autor de la vida",
el Cristo, el Mesías de la profecía (Hech. 3: 14-15, 18).
Pórtico.
Gr. stoá , "pórtico", "galería". En el ralato original de la
construcción del primer templo no se encuentra ninguna mención de un "pórtico
que se llama de Salomón". Josefo ( Antigüedades xx. 9. 7) ubica este pórtico al
lado oriental del predio del templo. Dice que se distinguía por dos hileras de
columnas de unos 12 m de alto ( Guerra v. 5. 2). Se lo llamó "pórtico de
Salomón" quizá porque en él había restos del edificio anterior al tiempo de
Zorobabel. Cuando Herodes Agripa I estaba completando la obra de su abuelo, la
gente procuró persuadirlo de que echara abajo este pórtico y lo reconstruyera,
pero se negó a hacerlo.
12. ¿Por qué os
maravilláis?
Esta pregunta es similar a la del ángel: "¿Por qué estáis
mirando al cielo?" (cap. 1: 11). En ambos casos la idea es que los testigos del
milagro no deberían estar tan asombrados por el acontecimiento como
evidentemente lo estaban.
¿Por qué ponéis los ojos en nosotros?
Ver com. cap. 1: 10. No debía atribuirse el milagro a hombres como Pedro
y Juan, sino sólo al poder divino.
Piedad.
Las palabras de Pedro
hacen recordar la teoría popular de que si una persona es suficientemente
piadosa, Dios la oirá y se producirán grandes resultados (Juan 9: 31) El apóstol
rechaza esta idea. Ninguna pureza propia le habría servido a Pedro. Sólo el
poder de Dios manifestado en el nombre de Jesús de Nazaret podía efectuar el
milagro.
13. El Dios de Abraham.
Este es un eco de la enseñanza y de la forma de hablar de nuestro Señor
(Mat. 22: 32), aunque la frase es del AT (Exo. 3: 6, 15). Cuando Pedro aseveró
que Jesús era Hijo del Dios de Abrahán, aseguró a sus oyentes judíos que no
estaba predicando un nuevo Dios, sino que relacionaba a Jesús con el Dios de los
padres de ellos.
Hijo.
Gr. páis , palabra que puede significar "
"hijo", "niño" o "siervo" . La LXX emplea la palabra país en este tercer sentido
en los últimos capítulos de Isaías para designar al "siervo de Jehová". En
verdad, este pasaje se parece mucho a Isa. 52: 13. En el NT se aplica país a
Cristo en Mat. 12: 18; Hech. 3: 26; 4: 27, 30. Estos pasajes sugieren que Mateo
y Lucas comprendían que el siervo sufriente de Isaías era una figura que podía
aplicarse a Cristo. Ver com. Isa. 41: 8.
Entregasteis.
Pedro es
franco y valiente al culpar a los judíos de la muerte de Jesús, y así lo
hicieron siempre los apóstoles a partir de ese momento.
Negasteis.
Cf. Juan 19: 15.
Resuelto.
O "decidido". Pilato había
decidido con plena justicia dejar en libertad a Jesús por ser inocente (Juan 19:
4); pero los judíos, para su culpa y vergüenza, le persuadieron que lo condenara
a muerte.
14. Santo.
Este notable
calificativo quizá no era nuevo para los oyentes de Pedro, pues aparece en la
literatura judía del período intertestamentario (ver com. Juan 6: 69). El
endemoniado lo había usado al dirigirse a Cristo (Mar. 1: 24). Jesús había sido
hallado inocente de toda acusación durante el juicio a que fue sometido (Mar.
15: 10; Luc. 23: 4). Tanto Pilato como su esposa habían dado un claro testimonio
de que Jesús era inocente (Mat. 27: 19, 24). Lo mismo hicieron el ladrón
arrepentido (Luc. 23: 41) y el centurión (vers. 47). Ver com. Hech. 2: 27.
15.
Autor de la vida.
Gr.
arj'gós t's zó's, "autor u originador de la vida" " (cf. Heb. 2: 10; 12: 2). "En
Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra" (DTG 489). El autor
de la vida y de la salvación es Aquel de quien fluyen vida y salvación. Se
presenta a Cristo claramente como el Creador de toda vida. El mismo lo afirmó
repetidas veces (Juan 3: 14-15; 5: 26, 40; 6: 48, 51). Los judíos habían
preferido dejar con vida a un homicida, a un asesino, y matar al Autor y Dador
de la vida.
Dios ha resucitado.
En el NT se afirma repetidas
veces que el Padre fue quien levantó a Cristo de los muertos (Hech. 2: 24; Rom.
6: 4; 8: 11). Al mismo tiempo, Jesús afirmó que tenía poder de poner su vida y
volverla a tomar (Juan 10: 18). Estas dos declaraciones en cuanto a la
resurrección no son contradictorias, pues aunque Cristo tenía vida en sí mismo,
como el Hijo encarnado que tomó la "forma de siervo" (Fil. 2: 7), no podía
"hacer nada por sí mismo" (Juan 5: 19). Jesús usaba su poder divino sólo por
orden del Padre; por esto, aunque "el Salvador salió de la tumba por la vida que
había en él" (DTG 729), lo hizo cuando Dios, su Padre, lo llamó.
De lo
cual.
Es decir, "del cual" o "de quien". Pedro asevera de nuevo el hecho
básico de que los apóstoles sabían de qué estaban hablando. Habían conocido al
Señor, lo habían visto morir, y lo habían visto resucitado.
16. Su nombre.
Repetidas veces en
el NT, y especialmente en Hechos, se presenta el nombre de Jesús como el medio
por el cual se hacen milagros y se obtiene la salvación (Hech. 3: 6; 4: 10, 12,
17-18; 16: 18; Mar. 9: 38; Luc. 10: 17). El empleo de la palabra "nombre" en
este sentido debe entenderse teniendo en cuenta el rico significado del término
en el NT. Ver com. Hech. 2: 21.
Los eruditos han destacado que en los
tiempos antiguos se creía que ciertos nombres tenían especial santidad y
particular eficacia; por lo tanto, entre los judíos del período posterior al
exilio, la manera de pronunciar el nombre divino Yahweh era mantenida en
secreto, conocida sólo por el sumo sacerdote; finalmente se perdió del todo. Se
creía que la mención de otros nombres era especialmente poderosa para que se
efectuaran milagros. Josefo relata haber visto a un tal Eleazar que pretendía
echar fuera demonios usando el nombre de Salomón ( Antigüedades viii. 2.5). Los
siete hijos de Esceva intentaron en Efeso usar el nombre de Jesús con el mismo
propósito (cap. 19: 13-14). Pensaron que había un poder mágico en sólo mencionar
160 el nombre. Sin duda muchos de los que observaron los milagros realizados por
los discípulos en el nombre de Jesús, pensaron que la eficacia de esos milagros
consistía en el empleo de un nombre mágico. Ver t. I, pp. 179-182.
Pero
queda fuera de toda duda que los discípulos al hacer milagros no emplearon el
nombre de Cristo con la idea de que había poder mágico en la pronunciación de
ese nombre. En el AT, la palabra hebrea shem , "nombre", algunas veces se emplea
con el sentido de "carácter" (Jer. 14: 7, 21), y puede ser casi un sinónimo de
la persona misma (Sal. 18: 49). Esta estrecha relación entre el nombre y el
carácter se ilustra con la abundancia de nombres del AT que indican el carácter
de quienes los tenían o la anticipación que los padres expresaban respecto a la
personalidad de sus hijos. Es probable que la misma idea de "carácter" sea la
que corresponda con la palabra "nombre" en el libro pseudoepigráfico de Enoc
(cap. 48: 7), donde se dice del Hijo del Hombre: "Porque en su nombre [los
justos] son salvos".
Otro aspecto de esto puede verse en tiempos del NT,
cuando la palabra griega ónoma , "nombre", puede significar "persona". Por eso,
en un papiro egipcio del año 13 d. C. aparece la frase "de parte del nombre
escrito debajo", lo cual significa, "de parte del suscrito". Un uso similar
aparece en Hech. 1: 15; Apoc. 3: 4; 11: 18.
Todo esto indica que al
pronunciar el nombre de Jesús para realizar milagros y para proclamar salvación,
los apóstoles declaraban que el poder de sanar y de salvar se empleaba en una
relación vital con la persona y el carácter de Jesucristo. La declaración de
Pedro en este pasaje, "le ha confirmado su nombre", era una afirmación de que
Cristo mismo era quien había hecho el milagro, y no que un encanto mágico
hubiera actuado automáticamente sobre el cojo. El poder de Cristo está al
alcance de todos, pero debe ser aceptado mediante una fe viva en él.
Vosotros veis y conocéis.
No había nada oculto en este milagro,
ninguna posibilidad de hacer trampas. No se sustituyó al cojo con un hombre sano
para hacer creer que el inválido había sido sanado. Todos conocían al hombre que
había sido cojo, y ahora veían que estaba curado.
Por él.
Es
decir, por medio de Cristo. Cf. 1 Ped. 1: 21. La fe que hubo tanto en Pedro el
sanador como en el hombre sanado, dependió en cada uno de ellos del poder de
Cristo. Pedro recibió el poder de Dios por medio de la fe; el hombre también
recibió fe, por la cual pudo ser sanado su cuerpo. La fe sanadora es en sí misma
un don (Rom. 12: 3; 1 Cor. 12: 9).
17. Por
ignorancia.
La ignorancia es tan peligrosa en el aspecto espiritual como
en otros asuntos. Se puede pecar por ignorancia, como ocurrió en el caso que
aquí se presenta; pero la ignorancia no es una excusa válida para justificar el
pecado. Aun en el gobierno humano, el no conocer una ley no es razón para
excusarse de su transgresión. Es necesario arrepentirse con tanta sinceridad de
un pecado de ignorancia como de cualquier otro pecado. Son especialmente
culpables los que son ignorantes porque permiten que el prejuicio y sus
sentimientos les impidan conocer las cosas de las cuales la razón y la
conciencia dan testimonio. Cf. Luc. 23: 34.
18. Ha cumplido así.
Esta es la culminación de todo lo
expuesto por Pedro y la base de su exhortación al arrepentimiento. La fuerza de
su lógica residía en el hecho de que estaba predicando una profecía cumplida.
Profetas.
Cf. Luc. 24: 25-27. Como se registra en Hech. 1: 16;
2: 23, Pedro también destaca el hecho de que los profetas del AT predijeron la
obra de Cristo. El propósito de todas las Escrituras es exponer el plan trazado
para la salvación del hombre por medio del sufrimiento redentor de Cristo. A
partir de la primera promesa evangélica (Gén. 3: 15) continuó un testimonio a
través del AT que destaca la expiación vicaria por medio de Jesucristo. En este
sentido son de especial importancia en el AT los pasajes que se encuentran en
Sal. 22: 18 (cf. Mat. 27: 35); Dan. 9: 26; Zac. 11: 13 (cf. Mat. 27: 9-10); Isa.
53.
Que su Cristo había de padecer.
Hasta donde se sepa, los
judíos nunca aplicaron al Mesías la profecía de Isaías respecto al siervo
sufriente. La doctrina de un Mesías sufriente discrepaba muchísimo con las
opiniones de los judíos en la edad apostólica, y casi no fue comprendida por los
mismos discípulos de Cristo hasta después de su resurrección. Pedro mismo
protestó cuando Cristo expuso claramente a sus discípulos los sufrimientos que
padecería, y fue severamente reprendido porque vacilaba en aceptar esa
perspectiva (Mat. 16: 21-23). Este pasaje de Hechos revela un cambio notable en
la comprensión de Pedro; ahora afirma que los sufrimientos de Cristo armonizaban
con el plan divino. Sin duda los apóstoles habían recibido esta instrucción por
medio de la enseñanza de Jesús después de la resurrección (Luc. 24: 44-48) y por
la iluminación del Espíritu Santo en Pentecostés. Pedro más tarde demostró que
comprendía esta doctrina fundamental cuando escribió acerca del Salvador que
había llevado "él mismo" los pecados (1 Ped. 2: 23-24).
19. Arrepentíos.
Gr. metanoéÇ , "cambiar de opinión", y en
el sentido espiritual, "arrepentirse" (ver com. Mat. 3: 2). Esta exhortación al
arrepentimiento es la culminación lógica de la dura reprensión de Pedro a
quienes lo habían desafiado. No tendría mucho sentido tal reprensión si no
tuviera el propósito de producir arrepentimiento. Esto es lo que debe suceder
con toda predicación evangélica.
Convertíos.
Gr. epistréfÇ ,
"darse vuelta" . En la LXX se emplea con frecuencia esta palabra para traducir
el vocablo hebreo shub "volver" , término que muchas veces tiene el sentido
espiritual de volver a Dios (ver com. Eze. 18: 30). El verbo epistréfÇ describe
apropiadamente el cambio que ocurre en una persona cuando acepta a Cristo como
Salvador y Rey, y Lucas lo emplea frecuentemente en este sentido (Hech. 9: 35;
11: 21; 26: 20). La conversión es la base de una experiencia cristiana genuina.
Se distingue del nuevo nacimiento (Juan 3: 3, 5) sólo en que puede considerarse
como el acto del hombre que se aparta de su vieja vida de pecado, mientras que
el nuevo nacimiento o regeneración es la obra del Espíritu Santo que actúa sobre
el hombre simultáneamente con su conversión. Ninguna de las dos fases de esta
experiencia puede cumplirse sin el Espíritu Santo; pero el Espíritu Santo no
puede hacer su obra mientras la persona no esté dispuesta a permitir que Dios se
posesione de su vida (Apoc. 3: 20).
Borrados.
O "limpiados". En
la Biblia el perdón del pecado muchas veces se representa como un lavamiento
(Juan 13: 10; Apoc. 1: 5; ver com. Apoc. 22: 14). La idea de quitar o lavar el
pecado es similar. La imagen que bien puede asociarse con las palabras aquí
expresadas es la de una acusación que define los pecados del penitente, que son
absueltos por el amor perdonador del Padre (Isa. 43: 25; Col. 2: 14; ver com.
Mat. 1: 21; 3: 6; 26: 28; Luc. 3: 3).
El resultado inmediato para los
que aceptaron la exhortación de Pedro al arrepentimiento fue el perdón de sus
pecados. En este sentido puede considerarse que esos pecados fueron borrados de
inmediato; sin embargo, la eliminación definitiva del pecado ocurrirá
precisamente antes de la segunda venida de Cristo y en relación con el fin de la
obra del Salvador como Sumo Sacerdote (ver com. inmediato, "para que"). La culpa
por pecados específicos queda cancelada cuando son confesados y perdonados, y
serán borrados del registro en el día del juicio (cf. Eze. 3: 20; 18: 24; 33:
13; CS 539).
Para que.
Gr. hópÇs an , "para que", "a fin de
que". Esta frase expresa propósito. La conversión de los pecadores tiene el
poder de acelerar el cumplimiento de los propósitos de Dios y, por lo tanto, de
apresurar la venida de su reino en su plenitud. La traducción "pues que vendrán"
(RVA) no es precisa.
En este pasaje Pedro parece señalar una cierta
secuencia de acontecimientos. Instó a sus oyentes a arrepentirse y a
convertirse. Dijo que estas actitudes serían seguidas por (1) el perdón de sus
pecados, (2) la venida de los "tiempos de refrigerio", y (3) el glorioso
advenimiento de Jesucristo.
En cualquier estudio de la secuencia de
sucesos implicados en las palabras de Pedro, deberían tenerse en cuenta dos
puntos: (1) Pedro, como los otros discípulos, no conocía "los tiempos o las
sazones" " (Hech. 1: 7; cf. Juan 21: 20-23); su visión del futuro no era de
largo alcance, y esperaba gozosamente el muy pronto retorno de su Señor (ver
Nota Adicional de Rom. 13). (2) Por inspiración divina Pedro se dio cuenta que
ciertas profecías de los últimos días se estaban cumpliendo en su tiempo. En
verdad, esa inspiración bien pudo haberle permitido ver sólo ese cumplimiento
inmediato, que resultó ser limitado, aunque este punto no es esencial en este
estudio. Por ejemplo, en el día de Pentecostés, afirmó que la profecía de Joel,
de que en "los postreros días" Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne, se
estaba cumpliendo entonces (Hech. 2: 14-18). Verdaderamente hubo un cumplimiento
limitado de la profecía de un derramamiento divino; y también es cierto, como ya
se dijo, que en cierto sentido los pecados de los convertidos fueron entonces
borrados, porque fueron cubiertos por la sangre redentora de Jesucristo.
Pero de acuerdo con la perspectiva de los planes en el cielo hasta su
segunda venida. planes de Dios que se llevaban a cabo, especialmente en relación
con el cumplimiento de la profecía, ahora podemos ver que en un sentido más
literal y completo "los postreros días" son nuestros días, y que es ahora cuando
realmente podemos esperar la venida de Cristo. Del mismo modo vemos que el gran
derramamiento del Espíritu de Dios -los "tiempos del refrigerio"- se refieren
específicamente a nuestros días: los días de la lluvia tardía (ver com. Joel 2:
23). Así también podemos y debemos considerar que el perdón de los pecados
corresponde con nuestro tiempo. ¿Por qué tenemos que separarlo tanto de los
otros dos acontecimientos que dijo Pedro que ocurrirían? En verdad, cuando
estudiamos este tema del perdón de los pecados dentro del ámbito de la obra de
Cristo en el santuario celestial (ver com. Dan. 8: 14), descubrimos que los
pecados serán finalmente borrados en los últimos días de la historia de esta
tierra, inmediatamente antes de la venida de Cristo (PP 371-372; CS 472-475; ver
com. Eze. 18: 24).
Es, pues, evidente que la afirmación de Pedro (vers.
19), tomada en conjunto, implica un elemento temporal definido. Hablando por
inspiración, y por lo tanto más allá de su propia comprensión limitada, Pedro se
refiere claramente a dos grandes acontecimientos de los últimos días de la
historia de este mundo: (1) El gran derramamiento del Espíritu de Dios, y (2) la
eliminación final de los pecados de los justos. Estos acontecimientos están
ligados con un tercer acontecimiento culminante: la segunda venida de Cristo.
De la presencia.
Literalmente "del rostro". El "refrigerio"
viene directamente desde el trono de Dios.
20. El envíe.
El tema dominante de los escritores del NT es
el retorno de Cristo. Ver com. vers. 19.
Os fue antes anunciado.
Mejor "os fue antes designado", "os había sido destinado" (BJ). Para
Dios el plan de la redención existe desde la eternidad (Mat. 25: 34; Efe. 1: 4;
Apoc. 13: 8), y se puso en marcha a pesar de la resistencia de Satanás y de los
pecadores. Resta que los que están implicados en el plan cumplan sus condiciones
mediante su obediencia (cf. Luc. 22: 42; Heb. 10: 7).
21. El cielo reciba.
Los discípulos habían sido testigos de
la ascensión de Cristo (cap. 1: 9-10), y comprendían que Cristo debía permanecer
en el cielo hasta su segunda venida. Jesús había dicho a sus discípulos que era
necesario que él los dejara (Juan 14: 1-6), pero un aún entonces no lo
comprendieron, hasta que lo vieron ascender y se dieron cuenta de que debían
esperar su regreso.
Restauración.
Cristo murió como Redentor del
mundo, y por lo tanto la restauración prometida fue posible por su crucifixión.
Aquí Pedro presenta un resumen de la idea que desarrolla plena y
cabalmente en 2 Ped. 3: 7-13. Los cielos nuevos y la tierra nueva de este pasaje
son una restitución, una restauración frente al pecado y la degradación, que,
como resultado de la caída del hombre en el pecado, destruyeron la hermosura y
la perfección de la creación original (ver com. Isa. 65: 17-25; Miq. 4: 8).
Este pasaje no enseña, como han pensado algunos, que finalmente se
salvarán todos. La Escritura no enseña tal doctrina; pero sí expresa la idea de
un estado final en el cual la justicia, y no el pecado, tendrá dominio sobre un
mundo redimido y recreado. Presenta una meta de elevadísimo valor para la
experiencia cristiana, que resulta del verdadero arrepentimiento y de la
conversión, y ofrece una esperanza aún más amplia para el posible crecimiento en
sabiduría y en santidad en el mundo venidero que el que los cristianos algunas
veces han estado dispuestos a destacar.
De que habló Dios.
Esta
frase puede referirse a "los tiempos de la restauración", es decir, al acto
divino de la restauración, predicho proféticamente, o a "todas las cosas", en
cuyo caso se refiere al cumplimiento de las promesas de Dios por medio de los
profetas. Aquí hay una clara aseveración de que las declaraciones de los
profetas son los mensajes de Dios. Fue Dios quien habló por medio de los
profetas (2 Ped. 1: 21). Este pasaje es prácticamente idéntico a Luc. 1: 70.
Desde tiempo antiguo.
Estas palabras abarcan las muchas e
inmutables promesas manifestadas por medio de los profetas que fomentaron las
esperanzas del pueblo de Dios a través de los siglos. Zacarías vio el comienzo
del cumplimiento de estas promesas en el nacimiento de su hijo Juan (Luc. 1:
70). El plan de salvación ha existido desde antes del "principio del mundo"
(Apoc. 13: 8).
22. Moisés dijo.
El
linaje de profetas verdaderos sugerido aquí y en el vers. 24, revela la
esperanza de la venida de algún profeta 163 que sobrepujaría a todos los otros,
tal como se revela en la pregunta que le hicieron a Juan el Bautista: "¿Eres tú
el profeta?" (Juan 1: 21). Ninguno de los dirigentes posteriores a Moisés fue
exactamente como él (ver Deut. 18: 15; com. Hech. 3: 22, "como a mí"). Su obra
señaló una nueva época: la manifestación de la gloria de Dios por medio de una
teocracia, con su ley y sus servicios de culto divinamente ordenados. La venida
de Jesús señaló el comienzo de otra nueva época: su reino fue establecido en el
corazón "nuevo" de los hombres (Jer. 31: 31-34; Heb. 8: 8-12).
A los
padres.
La evidencia textual favorece (cf. p. 10) la omisión de esta
frase.
Como a mí.
Aquí se le hace citar a Moisés la promesa de
Dios de que el profeta que vendría sería como él (Deut. 18: 18); pero el
paralelo no es completo, porque Moisés no fue el Hijo unigénito de Dios ni quien
pagó el precio de la expiación en forma vicaria; y Jesús fue ambas cosas.
A él oiréis.
Es decir, le obedeceréis (ver com. Juan 6: 60).
Os hable.
Aquí Pedro modifica algo la cita de Deut. 18: 18 para
convertirla en una orden para sus oyentes.
23. Alma.
Gr. psujé (ver com. Mat. 10: 28; cf. Hech. 2:
41).
Será desarraigada.
El pasaje que Pedro cita (Deut. 18: 19),
aunque no literalmente, dice, "yo le pediré cuenta". Las palabras que Pedro
coloca en su lugar son un eco de la frase común en el AT: "será cortado el tal
varón de entre su pueblo" (Lev. 17: 4, 9; cf. Exo. 12: 15, 19).
24. Desde Samuel.
Es probable que
se nombre aquí a Samuel porque los profetas de Israel primero aparecen en
relación con él como un grupo, especialmente en lo que se refiere a las escuelas
de los profetas. En el siglo III d. C., Juda-ha-Nasi, redactor de la Mishnah, se
refirió a Samuel como "el mayor de los profetas" (Talmud palestino Hagigah,
77a). Esto bien podría representar una posición aceptada en los días de Pedro.
Estos días.
No es claro si Pedro se refiere aquí a "los tiempos
de la restauración" (vers. 21) o a los notables momentos en los cuales vivían él
y sus oyentes. Bien pudo haber pensado en los dos, creyendo que los
acontecimientos que estaba presenciando finalmente serían el comienzo de las
escenas finales (cf. cap. 2: 17).
25. HiJos
de los profetas.
Los profetas y sus mensajes fueron enviados
especialmente a los israelitas (Rom. 3: 2).
Del pacto.
Pedro
identifica aquí el pacto abrahánico (Gén. 12: 3) con el pacto de la salvación,
así como lo hace Pablo (Gál. 3: 8). A pesar de la luz espiritual y de los
privilegios de que gozaban los judíos, no habían reconocido a Jesús como el
Mesías. En todas las edades, y sobre todo ahora, quienes gozan de privilegios
espirituales especiales pueden ser culpables del mismo error.
En tu
simiente.
Refiriéndose a Gén. 12: 3, Pablo dice que Cristo es la
"simiente" y que todos los fieles en Cristo son herederos de Abrahán (Gál. 3:
16, 29). El uso que Pedro le da al pasaje no es tan explícito, pero al citarlo
es evidente que lo aplica a Cristo.
26. A
vosotros primeramente.
Es digno de notarse esta prioridad del judío como
receptor del Evangelio. Pedro no sabía aún las condiciones en las cuales el
Evangelio sería predicado a los paganos, pero sus palabras implican que entendía
claramente que el mensaje tenía que ir primero a los judíos. Esta secuencia
también fue empleada por Pablo: "Al judío primeramente, y también al griego"
(Rom. 1: 16; cf. cap. 2: 9- 10). Empleó tanto esta secuencia en su predicación
del Evangelio, que se convirtió en una fórmula (Hech. 13: 46; cf. cap. 9:
19-20;14: 1; 17: 1-3). Cf. t. IV, pp. 31-32.
Hijo.
Gr. páis (ver
com. vers. 13).
Para que os bendijese.
La bendición de la cual
se habla aquí sigue a la resurrección, e implica el poder de Cristo que capacita
al hombre para apartarse del pecado y entrar en una nueva vida en el Salvador.
Esta nueva vida del creyente es posible por medio de la resurrección de nuestro
Señor (Efe. 2: 4-6; Col. 2: 12-13).
Se convierta.
Gr. apostréfo
, "volverse" , que como el verbo afín epistréfo , aparece con frecuencia en la
LXX como traducción del verbo hebreo shub (ver com. vers. 19). Este pasaje es
ambiguo. Puede entenderse que Jesús aparta a los hombres de la iniquidad o que
los bendice cuando se apartan de ella. Pero en cierto sentido ambas cosas son
ciertas. Las bendiciones de la salvación sólo pueden recibirse por medio del
poder restaurador del Espíritu Santo, que obra en el transgresor el
imprescindible apartamiento del pecado, con arrepentimiento y conversión.
CBA T6
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