Lección 5
Cristo en el Santuario celestial
Sábado 28 de abril
La gloria de la humanidad de Cristo no se dejó ver cuando estuvo en la tierra. Fue considerado un varón de dolores y experimentado en quebrantos. Por así decirlo, escondimos de él el rostro. Pero él seguía el sendero del plan que Dios había trazado. La misma humanidad aparece ahora mientras desciende del cielo revestido de gloria, triun- fante y sublime. Su pueblo creyente ha asegurado su llamado y su elección. Se levantan en la primera resurrección, y el canto es entonado por incontables voces: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hom- bres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:3, 4) (In Heavenly Places, p. 358; parcialmente en los lugares celestiales, p. 360).
No obtenemos fuerza espiritual si solo pensamos en nuestras debi- lidades y apostasías y lamentamos
el poder de Satanás. Esta gran verdad debe ser establecida como principio vivo en nuestra mente y corazón: la eficacia de la ofrenda hecha en favor nuestro: que Dios puede salvar hasta lo sumo a cuantos acuden a él cumpliendo las con- diciones especificadas su Palabra. Nuestra obra consiste en poner nuestra voluntad de parte de la voluntad de Dios. Luego, por la sangre de la expiación, llegamos a ser partícipes de la naturaleza divina; por Cristo somos hijos de Dios, y tenemos la seguridad de que Dios nos ama así como amó a su Hijo. Somos uno con Jesús. Vamos adonde Cristo nos conduce; él tiene poder para disipar las densas sombras que Satanás arroja sobre nuestra senda: y en lugar de tinieblas y el des- aliento, brilla el sol de su gloria en nuestro corazón.
Nuestra esperanza ha de quedar constantemente fortalecida por el conocimiento de que Cristo es nuestra justicia. Descanse nuestra fe sobre este fundamento, porque permanecerá para siempre. En vez de espaciarnos en las tinieblas de Satanás, v temer su poder, deben abrir nuestro corazón para recibir luz de Cristo, v dejarla resplandecer para el mundo, declarando que Cristo está por encima del poder de Satanás; que su brazo sostenedor apoyará a todos los que confían en él (Testi- monios para la iglesia, tomo 5. pp. 692. 693).
No ganamos el cielo por nuestros méritos, sino por los méritos de Cristo... No se centralice vuestra esperanza en vosotros mismos, sino en Aquel que ha entrado dentro del velo... En Cristo se centraliza nuestra esperanza de vida eterna... Nuestra esperanza es un ancla para el alma, segura y firme, cuando entra dentro del velo, pues el alma zamarreada por la tempestad se convi en participante de la naturaleza divina (A fin de conocerle, p. 80).
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