CAPÍTULO 4
LOS PRIMEROS LÍDERES DE LA IGLESIA (HECHOS 6:1-8:40)
"La palabra del Señor crecía y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe" (Hech. 6:7).
Cuando los hijos de Israel dejaron Egipto, constituían una horda anárquica de exesclavos. Como su conductor, Moisés enfrentó la abrumadora tarea de atender problemas administrativos, poner en vigor leyes, resolver problemas, atender preguntas y resolver disputas. Una observación de Jetro, su suegro, le mostró que se estaba destruyendo a sí mismo si no compartía pronto la carga del liderazgo. Siguiendo la sugerencia de Jetro, Moisés designó a hombres maduros y fieles para que actuaran como jueces. Esta autoridad compartida hacía que el tomar decisiones fuera más eficiente, y la gente quedó satisfecha.
El plan era doble: Moisés continuaría enseñando a la gente las leyes de Dios y decidiría los casos difíciles; pero mucho del trabajo sería delegado en subordinados capaces y respetados que temían a Dios. Siguiendo el consejo de Jetro, designo ancianos de Israel como líderes sobre grupos de mil. de ciento, de cincuenta y de diez (Éxo. 18:13-27).
De forma similar, llegó el momento en la vida de la iglesia naciente en que las cargas del liderazgo llegaron a ser demasiadas para unos pocos hombres. La iglesia de Jerusalén, que crecía rápidamente, llegó a estar inquieta mientras los dirigentes luchaban por atender a las responsabilidades crecientes. Era tiempo de compartir la carga y mejorar el apoyo a los creyentes. Para esto, la elección de los Siete, como los llama Lucas (Hech. 21:8; cf. 6:3), fue la primera división del ministerio que fue más allá de los apóstoles, con el propósito de atender a las necesidades de las congregaciones individuales. Resultó que esta selección fortaleció la misión mundial de la iglesia. Ellos pasaron a cumplir la comisión de Hechos 1:8, llegando a ser los primeros misioneros cristianos que predicaron el evangelio más allá de las fronteras judías (Hech. 8:1,4-8,26-40; 11:19-21).
MINISTRAR A LAS MESAS
La mayoría de los conversos en Pentecostés fueron judíos del mundo grecorromano, judíos helenistas que ahora vivían en Jerusalén (Hech. 2:5,9-11). A pesar de ser judíos, en muchos aspectos eran diferentes de los hebreos palestinos mencionados en Hechos 6:1. Pero lo más notable era que no estaban familiarizados con el arameo, la lengua que se hablaba en Palestina. Debido a la barrera del lenguaje y en armonía con la distribución usual de la población de Jerusalén en diferentes secciones de la ciudad, los helenistas pudieron también haber vivido juntos en su propio barrio o distrito, donde tenían sus sinagogas de habla griega (cf. Hech. 6:9; 9:29) y las casas de huéspedes para los peregrinos y los visitantes.
No obstante, había varias otras diferencias, tanto culturales como religiosas. Habiendo nacido en países extranjeros los judíos helenistas tenían solo raíces poco profundas en las tradiciones judías palestinas. No estaban tan apegados a las ceremonias del Templo y a los aspectos de la ley de Moisés que tenían que ver solo con la tierra de Israel. Además, su entorno grecorromano significaba que naturalmente estaban menos encariñados con el exclusivismo judío y eran más favorables hacia las diferencias culturales y raciales. En Palestina por ejemplo, el casamiento entre judíos y gentiles no conversos estaba fuertemente prohibido, mientras que en otras partes tendían a ser más tolerantes, como en el caso de la madre de Timoteo (cf. Hech. 16:1-3). Por esta causa, los judíos helenistas estaban más abiertos al carácter inclusivo de la fe cristiana. Finalmente, fue la influencia de los creyentes helenistas que impulsó a la iglesia a separarse de las ceremonias rituales anticuadas y a reconocer su cumplimiento en la vida y la muerte de Jesús.
Las diferencias entre los judíos helenistas y los palestinos, principalmente religiosas, a veces generaban tensiones entre los grupos. Desde el tiempo de los Macabeos en el siglo segundo a.C., había una tendencia a considerar a los que abrazaban costumbres griegas como descuidados en su observancia de la ley (cf. l Mac. 1:10-15; 2 Mac. 4:7-20). Aunque este no haya sido el caso en Hechos 6, si los apóstoles descuidaban a alguien en su ocupada agenda, era probable que fuera a los helenistas. Esto contribuyó a la preocupación creciente de que tales creyentes eran afectados adversamente. Aun algunas viudas, que tal vez vivían más en las afueras, no estaban recibiendo la atención apropiada (vers. 1). Se piensa a menudo que la distribución diaria de la comida era el problema implicado en Hechos 2:45 y 4:35, pero ni la palabra alimentos ni la palabra distribución aparecen realmente en el texto griego de Hechos 6:1. El griego dice, sencillamente, diakonía, "ministración diaria". El problema que más probablemente haya tratado Hechos 2:45 y 4:35 fue el dinero, no los alimentos.
La solución propuesta por los apóstoles era que los helenistas eligieran a siete hombres de entre ellos mismos para "ministrar [diakonéó] a las mesas" (Hech. 6:2,3). Los aposteles continuarían dedicando su tiempo a la oración y al ministerio [diakonía] de la palabra" (vers. 4). Ya que diakonéó y diakonía pertenecen al mismo grupo de palabras, la única diferencia real es entre "las mesas" en el versículo 2 y "la palabra" en el versículo 4. Es decir, se esperaba que los Siete "ministraran" a las mesas", mientras los Doce continuarían ministrando "la palabra". Esto, junto con el adjetivo "diario" (vers, l), parece señalar dos elementos principales de la vida diaria de la iglesia temprana, mencionada en Hechos 2:42 y analizada en el capítulo anterior: enseñanza ("la palabra") y compañerismo ("mesas"), siendo esta última la comida comunitaria, la Cena del Señor, y las oraciones (Hech. 2:46; 5:42).
En otras palabras, siendo los designados dotados de la autoridad de las enseñanzas de Jesús, los apóstoles se ocuparían en la instrucción doctrinal de los creyentes, mientras los Siete estarían a cargo de las actividades de compañerismo en los hogares-iglesias de Jerusalén y el área circundante. Sin embargo, sus deberes no se limitaron a las responsabilidades de los diáconos como entendemos el término hoy. En realidad, fueron los primeros líderes congregacionales de la iglesia, y su designación "proveyó el cargo de ancianos como también de los diáconos".1
Es muy probable que estos dos niveles de liderazgo de la iglesia existieran desde el mismo comienzo. Hablando cronológicamente, la primera referencia al cargo de ancianos en el Nuevo Testamento proviene del tiempo del primer viaje misionero de Pablo (Hech. 14:23), unos doce años después del episodio de Hechos 6:2 y la primera referencia al oficio de diáconos data del tiempo del primer encarcelamiento de Pablo (Fil. 1:1), casi treinta años después de la designación de los Siete. En cada caso, ambos cargos parecen haber existido durante algún tiempo antes.2
La mayoría de los conversos en Pentecostés fueron judíos del mundo grecorromano, judíos helenistas que ahora vivían en Jerusalén (Hech. 2:5,9-11). A pesar de ser judíos, en muchos aspectos eran diferentes de los hebreos palestinos mencionados en Hechos 6:1. Pero lo más notable era que no estaban familiarizados con el arameo, la lengua que se hablaba en Palestina. Debido a la barrera del lenguaje y en armonía con la distribución usual de la población de Jerusalén en diferentes secciones de la ciudad, los helenistas pudieron también haber vivido juntos en su propio barrio o distrito, donde tenían sus sinagogas de habla griega (cf. Hech. 6:9; 9:29) y las casas de huéspedes para los peregrinos y los visitantes.
No obstante, había varias otras diferencias, tanto culturales como religiosas. Habiendo nacido en países extranjeros los judíos helenistas tenían solo raíces poco profundas en las tradiciones judías palestinas. No estaban tan apegados a las ceremonias del Templo y a los aspectos de la ley de Moisés que tenían que ver solo con la tierra de Israel. Además, su entorno grecorromano significaba que naturalmente estaban menos encariñados con el exclusivismo judío y eran más favorables hacia las diferencias culturales y raciales. En Palestina por ejemplo, el casamiento entre judíos y gentiles no conversos estaba fuertemente prohibido, mientras que en otras partes tendían a ser más tolerantes, como en el caso de la madre de Timoteo (cf. Hech. 16:1-3). Por esta causa, los judíos helenistas estaban más abiertos al carácter inclusivo de la fe cristiana. Finalmente, fue la influencia de los creyentes helenistas que impulsó a la iglesia a separarse de las ceremonias rituales anticuadas y a reconocer su cumplimiento en la vida y la muerte de Jesús.
Las diferencias entre los judíos helenistas y los palestinos, principalmente religiosas, a veces generaban tensiones entre los grupos. Desde el tiempo de los Macabeos en el siglo segundo a.C., había una tendencia a considerar a los que abrazaban costumbres griegas como descuidados en su observancia de la ley (cf. l Mac. 1:10-15; 2 Mac. 4:7-20). Aunque este no haya sido el caso en Hechos 6, si los apóstoles descuidaban a alguien en su ocupada agenda, era probable que fuera a los helenistas. Esto contribuyó a la preocupación creciente de que tales creyentes eran afectados adversamente. Aun algunas viudas, que tal vez vivían más en las afueras, no estaban recibiendo la atención apropiada (vers. 1). Se piensa a menudo que la distribución diaria de la comida era el problema implicado en Hechos 2:45 y 4:35, pero ni la palabra alimentos ni la palabra distribución aparecen realmente en el texto griego de Hechos 6:1. El griego dice, sencillamente, diakonía, "ministración diaria". El problema que más probablemente haya tratado Hechos 2:45 y 4:35 fue el dinero, no los alimentos.
La solución propuesta por los apóstoles era que los helenistas eligieran a siete hombres de entre ellos mismos para "ministrar [diakonéó] a las mesas" (Hech. 6:2,3). Los aposteles continuarían dedicando su tiempo a la oración y al ministerio [diakonía] de la palabra" (vers. 4). Ya que diakonéó y diakonía pertenecen al mismo grupo de palabras, la única diferencia real es entre "las mesas" en el versículo 2 y "la palabra" en el versículo 4. Es decir, se esperaba que los Siete "ministraran" a las mesas", mientras los Doce continuarían ministrando "la palabra". Esto, junto con el adjetivo "diario" (vers, l), parece señalar dos elementos principales de la vida diaria de la iglesia temprana, mencionada en Hechos 2:42 y analizada en el capítulo anterior: enseñanza ("la palabra") y compañerismo ("mesas"), siendo esta última la comida comunitaria, la Cena del Señor, y las oraciones (Hech. 2:46; 5:42).
En otras palabras, siendo los designados dotados de la autoridad de las enseñanzas de Jesús, los apóstoles se ocuparían en la instrucción doctrinal de los creyentes, mientras los Siete estarían a cargo de las actividades de compañerismo en los hogares-iglesias de Jerusalén y el área circundante. Sin embargo, sus deberes no se limitaron a las responsabilidades de los diáconos como entendemos el término hoy. En realidad, fueron los primeros líderes congregacionales de la iglesia, y su designación "proveyó el cargo de ancianos como también de los diáconos".1
Es muy probable que estos dos niveles de liderazgo de la iglesia existieran desde el mismo comienzo. Hablando cronológicamente, la primera referencia al cargo de ancianos en el Nuevo Testamento proviene del tiempo del primer viaje misionero de Pablo (Hech. 14:23), unos doce años después del episodio de Hechos 6:2 y la primera referencia al oficio de diáconos data del tiempo del primer encarcelamiento de Pablo (Fil. 1:1), casi treinta años después de la designación de los Siete. En cada caso, ambos cargos parecen haber existido durante algún tiempo antes.2
LA TESTIFICACIÓN DE LOS HELENISTAS 3
La actividad de los Siete no se limitó a los hogares-iglesias y a los creyentes establecidos. También se ocuparon en la testificación dinámica, especialmente entre los judíos helenistas de Jerusalén (Hech. 6:9,10). Sus esfuerzos se vieron confirmados por varias señales y prodigios, una cantidad de conversiones (vers. 7) y una fuerte oposición (vers. 11-15). Este es el contexto en el cual las actividades de los Siete, especialmente la de Esteban. atrajo sobre la iglesia la primera persecución sistemática (Hech. 8:1). Esta opresión estaba dirigida principalmente a los helenistas, y los apóstoles y los otros creyentes palestinos, aparentemente, quedaron sin ser tocados (cf. Hech. 8:1; 9:30). Forzados a abandonar Jerusalén por causa de las atrocidades perpetradas por el Pablo inconverso (Saulo) y su banda (Hech. 8:3; 9:13,14; 22:4,5; 26:9-11), estos creyentes helenistas llegaron a ser los primeros cristianos en compartir el evangelio con samaritanos y gentiles (8:4-8; 11:19-21).
Pero ¿qué había en su exitosa testificación que atrajo tan feroz persecución? Sin duda, el problema central en la controversia entre los judíos y los cristianos era Jesucristo (cf. 4:1-3, 18:5:28). No solo apareció en la escena religiosa judía sin pasar por los procesos convencionales para acreditarlo (Juan 7:15,48), sino tampoco tenía las credenciales del mesías estereotipado (Mat. 12:38; 13:54-56). Además, las enseñanzas y las acciones de Jesús representaban una amenaza a la religión establecida de sus días. Y, por sobre todo, el hecho de que él muriera en una cruz, llegando a ser así maldito por Dios (Deut. 21:23; cf. Gál. 3:13), negando su pretensión de ser el Elegido de Dios (cf. 1 Cor. 1:23).
Desde la perspectiva de los judíos, el caso de los helenistas se complicaba más por sus críticas al sistema ceremonial levítico. Aunque Lucas no ofrece un informe detallado de cómo comprendían el evangelio los helenistas, las acusaciones que se levantaron contra Esteban indican un discernimiento teológico que sobrepasaba el de los creyentes palestinos. Él fue acusado de hablar blasfemias contra Moisés y contra Dios (Hech. 6:11), es decir, contra la ley y el Templo. Aun si en algún punto no lo entendieron, las acusaciones eran exactas. La prueba primera era su condenación explícita, ante el Sanedrín, de la veneración idolátrica del Templo que predominaba en el judaismo (Hech. 7:48).
En otras palabras, mientras muchos de los creyentes judíos de origen palestino estaban encontrando dificultades para abandonar el Templo y otras prácticas ceremoniales, Esteban y probablemente los demás creyentes helenistas entendieron que la muerte de Jesús significaba el fin de todo el orden del Templo (Heb. 8:7,13; 10:1,2). Es importante que la única referencia bíblica a la conversión de sacerdotes aparece en el contexto de la predicación de Esteban (Hech. 6:7).
La misma protesta contra el idolatrar el Templo había sido proferida por los profetas del Antiguo Testamento (Jer. 7:4,10). No obstante, la situación era diferente en que no solo la religiosidad judía se estaba poniendo en duda, sino además todo el sistema religioso basado en el Templo y sus ceremonias. Para los dirigentes judíos, esto era herejía, blasfemia, y un asalto frontal a lo que era más sagrado en el judaismo.
Lo que hace que este momento en el desarrollo de la iglesia sea tan importante es el rol profético de Esteban en su juicio. Su discurso ante el Sanedrín (Hech. 7:2-53) es el más largo de los Hechos, y aunque parece nada más que un tedioso recitado de la historia de Israel, es como un eco del pacto del Antiguo Testamento y el llamado de los profetas al Israel apóstata. En estas apelaciones, a veces usaban la palabra hebrea rib, cuya mejor traducción es probablemente "juicio del pacto", para expresar la idea de que Dios estaba impulsando una acción legal contra su pueblo, por causa de haber fracasado en guardar el pacto. En Miqueas 6:1 y 2, por ejemplo, rib aparece tres veces. Luego, siguiendo el modelo del pacto del Sinaí (Éxo. 20-23), Miqueas recuerda al pueblo de Dios los poderosos hechos del Señor en favor de ellos (Miq. 6:3-5), las estipulaciones y las violaciones del pacto (vers. 6-12), y finalmente, las maldiciones por las violaciones (vers. 13-16).
Probablemente sea este el trasfondo del discurso de Esteban. Cuando se le pidió que explicara sus acciones, no hizo ningún esfuerzo por refutar las acusaciones o defender su fe. En cambio, levantó su voz de la misma manera en que lo hicieron los profetas cuando traían el rib de Dios contra Israel. Su largo repaso de la relación pasada de Dios con Israel tenia la intención de enfatizar su ingratitud y desobediencia. Justo antes de que silenciaran su voz para siempre, el marti p expresar el veredicto final de Dios contra ellos (Hech. 7.5 J> •
El haber matado al Mesías identificaba a los líderesjuai con sus "padres" y llenaba la medida de sus iniquidades bi su padres fueron culpables de matar a los profetas, ellos lo eran aún más, por asesinar a Jesús. El cambio de "nuestros padres (vers. 11,19,38,44,45) a "vuestros padres" (vers. 51) es significativo: Esteban rompió con su solidaridad con su pueblo y tomo una posición definida del lado de Jesús, el Justo (vers. 52).
El contexto de juicio del discurso de Esteban continúa por medio de su visión, que combina dos elementos proféticos: la exaltación del Mesías del Salmo 110:1, y la escena de la Corte Celestial de Daniel 7:9 al 14 (cf. "el Hijo del hombre"). Que él vio a Jesús de pie (cf. Luc. 22:69) en el atrio celestial parece significar que el juicio sobre la Tierra era solo una expresión del juicio en el cielo. Como la práctica familiar de los reyes del antiguo Cercano Oriente, Dios se levanta para pronunciar su juicio (Isa. 3:13; Dan. 12:1).
Desgraciadamente, este momento brillante constituyó el final del breve ministerio de Esteban. En una actitud de obstinado desafío que refrendaba el juicio de Dios sobre ellos, los líderes judíos una vez más imitaron a sus padres (Hech. 7:52). Se abalanzaron sobre Esteban, lo arrojaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta morir (vers. 57-59), sellando así su suerte en el plan soberano de Dios.
Tal vez por eso el llamado al arrepentimiento, característica común en las proclamaciones previas de los apóstoles en Hechos (2:38; 3:19; 5:31), no aparece en el discurso de Esteban Como abogado profético, Esteban trajo el rib final de Dios contra su pueblo.
Con la conclusión de la teocracia de Israel, la salvación del mundo ya no sería más transmitida por medio del Israel nacional, como le había sido prometido a Abraham (Gén ÍS 818; 22:18); sería trasmitido por medio de los segukSe sí Jesús, quienes, empoderados por el Espíritu, se esperaba oí dejaran ahora Jerusalén y salieran hacia el mundo
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