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Unidad en la fe - Libro Complementario - Lección 8



CAPÍTULO 8 -

Unidad en la fe


En las décadas de 1880 y 1890 mostraron un lado oscuro del adventismo del séptimo día, así como una inclinación a sostener conflictos internos. Una intensa fricción respecto a la interpre-—tación de varios conceptos bíblicos secundarios alcanzó su climax en 1888, durante una sesión del Congreso de la Asociación General en Minneápolis. Mientras los pastores y los dirigentes de la iglesia debatían la identidad de los diez cuernos de la profecía de Daniel 7 y de la ley en Gálatas 3: 24, pocos se daban cuenta de la forma en que su mutua hostilidad erosionaba su fraternidad y amistad y dañaba la unidad y la misión de la iglesia.

Elena G. de White asistió a aquel Congreso. Ella lamentó profundamente aquel estado de cosas y alentó a los involucrados en dichos debates a pensar cuidadosamente en su relación con Jesús y a considerar cómo debían demostrar su amor el uno por el otro. También indicó que no debemos esperar que todos en la iglesia estén de'acuerdo con cada punto de interpretación. Ella dijo que es natural abrigar una diversidad de ideas respecto a algunos temas. Aunque en 1905 también enfatizó que debemos buscar una unidad de pensamiento cuando se trata de creencias fundamentales. «Manténganse delante de nuestro pueblo las verdades que son el fundamento de nuestra fe».1

La Palabra escrita de Dios, la Biblia, y Jesús el Verbo encarnado de Dios están íntimamente conectados y motivan convicciones que emanan de la Escritura. Esas convicciones forman un cuerpo común y único de creencias que constituyen un importante elemento unifica-dor en la Iglesia Adventista del Séptimo Día. El pueblo de Dios de los últimos días tiene mucho en común con otras denominaciones cristianas. Sin embargo, nuestro conjunto de creencias forma un sistema único de verdades bíblicas. En este capítulo examinaremos cuatro creencias adventistas centrales que dan sentido a nuestra unidad en la fe.

La salvación por medio de Jesús

Pedro respondió a una pregunta del Sanedrín acerca de quién les había conferido a él y a Juan el poder para sanar a un lisiado, diciendo que su poder provenía de Jesús de Nazaret y que «en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hech. 4: 12). Pedro también dijo más adelante a Cornelio: «De este dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él crean recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hech. 10: 43).
Los adventistas afirman inequívocamente que la salvación es únicamente posible a través de Jesucristo. Con esas buenas nuevas en mente fue que el apóstol Pablo les dijo a los Corintios: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Cor. 5: 19). La muerte de Cristo es el medio para lograr nuestra reconciliación con el Padre, cubriendo el abismo dejado por el pecado y la muerte. Durante siglos, los cristianos han reflexionado respecto al significado de la muerte, la resurrección y la reconciliación que Jesús vino a ofrecer. Este proceso de reconciliación ha sido denominado «expiación»: yo soy de habla inglesa y es curioso que en inglés la palabra «expiación» (atonement) significaba algo parecido a «estar unánime o de acuerdo». En consecuencia, la expiación denota la armonía en una relación que había sido previamente enajenada. La unidad de la iglesia es el resultado de esa reconciliación y es algo que surge de la muerte de Jesús en el Calvario.2
El significado de la expiación de Cristo tiene múltiples matices bíblicos y cada uno de ellos contribuye a lograr una comprensión más completa de la redención que Jesús ha logrado. Cuando Juan el Bautista señaló a Jesús de Nazaret como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29), hizo una clara alusión a las ceremonias de los sacrificios del Antiguo Testamento que también se concibieron como una tipología del futuro sacrificio del Mesías. Los apóstoles, utilizando el lenguaje sacrificial de los libros de Éxodo y Levítico, se refirieron a la muerte de Jesús como un «sacrificio propiciatorio», o un sacrificio de expiación (1 Juan 2: 2; 4: 9-10). Pablo a su vez empleó el término hilas-terion para referirse a la muerte de Jesús como una «propiciación» (Rom. 3: 25, NVI), o «expiación». Ese mismo término fue utilizado en la Sep-tuaginta griega para describir la cubierta o tapa del arca del pacto, sobre la que se rociaba la sangre del animal sacrificado el Día de la Expiación (Lev. 16: 2, 14; Heb. 9: 5). El uso que hace el apóstol Juan de la palabra afín hilasmos también se refiere a los sacrificios expiatorios del Antiguo Testamento y a los sacrificios especiales en el Día de la Expiación (1 Juan 2: 2; 4: 10; Lev. 25: 9). Lo que Pablo y Juan enfatizan es que a todos se les pueden perdonar sus pecados debido a la muerte sacrificial de Cristo. Él ha realizado un sacrificio supremo que no necesita repetirse (Heb. 7: 23-27).
Otros conceptos mencionados en el Nuevo Testamento incluyen el sufrimiento de Cristo en la cruz para damos un ejemplo a seguir en situaciones de dolor y persecución (1 Ped. 2: 21-23). Además, Pedro lo describe llevando nuestros pecados en la cruz y muriendo la muerte que debería haber sido nuestra (ver. 24). Mateo y Pablo recuerdan a los cristianos del primer siglo que la muerte de Jesús los redimió de este mundo de pecado (Mat. 20: 28; 1 Tim. 2: 5-6). Lo que esto significa es que la vida, la muerte y la resurrección de Cristo han tendido un puente sobre el abismo del pecado y que en él tenemos la esperanza y la seguridad de la vida eterna (Juan 3: 16).
En 1866, Samuel J. Stone, un pastor anglicano en Windsor, Berkshire, Inglaterra, compuso un conocido himno, «La iglesia tiene un único cimiento». La inspiración para el himno proviene de una frase en el Credo de los Apóstoles que se refiere a la iglesia, y la primera estrofa afirma una declaración fundamental de la fe cristiana; su unidad se basa en Cristo.3

El ministerio de Cristo en el santuario celestial

Otra creencia distintiva de los adventistas del séptimo día se refiere al ministerio de Jesús en el santuario celestial, desde el momento de su ascensión hasta su segunda venida. Dios instruyó a Moisés para que construyera un tabernáculo o santuario con el fin de que fuera su morada (Éxo. 25: 8). En aquel lugar se le enseñaba al pueblo de Israel el plan de salvación a través de sus servicios y ceremonias mientras que servía como una ilustración del ministerio sacerdotal de Jesús en el cielo.
El santuario celestial es el lugar donde Cristo lleva a cabo su ministerio sacerdotal en favor nuestro, desde el momento en que ascendió al cielo. En la carta a los Hebreos, encontramos una declaración que es también una promesa: «Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Heb. 7: 25). Por tanto, se nos anima a acercarnos «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4: 16). «El ministerio actual de Cristo está arraigado en su muerte y resurrección. Si bien es cierto que el sacrificio expiatorio realizado en el Calvario fue suficiente y completo, sin la resurrección no tendríamos la seguridad de que Cristo completó con éxito su divina misión en el mundo».4
Por tanto, confiamos en que Jesús intercede por nosotros. «Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas» (Heb. 8: 6). «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». «Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 1: 9; 2: 1-2).
El tabernáculo terrenal tenía dos fases en su ministerio sacerdotal, una se celebraba diariamente en el lugar santo, y otra se realizaba una vez al año en el lugar santísimo. Las Escrituras también describen dos fases del ministerio de Jesús en el cielo. Su ministerio en el lugar santo en el cielo se caracteriza por una obra de intercesión, perdón, reconciliación y restauración. Los pecadores arrepentidos tienen mediante su intercesión un acceso inmediato al Padre, a través de Jesús el mediador (1 Tim. 2: 5). El ministerio de Jesús en el lugar santísimo apunta asimismo a los aspectos del juicio y a la purificación del santuario que se hacía una vez al año el Día de la Expiación (Levítico 16). El ministerio de Jesús relacionado con la purificación del santuario también se basa en su sangre derramada e ilustra el proceso de juicio que se encarga de la erradicación del pecado. La obra realizada durante el Día de la Expiación prefiguraba la aplicación final de los méritos de Cristo para eliminar la presencia del pecado por toda la eternidad, y para lograr la reconciliación completa del universo en un solo gobierno armonioso dirigido por Dios.
Ese ministerio de Cristo en el cielo es significativo para los cristianos porque se enfoca no solo en la reconciliación que él ha efectuado entre los seres humanos y el Padre; sino que también resalta la intercesión de Cristo que permite reconciliar nuestras relaciones personales y comunitarias. Cualquier comprensión de esa unidad debe enfocarse primero en lo que Cristo ha logrado y continúa haciendo en nombre de su pueblo.

La Segunda Venida de Cristo

La Biblia nos asegura repetidamente que Jesús regresará a buscar a su pueblo redimido. Los apóstoles y los primeros cristianos llamaron al regreso de Cristo la «esperanza bienaventurada» (Tito 2: 13) y esperaban que todas las profecías de la Escritura se cumplieran en su Segunda Venida. Los adventistas del séptimo día aún se mantienen firmes en esa misma convicción. De hecho, nuestro nombre, «adventista», lo declara inequívocamente. Todos los que aman a Cristo esperan con anticipación el día en que puedan disfrutar de una comunión cara a cara con él. Jesús les dijo a sus discípulos la noche que fue traicionado: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis» (Juan 14: 1-3). Esta hermosa promesa todavía anima nuestros corazones. Y aunque hemos sufrido por el gran retraso en el cumplimiento de dicha promesa, la misma es una esperanza vibrante y una enseñanza unificadora para el pueblo de Dios.
El Nuevo Testamento explica que el regreso de Cristo será un acontecimiento real y no una experiencia espiritual o mística. Los ángeles que vieron a Jesús ascender al cielo después de su resurrección les dijeron a los discípulos que regresaría de la misma forma que ascendió al cielo, de manera literal y visible (Hech. 1: 11). En otras partes del Nuevo Testamento se nos dice que todos los ángeles del cielo acompañarán a Jesús durante ese trascendental acontecimiento (Apoc. 19: 11-16).
La fecha del regreso de Cristo no debería ser motivo de preocupación porque él mismo afirmó: «Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre» (Mat. 24: 36). Sin embargo, eso no significa que los cristianos deberían mantenerse ociosos mientras lo esperan. El Evangelio de Mateo muestra que Jesús relató cinco parábolas para exhortar a sus discípulos a la vigilancia, en su preparación personal para su Segunda Venida. La primera exhortación se basa en las imágenes de los habitantes del mundo en los días de Noé (vers. 37-39). En esa parábola, Jesús enfatizó que su regreso sería inesperado y que la gente no estaría al tanto de que un juicio estaba a punto de acontecer.
La segunda parábola habla de un siervo fiel y sabio (Mat. 24: 45-51), señalando que los discípulos de Jesús deben ser fieles y responsables respecto a las tareas que les han sido asignadas en el intervalo entre la resurrección de Jesús y la Segunda Venida. La tercera exhortación la encontramos en la parábola de las diez vírgenes (Mat. 25: 1-13); en ella se exige una preparación espiritual continua mientras se está a la espera del juicio final. Las referencias a las lámparas, a tener suficiente aceite y a dormir durante un largo retraso, indican que la experiencia cristiana no se debe basar en la emoción o en el entusiasmo momentáneo, sino en una confianza constante en la gracia de Dios y en la perseverancia fiel. Eso debe hacerse incluso cuando no haya ninguna evidencia tangible del cumplimiento de las promesas de Dios. Hoy Jesús nos continúa invitando a «velar» y a estar preparados en todo momento para su venida.
La cuarta parábola constituye otra exhortación a la fidelidad y a hacer un buen uso de los dones que Dios nos ha concedido (Mat. 25: 14-30). Los discípulos de Cristo no han sido dotados por igual, pero todos pueden emplear sabiamente sus dones para la gloria de Dios. Aunque la demora puede hacer que algunos se pregunten respecto al uso de dichos dones, los mayordomos fieles no se sentirán consternados por ese motivo y continuarán actuando de manera responsable y juiciosa. La exhortación final se enfoca en el juicio de las naciones durante la Segunda Venida de Jesús (vers. 31-46). En esta exhortación el criterio para el juicio enfatiza la fidelidad y la responsabilidad mientras se espera el regreso de Cristo.
Algunos han querido ver que Jesús estaba enseñando una salvación por las obras en estas exhortaciones y parábolas, además de hacerlo en el Sermón del Monte (Mat. 5-7). Pero ese no es el caso. Las enseñanzas de Jesús están todas enmarcadas en el contexto de la gracia según lo vemos en la parábola de los obreros y la viña de Mateo 20: 1-16. Se observa que las parábolas y exhortaciones de Mateo 24 y 25, cuando son interpretadas adecuadamente, no apoyan la idea de la salvación por obras. Más bien, muestran que «el juicio se basa en las acciones de uno en respuesta a la proclamación del evangelio, porque esa es una respuesta brindada a Jesús».5
La esperanza en la Segunda Venida de Jesús enseña un concepto más importante sobre el que se debe apoyar nuestra unidad común en Cristo: la esperanza en la resurrección y el momento en que todos los redimidos se reúnan. Aunque los seres humanos nacen mortales y están sujetos a la muerte, la Biblia habla de Jesucristo como la fuente de la inmortalidad. Él brinda la promesa de inmortalidad y vida eterna a todos aquellos que creen en su salvación. «La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom. 6: 23). Jesús «quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio» (2 Tim. 1: 10). «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). Está muy claro que hay esperanza de vida después de la muerte.
Pablo recuerda a sus lectores en 1 Corintios 15: 51-54 y en 1 Tesalo-nicenses 4: 13-18, que Dios promete otorgar la inmortalidad a los suyos el día de la resurrección, cuando suene la última trompeta. Aunque los creyentes reciben la promesa de la vida eterna en el momento en que aceptan a Jesús como su Salvador, la inmortalidad se confiere en la resurrección. Esta promesa también informa nuestra comprensión de la unidad de la iglesia y nuestro futuro común en Cristo.

El sábado

Otra enseñanza crucial encontrada en las Escrituras y que los adventistas del séptimo día sustentan con gran celo es el sábado como día de reposo. Esa doctrina clave fortalece la unidad y el compañerismo entre todos nosotros.
El sábado es un don de Dios para la humanidad desde la creación (Gén. 2: 1-3). En la creación, tres actos divinos establecieron el sábado: (1) Dios descansó el sábado, (2) bendijo ese día, (3) y lo santificó. Esas tres acciones divinas hicieron del sábado un don especial de Dios que permite a la raza humana experimentar la realidad del cielo en la tierra. Abraham Joshua Heschel, un conocido rabino judío, ha llamado al sábado «un palacio en el tiempo», un día sagrado en el que Dios se encuentra con su pueblo.6
Los adventistas del séptimo día observan el sábado como lo hizo Jesús (Luc. 4: 16), deseosos de seguir su ejemplo. Su participación en los cultos del sábado revela que lo respaldó como un día de descanso y adoración. Algunos de sus milagros fueron realizados durante ese día para enseñar que la sanidad (tanto física como espiritual) está ligada a la observancia del sábado (Luc. 13:10-17). Los apóstoles y los primeros cristianos entendieron que Jesús no había abolido el sábado. Conservaron dicha práctica y se reunían a adorar durante aquel día (Hech. 13: 14, 42, 44; 16: 13; 17: 2; 18: 4).
Los adventistas del séptimo día enseñan que hay siete dimensiones generales del sábado para los seres humanos. Esas dimensiones son incluso más valiosas cuando hablamos del tema de la unidad.
Primero, el sábado es un recordativo perpetuo de la creación (Gén. 2: 1-3; Éxo. 20: 8-11) y de la participación personal de Dios en la creación de los seres humanos. La observancia del sábado sirve como un recordatorio de nuestra herencia común.
Segundo, es un símbolo. Otra hermosa dimensión del sábado es que representa un símbolo de la redención. Es un memorial de la liberación divina del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto (Deut. 5: 12-15) y por extensión simboliza la liberación de la raza humana de la esclavitud del pecado.
Una tercera dimensión importante es el elemento relacionado al poder transformador de Dios; el sábado es una señal de santidad y santificación (Éxo. 31: 13). «Tal como Dios ha apartado el sábado con un propósito santo, así también ha apartado a su pueblo con un propósito igualmente santo. Él desea que se^in sus testigos especiales. Su comunión con él en ese día conduce a la santidad; aprenden a no depender de sus propios recursos sino del Dios que los santifica».7
Cuarto, implica lealtad. El sábado también significa lealtad porque es el único mandamiento que menciona el nombre de Dios (Éxo. 20:10-11; Deut. 5: 12-15; Eze. 20: 12). La obediencia a este mandamiento lo lleva a una relación directa con el Dios de la creación.
Una quinta dimensión es el compañerismo. La comunión entre los creyentes y la que sostenemos con Dios está vinculada al sábado. Dado que es un día de descanso, brinda la bendita oportunidad de descansar de los ajetreados horarios para enfocarse en relaciones más significativas. El sábado, por tanto «Provee tiempo para la comunión con Dios por medio del culto, la oración, el canto, el estudio de la Palabra y la meditación en ella, y por el acto de compartir el evangelio con otros. El sábado es nuestra oportunidad para experimentar la presencia de Dios».8
Sexto, se relaciona con la justificación. El sábado es un símbolo de la justificación por la fe y de nuestra salvación por gracia. Al observar el sábado, los creyentes no están tratando de hacerse justos. Más bien, el respeto por este día surge de una relación con Cristo como Creador y Redentor. «Al observar el sábado, los creyentes revelan su disposición de aceptar la voluntad de Dios para sus vidas, en vez de depender de su propio juicio».9 Por esa razón, se debe ser más cuidadoso en su observancia y al describir las limitadas actividades de los sábados como si todo ello fuera un medio para agradar a Dios. Una interpretación como esa, respecto a las horas de reposo, invariablemente conducirá a la salvación por las obras.
Una séptima dimensión consiste en la oportunidad de descansar en Cristo. Así como el sábado es un signo de liberación del pecado, es también un símbolo del descanso y de la salvación en Cristo. Dios aún promete que «queda un reposo para el pueblo de Dios» (Heb. 4: 9), a pesar del fracaso de Israel para entrar por entero en ese reposo debido a su repetida desobediencia e idolatría. Todos los que deseen entrar en ese reposo pueden hacerlo al colocar su fe en la salvación que Jesús provee. No hay necesidad de esperar por la paz, la gracia y la alegría que él ofrece. Es algo que se puede disfrutar ahora mismo. La observancia y celebración del sábado trae descanso espiritual en Cristo. De igual manera la confianza en sus méritos salvadores otorga esperanza para la vida eterna: «porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas» (Heb. 4: 10; Mat. 11: 28-30).
En este contexto, el sábado es un concepto divino de unidad, enfocado en la creación de Dios y en su redención de la humanidad. Asimismo, proporciona una oportunidad sin precedentes para experimentar dicha unidad y compañerismo con otros cristianos.

Referencias:

  • 1. Elena G. de White, El otro poder, p. 29.
  • 2. Creencias de los adventistas del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 122.
  • 3. Este himno es el n° 348.en el himnario adventista en inglés.
  • 4. Creencias, p. 128.
  • 5. Charles H. Talbert, Paideia, Commentaries on the New Testament (Grand Rapids, Michigan: Baker Academic, 2010), p. 277.
  • 6. Abraham Joshua Heschel, TheSabbath: ItsMeaningforModemMan (Nueva York: Noonday, 1951), pp. 13-24.
  • 7. Creencias, p. 288.
  • 8. Ibíd., p. 289.
  • 9. Ibíd., p. 290.

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