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Unidad en la adoración - Libro Complementario - Lección 11

Capítulo 11 

Unidad en la adoración

Lucas dice que poco después de Pentecostés los primeros cristianos pasaban gran parte de su tiempo adorando. «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunidad con otros, ¡J J=¿]en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hech. 2: 42). La alegría que les produjo descubrir que Jesús es el Mesías y que en él se cumplieron las profecías del Antiguo Testamento llenó sus corazones de gratitud y agradecimiento hacia Dios. Aquellos primeros cristianos sintieron la necesidad de compañerismo, de estudio y de oración. Estaban agradecidos por lo que él había hecho en sus vidas y por su revelación en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.

Se convirtieron en la iglesia de Jesucristo, en una comunidad de adoración creada por Dios para ser «como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Ped. 2: 5). La gratitud expresada a Dios en la adoración comunitaria transforma los corazones y las mentes de las personas según el carácter de Dios, y los prepara para el servicio. Este capítulo se enfoca en el significado de la adoración y en la forma en que la misma contribuye a promover la unidad entre los creyentes'en Jesús.

El significado de la adoración
Las discusiones relacionadas con la adoración a menudo resaltan determinados elementos de la misma, lo que ella incluye y cómo se realiza. Pero, ¿cuál es su significado más profundo? ¿Qué significa adorar a Dios? ¿Por qué lo hacemos? David declara en el Salmo 29: 2: «Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad». Adorar al Señor es darle la gloria y el honor que se merece. En Apocalipsis 4 y 5 se presenta al Cordero de Dios y Salvador del mundo, en una imagen que describe la adoración que se le brinda en la sala del trono de Dios. Esta visión muestra la entronización de Jesús en el cielo luego de su ascensión. En aquella oportunidad la adoración se lleva a cabo cuando los habitantes del cielo responden con expresiones de adoración y agradecimiento por lo que él ha hecho (Apoc. 5: 9, 10, 12,13). Apocalipsis también presenta el final de los tiempos cuando los redimidos se unirán en adoración y responderán de manera parecida ante la salvación de Dios.
«Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor Dios Todopoderoso;
justos y verdaderos son tus caminos,
Rey de los santos.
¿Quién no te temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?,
pues solo tú eres santo;
por lo cual todas las naciones
vendrán y te adorarán,
porque tus juicios se han manifestado» (Apoc. 15: 3-4).

Por tanto, la adoración es una respuesta de nuestra fe en Dios por sus poderosas obras: primero, por crearnos y en segundo lugar por redimirnos. Al adorar le brindamos a Dios esa reverencia, alabanza, amor y obediencia que únicamente él es digno de recibir. Por supuesto, lo que sabemos de Dios como nuestro Creador y Salvador proviene de lo que se nos ha revelado en las Escrituras. Nuestro conocimiento acerca de Dios es lo que Dios afirma de sí mismo en la Biblia. Además, los cristianos creemos que lo que conocemos acerca de Dios fue revelado más ampliamente en la persona y el ministerio de Jesucristo (Juan 14: 8-14).

Esa es la razón por la que los cristianos adoran a Jesús como Salvador y Redentor. Su muerte vicaria y su resurrección están en el centro mismo de la adoración. Robert Rayburn afirma que «la adoración cristiana corporativa es la actividad de una congregación de genuinos creyentes que buscan rendir a Dios adoración, alabanza, confesión, intercesión, acción de gracias y obediencia a la que tiene derecho, en virtud de la gloria inefable de su persona y la magnífica gracia de sus actos redentores en Jesucristo».1

Cuando los cristianos se reúnen en adoración, lo hacen motivados por ese sentimiento de asombro y agradecimiento que se debe brindar a Dios como un homenaje. De hecho, el apóstol Pablo llega a decir que toda la vida del cristiano debe ser un acto de adoración. «Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto» (Rom. 12: 1). ¿Qué puede unir más a los cristianos que expresar juntos en adoración su aprecio por lo que Dios ha hecho? La adoración es la mayor expresión de unidad que tenemos en Cristo.

Sin embargo, en las sociedades occidentales, el culto en la comunidad cristiana se está olvidando o abandonando lentamente. En algunos países, menos del quince por ciento de la población participa regularmente en algún culto religioso. Ese fenómeno también está afectando a las comunidades adventistas del séptimo día. Un sábado promedio en Norteamérica, tan solo un cincuenta por ciento de los adventistas asisten al culto de adoración. Si bien la adoración tiene la intención de alabar a Dios por la salvación en Cristo, también es un medio para crear un sentido de comunidad y de compañerismo entre el pueblo de Dios y para nutrir su fe. Quizás las relaciones deterioradas y la falta de unidad son síntomas de una reducida participación en los cultos de adoración.

Elementos de la adoración cristiana
Se conoce muy poco de las prácticas de adoración en las comunidades cristianas primitivas: en el Nuevo Testamento únicamente se observan algunos atisbos al respecto. No hay sugerencias respecto a cómo se celebraba un servicio de adoración ni hay descripciones de su liturgia. Sin embargo, sabemos que los primeros cristianos continuaron con muchas de las mismas prácticas utilizadas en los servicios de la sinagoga judía. Lucas 4 dice que Jesús regularmente, («como era su costumbre»), iba a la sinagoga el sábado (ver. 16). El servicio incluía oraciones, que probablemente eran una recitación o un himno tomado de los Salmos así como una lectura de varios pasajes de las Escrituras, seguida de una exposición de dicha lectura (Luc. 4: 17; Hech. 13: 15; 16: 13).

Desde sus inicios, la adoración cristiana se ha caracterizado por la relevancia del estudio de la Palabra de Dios (Hech. 2: 42). Los primeros cristianos fueron fieles en el estudio de las Escrituras ya que las mismas hablaban de Jesús el Mesías. Asimismo comentaban respecto a la forma en que sus vidas habían sido cambiadas por aquellas buenas nuevas. Estaban en comunión constante para compartir entre ellos las bendiciones que Dios les había concedido y para animarse unos a otros en su jornada espiritual con Dios.

La lectura de las Escrituras y una discusión sobre su significado eran los elementos más obvios de la adoración cristiana primitiva que encontramos en el Nuevo Testamento. La reunión de Pablo y Silas con los bereanos es la más notable entre los muchos ejemplos que nos presenta el libro de Hechos (Hech. 17: 10-12). Elena G. de White comenta que las mentes de los bereanos no estaban afectadas por los prejuicios.

«Estaban dispuestos a investigar la verdad de la doctrina presentada por los apóstoles. Estudiaban la Biblia, no por curiosidad, sino para aprender lo que se había escrito concerniente al Mesías prometido. Investigaban diariamente los relatos inspirados; y al comparar escritura con escritura, los ángeles celestiales estaban al lado de ellos, iluminando sus mentes e impresionando sus corazones».2

Ese elemento de adoración es quizá lo que Pablo tenía en mente cuando le dio la siguiente instrucción a su colega Timoteo.

«Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su Reino, que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2Tim. 3: 16-4: 2).

El estudio de la Palabra de Dios constituye el núcleo de la adoración a Dios y de la unidad como pueblo del Señor. Cuando los creyentes se unen como familia para tener comunión y adorar, Dios habla a través de las Escrituras y extiende un llamado a vivir para su gloria y a estar preparados para la Segunda Venida de Jesús. Esa misma Palabra da forma a nuestra unidad en la medida que recibimos la instrucción divina con el fin de guiar nuestra misión y testimonio común.

Otros dos elementos visibles en las primeras reuniones cristianas son la partición del pan y las oraciones. «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hech 2: 42). Esta referencia a partir el pan ha sido interpretada de dos maneras diferentes. Una es que simplemente se refiere a una comida de confraternidad, o comidas regulares compartidas entre creyentes. Otra interpretación se refiere a la Cena del Señor. En algún momento durante una comida de confraternidad, alguien ofrecería una bendición especial sobre el pan y el vino, en memoria de la muerte y resurrección de Jesús. Los primeros cristianos dedicaban tiempo a recordar el significado de la vida y el ministerio de Jesús y les agradaba hablar de ello en las comidas de confraternidad. Las comidas que compartieron se convirtieron en momentos de adoración. «Perseveraban unánime cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (vers. 46-47).

La adoración de los primeros cristianos también incluía la oración. Precisamente después de la ascensión de Jesús, el primer grupo de discípulos «perseveraban unánimes en oración y ruego» (Hech. 1: 14). Después de que algunos dirigentes religiosos les prohibieron hablar sobre Jesús, oraron y pidieron la protección de Dios, decisión y valor (Hech. 4: 23-31). Oraron por la liberación de Pedro de la prisión (Hech. 12: 12); incluso Pablo y Silas oraron mientras estaban en la cárcel (Hech. 16: 25).

La iglesia primitiva valoró la oportunidad de comunicarse directamente con Dios y jamás dejó de ofrecerle peticiones cuando se reunía en adoración. Pablo, en su primera Epístola a Timoteo, mencionó la importancia de la oración en el momento en que los cristianos se reúnen (1 Tim. 2: 1). A los efesios también les recalcó la necesidad de la oración: «Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos y por mí» (Efe. 6: 18-19). El culto y la oración tuvieron un gran impacto en los creyentes de la iglesia primitiva, de allí que al seguir sus pasos deberíamos esperar lo mismo.

La adoración y el fin del mundo

Las Escrituras presentan a Satanás mientras intenta establecer una adoración falsa aparte del verdadero Dios para asegurarse la adoración y el honor debido únicamente al Señor, en contraste con la verdadera adoración brindada a nuestro Creador y Salvador. Ya sea durante su enfrentamiento con Jesús en el desierto (Mat. 4: 1-11), o al final de los tiempos (Apoc. 13: 4), Satanás procura desviar la atención del pueblo de Dios para centrarla en su persona. La adoración falsa es una estratagema de Satanás para engañar a muchas personas y hacerles perder la fe. Los tres jóvenes hebreos de Daniel 3 vivieron una experiencia que en cierto modo era tipológica respecto a lo que sucederá con el pueblo de Dios en el tiempo del fin (Apocalipsis 13, 14). Allá en el corazón de Mesopotamia, estos jóvenes hebreos vieron cuestionada su fe y su determinación de adorar únicamente al Dios de sus padres. Su lealtad a Dios les impidió adorar la estatua que el rey había levantado, sin importar las consecuencias que ello podría acarrear (Dan. 3: 16-18). Al final, la presencia de Dios se manifestó visiblemente entre ellos en el horno de fuego, un milagro que incluso asombró al rey pagano (vers. 24-25). De acuerdo con Elena G. de White:

«Importantes son las lecciones que debemos aprender de lo experimentado por los jóvenes hebreos en la llanura de Dura. [...] Como en los días de Sa-drac, Mesac y Abed-nego, en el periodo final de la historia de esta tierra, el Señor obrará poderosamente en favor de aquellos que se mantengan firmemente por lo recto. El que anduvo con los notables hebreos en el horno de fuego acompañará a sus seguidores dondequiera que estén. Su presencia constante los consolará y sostendrá. En medio del tiempo de angustia cual nunca hubo desde que existe el planeta, sus escogidos permanecerán inconmovibles. Satanás, con toda la hueste del mal, no puede destruir al más débil de los santos de Dios. Los protegerán ángeles excelsos en fortaleza, y Je-hová se revelará en su favor como "Dios de dioses", que puede salvar hasta lo sumo a los que ponen su confianza en él.3

Los adventistas del séptimo día han interpretado los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14: 6-12 como un mensaje para el tiempo del fin, recibido de parte de Dios precisamente antes de la Segunda Venida de Jesús (Apoc. 14: 14-20). Estos importantes mensajes, centrados en la adoración, deben proclamarse con «una fuerte voz» a todos los habitantes de la tierra (vers. 6-7).

Estos ángeles proclaman simbólicamente sus mensajes al mundo entero. Este es el cumplimiento de la predicción de Jesús de Mateo 24: 14 respecto a que el evangelio sería predicado a todo el mundo antes de su regreso. Hay un sentido de urgencia y prisa en la representación de estos tres ángeles y su misión. El primer mensaje insta a todos a centrarse en Dios, como si se hubieran olvidado de él, porque «la hora de su juicio ha llegado». La Segunda Venida de Jesús es el catalizador para el juicio.

El llamado «temed a Dios» (Apoc. 14: 7) generará temor en las mentes de muchos, pero para aquellos que han sido seguidores de Jesús, este llamado es una invitación a temer y a respetar. La gente contempla a Dios y ve el cumplimiento de sus promesas. Los sobrecoge un sentido de reverencia agradecida por su providencia.

«Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!» (ver. 7). Este lenguaje es una alusión inequívoca a la referencia que hace el mandamiento del sábado a la obra de la creación (Éxo. 20: 8-11). El Dios de la creación que instituyó el sábado como un memorial de su poder creativo, es el que debe ser adorado y reverenciado. Es importante notar que la adoración es el tema clave en el gran conflicto, al final de los tiempos. En la lucha épica por la lealtad de la raza humana, este anuncio mundial es un llamado a adorar al Creador. Ranko Stefanovic afirma al respecto:

«El tema central en la crisis final será la adoración. Apocalipsis deja bien claro que la prueba no será la negación de la adoración, sino más bien a quién se adora. En el tiempo del fin, en el mundo habrá solo dos grupos de personas: los que temen y adoran al verdadero Dios (Apoc. 11: 1, 18; 14: 7), y los que odian la verdad y son adoradores del dragón y de la bestia (Apoc. 13: 4-8; 14: 9-11). [...] Si la adoración es el tema central del conflicto final, no es extraño que Dios envíe su evangelio del tiempo del fin, instando a los habitantes de la tierra a tomar a Dios con seriedad y adorarlo como Creador, el único digno de adoración».4

Los adventistas del séptimo día han argumentado que el mandamiento de Dios que insta a recordar y a observar el sábado es un recordatorio semanal del poder del Señor en sus actos de creación y redención. Un período de tiempo que mantiene presente la verdadera razón por la que se debe adorar a Dios. El pionero adventista J. N. Andrews hizo un comentario al respecto:

«Por lo tanto, el sábado descansa en el mismo cimiento de la adoración divina, ya que enseña esta gran verdad de la manera más impresionante y ninguna otra institución lo hace. El verdadero motivo de la adoración a Dios, no solo en el séptimo día, sino en toda adoración, se encuentra en la distinción que se establece entre el Creador y sus criaturas. Este gran hecho nunca puede volverse obsoleto y jamás debe olvidarse».5

Elena G. de White también respalda ese concepto:
«Por eso, es decir, para que esta verdad no se borrara nunca de la mente de los hombres, instituyó Dios el sábado en el Edén y mientras el ser él nuestro Creador siga siendo motivo para que le adoremos, el sábado seguirá siendo señal conmemorativa de ello. Si el sábado se hubiese observado universal-mente, los pensamientos e inclinaciones de los hombres se habrían dirigido hacia el Creador como objeto de reverencia y adoración, y nunca habría habido un idólatra, un ateo, o un incrédulo. La observancia del sábado es señal de lealtad al verdadero Dios, "que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua". Resulta pues que el mensaje que manda a los hombres adorar a Dios y guardar sus mandamientos, los ha de invitar especialmente a observar el cuarto mandamiento».6

Dado que los conceptos bíblicos de adoración, creación y salvación están tan estrechamente entrelazados, los adventistas han considerado la observancia del sábado como el antídoto divino para contrarrestar la falsa adoración. El Nuevo Testamento pone de manifiesto que la adoración verdadera es la expresión de la gratitud del cristiano por el don de la salvación. Sin esta adoración sincera, la comunidad de fe no podrá experimentar la unidad en Cristo ya que esta experiencia compartida es el vínculo de la unidad y el compañerismo.

Referencias:
1. Robert G. Raybum, O Come, Let Us Worship: Corporate Worship in the Evangelical Church (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 1980), p. 21. 2. Los hechos de los apóstoles (Doral, Florida: IADPA 2008), cap. 23, p. 175. 3. Elena G. de White, Profetas y reyes (Doral, Florida: IADPA, s. í), cap. 41, pp. 340-341. 4. Ranko Stefanovic, La revelación de lesucristo (Berrien Springs, Michigan: Andrews UniveTsity Press, 2013), p. 453. 5. J. N. Andrews, History of the Sabbath and Finí Day oj the Week, Adventist Pioneer Library (Jasper: Light Bearers Ministry, 2015), pp. 431-432. ^ 6. Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Doral, Florida: IADPA 2007), cap. 26, p. 433.

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