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CBA Levítico Capítulo 14

CBA Levítico Capítulo 14
2. La ley para el leproso.

Se dan más detalles en cuanto a la purificación de un leproso que acerca de la purificación de cualquier otra impureza. Puesto que el leproso estaba excluido, no sólo del santuario sino también del campamento, su restauración se efectuaba mediante dos ceremonias. La primera le permitía volver al campamento y relacionarse con sus hermanos. La segunda, realizada una semana más tarde, se llevaba a cabo en el atrio del tabernáculo y lo restauraba a una plena comunión y a todos los privilegios de la relación del pacto.

3. Fuera del campamento.

La primera ceremonia, cuyo objeto era capacitar al leproso para que volviera al campamento, se realizaba fuera de éste.

4. Dos avecillas.

Debían ser avecillas silvestres, declara el Talmud; probablemente porque el simbolismo exigía que el pajarito se fuera volando, y una avecilla doméstica no lo hubiera hecho (vers. 7). Algunos comentadores comparan las dos avecillas con los dos machos cabríos usados en los servicios del día de la expiación, uno del Señor, el otro de Azazel. Esta teoría admite objeciones serias. No se habla de expiación en el caso de las avecillas. Se menciona limpieza, pero debe recordarse que no se usaban las avecillas para limpieza. La persona ya había sido declarada limpia. En el caso de las avecillas no se rociaba la sangre en el altar como expiación. En realidad la ceremonia ni siquiera se realizaba en el santuario sino en el campo. Las aves no eran las que se usaban para los sacrificios en el altar; eran aves silvestres. La sangre que se usaba eran unas gotas mezcladas con agua en una vasija lo suficientemente grande como para contener la madera de cedro que, según el Talmud, debía medir un codo. Era una solución muy débil que, evidentemente, no tenía propiedades expiatorias simbólicas. No se dice que las avecillas hubieran sido presentadas como ofrenda por el pecado, ni por la transgresión, ni como holocausto, ni ofrenda de paz, ni como oblación. En realidad no eran sacrificios. Acabada la ceremonia, la persona aún no podía ir al santuario. No podía siquiera ir a su propia tienda. Luego de otros siete días, la persona purificada podía ofrecer su oblación, su ofrenda por la transgresión y sus holocaustos. En esa ocasión se hacía la expiación (vers. 18-21, 29, 31).

6. El cedro.

No se explica claramente el simbolismo del cedro, del hisopo y de la grana. Quizá la fragante madera de cedro recordaba el incienso usado exclusivamente en el santuario. El hisopo simbolizaba la purificación (Sal. 51: 7; ver com. Exo. 12: 22). La "grana" era una faja o tira de lana, teñida dos veces, usada para atar el hisopo a la madera de cedro, puesto que ambos eran mojados con la sangre de la avecilla.

7. Y soltará la avecilla viva en el campo.

Sin embargo, antes de que el sacerdote soltase la avecilla, rociaba siete veces al que debía ser purificado, y lo declaraba limpio. Entonces le mandaba que se lavara la ropa, que se afeitase y que se bañara. Luego de haber realizado esto, podía entrar en el campamento. Debe haber sido un cortejo gozoso el que lo acompañaba de vuelta al campamento. Sin embargo, no estaba totalmente restaurado. No había ofrecido todavía un sacrificio. No había estado todavía en el santuario. No podía entrar en su propia tienda, pero había sido hallado limpio y estaba contento.

La ceremonia era un hermoso cuadro de lo que Dios había hecho y haría por el leproso. Se mataba un ave silvestre, y otra ave era mojada en su sangre y luego libertada. Este era el cuadro del leproso, condenado a muerte, y de su liberación. El leproso ya estaba muriendo, pero había sido sanado. El milagro de su curación estaba relacionado simbólicamente con la sangre y el agua. Se usaba tan sólo muy poca sangre, por así decirlo, quizá sólo una o dos gotas, pero después de que el leproso había sido rociado con ella, se lo declaraba limpio. El verdadero sacrificio no había sido presentado aún. El hombre no había ido aún al altar. La sangre de la avecilla no tiene poder para purificar, pero pronto el sacerdote tomará un cordero y se hará la expiación.

10. El día octavo.

Una semana después de la primera ceremonia, realizada fuera del campamento (vers. 3-8), el leproso se acercaba a la puerta del tabernáculo para cumplir los ritos finales.

Tres décimas de efa.

Tres gomeres, o sea unos 6 litros.

Un log de aceite.

Aproximadamente 0,31 litro.

12. Por la culpa.

Nótese que se exigía una ofrenda por la transgresión para la ceremonia de la purificación de un leproso, pero que no se menciona la ofrenda de paz, que generalmente acompañaba a una ofrenda por la transgresión. Está lejos de ser clara la razón por la cual se exigía la presentación de una ofrenda por la transgresión. Tal ofrenda debía presentarse en todos aquellos casos donde debía hacerse restitución; en los otros casos se exigía una ofrenda por el pecado. Puede preguntarse: ¿Qué había hecho el leproso para que se le exigiese una restitución? Pareciera que al ofrecerse una ofrenda por la transgresión en lugar de una ofrenda por el pecado, el que había de ser purificado ponía su mano sobre la cabeza del animal y confesaba sus pecados. Aunque no se lo mencione explícitamente aquí, es indudable que esta ceremonia se realizaba (Lev. 5: 5; Núm. 5: 7).

Son cinco los aspectos en los cuales la ofrenda por la transgresión en ocasión de la purificación del leproso era diferente: (1) No se exigía que el animal presentado fuese de algún valor determinado como ocurría habitualmente en el caso de la ofrenda por la transgresión (Lev. 5: 16; 6: 6). (2) Se mecía esta ofrenda, al paso que la ofrenda por la transgresión no era mecida. (3) Era mecida por el sacerdote, mientras que la ofrenda mecida común era mecida por el que presentaba la ofrenda, ayudado por el sacerdote (cap. 7: 30). (4) Todo el animal era mecido (cap. 14: 12), lo que solo ocurría en un caso más (cap. 23:20). (5) La presentación de la ofrenda era acompañada con aceite.

La razón que generalmente se da para explicar el hecho de que se presentara una ofrenda por la transgresión y no una ofrenda por el pecado, es que el Señor se había visto privado de los servicios del leproso durante todos los años de su enfermedad. Esto podría ser así sólo en el caso cuando la persona hubiese cometido adrede una acción que la hubiera incapacitado para el servicio.

Si un hombre vive de tal manera que daña su salud, priva a Dios del servicio que le debe. En un caso tal, el hombre debiera ofrecer una ofrenda por la transgresión y hacer restitución dentro de lo posible. Un número excesivo de personas le dan al mundo sus mejores años, y cuando están enfermas y ancianas, se vuelven a Dios. Dios acepta a los tales; pero en verdad han privado a Dios y a la humanidad del servicio que podrían haber prestado, y que deberían haber prestado, si precozmente en su vida se hubiesen consagrado a él.

14. El lóbulo de la oreja derecha.

Esta parte del ritual era similar al rito de consagración del sacerdote y quizá tuviera el mismo significado (cap. 8: 23).

16. El aceite.

Esta parte de la ceremonia pertenece exclusivamente a los ritos de la purificación del leproso. En ningún otro caso se rociaba el aceite. Se usaba la combinación de sangre y aceite (cap. 8: 30), pero nunca aceite solo.

19. El sacrificio por el pecado.

Luego de ofrecer el sacrificio por la transgresión, se ofrecían el sacrificio por el pecado y el holocausto. La ofrenda por la transgresión había efectuado la expiación (vers. 18). Todo descuido pasado había sido perdonado. Finalmente, el sacerdote ofrecía el sacrificio por el pecado, y el holocausto que debía acompañarlo.

21. Si fuere pobre.

Un pobre podía ofrecer dos tórtolas o dos palominos en lugar de los dos corderos exigidos para la ofrenda por el pecado y el holocausto. Sin embargo, no podía sustituirse el cordero de la ofrenda por la transgresión. Debía presentarse el cordero, ya se tratara de un rico o de un pobre. También había una disminución en la cantidad de harina requerida, puesto que se aceptaba 1/10 de efa (unos 2 litros ó 900 gramos) en lugar de los 3/10 del vers. 10. El log de aceite permanecía invariable.

Con la excepción de estos detalles, el ritual proseguía como se lo presenta en los vers. 10-20. El hombre recibía el perdón por todos sus delitos pasados y se le concedía la expiación. Quedaba restaurado a la plena feligresía en la congregación y nuevamente podía participar de los diversos servicios religiosos.

34. Si pusiere.

Esto puede implicar un acto directo de Dios o no. En la Biblia aparecen muchas afirmaciones tales, en las cuales no se hace una clara referencia a un acto de Dios. Por ejemplo: Dios alimenta las aves (Luc 12: 24). Cuando Dios pone una plaga en una casa, puede tratarse de un acto directo de Dios, o puede ser el resultado de la mala construcción hecha por el hombre.

49. Tomará para limpiar la casa.

La casa debía limpiarse, no sólo con la sangre de la avecilla y con agua corriente, sino también con " "la madera de cedro, el hisopo y la grana" (vers. 52).


NOTA ADICIONAL AL CAPÍTULO 14

La reacción frente a la lepra, que llevaba a que el enfermo fuese excluido del campamento, se debía indudablemente al carácter peculiar de la enfermedad. La verdadera lepra estaba íntimamente ligada con la muerte, en la cual acababa normalmente. En sus últimas etapas era en realidad una "muerte en vida", en la cual se producía la necrosis de los tejidos, la ulceración de las carnes y también la atrofia de los miembros. Antes de morir, el leproso era el espectro de la muerte e ilustraba de manera gráfica la paga del pecado. Por esta razón, la lepra ha sido considerada, a través de los siglos, tanto por judíos como por cristianos, como un símbolo del pecado y de sus resultados.

La persona que había sido excluida del campamento por la sospecha de tener lepra, podía llamar al sacerdote si existía la más mínima indicación de que estaba mejorando. Era el deber del sacerdote acudir en tales casos, pero podemos suponer que algunas veces lo hacía un tanto de mala gana. Presintiendo que no había mejoría, podía sentirse tentado a impacientarse con el que lo llamaba o a demorar su visita al pobre leproso. Necesitaba paciencia a fin de no perder nunca el sentido de la compasión que tanto necesitaba el leproso. Debía aprender a no rehuirlo sino a compadecerse de él y ayudarlo. Esta es una lección para los siervos de Dios en la actualidad. Como el sacerdote de antaño, el ministro de Dios hoy debe mostrarse paciente (Heb. 5: 2).

En sus primeras etapas, la lepra no provoca gran dolor físico; sin embargo, el espanto y terror de la enfermedad deben haber afectado vitalmente la vida entera del paciente. Así también el pecado no se hace sentir tan agudamente, y un hombre quizá apenas esté consciente de su naturaleza maligna. La lepra es corrosiva, y se propaga casi sin ser percibida hasta que aparecen las úlceras, la carne viva, y finalmente se produce la atrofia y desaparición de algunas partes del cuerpo. Así también el pecado carcome la belleza y la vida del espíritu, aunque por fuera no existan indicios manifiestos de la condición existente por dentro. Finalmente, la enfermedad brota por fuera, y el hombre se convierte en un 783 cadáver viviente, una masa de repugnante corrupción. Así también el pecado al final da su fruto hasta que la imagen de Dios en el hombre es casi totalmente raída. Así como la lepra termina en la muerte, el pecado lleva a la muerte. Por esto, la lepra se adapta muy bien para simbolizar, como no lo podría hacer ninguna otra enfermedad, los diversos aspectos del pecado.
CBA T1

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