2. Cuando tuviere flujo de semen.
La palabra hebrea zab , traducida "flujo de semen", "flujo seminal" (BJ), no es lo suficientemente específica como para traducirse en esta forma. Significa más bien "flujo" en general,
pudiéndose incluir el flujo normal de ciertas funciones fisiológicas, como también el flujo anormal de alguna enfermedad, tanto en la mujer como en el hombre.
Este capítulo trata de diversos tipos de contaminación, tanto en el hombre como en la mujer. Esas contaminaciones no implicaban transgresión moral, aunque tanto la persona afectada como los que entraban en contacto con ella, quedaban contaminados. Algunas de estas contaminaciones ocurren en el curso normal de la vida, como en el caso de la mujer que tiene el "tiempo de su costumbre" o "sus reglas" (BJ), es decir su menstruación (vers. 25), o un " "flujo de sangre" (vers. 19), o en el caso del hombre que tiene una "emisión de semen" mientras duerme (vers. 16). Llegamos a la conclusión de que las contaminaciones descritas en este capítulo no son resultado del pecado sino del funcionamiento normal del cuerpo, o acaso de alguna condición anormal.
3. Su inmundicia.
En este capítulo se mencionan seis diferentes casos: (1) Condiciones anormales en el hombre (Lev. 15: 2-15; cf. Lev. 22: 4; Núm. 5: 2). (2) Condiciones normales en el hombre (Lev. 15: 16, 17; cf. Lev. 22: 4; Deut. 23: 10, 11). (3) Relaciones conyugales normales (Lev. 15: 18; cf. Exo. 19: 15; 1 Sam. 21: 5; 1 Cor. 7: 5). (4) Condiciones normales en la mujer (Lev. 15: 19-23; cf. Lev. 12: 2; 20: 18). (5) Relaciones conyugales inoportunas (Lev. 15: 24; cf. Lev. 18: 19; 20: 18). (6) Condiciones anormales en la mujer (Lev. 15: 25-30; cf. Mat. 9: 20; Mar. 5: 25; Luc. 8: 43).
14. Dos tórtolas.
En el primero y en el sexto de los casos enumerados en el comentario del vers. 3, cuando existían condiciones físicas anormales, se requería un sacrificio. En los otros casos, no hacía falta. El sacrificio era la menor de todas las ofrendas de sangre: una tórtola o un palomino como ofrenda por el pecado, y lo mismo como holocausto (vers. 29, 30).
31. A fin de que no mueran.
Cualquier persona que se hubiera atrevido a entrar en el santuario en ese estado de contaminación, lo habría contaminado, a pesar de que en la mayoría de los casos la contaminación personal era involuntario y no requería un sacrificio. Estos reglamentos indican el interés de Dios en la salud y la higiene personal, y al mismo tiempo servían para hacer resaltar la santidad de las cosas sagradas. La contaminación ceremonial era símbolo de la contaminación moral. En las leyes levíticas, se hace una clara distinción entre el pecado real y la inmundicia ceremonial.
Dios odia al pecado. Lo ha visto desde sus comienzos, y prevé su fin; sabe lo que es. También aborrece toda clase de impureza, aunque no sea específicamente pecado. Dios hace distinción entre el pecado y la impureza y no llama delincuencia moral a lo que es solamente impureza. Pero Dios hace saber al hombre que toda clase de impureza le desagrada. Esta lección es también para nosotros.
Dios exige santidad; exige limpieza. Requiere de nosotros recato y humildad. Requiere que no embotemos nuestra sensibilidad moral con cosas que tiendan a hacernos menos atentos a su voz.
La palabra hebrea zab , traducida "flujo de semen", "flujo seminal" (BJ), no es lo suficientemente específica como para traducirse en esta forma. Significa más bien "flujo" en general,
pudiéndose incluir el flujo normal de ciertas funciones fisiológicas, como también el flujo anormal de alguna enfermedad, tanto en la mujer como en el hombre.
Este capítulo trata de diversos tipos de contaminación, tanto en el hombre como en la mujer. Esas contaminaciones no implicaban transgresión moral, aunque tanto la persona afectada como los que entraban en contacto con ella, quedaban contaminados. Algunas de estas contaminaciones ocurren en el curso normal de la vida, como en el caso de la mujer que tiene el "tiempo de su costumbre" o "sus reglas" (BJ), es decir su menstruación (vers. 25), o un " "flujo de sangre" (vers. 19), o en el caso del hombre que tiene una "emisión de semen" mientras duerme (vers. 16). Llegamos a la conclusión de que las contaminaciones descritas en este capítulo no son resultado del pecado sino del funcionamiento normal del cuerpo, o acaso de alguna condición anormal.
3. Su inmundicia.
En este capítulo se mencionan seis diferentes casos: (1) Condiciones anormales en el hombre (Lev. 15: 2-15; cf. Lev. 22: 4; Núm. 5: 2). (2) Condiciones normales en el hombre (Lev. 15: 16, 17; cf. Lev. 22: 4; Deut. 23: 10, 11). (3) Relaciones conyugales normales (Lev. 15: 18; cf. Exo. 19: 15; 1 Sam. 21: 5; 1 Cor. 7: 5). (4) Condiciones normales en la mujer (Lev. 15: 19-23; cf. Lev. 12: 2; 20: 18). (5) Relaciones conyugales inoportunas (Lev. 15: 24; cf. Lev. 18: 19; 20: 18). (6) Condiciones anormales en la mujer (Lev. 15: 25-30; cf. Mat. 9: 20; Mar. 5: 25; Luc. 8: 43).
14. Dos tórtolas.
En el primero y en el sexto de los casos enumerados en el comentario del vers. 3, cuando existían condiciones físicas anormales, se requería un sacrificio. En los otros casos, no hacía falta. El sacrificio era la menor de todas las ofrendas de sangre: una tórtola o un palomino como ofrenda por el pecado, y lo mismo como holocausto (vers. 29, 30).
31. A fin de que no mueran.
Cualquier persona que se hubiera atrevido a entrar en el santuario en ese estado de contaminación, lo habría contaminado, a pesar de que en la mayoría de los casos la contaminación personal era involuntario y no requería un sacrificio. Estos reglamentos indican el interés de Dios en la salud y la higiene personal, y al mismo tiempo servían para hacer resaltar la santidad de las cosas sagradas. La contaminación ceremonial era símbolo de la contaminación moral. En las leyes levíticas, se hace una clara distinción entre el pecado real y la inmundicia ceremonial.
Dios odia al pecado. Lo ha visto desde sus comienzos, y prevé su fin; sabe lo que es. También aborrece toda clase de impureza, aunque no sea específicamente pecado. Dios hace distinción entre el pecado y la impureza y no llama delincuencia moral a lo que es solamente impureza. Pero Dios hace saber al hombre que toda clase de impureza le desagrada. Esta lección es también para nosotros.
Dios exige santidad; exige limpieza. Requiere de nosotros recato y humildad. Requiere que no embotemos nuestra sensibilidad moral con cosas que tiendan a hacernos menos atentos a su voz.
CBA T1
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