Mentras se esforzaban por cumplir su misión, Esdras y Nehemías enfrentaron oposición. Sin embargo, ellos perseveraron en su objetivo de reconstruir los muros de Jerusalén y restaurar la ciudad destruida. Con un celo santo, trabajaron para lograr el propósito al que Dios los había llamado.
Cuando se le pidió que detuviera su trabajo, Nehemías se negó. «Así que envié unos mensajeros a decirles: "Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo ir. Si bajara yo a reunirme con ustedes, la obra se vería interrumpida"» (Nehemías 6: 3, NVI). ¿Por qué era tan importante su trabajo? Porque Dios lo estaba dirigiendo. ¡Trabajar en la causa de Dios es importante, no por nosotros, sino por él! Y porque estamos participando nada más y nada menos que en su misión, la cual tiene sentido y permanencia. Su obra siempre tendrá consecuencias eternas. Ayudar a otros a encontrar a Cristo, animarlos a seguirlo e instruirlos para que se desarrollen en su relación con Dios es un logro que no tiene precio.
Nehemías confiaba en que, a pesar de las dificultades y la animosidad, el Señor lucharía por él y por su pueblo. Alentó al pueblo a dejar el miedo y mostrar coraje y valentía. Les dio su palabra de que Dios siempre estaría con ellos. Les recordó el Éxodo y cómo Dios luchó por su pueblo cuando fueron amenazados por el poderoso ejército egipcio (Éxodo 14: 13-14) y repitió su promesa de victoria (lea el canto de victoria de Moisés en Éxodo 15). Mostrándose seguro, Nehemías declaró a los habitantes de Jerusalén: «¡Nuestro Dios peleará por nosotros!» (Ne-hemías 4 :20, NVI).
Los ojos de Dios estaban sobre los israelitas, protegiéndolos: «Pero los ojos de Dios velaban sobre los ancianos de los judíos, y no les hicieron suspender la obra hasta que el asunto fuera llevado a Darío y se recibiera una carta de respuesta sobre esto» (Esdras 5: 5). ¡Qué seguridad! Dios estaba al mando, y esto se demuestra por una frase que aparece ocho veces en el libro de Esdras y en el de Nehemías: «La mano de Jeho-vá [tú, su, mi, nuestro] Dios» (Esdras 7: 6, 28, NVI) o la expresión: «La [...] mano de [tú, su, mi, nuestro] Dios» (Esdras 7: 9; 8: 18, 22, 31; Nehemías 2: 8, 18) es evidencia de que Dios estaba protegiéndolos y proveyendo para ellos, tanto a nivel individual como grupal. La confianza en la mano poderosa de Dios (Nehemías 1: 10) es evidente en la conversación que Esdras tuvo con el rey Artajerjes: «La mano de nuestro Dios está, para bien, sobre todos los que lo buscan; pero su poder y su furor contra todos los que lo abandonan» (Esdras 8: 22). Dios estaba con su pueblo, protegiéndolos y brindándoles éxito: «La mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros y nos libró de manos de enemigos y asaltantes en el camino» (Esdras 8: 31).
Necesitamos perseverar en llevar a cabo la obra de Dios y continuar avanzando por fe. Elena G. de White afirma de manera acertada: «Cuando Dios prepara el camino para la realización de cierta obra, y da seguridad de éxito, el instrumento escogido debe hacer cuanto está en su poder para obtener el resultado prometido. Se le dará éxito en proporción al entusiasmo y la perseverancia con que haga la obra» (Profetas y reyes, cap. 21, p. 176). La determinación, el enfoque y el entusiasmo son esenciales. El éxito no es automático: debe ser alimentado por la alegría y una actitud positiva.
Cuando era pequeño, escuché una historia sobre un marajá, un príncipe hindú más importante que un rajá, que tenía tres famosos jardines. Todos querían ver sus jardines porque eran famosos en todo el mundo. En una ocasión, un buen amigo lo visitó y, después de un banquete, pidió ver los jardines. Estaba asombrado por la belleza y el orden del primer jardín, así que lo elogió mucho. El marajá le dijo: «Bueno, vayamos ahora al segundo». Este era incluso más hermoso que el primero, así que el huésped prodigó elogios por su belleza.
Cuando se le pidió que detuviera su trabajo, Nehemías se negó. «Así que envié unos mensajeros a decirles: "Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo ir. Si bajara yo a reunirme con ustedes, la obra se vería interrumpida"» (Nehemías 6: 3, NVI). ¿Por qué era tan importante su trabajo? Porque Dios lo estaba dirigiendo. ¡Trabajar en la causa de Dios es importante, no por nosotros, sino por él! Y porque estamos participando nada más y nada menos que en su misión, la cual tiene sentido y permanencia. Su obra siempre tendrá consecuencias eternas. Ayudar a otros a encontrar a Cristo, animarlos a seguirlo e instruirlos para que se desarrollen en su relación con Dios es un logro que no tiene precio.
Nehemías confiaba en que, a pesar de las dificultades y la animosidad, el Señor lucharía por él y por su pueblo. Alentó al pueblo a dejar el miedo y mostrar coraje y valentía. Les dio su palabra de que Dios siempre estaría con ellos. Les recordó el Éxodo y cómo Dios luchó por su pueblo cuando fueron amenazados por el poderoso ejército egipcio (Éxodo 14: 13-14) y repitió su promesa de victoria (lea el canto de victoria de Moisés en Éxodo 15). Mostrándose seguro, Nehemías declaró a los habitantes de Jerusalén: «¡Nuestro Dios peleará por nosotros!» (Ne-hemías 4 :20, NVI).
Los ojos de Dios estaban sobre los israelitas, protegiéndolos: «Pero los ojos de Dios velaban sobre los ancianos de los judíos, y no les hicieron suspender la obra hasta que el asunto fuera llevado a Darío y se recibiera una carta de respuesta sobre esto» (Esdras 5: 5). ¡Qué seguridad! Dios estaba al mando, y esto se demuestra por una frase que aparece ocho veces en el libro de Esdras y en el de Nehemías: «La mano de Jeho-vá [tú, su, mi, nuestro] Dios» (Esdras 7: 6, 28, NVI) o la expresión: «La [...] mano de [tú, su, mi, nuestro] Dios» (Esdras 7: 9; 8: 18, 22, 31; Nehemías 2: 8, 18) es evidencia de que Dios estaba protegiéndolos y proveyendo para ellos, tanto a nivel individual como grupal. La confianza en la mano poderosa de Dios (Nehemías 1: 10) es evidente en la conversación que Esdras tuvo con el rey Artajerjes: «La mano de nuestro Dios está, para bien, sobre todos los que lo buscan; pero su poder y su furor contra todos los que lo abandonan» (Esdras 8: 22). Dios estaba con su pueblo, protegiéndolos y brindándoles éxito: «La mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros y nos libró de manos de enemigos y asaltantes en el camino» (Esdras 8: 31).
Necesitamos perseverar en llevar a cabo la obra de Dios y continuar avanzando por fe. Elena G. de White afirma de manera acertada: «Cuando Dios prepara el camino para la realización de cierta obra, y da seguridad de éxito, el instrumento escogido debe hacer cuanto está en su poder para obtener el resultado prometido. Se le dará éxito en proporción al entusiasmo y la perseverancia con que haga la obra» (Profetas y reyes, cap. 21, p. 176). La determinación, el enfoque y el entusiasmo son esenciales. El éxito no es automático: debe ser alimentado por la alegría y una actitud positiva.
Cuando era pequeño, escuché una historia sobre un marajá, un príncipe hindú más importante que un rajá, que tenía tres famosos jardines. Todos querían ver sus jardines porque eran famosos en todo el mundo. En una ocasión, un buen amigo lo visitó y, después de un banquete, pidió ver los jardines. Estaba asombrado por la belleza y el orden del primer jardín, así que lo elogió mucho. El marajá le dijo: «Bueno, vayamos ahora al segundo». Este era incluso más hermoso que el primero, así que el huésped prodigó elogios por su belleza.
Luego, el marajá llevó a su amigo al tercer jardín, que era mucho más espléndido que los dos primeros.
—¿Cuál es el secreto de tus jardines? —le preguntó el amigo al marajá.
—El secreto tiene que ver con los que están trabajando en cada jardín —explicó el marajá—. En el primer jardín trabajan los esclavos y, como obedecen mis órdenes, el jardín es hermoso. En el segundo jardín trabajan obreros libres. Ellos ganan un buen salario y, como saben que soy generoso, se esfuerzan para poder hacerse ricos.
El amigo cada vez se ponía más curioso.
—Entonces, ¿quiénes trabajan en el tercer jardín, que es más hermoso que los dos primeros?
—Ah —respondió el marajá—, en el tercer jardín trabajan todos aquellos a los que he perdonado. Cometieron un crimen o un delito, recibieron el perdón y ahora trabajan para mí solo por gratitud. Su trabajo nace del amor y crea el jardín más hermoso, magnífico y esplendoroso.
Esta historia probablemente no es real, pero contiene una profunda sabiduría espiritual. Por experiencia, sabemos que la gratitud y el amor aligeran nuestras cargas. Damos fácilmente todo de nosotros y la tarea no es onerosa. De la misma manera, cuando amamos a Dios, con agrado hacemos todo por él. Jesús destaca esta dinámica cuando nos invita a seguirlo y descansar en sus brazos amorosos: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros» (Mateo 11: 28-30, DHH).
—¿Cuál es el secreto de tus jardines? —le preguntó el amigo al marajá.
—El secreto tiene que ver con los que están trabajando en cada jardín —explicó el marajá—. En el primer jardín trabajan los esclavos y, como obedecen mis órdenes, el jardín es hermoso. En el segundo jardín trabajan obreros libres. Ellos ganan un buen salario y, como saben que soy generoso, se esfuerzan para poder hacerse ricos.
El amigo cada vez se ponía más curioso.
—Entonces, ¿quiénes trabajan en el tercer jardín, que es más hermoso que los dos primeros?
—Ah —respondió el marajá—, en el tercer jardín trabajan todos aquellos a los que he perdonado. Cometieron un crimen o un delito, recibieron el perdón y ahora trabajan para mí solo por gratitud. Su trabajo nace del amor y crea el jardín más hermoso, magnífico y esplendoroso.
Esta historia probablemente no es real, pero contiene una profunda sabiduría espiritual. Por experiencia, sabemos que la gratitud y el amor aligeran nuestras cargas. Damos fácilmente todo de nosotros y la tarea no es onerosa. De la misma manera, cuando amamos a Dios, con agrado hacemos todo por él. Jesús destaca esta dinámica cuando nos invita a seguirlo y descansar en sus brazos amorosos: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros» (Mateo 11: 28-30, DHH).
El papel de las buenas obras
La Biblia enseña claramente que somos salvos por gracia mediante la fe en Cristo Jesús (Juan 5: 24; Romanos 3: 22-24; Efesios 2: 4-9), en lugar de las obras (Romanos 3: 21, 28; 4: 6; Gálatas 2: 16). Si esto es así, ¡por qué son entonces importantes las buenas obras? La Biblia es clara en que nuestras acciones y nuestra obediencia a Dios no tienen poder para ganarnos la salvación. Nuestros actos no allanan el camino al cielo. Tampoco nuestras obras construyen el reino de Dios en la tierra, porque estamos esperando el establecimiento de su reino en el futuro (Daniel 2: 44-45). Confesamos, junto con los reformadores y muchos protestantes, que somos salvos sola gratia, sola fide y solus Chistus, «solo por gracia», «solo por fe» y «solo por Cristo». La salvación se logra solo a través de la voluntad y los actos de Dios. Creemos que no somos salvos por nuestras obras, sino únicamente por las obras de Jesús: su vida y su muerte victoriosa, inigualable y santa (Juan 3: 16; Romanos 5: 10; 2 Corintios 5: 21). Su expiación en la cruz aseguró nuestra salvación y no hay nada que nosotros podamos añadirle (Romanos 3: 25; 5: 8; Hebreos 9: 28). Hoy, él vive para interceder por nosotros como el gran Intercesor Todopoderoso (Romanos 8: 34; 1 Timoteo 2: 5; Hebreos 7: 25).
Como cristianos adventistas del séptimo día, confesamos que seguimos a Cristo y guardamos sus mandamientos, no para ser salvos, sino porque somos salvos. Debemos obedecer a Dios en gratitud por el don gratuito de la salvación. La fe no es lo que nos salva; solo Jesucristo salva. La fe es la mano a través de la cual recibimos la gracia de Dios y es el medio a través del cual aceptamos su redención. El agradecimiento por todo lo que él ha hecho inspira y motiva nuestras vidas.
Aunque somos salvos por la abundante misericordia de Dios, solo a través de la fe; la fe nunca permanece sola. La fe es la raíz y la acción es el fruto. La gracia es la causa de nuestra sumisión al Señor, la cual nos mueve a obedecerlo y a guardar su ley.
Dios siempre toma la iniciativa (Génesis 3: 9; 1 Juan 4: 19). Él es la fuente de todas las cosas buenas y nos lleva a responder adecuadamente a su deseo de salvar a todos (1 Timoteo 2: 4; Santiago 1: 17; 2 Pedro 3: 9). Esta gracia preventiva (es decir, habilitadora) influye en nuestro corazón y en nuestra mente. Asimismo, nos capacita para responder positivamente (Filipenses 2:13; vea también Efesios 2: 1-5) a su llamado a regresar y arrepentirnos (Isaías 45: 22; Joel 2: 12-13; Marcos 1: 15; Juan 12: 32; Hechos 2: 38). La gracia preventiva nos habilita y nos lleva a aceptar la gracia salvadora. El arrepentimiento no es obra nuestra, sino el resultado de abrir nuestro corazón a Dios y, bajo la influencia de su Espíritu y su Palabra (Juan 3: 3-8; Romanos 12: 1-2; 2 Tesalonicenses 2: 13), se transforma nuestra mente y nuestros pensamientos. Cuando aceptamos la Palabra de Dios y la obra del Espíritu Santo, nacemos de nuevo y ocurre un reavivamiento espiritual (Génesis 1: 2-3; Ezequiel 37: 4-10, 14; Zacarías 4: 6; Romanos 8: 11; Santiago 1: 18; 1 Pedro 1: 23).
Trabajamos para Cristo y para los demás porque su gracia habilitadora, su Palabra y el Espíritu nos impulsan a hacerlo (Ezequiel 36: 25- 28). Si realizamos buenas obras, no tenemos nada de qué jactarnos (Jeremías 9: 23-24; 1 Corintios 1: 29-31) porque las obras que realizamos ya nos fueron preparadas por Dios (Efesios 2: 10). Todo se logra a través del poder de su Palabra, «a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3: 17).
La función de las buenas obras
Como somos salvos únicamente por la gracia de Dios (Romanos 4: 5), muchos concluyen erróneamente que las buenas acciones, las obras o la obediencia son prescindibles e innecesarias en la vida cristiana. Este es un grave error y una mala interpretación de la Palabra (Romanos 3: 31; 6: 1- 4; 1 Corintios 7: 19). Pero esta noción equivocada plantea una pregunta interesante. Si las buenas obras no nos salvan, ¿cuál es su papel en la vida cristiana? Se trata de una pregunta importante y hay cuatro factores que debemos tomar en cuenta cuando se piensa en las obras y en el caminar cristiano.
La Biblia enseña claramente que somos salvos por gracia mediante la fe en Cristo Jesús (Juan 5: 24; Romanos 3: 22-24; Efesios 2: 4-9), en lugar de las obras (Romanos 3: 21, 28; 4: 6; Gálatas 2: 16). Si esto es así, ¡por qué son entonces importantes las buenas obras? La Biblia es clara en que nuestras acciones y nuestra obediencia a Dios no tienen poder para ganarnos la salvación. Nuestros actos no allanan el camino al cielo. Tampoco nuestras obras construyen el reino de Dios en la tierra, porque estamos esperando el establecimiento de su reino en el futuro (Daniel 2: 44-45). Confesamos, junto con los reformadores y muchos protestantes, que somos salvos sola gratia, sola fide y solus Chistus, «solo por gracia», «solo por fe» y «solo por Cristo». La salvación se logra solo a través de la voluntad y los actos de Dios. Creemos que no somos salvos por nuestras obras, sino únicamente por las obras de Jesús: su vida y su muerte victoriosa, inigualable y santa (Juan 3: 16; Romanos 5: 10; 2 Corintios 5: 21). Su expiación en la cruz aseguró nuestra salvación y no hay nada que nosotros podamos añadirle (Romanos 3: 25; 5: 8; Hebreos 9: 28). Hoy, él vive para interceder por nosotros como el gran Intercesor Todopoderoso (Romanos 8: 34; 1 Timoteo 2: 5; Hebreos 7: 25).
Como cristianos adventistas del séptimo día, confesamos que seguimos a Cristo y guardamos sus mandamientos, no para ser salvos, sino porque somos salvos. Debemos obedecer a Dios en gratitud por el don gratuito de la salvación. La fe no es lo que nos salva; solo Jesucristo salva. La fe es la mano a través de la cual recibimos la gracia de Dios y es el medio a través del cual aceptamos su redención. El agradecimiento por todo lo que él ha hecho inspira y motiva nuestras vidas.
Aunque somos salvos por la abundante misericordia de Dios, solo a través de la fe; la fe nunca permanece sola. La fe es la raíz y la acción es el fruto. La gracia es la causa de nuestra sumisión al Señor, la cual nos mueve a obedecerlo y a guardar su ley.
Dios siempre toma la iniciativa (Génesis 3: 9; 1 Juan 4: 19). Él es la fuente de todas las cosas buenas y nos lleva a responder adecuadamente a su deseo de salvar a todos (1 Timoteo 2: 4; Santiago 1: 17; 2 Pedro 3: 9). Esta gracia preventiva (es decir, habilitadora) influye en nuestro corazón y en nuestra mente. Asimismo, nos capacita para responder positivamente (Filipenses 2:13; vea también Efesios 2: 1-5) a su llamado a regresar y arrepentirnos (Isaías 45: 22; Joel 2: 12-13; Marcos 1: 15; Juan 12: 32; Hechos 2: 38). La gracia preventiva nos habilita y nos lleva a aceptar la gracia salvadora. El arrepentimiento no es obra nuestra, sino el resultado de abrir nuestro corazón a Dios y, bajo la influencia de su Espíritu y su Palabra (Juan 3: 3-8; Romanos 12: 1-2; 2 Tesalonicenses 2: 13), se transforma nuestra mente y nuestros pensamientos. Cuando aceptamos la Palabra de Dios y la obra del Espíritu Santo, nacemos de nuevo y ocurre un reavivamiento espiritual (Génesis 1: 2-3; Ezequiel 37: 4-10, 14; Zacarías 4: 6; Romanos 8: 11; Santiago 1: 18; 1 Pedro 1: 23).
Trabajamos para Cristo y para los demás porque su gracia habilitadora, su Palabra y el Espíritu nos impulsan a hacerlo (Ezequiel 36: 25- 28). Si realizamos buenas obras, no tenemos nada de qué jactarnos (Jeremías 9: 23-24; 1 Corintios 1: 29-31) porque las obras que realizamos ya nos fueron preparadas por Dios (Efesios 2: 10). Todo se logra a través del poder de su Palabra, «a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3: 17).
La función de las buenas obras
Como somos salvos únicamente por la gracia de Dios (Romanos 4: 5), muchos concluyen erróneamente que las buenas acciones, las obras o la obediencia son prescindibles e innecesarias en la vida cristiana. Este es un grave error y una mala interpretación de la Palabra (Romanos 3: 31; 6: 1- 4; 1 Corintios 7: 19). Pero esta noción equivocada plantea una pregunta interesante. Si las buenas obras no nos salvan, ¿cuál es su papel en la vida cristiana? Se trata de una pregunta importante y hay cuatro factores que debemos tomar en cuenta cuando se piensa en las obras y en el caminar cristiano.
1. Las buenas obras no ganan la salvación, pero desempeñan un papel crucial en la salvación de los demás.
Nadie puede sentirse atraído por Dios y seguirlo a menos que sus seguidores demuestren sus virtudes. Jesús subrayó esta idea cuando dijo: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo» (Mateo 5: 16, NVI; ver también 1 Pedro 2: 12). Y también al decir: «De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Juan 13: 35, NVI). En el Antiguo Testamento, el profeta Ezequiel declara que los hijos de Dios hacen que el Señor viva o muera entre las naciones según el modo en que viven (Ezequiel 36: 22-23). Dios quiere reivindicar su nombre y demostrar que está vivo mostrándose a sí mismo a través de su pueblo (Ezequiel 36: 23).
Cuando los que nos rodean vean el poder y la belleza de la gracia transformadora de Dios en nuestra vida, sentirán el deseo de tener una relación similar con Dios. Las buenas obras autentican el testimonio y el evangelismo, nos ayudan a ser testigos fieles de Dios (Hechos 1: 8) y hacen que nuestra historia sea real. Las buenas obras son instrumentos poderosos para predicar el evangelio y cumplir la obra, misión y visión de Dios.
Cuando los que nos rodean vean el poder y la belleza de la gracia transformadora de Dios en nuestra vida, sentirán el deseo de tener una relación similar con Dios. Las buenas obras autentican el testimonio y el evangelismo, nos ayudan a ser testigos fieles de Dios (Hechos 1: 8) y hacen que nuestra historia sea real. Las buenas obras son instrumentos poderosos para predicar el evangelio y cumplir la obra, misión y visión de Dios.
2. Las buenas obras reflejan la calidad de nuestra relación con Dios.
Las buenas obras reflejan la calidad de nuestra relación con Dios. La carencia de buenas obras es un reflejo de que nuestra comunión con Dios es defectuosa. Una falsa amistad no puede durar. Nuestro comportamiento es más fuerte que nuestras palabras y dice si nuestra fe está viva o muerta (Santiago 2: 14, 17- 20, 26). Como un termómetro, muestran la vitalidad de nuestro adventismo, si Dios es el Señor de nuestra vida. Abren nuestros ojos y nos ayudan a ver si nuestra confesión de fe coincide con nuestras acciones. Jesús proclama: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando» (Juan 15: 14, DHH). Juan declara sin titubeos que cualquiera que diga que ama a Dios «pero odia a su hermano, es mentiroso» (1 Juan 4: 20). Santiago sostiene que no ayudar a los demás es un reflejo de que la fe es vacía, muerta e inútil (Santiago 2: 17, 20).
3. Las buenas obras nos alegran y nos causan complacencia (Romanos 12: 9-13; Gálatas 6: 2; 1 Pedro 2: 11-12).
La obediencia a Dios y las acciones positivas no solo producen felicidad y satisfacción (porque dar produce más placer que recibir), sino que también hacen que nuestro adventismo sea atractivo, emocionante y agradable a los demás. Es un placer rodearse de personas que dan amor y se preocupan. Los adventistas del séptimo día deben ser conocidos por su bondad, consideración, sensibilidad y compasión. Cuando conocemos a Cristo, todos deben reconocerlo y notar la diferencia: los cónyuges, hijos, amigos, colegas y vecinos lo notarán. Los que visitan los centros comerciales y los pasajeros de los autobuses, trenes y aviones verán la diferencia. La gracia de Dios, su palabra y su espíritu transforman a los creyentes de manera tangible y los convierten en personas con las que da gusto estar. La gente se siente naturalmente atraída por aquellos que exudan paz, alegría y positividad. Como Dios sirve debemos servir; como Dios es abnegado debemos ser abnegados; como Dios es misericordioso, debemos ser misericordiosos; como Dios perdona, debemos perdonar y como Dios nos alienta, nosotros también debemos alentar.
4. Las buenas obras son importantes para mantener y desarrollar nuestra relación con Cristo (1 Corintios 10: 31; Colosenses 1: 10).
La oración diaria, el estudio de la Biblia, el testimonio, el ayuno, la dadivosidad, el diezmo, la mayordomía, la moderación y la participación en la adoración son hábitos que nos ayudan a disfrutar de una vida espiritual saludable. Cuanto más participemos en la adoración los sábados, más nos ocuparemos en trabajar para Dios durante la semana. Cuanto más disfrutemos de la presencia de Dios en nuestra vida, más testificaremos alegremente de su bondad y sus grandes obras. Estas buenas acciones son vitales para desarrollar la disciplina en la vida, porque los hábitos diarios generan disciplina. Y la disciplina trae sabiduría, éxito, felicidad y crecimiento espiritual (Proverbios 1: 7; 3: 11; 5: 23; 10: 17; 12: 1; 13: 18; 15: 32; 19: 20; 25: 28). Pablo señala que el control propio es un fruto del Espíritu (Gálatas 5: 23) y una señal de que el Espíritu de Dios está obrando en nosotros.
Estas cuatro funciones de las buenas obras revelan nuestra identidad, quiénes somos. Al igual que la tierna obediencia de Esdras y Nehemías, confirman que somos hijos de Dios (Romanos 8: 12-16; 1 Corintios 9: 1; 15: 58; 16: 10; 2 Corintios 9: 8; Filipenses 1: 6; 1 Timoteo 5: 10; 6: 18; Hebreos 10: 24) y que estamos viviendo una vida que es «la fe que obra por el amor» (Gálatas 5: 6).
DR. JIRĺ MOSKALA
Estas cuatro funciones de las buenas obras revelan nuestra identidad, quiénes somos. Al igual que la tierna obediencia de Esdras y Nehemías, confirman que somos hijos de Dios (Romanos 8: 12-16; 1 Corintios 9: 1; 15: 58; 16: 10; 2 Corintios 9: 8; Filipenses 1: 6; 1 Timoteo 5: 10; 6: 18; Hebreos 10: 24) y que estamos viviendo una vida que es «la fe que obra por el amor» (Gálatas 5: 6).
DR. JIRĺ MOSKALA
Comentarios
Publicar un comentario