E1 significado hebreo del nombre Nehemías es «el Señor consuela», «consuelo del Señor» o «consolado por el Señor». Nehemías fue un gobernador exitoso desde el 444 a. C. al 432 a. C. (Nehemías 5: 14), y fue el líder político y comunitario del pueblo de Dios durante ese tiempo. Antes de ir a Jerusalén, ocupaba un alto cargo administrativo y también se desempeñaba como «copero del rey» (Nehemías 1: 11, NVI) y disfrutaba de la plena confianza de los monarcas a los que sirvió en las cortes reales de Susa y Babilonia (Nehemías 1: 1; 13: 6). Su relato concluye con su regreso a Jerusalén y la implementación de muchas reformas (Nehemías 13: 8-31).
Con una personalidad única e interesante, Nehemías poseía extraordinarias cualidades de liderazgo. Vivía enfocado en hacer la voluntad de Dios y su providencia era la fuente de todo lo bueno en su vida (Nehemías 2: 8). El libro que lleva su nombre lo presenta de una manera inusual, comenzando con su estancia en Susa en el palacio real del rey Artajerjes. Susa, la antigua capital de Elam y más tarde de Persia, estaba situada cerca de las montañas Zagros en el río Karkheh, al este del río Tigris. Era una de las ciudades más influyentes en el antiguo Cercano Oriente. El ascenso de los asirios bajo Asurbanipal condujo a su destrucción en el año 646 a. C., pero fue reconstruida y posteriormente conquistada por Ciro de Persia en el 539 a. C.
Los persas convirtieron a Susa en un importante centro, el cual floreció bajo el reinado de Darío I (522-486 a. C.), que no debe confundirse con el Darío mencionado en Daniel 6. Este rey estableció en Susa su palacio inverna, en el año 521 a. C, que más tarde se en una de las valiosas posesiones de Alejandro Magno (356-32 a. C.).
Cuando Hanani, que era hermano de Nehemías llego con otros hombres de Judá a Susa, Nehemías pregunto por la situación en Jerusalén E. informe fue desolador: «Los que se libraron del destierro y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran calamidad y humillación La muralla de Jerusalén sigue derribada, con sus puertas con-sumidas por el fuego» (Nehemías 1: 3, NV1). Nehemías quedó devastado: «Cuando oí estas palabras me senté y lloré». (Nehemías 1: 4). En su angustia y luto, Nehemías afirma: «Ayuné y oré al Dios del cielo» durante varios días (Nehemías 1: 4, NVI). Imploró elocuentemente: «Señor, Dios del cielo, grande y temible, que cumples el pacto y eres fiel con los que te aman y obedecen tus mandamientos, te suplico que me prestes atención, que fijes tus ojos en este siervo tuyo que día y noche ora en favor de tu pueblo Israel» (Nehemías 1: 5-6, NVI). Continúa luego confesando los pecados de Israel, recordándole a Dios cómo redimió a sus hijos descarriados con un gran despliegue de fuerza y poder. En vista de todo esto, Nehemías suplica que Dios le dé éxito cuando se presente delante el rey: «Señor, te suplico que escuches nuestra oración, pues somos tus siervos y nos complacemos en honrar tu nombre. Y te pido que a este siervo tuyo le concedas tener éxito y ganarse el favor del rey» (Nehemías 1:11, NVI).
Se trata de una de las oraciones más emotivas de la Biblia. Al confesar los pecados del pueblo de Dios, Nehemías pide la intervención misericordiosa de Dios a su favor y, mientras ora por su desafortunada situación, se muestra dispuesto a ir a Jerusalén a ayudar. Él entendía que solo el amor de Dios podría guiar a su pueblo durante los tiempos difíciles, y que necesitaba de ese apoyo divino al presentar su atrevida solicitud al rey.
Según el capítulo 2, unos cuatro meses después, Nehemías tuvo la oportunidad de hablar con el rey sobre la situación en Jerusalén. Aunque tenía miedo de pedir una aprobación especial, durante una conversación aprovecho de pedirle canas de protección al rey Artajerjes (en contraste con Esdras, que se sentía menos cómodo con el poder real y más inclinado a renunciar a esa ayuda) y los materiales necesarios para la reconstrucción de Jerusalén. Sus peticiones fueron gratamente concedidas y el gobernante no solo le entregó cartas oficiales, sino que también nombró a «capitanes del ejército y gente de a caballo., para que acompañaran a Nehemías (Nehemías 2: 7-9). Dios recompensó las oraciones, el ayuno, la perseverancia y la paciencia de Nehemías.
El ejemplo de Nehemías puede ayudarnos a aprender cómo manejar las circunstancias difíciles. Cuando surgen problemas, muchos acusan a Dios de ser injusto, afirmando que no es un Dios amoroso sino un tirano egoísta que solo piensa en sí mismo. Por supuesto, nada más lejos de la verdad, ya que Dios siempre está con nosotros y nunca contra nosotros. Él se siente empático y se solidariza con nosotros cuando nos encontramos en problemas. El profeta Isaías describe esta hermosa característica divina de esta manera:
«En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su
faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, los trajo
y los levantó todos los días de la antigüedad» (Isaías 63:9).
La conexión de Dios con Nehemías, así como su conexión con la situación de toda la humanidad, también se refleja en el Nuevo Testamento. El versículo más corto de la Biblia: «Jesús lloró» (Juan 11: 35), revela las profundas emociones de Cristo. En este caso, estaba muy afligido por la muerte de su querido amigo Lázaro. Sus sentimientos se descompusieron y sintió compasión por María y Marta. De la misma forma, él se solidariza con nuestra condición humana desesperada. La pobreza, la mortalidad, las separaciones familiares, el desamparo y la fragilidad no escapan a su atención. Alabemos a Dios porque él aún es la solución a nuestro dilema: Él es la resurrección y la vida (Juan 11: 25).
El temor del Señor
La clave para entender la vida y el ministerio de Nehemías la encontramos en su relación con Dios. No permitió que nada eclipsara su lealtad a Jehová. Sus oraciones, ayunos y su temor a Dios tenían su origen en un deseo sincero de cultivar una relación vertical con su Creador.
Es importante destacar esta profunda espiritualidad. De particular importancia es la experiencia de Nehemías de «temer a Dios». ¿Qué significa temer a Dios? Esta es una pregunta importante, ya que hoy en día el significado de la frase es en gran medida incomprendido, lo cual es lamentable, porque todo en la vida depende de la correcta comprensión y aplicación del mandato divino de «temer al Señor».
Nehemías 1:11 declara que los siervos de Dios se complacen dar honra a su nombre (NTV); es decir, se deleitan en «reverenciar» su nombre (NVI). Cuando Nehemías descubrió que los líderes del pueblo de Dios estaban explotando a los pobres, él los acusó abiertamente: «¡No está bien lo que ustedes hacen! ¿Acaso no deberían andar en el temor de nuestro Dios para evitar que nos pongan en ridículo las naciones enemigas?» (Nehemías 5: 9, NTV, la cursiva es nuestra).
Nehemías continúa explicando que nunca ejerció su derecho a ser servido por el pueblo y de recibir apoyo financiero para él y sus hermanos (Nehemías 5: 14-15). Justifica su posición de esta manera: «Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios. También trabajé mi parte en la restauración de este muro, y no he comprado heredad; también todos mis criados estaban allí juntos en la obra» (Nehemías 5: 15-16, la cursiva es nuestra). El temor de Dios era claramente un componente clave del camino de Nehemías con Dios.
¿Qué es exactamente el temor a Dios? Este se presenta en el libro de Apocalipsis como la primera exigencia del evangelio eterno (Apocalipsis 14: 7). Debemos discernir entre el miedo existencial, que es una consecuencia de la transgresión, y el mandato divino de temer a Dios. En el principio, el temor a las consecuencias ate el resultado inmediato del pecado. Luego de que Adán y Eva desobedecieron a Dios, el Señor preguntó: «¿Dónde estás?». La respuesta de Adán revela su nueva y terrible realidad: «Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, por eso me escondí» (Génesis 3: 9-10). La primera pareja, en lugar de disfrutar de la presencia de Dios, se escondió porque sintió miedo.
La estrategia de Satanás es alejar a las personas de Dios haciendo que le teman. Él los atormenta con el temor a las dificultades (1 Pedro 3:14; Apocalipsis 2: 10; compare con Mateo 5: 10-12). Y como esta es la estratagema de Satanás, no es de extrañar que las Escrituras alienten a los creyentes, diciéndoles: «No tengan miedo» (Isaías 35: 4; 41: 10, 13-14; 43: 1; NVI).
Dios es el secreto para obtener sabiduría. El libro de Proverbios enfatiza la importancia de la verdadera sabiduría y nos dice que el secreto para obtenerla es el temor de Dios (Proverbios 1: 7; 9: 10). La sabiduría no es solo la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, sino también de seguir lo que es correcto (Proverbios 3: 5-9), reconociendo y honrando a Dios en la vida diaria. Sin esta capacidad de discernir entre el bien y el mal, no es posible vivir una vida significativa (Proverbios 2: 9-16; 3: 2, 4, 13, 16, 17).
Hay muchos aspectos en los que no sabemos cómo temer a Dios, por lo que es fundamental que reconozcamos este déficit y trabajemos para corregirlo (Deuteronomio 31: 12-13). Primero, necesitamos entender lo que no significa el temor del Señor. No significa tener miedo de Dios o temblar de miedo. Temer con temor, por otro lado, es un aspecto legítimo de temer a Dios, ya que es un temblor que nace del temor ante su santidad en su presencia. Temblar de asombro produce humildad, debido al increíble contraste entre la santidad de Dios y nuestra pecaminosidad. Él es el Dios del amor, así como el Dios de la verdad y la justicia. Lo admiramos, lo seguimos y lo adoramos, porque nadie es como él (Éxodo 34: 6-8; Isaías 40: 25-29; 44: 6-8).
La frase «temor de Dios» aparece en la Biblia por primera vez cuando Abraham da su opinión sobre los habitantes de la ciudad filistea de Gerar. Cuando se reveló que Sara era su esposa y no su hermana, Abraham habla con Abimelec y lamenta su suposición de que la gente de Gerar no tenía temor de Dios (Génesis 20: 11). Y sí, resulta extraño que Abraham, que era temeroso de Dios, le temiera a un rey pagano más de lo que «temía» a Dios.
La segunda aparición de esta expresión ocurre en el Monte Sinaí, cuando Dios habló y el pueblo tuvo miedo, entonces le imploró a Moisés que les hablara él en lugar de Dios. Moisés responde a su petición, con las palabras: «No tengan miedo [...]. Dios ha venido a ponerlos a prueba, para que sientan temor de él y no pequen» (Éxodo 20: 20, NV1).
Definiciones de temer a Dios
¿Qué significa temer a Dios? Como ya se mencionó en los párrafos anteriores, podemos entender que el respeto y la reverencia a Dios están detrás de esta breve expresión. Las siguientes son cuatro definiciones prácticas que pueden ayudarnos a entender el significado de esta frase.
Primero, temer a Dios significa tomar todas las decisiones de acuerdo con Dios y su voluntad. Todo lo que se haga debe hacerse de acuerdo a su ley y sus enseñanzas, y respetando a nuestro prójimo y la naturaleza. «Tema toda la tierra al Señor; hónrenlo todos los pueblos del mundo» (Salmo 33: 8, NVI; ver también Eclesiastés 8: 12-13; Jeremías 10: 6-7).
Imagine que usted hace un viaje misionero de tres semanas a la India. Al regresar a casa, su cónyuge le pregunta: «Cariño, cuando estabas en la India, ¿siempre pensaste en mí?». Si su respuesta es honesta, será que no, porque usted bien sabe que sus pensamientos no estuvieron con su cónyuge todo el tiempo. Cuando se asoma un ceño fruncido en los ojos inquisitivos de su amor, usted agrega rápidamente: «No te preocupes, cariño, porque cada vez que tengo que tomar una decisión, siempre lo hago respetándote»
Es imposible pensar en un padre, cónyuge o hijo todo el tiempo. Sin embargo, un hijo, padre o cónyuge fiel siempre tomará decisiones basadas en el respeto hacia su ser querido. De manera similar, ¡el creyente debe tomar sus decisiones basadas en el respeto a Dios, su Palabra y su voluntad!
Segundo, temer a Dios significa temer entristecerlo. Cuando mis hijas estaban pequeñas, como de seis años, preguntaban: «Papá, ¿con quién nos casaremos?». Mi respuesta era sencilla: «Cásense con alguien que tema entristecer a Dios». Y luego les explicaba: «Si las personas con las que se casen temen entristecer a Dios, ellos temerán entristecerlas a ustedes. ¡Pero si a ellos no les importa Dios o no lo respetan, menos le importarán ustedes!».
Este aspecto de temer a Dios implica el deseo de hacerlo feliz, como un niño que busca complacer a un padre. Nuestra relación con Dios es la relación más importante de toda la vida y todas las demás relaciones surgen de ella. ¿Suena demasiado simple? Mire lo que dijo Jesús: «Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mateo 18: 3, NVI).
Tercero, temer a Dios significa amarlo y obedecerlo. No suena natural vincular el concepto del amor con el miedo porque este no está representado en los idiomas modernos. Pero en la Biblia, está claramente presente. «Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios? Simplemente que le temas y andes en todos sus caminos, que lo ames y le sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma, y que cumplas los mandamientos y los preceptos que hoy te manda cumplir, para que te vaya bien» (Deuteronomio 10: 12-13, NVI; ver también Deuteronomio 6: 1-3; Salmo 103: 17). Temer a Dios significa estar enamorado de él, depender de él, estar dedicado a él y serle obediente.
Cuarto, temer a Dios significa cultivar la conciencia de su presencia. «El ojo de Jehová está sobre los que lo temen» (Salmo 33: 18). Nada escapa a la atención de Dios y nadie puede huir del Dios omnipresente del universo. ¡Esto no significa que él sea un «controlador celestial», sino un Padre amoroso y cariñoso! El temor de Dios implica una aguda conciencia de su atención indivisa y del privilegio de vivir en su presencia.
Para cultivar el sentido de temor ante Dios, es importante disfrutar de su presencia, experimentar su santidad y asombrarse de su gracia y su amor. Debemos decir, junto con los ángeles: «Santo, santo, santo, es el Señor Todopoderoso» (Isaías 6: 3, NVI; consultar también el Salmo 2. 11-12; Filipenses 2: 12-13). Dios no es nuestro semejante o una deidad sentimental; es un fuego consumidor y un amigo fiel. Cuando David experimentó el temor del Señor e imaginó de manera acertada a Dios delante de él, se volvió imbatible. Pero cuando lo perdió de vista, se hizo vulnerable. Su trágica aventura con Betsabé muestra hasta qué punto cayó cuando se olvidó de la presencia de Dios (2 Samuel 11). Tal vez esta experiencia dolorosa inspiró su resolución espiritual plasmada en este conmovedor salmo: «Siempre tengo presente al Señor; con él a mi derecha, nada me hará caer» (Salmo 16: 8, NVI). Este sentido de la presencie de Dios contrasta con la actitud de aquellos que le dan la espalda al temor de Dios (Salmo 36: 1; 86: 14; considere también el Salmo 56: 3-4)
Siglos antes de David, Moisés también albergó un temor sano y santo de Dios. «Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey, porque se sostuvo como viendo al Invisible» (Hebreos 11: 27). La profunda relación de Moisés con Dios le permitió actuar sin temor. Incluso ante el gran peligro y la posible aniquilación a manos de Faraón, perseveró debido a su confianza permanente en un Dios Todopoderoso e invisible.
Por supuesto, una cosa es tomar estos ejemplos sagrados de las Escrituras y otra muy distinta traducir sus experiencias en nuestra vida. Para lograrlo, algunos imaginan la presencia de Dios haciendo, en parte o en su totalidad, lo siguiente: 1) colocan otro plato en la mesa para recordar que Jesús está comiendo con ellos; 2) mientras leen, miran televisión o trabajan en sus computadoras, colocan una silla junto a ellos para Jesús, representando su participación en la actividad; o 3) invitan a Jesús y unirse a ellos en el automóvil mientras conducen.
¿Cómo se puede practicar activamente la presencia de Dios? Cualquier método que escoja le ayudará a convertir los momentos de rutina en una conversación con Dios. Así lo hizo Nehemías. Él cultivaba la presencia de Dios en su vida. No era la devoción a una doctrina abstracta lo que lo motivaba. No era una exigencia de desempeño personal que se había impuesto. No se trataba de un arduo deber religioso. Era simplemente Nehemías viviendo su vida, motivado e inspirado por un temor sano y santo de Dios.
El temor de Dios es crucial en nuestro caminar espiritual. Si disfrutamos de su presencia en nuestra vida, entonces nuestras decisiones se tomarán basadas en él y su ley; entonces temeremos entristecerlo. Estaremos ansiosos por seguirlo con todo nuestro corazón, alma y fuerzas (Deuteronomio 6: 5).
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