Nehemías 5 trata sobre una amenaza que proviene de la misma comunidad de la fe: el liderazgo codicioso y corrupto. El problema se enfrenta prestando atención al clamor, promoviendo una reforma y estableciendo un liderazgo consagrado. Los detalles de la respuesta a esta amenaza se detallan en tres secciones de Nehemías 5:
1. Versículos 1 al 5: El fuerte clamor de los pobres y explotados
2. Versículos 6 al 13: El mal corregido: la reforma social
3. Versículos 14 al 19: Un patrón de liderazgo consagrado
Resulta traumático observar las trágicas consecuencias de nuestra naturaleza pecaminosa. El pecado es egocentrista y el egoíámo conduce a la explotación de los demás. Esto es así hoy y también lo era para el pueblo de Dios en el pasado. Nehemías describe la situación: «En cambio, los gobernadores que me precedieron habían impuesto cargas sobre el pueblo, y cada día les habían exigido comida y vino por un valor de cuarenta monedas de plata. También sus criados oprimían al pueblo. En cambio yo, por temor a Dios, no hice eso. Al contrario, tanto yo como mis criados trabajamos en la reconstrucción de la muralla y no compramos ningún terreno» (Nehemías 5: 15-16, NVI). Estas circunstancias eran una triste realidad para el pueblo y fue por ello que el sagaz liderazgo de Nehemías resultó transformador para ellos.
Al igual que David, Nehemías entendió que todos y todo pertenece al Señor: «De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan» (Salmo 24: 1). Los humanos somos administradores de las posesiones que Dios nos ha confiado. En el Nuevo Testamento, Pablo se hace eco de esta verdad cuando escribe: «Lo que se requiere de los administradores es que cada uno sea hallado fiel» (1 Corintios 4: 2).
Contra los líderes corruptos
Nehemías ayudó desinteresadamente a los pobres y se opuso a los líderes corruptos. Los más desfavorecidos estaban siendo esclavizados como mano de obra barata para los ricos y poderosos. Incapaces de trabajar su propia tierra y proveer para sí mismos, se vieron obligados a vender a sus hijos a la esclavitud para poder sobrevivir. No tenían dinero para comprar comida y rogaban para que los ayudaran. Cuando Nehemías escuchó que la gente estaba hipotecando sus campos, viñedos y hogares para pagar impuestos, dice la Palabra que se enojó muchísimo (ver Nehemías 5:6).
Es adecuado e importante mostrar enojo y decepción ante la injusticia social y la explotación. Nehemías no temía hablar de manera abierta y directa con los nobles y los funcionarios, a quienes reprendía incluso públicamente (Nehemías 5: 8). Él los llamaba a actuar en el temor de Dios y detener las injusticias. Llegó tan lejos como para ordenarles que devolvieran todos los campos, viñedos y casas confiscados, junto con todo lo demás que habían cobrado de manera usurera. Necesitaban reembolsar los intereses de los préstamos hipotecarios que habían tomado como garantía. Aunque parezca increíble, los funcionarios prometieron cumplir con las exigencias de Nehemías.
Un liderazgo consagrado es fundamental para la restauración de la justicia, ya que este ejercerá una influencia positiva incluso frente a los más poderosos explotadores. Al convocar a los sacerdotes, Nehemías afirmó sus promesas de reforma con un juramento (Nehemías 5: 12). La lección fue aprendida: ¡los líderes no deben esclavizar a sus hermanos y hermanas!
El liderazgo magnánimo de Nehemías
El resto del capítulo 5 describe algunas características de la vida abnegada de Nehemías. Nehemías renunció a la parte que le era asignada como gobernador, pero se aseguró de que los líderes y los invitados recibieran alimentos diariamente. Por reverencia a Dios, también se dedicó a trabajar en el muro de Jerusalén (Nehemías 5: 14-18). En el último versículo del capítulo, Nehemías pide el favor de Dios: «¡Acuérdate de mí para bien, Dios mío, y de todo lo que hice por este pueblo!» (Nehemías 5: 19; ver también 13: 14, 22, 31). La primera parte de esta petición, «Acuérdate de mí para bien, Dios mío» es también la última frase del libro (Nehemías 13: 31). Es una oración en la que clama por la misericordia y la gracia divina. Su petición no evidencia en forma alguna la salvación por las obras, y no tiene nada que ver con acumulación de méritos. Nehemías simplemente está haciendo hincapié en la misericordia de Dios hacia su pueblo y su obra redentora (Nehemías 1: 9-10). Además, el libro también hace hincapié en el perdón, la compasión y la bondad de Dios (Nehemías 9: 17, 19, 25, 35). La obra de Nehemías demuestra su total dedicación y compromiso con el Señor. Al mismo tiempo, es un llamado para que Dios lo juzgue con justicia por haber actuado con respeto a Dios y su nombre. Nehemías proclama sin tapujos: «Yo no hice así, a causa del temor de Dios» (Nehemías 5: 15). Nehemías anhela la amorosa» aprobación de Dios porque cree en su abundante misericordia, después de haber servido al Señor con todo su corazón, a pesar de sus defectos.
La justicia y la justificación bíblicas
En la Biblia, la justicia abarca la preocupación por las viudas, los huérfanos, los inmigrantes y los extranjeros, y los pobres. Este cuarteto social representa a los más vulnerables de la sociedad (Deuteronomio 10: 18; 14: 29; Isaías 1: 17; Jeremías 22: 16; Zacarías 7: 10; Santiago 1: 27). Hacer justicia, derramar nuestro corazón por los demás con buenas obras, es una expresión del corazón, pero no una base para la justificación. No somos justificados porque ayudamos a los vulnerables, sino que ayudamos a los vulnerables porque somos salvos. La justificación de Dios, aceptada a través de la fe en Cristo, cambia nuestra actitud hacia aquellos que necesitan ayuda.
La justicia es importante para Dios. El reprueba la parcialidad (Éxodo 23: 3; Santiago 2: 9) y ve nuestro cuidado por los pobres como un termómetro de nuestra relación con él. Hay amplia evidencia en los textos bíblicos de que Dios le da mucha importancia a la justicia social y condena la injusticia (Proverbios 22: 22; Isaías 1: 23; 29: 21; Ezequiel 18: 12; 22: 7, 29; Amos 2: 6; 4: 1; 5: 12, 24; Habacuc 1: 4; Zacarías 7: 10; Oseas 12:6). Este tema se repite en pasajes del Nuevo Testamento como Marcos 12: 38-40 y Santiago 2: 1-7.
El estilo de vida de un individuo consagrado
El resto de las Escrituras es consecuente en cuanto a la importancia de actuar contra la injusticia. El profeta Isaías nos dice que un estilo de vida consagrado se interesa por la injusticia y la opresión:
«El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo? ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba y tu sanidad se dejará ver en seguida; tu justicia irá delante de ti y la gloria de Jehová será tu retaguardia» (Isaías 58: 5-8).
El profeta Zacarías está de acuerdo y hace un poderoso llamado: «Esto es lo que yo ordeno: Sean ustedes rectos en sus juicios, y bondadosos y compasivos unos con otros. No opriman a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los extranjeros, ni a los pobres. No piensen en cómo hacerse daño unos a otros» (Zacarías 7: 9-10, DHH).
No tener compasión por los más vulnerables y marginados refleja que tenemos una pobre relación con Dios. Es necesaria una transformación del corazón. En su primera epístola, Juan declara de manera contundente: «Si alguno dice: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: "El que ama a Dios, ame también a su hermano"» (1 Juan 4: 20-21).
Una vez escuché una historia, que probablemente sea una parábola, sobre una anciana rica que quería dejarle su propiedad a su sobrino. Ella no tenía a nadie más, pero no estaba segura de si su buen comportamiento hacia ella era real o fingido. Ella quería dejar su riqueza a alguien que cuidaría de los demás, debido a que ella siempre ayudaba a los pobres y daba dinero a causas benéficas.
Un día, se disfrazó de limosnera para descubrir cómo trataría su sobrino a una persona necesitada. El sobrino la trató groseramente y le pidió que se fuera, amenazándola con llamar a la policía. Como resultado, se dio cuenta de lo que realmente había en el corazón de él.
Procurar la excelencia en el servicio a los necesitados no es un trabajo sino un ministerio. Jesús proclamó: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5: 3). El servicio no es una obra que solo le corresponde al pastor; es también la vocación de vida de cada seguidor de Cristo. Exige una dedicación total al Señor, una participación sincera y un compromiso total con los necesitados. Es una respuesta al llamado a servir y no ser servidos.
La presencia del pastor forma parte integral del cuidado pastoral, pero el pastor no puede hacer todo por los demás. El pastor necesita ayuda. El ministerio abnegado incluye visitar a la gente en su casa y buscar a los demás donde viven, trabajan, juegan, ríen y lloran. Jesús modeló perfectamente este estilo de vida. «Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (Marcos 10: 45).
El mensaje es claro: el objetivo del ministerio es la gente, y cómo ayudarla sabia y efectivamente con sus problemas. Ofrecer esta ayuda tiene consecuencias eternas. Hacerlo proporciona información relevante que los ayudará a pensar, a tomar decisiones sensatas y a hacer lo correcto. El camino a Cristo se traza a través del ministerio de servicio, la oración y los actos de bondad.
El amor es la norma
La comprensión de las enseñanzas bíblicas y el conocimiento cabal de la teología son insuficientes si no se traducen en servicio en la vida diaria. El ministerio a los necesitados es lo que realmente importa. El apóstol Pablo proclama: «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13: 1-3). El amor es un fruto del Espíritu (Gálatas 5: 22) que juega un papel clave en honrar a Dios, porque Dios es amor (Deuteronomio 7: 8; 1 Juan 4: 16). El servicio abnegado a los pobres es un indicador de que el amor de Dios mora en nuestro corazón (ver Santiago 2: 14-17).
Todas nuestras acciones y nuestro ministerio se miden por nuestros motivos; por la presencia o la ausencia de amor. Elena G. de White declara de forma inequívoca: «El que escudriña los corazones pesa los motivos, y muchas veces acciones calurosamente aplaudidas por los hombres son registradas por él como provenientes del egoísmo y la baja hipocresía. Cada acto de nuestra vida, bien sea excelente y digno de loor, o merecedor de censura, es juzgado por Aquel que escudriña los corazones según los motivos que lo produjeron» (Obreros evangélicos, cap. 61,
p. 292). La misma autora nos recuerda que cada acción de nuestra vida «es juzgada, no por la apariencia externa, sino por el motivo que la impulsó» (Testimonios para la iglesia, t. 3, cap. 80, p. 556). Esta declaración revela que todo acto depende del motivo. Es imperativo que nuestro ministerio brote de un corazón lleno de amor y gratitud. El servicio toma varias formas, que incluyen una sonrisa, un gesto confortador, una palabra amable, ayuda financiera, trabajo generoso y estudios bíblicos.
En la parábola de los talentos (Mateo 25: 14-30), Jesús hace hincapié en que nuestra actitud es crucial para el servicio. Los que amaban a su señor trabajaron diligentemente y sus habilidades se redoblaron. El que temía a su señor y lo consideraba un jefe cruel y dominante (véanse los versículos 24 y 25), se presenta como malvado y perezoso. Cultivaba malos pensamientos sobre su señor. Este cuadro errado de Dios va en detrimento de la vida cristiana. Solo una persona que valora el perdón y la aceptación de Dios como su hijo o hija puede verdaderamente amar y servir (Lucas 7: 47; Juan 1: 12; 1 Juan 3: 1; 5: 12-13).
La última parábola en el discurso escatológico de Jesús en Mateo 24 y 25, enseña estas verdades de forma elocuente. Los que esperaban la Segunda Venida de Cristo no solo trabajaban diligentemente (Mateo 25: 14-23), sino que también participaban en actividades sencillas en favor de los necesitados. Jesús destaca seis actividades cuatro veces y siempre en la misma secuencia. Dice lo siguiente sobre los justos:
«Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: "Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron". Y le contestarán los justos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?". El Rey les responderá: "Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí"» (Mateo 25:34-40, NVI).
Los malvados, por otra parte, son descritos como individuos sin ningún interés en ayudar a los necesitados; ajenos a las necesidades y preocupaciones de sus semejantes.
Por supuesto, el corazón humano se puede cegar fácilmente a la difícil situación de los menos afortunados. Había un hombre rico que solo pensaba en sí mismo y se preocupaba muy poco por las necesidades de los demás. Su pastor lo visitó para tratar de abrirle los ojos a las necesidades perentorias que lo rodeaban, así que, llevó al hombre rico a una ventana y le preguntó qué veía.
—Bueno, veo gente afuera, niños en el patio de recreo, automóviles, casas, etcétera.
Luego el pastor lo puso frente a un espejo y le hizo la misma pregunta:
—¿Qué ves ahora?
—Me veo a mí mismo —respondió el hombre rico.
—La ventana y el espejo están hechos de vidrio —le dijo el pastor—. Pero hay una diferencia importante. En la parte posterior del espejo hay una capa de plata. Esto significa que, si estás apegado a tus posesiones y riquezas, no puedes ver a los demás como lo haces a través de la ventana.
Tal vez sea hora de pasar menos tiempo frente al espejo y más tiempo en la ventana. Las bendiciones de Dios nos permiten vivir para otros y apoyar espontáneamente los esfuerzos humanitarios. Aquel que creó el corazón humano sabe que este debe dar para vivir. «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20: 35). Siempre habrá pobres entre nosotros (Mateo 26: 11) y el verdadero gozo se obtiene ofreciéndoles una mano amiga.
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