1. Cantaré.
Este capítulo es un salmo de acción
de gracias. Es una continuación apropiada del capítulo anterior, en el cual el
Mesías efectúa la liberación de los justos de manos de sus opresores. Así como
los israelitas cantaron el cántico de Moisés (Exo. 15) después de ser librados
de los egipcios, se ha de entonar otro cántico de liberación cuando Jehová alce
" "otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo" " (Isa. 11: 11). En
los cap. 25 y 26 aparecen himnos de triunfo similares. En Apoc. 15: 3, se ve a
los redimidos de todas las edades cantando un cántico triunfal después de su
victoria final.
2. Dios es salvación mía.
En el tiempo de la invasión de Senaquerib, lo que salvó al pueblo de
Dios no fue el ejército de Israel, ni los muros que rodeaban a Sión, sino el
Señor mismo (cap. 37: 33-36). En los últimos días, el remanente fiel será
salvado del poder del enemigo por la mano de Jehová.
JAH Jehová.
En hebreo aparece repetido el nombre sagrado, primero en su forma
abreviada, y luego en la forma completa, es decir, Yah Yahweh . Es posible que
esta repetición, característica en Isaías, indique un mayor énfasis.
3. Fuente de la salvación.
Cuando
los israelitas atravesaron el desierto, Dios les proporcionó agua de la roca
herida (Exo. 17: 6; Núm. 20: 8-11). Este milagro posteriormente fue celebrado
con una ceremonia impresionante en el templo durante la fiesta de los
tabernáculos (DTG 413). Se sacaba agua de la fuente de Siloé (ver com. Isa. 8:
6) en una vasija de oro, y se la llevaba al templo, donde se la vertía en el
altar de los holocaustos. Cuando los sacerdotes se dirigían a la fuente,
acompañados de un coro de levitas, muchos adoradores los seguían para beber del
agua viva que brotaba de la vertiente en la ladera de la colina del templo.
Jesús hizo referencia a esta ceremonia en el último día de la fiesta, cuando
invitó a la gente a venir a él para beber (Juan 7: 37). Cristo es la fuente de
la cual surge el agua que da vida y sanidad a las naciones. (Eze. 47: 1; Joel 3:
18; Zac. 14: 8; DTG 28).
4. Haced célebres
. . . sus obras.
Se estimula al pueblo de Dios a que recuerde las
mercedes que Dios ha realizado en su favor, y a que cuente a otros cuán
maravillosas son sus bendiciones. Si entre el pueblo de Dios hubiera más
alabanza, habría menos desánimo y crítica. El que no recuerda los admirables
actos de misericordia del cielo, es quien con mayor probabilidad olvida a Dios
(Rom. 1: 21-23) y se explaya en los errores de sus hermanos.
5. Cosas magníficas.
Los actos de
misericordia que Dios realiza en favor de sus hijos son incontables. ¿Por qué,
pues, no recordarlos y cantar alabanzas al Señor por sus magníficas mercedes? El
canto disipa el desánimo y el temor, rechaza la tentación y fortalece el alma
contra los ardides del diablo.
6. El Santo
de Israel.
Ver com. cap. 1: 4. Isaías no representa a un Dios distante
encerrado en un cielo santo, sino a un Dios que moraba con su pueblo (cap. 57:
15; 66: 1-2). Dios con su pueblo -Emanuel: "con nosotros Dios" - era el mensaje
de la vida y de las palabras de Isaías (cap. 7: 14; 8: 8, 10). Los que han sido
librados del pecado interior y de los enemigos exteriores (ver com. vers. 1) no
deben callar las mercedes del cielo. No basta pensar que sólo en el futuro,
sobre el mar de vidrio, será el momento de unirse al cántico de los redimidos.
En esta vida tenemos el privilegio de elevar nuestras voces en canto, con el
gozo y la paz del cielo en el corazón. Con este himno de alabanza (cap. 12)
concluye lo que se ha dado en llamar el "Libro de Emanuel" de la profecía de
Isaías.
CBA T4
Libro de Isaías capítulo 12
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