1. En el año.
Probablemente el año 740/739 a.
C. Evidentemente esta fecha es importante. En el año final del largo reinado de
Uzías (52 años), el Señor concedió al joven Isaías una visión que confirmaba su
vocación para que ejerciera la misión profética, y le dio un mensaje de
reprensión para Israel (PR 226-228; 2JT 348-349). Era un tiempo de peligro y
crisis. El gran rey asirio Tiglat-pileser III había ascendido al trono en 745, y
casi inmediatamente comenzó una serie de campañas que culminaron con la
conquista de buena parte del Asia Occidental (ver p. 130). En 745 luchó contra
Babilonia; en 744 invadió el territorio al noreste de Asiria, y entre 743 y 738
realizó campañas anuales contra el noroeste. En sus anales, Tiglat-pileser
menciona con frecuencia a Azriau de Iauda, al que generalmente se identifica con
Azarías (Uzías) de Judá, quien sin duda era el caudillo de la resistencia contra
la agresión asiria en los países de la región mediterránea del Asia. También se
menciona a Manahem de Israel. Uzías murió mientras Tiglat-pileser dirigía sus
campañas contra los reyes occidentales. El que se había opuesto tan
decididamente a Asiria, había muerto. ¿Cuál sería la suerte de Judá? ¿Todo el
mundo caería presa de las armas asirias? Por causa de sus pecados, el profeso
pueblo de Dios había perdido la protección divina. El poderío asirio parecía
invencible, y aparentemente antes de mucho Judá sería vencido, y Asiria
dominaría al mundo.
Señor sentado sobre un trono.
Esta
manifestación de la gloria divina acaeció en una de las visitas de Isaías a los
sagrados recintos del templo (PR 228). Dios tenía el propósito de que Isaías
pudiera captar una visión más amplia que la que le proporcionaba su ambiente.
Dios deseaba hacerle saber que, a pesar del poderío de Asiría, él seguía siendo
supremo en su trono, y que bajo su dominio estaban todos los asuntos terrenales.
A Moisés se le concedió una visión similar de Dios (Exo. 24: 10). Más de cien
años antes del tiempo de Isaías, el profeta Micaías había visto a Jehová sentado
en su trono, rodeado de los ejércitos del cielo (1 Rey. 22: 19). Anteriormente,
durante el reinado de Uzías, Amós también vio al Señor, "que estaba sobre el
altar" (Amós 9: 1). Más tarde, durante el cautiverio babilónico, tanto Daniel
(Dan. 7: 9) como Ezequiel (Eze. 1: 1; 10: 1-5) vieron visiones del Señor en su
trono. También Juan, en la isla de Patmos, vio algo similar (Apoc. 4: 1-6).
Cuando los peligros asedian al pueblo de Dios, y las potestades de las tinieblas
parecen estar a punto de prevalecer, Dios invita a con templarlo sentado en su
trono, dirigiendo los asuntos del cielo y la tierra, a fin de que los suyos se
reanimen y tengan esperanza (Ed 169).
Sus faldas llenaban el templo.
En el momento cuando se le, concedió esta visión, Isaías estaba orando
en el atrio del templo (PR 228). Las puertas del templo parecieron abrirse ante
él, y en el lugar santísimo vio a Dios mismo sentado en su trono. La palabra
hebrea hekal , comúnmente empleada para referirse al templo, designa a ese lugar
como 170 "templo" o "palacio" del gran Rey del cielo (cf. Sal. 11: 4; 29: 9;
Hab. 2: 20). Las "faldas" son la vestimenta de la infinita gloria de Dios. Juan
(cap. 12: 41) aplica esta visión a Cristo.
2. Serafínes.
Heb. sérafim , que significa literalmente,
"los que queman" o "los que arden".
Seis alas.
Compárese con
Apoc. 4: 8, donde los seres vivientes que Juan vio en derredor del trono también
tenían seis alas. Sin embargo, los seres vivientes vistos por Ezequiel, sólo
tenían cuatro alas (Eze. 1: 6). Isaías vio que estos ángeles con dos alas se
cubrían el rostro, en actitud de homenaje y reverencia delante de Dios, con dos
alas se cubrían los pies, y con dos volaban. Ezequiel vio (que los seres
vivientes con dos alas se cubrían el cuerpo, mientras extendían las otras dos
hacia arriba (Eze. 1: 11).
3. Santo, santo,
santo.
Los ángeles que rodean el trono de Dios sienten profundamente el
principal atributo divino: la perfecta santidad de carácter. Los seres vivientes
que Juan vio en torno del trono también clamaban: " "Santo, santo, santo es el
Señor Dios Todo poderoso" " (Apoc. 4: 8). Dios procuraba impresionar en la mente
de Isaías el concepto de su santidad, a fin de que el profeta siempre colocara
ante su pueblo este atributo del carácter divino, para que pudiera sentirse
estimulado a apartarse de sus pecados y aspirara a la santidad. En el rollo
1QIsª de los Manuscritos del Mar Muerto (t. I, p. 35; t. IV, p. 128) se omite la
palabra "diciendo", y sólo aparece dos veces la palabra "santo".
Llena
de su gloria.
Cf. cap. 40: 5. La percepción de la gloria y de la
santidad de Dios induce a los hombres a humillarse ante él. En un tiempo cuando
las tinieblas cubrían la tierra y oscuridad las naciones (cap. 60: 2), Isaías
esperaba la hora cuando la gloria de Dios cubriría toda la tierra.
4. Los quiciales de las puertas.
Literalmente, "los umbrales", es decir la piedra horizontal en la cual
estaban los orificios dentro de los cuales giraban los pivotes de las puertas.
Los cimientos mismos del templo parecían estremecerse ante la voz de Dios.
Humo.
Como de incienso, que reflejaba la luminosa gloria de
Dios. Cf. Exo. 19: 18, donde se describe al monte Sinaí como cubierto de humo y
temblando "en gran manera", y Apoc. 15: 8, donde el templo aparece lleno de humo
a causa de la gloria de Dios.
5. ¡Ay de mí!
Isaías había pronunciado ayes sobre los pecadores del pueblo de Dios
(cap. 5: 8-30). Ahora, lleno de pavor, al encontrarse en la presencia de un Dios
santo, siente profundamente las imperfecciones de su propio carácter. Pasaremos
por la misma experiencia en la medida en que nos acerquemos a Dios.
Han
visto mis ojos.
Esta visión de la santidad y gloria de Dios proporcionó
a Isaías una idea de la pecaminosidad e insignificancia del hombre. Al
contemplar a Dios y luego mirarse a sí mismo, comprendió que él no era nada en
comparación con el Eterno. En la presencia del "Santo de Israel" (cap. 5: 24)
vio su culpabilidad. Moisés ocultó su rostro cuando entró en la presencia de
Dios (Exo. 3: 6), y Job se aborreció a sí mismo y se arrepintió en polvo y
ceniza (Job 42: 6).
6. Del altar.
El dorado altar del incienso (ver com. Exo. 30: 1-5), el cual era, en
esencia, un altar de intercesión (ver com. Exo. 30: 6-8). Juan vio que las
plegarias de los corazones de los pecadores arrepentidos eran presentadas con
incienso ante el trono de la gracia (Apoc. 8: 3-4).
7. Tocó tus labios.
El carbón encendido del altar
representaba el poder refinador y purificador de la gracia divina. También
significaba una transformación del carácter. Desde ese momento, el único gran
deseo de Isaías para su pueblo fue que ellos también pudieran experimentar la
misma obra de purificación y transformación. Nuestra mayor necesidad hoy es que
nuestros labios sean tocados con el santo fuego del altar de Dios.
8. Envíame.
La respuesta de Isaías
fue inmediata. Como Pablo, Isaías tenía un gran deseo: que Israel pudiera ser
salvo (cf. Rom. 10: 1). Sabía que el castigo pronto caería sobre el pueblo
culpable, y anhelaba que los israelitas abandonaran sus pecados. A partir de
entonces, la única tarea de Isaías sería la de llevar el mensaje divino de
amonestación y esperanza a Israel, a fin de que pudiera captar la visión del
amor y de la santidad de Dios para ser salvo.
9. Oíd bien.
Como muchos otros profetas, Isaías se
enfrentaba a una tarea difícil. Dios le advirtió que el mensaje del cual era
portador, en buena medida sería desoído; que a pesar de todo lo que él pudiera
hacer, el pueblo continuaría andando en sus malos caminos. Su triste destino
sería un aparente fracaso, pero sin duda no mayor del que se manifestó en el
ministerio de Jesús (Mat. 13: 14-15; 171 15; Juan 12: 37-41) y el de Pablo
(Hech. 28: 26-27). Repetidas veces se citan estas palabras aplicándolas a los
tiempos del NT. Sin embargo, a Isaías se le había asegurado que su obra no sería
totalmente en vano, porque Dios le reveló que un remanente sería salvado (cap.
1: 9; 6: 13; 10: 21 ). Por otra parte, Pablo comprendió que en su tiempo los
judíos ya habían hecho su decisión final y habían dejado de ser el pueblo de
Dios (Hech. 28: 26-28; Rom. 9-11).
10. Engruesa el corazón.
"Haz torpe el corazón" " (BJ). La
percepción espiritual de Israel sería tan torpe, que no harían caso ni siquiera
de los mensajes más conmovedores que el cielo pudiera enviar. La situación sería
similar a la de Faraón cuando endureció su corazón, y rehusó cumplir con el
mensaje de Dios presentado por medio de Moisés (ver com. Exo. 4: 21). En los
días de Isaías no fue Dios quien cegó los ojos del pueblo o entorpeció su
corazón. Ellos mismos provocaron esa situación por haber rechazado las
advertencias que Dios les enviaba. Con cada rechazo de la verdad, el corazón se
endurece más, y la percepción espiritual se embota más, hasta que al final es
completamente imposible percibir las cosas espirituales. Dios no se deleita con
la muerte de los impíos, y hace todo lo posible para apartarlos de sus malos
caminos, a fin de que puedan vivir y no morir (Eze. 18: 23-32; 33: 11; 1 Tim. 2:
4; 2 Ped. 3: 9).
11. ¿Hasta cuándo, Señor?
Isaías afrontaba una lúgubre perspectiva. Le resultaba difícil creer que
la situación que Dios le describía pudiera perdurar. Después de algún tiempo el
pueblo seguramente volvería en sí, y aceptaría el mensaje divino de salvación y
liberación. De aquí su pregunta.
Hasta que las ciudades.
La
triste respuesta que Isaías recibió de Dios fue que la situación prevalecería
hasta que Judá se hubiera destruido a sí misma. No había esperanza de
arrepentimiento; ni tampoco de supervivencia. Se salvaría un remanente, y por
amor de ese grupo fiel, Isaías tenía que proclamar su mensaje de salvación. Pero
la nación como conjunto rehusaría apartarse de sus malos caminos, y a la larga,
ese rechazo provocaría una ruina total e irreparable. Las ciudades quedarían
deshabitadas y la tierra completamente abandonada y desolada. El pecado no
produce felicidad sino desdicha; no causa prosperidad sino ruina; no lleva a la
vida sino a la muerte. Esta es la gran lección que los portavoces de Dios han
presentado al mundo vez tras vez (Lev. 26: 31-33; Isa. 1: 20; 5: 9; 14: 17, 20;
Jer. 4: 7, 20, 23-27; 7: 34; 9: 11; 26: 6, 18; Miq. 3: 12; etc.).
12. Haya echado lejos.
Se refiere
al cautiverio venidero. Primero, mediante Asiria, en los días de Isaías;
después, un siglo más tarde, por medio de Babilonia, el pueblo sería llevado a
países extraños. Esto había sido predicho por Moisés, en forma condicional,
antes de que Israel hubiera entrado en la tierra prometida (Lev. 26: 33; Deut.
4: 26-28; 28: 64).
Lugares abandonados.
Esa tierra que Dios
había querido que floreciera como una rosa sería desolada y abandonada por sus
habitantes. En vez de prosperidad, habría ruina.
13. La décima parte.
Puesto que algunos detalles del hebreo
del vers. 13 no son muy claros, es difícil traducir e interpretar correctamente
este pasaje. La traducción literal es la siguiente: "Y todavía en ella [en la
tierra; vers. 12] una décima parte y ella [ la tierra o la décima parte] volverá
y será para quemar como terebinto o como encina que al cortar [queda] tronco en
ella [en la tierra, en la décima parte, o según algunas versiones en ellos, es
decir en el terebinto y la encina] semilla santa el tronco de ella". El sentido
básico del versículo es claro. En los vers. 11-12 se describe la desolación de
Judá a causa del cautiverio babilónico. Aunque la tierra quedara totalmente
desolada, esto no significaría el fin de Israel como nación (Jer. 4: 27; 5: 10,
18; 30: 11; 46: 28). Se levantaría otra vez. El cuadro desalentador de un pueblo
que persistía en su perversidad, ciego y sordo a los mensajes que Isaías había
de presentarle hasta que fuera arrastrado al cautiverio, se mezcla aquí con la
promesa de que la tierra no quedaría totalmente abandonada para siempre, y que
el propósito que Dios había tenido para con su pueblo se cumpliría (PR 229-230).
Compárese esto con el nombre del primogénito de Isaías, Sear-jasub, que
significa literalmente "un remanente volverá". La idea de que un "remanente"
volvería aparece vez tras vez en todo el libro (cap. 4: 2-3; 10: 21; etc.). No
debe asignársela ningún significado especial al hecho de que lo que quedaría
sería una "décima parte" del original. En la Biblia se habla del número diez
como de un número pequeño, a veces indefinido. Por ello, la décima parte sería
un número pequeño.
Como el roble.
Las palabras hebreas que se
traducen como "roble" y "encina" se refieren a cualquier árbol grande, aunque
también pueden significar los árboles relacionados con el culto. También se ha
pensado que el "roble" sería más bien el "terebinto", árbol del cual se extrae
la trementina. Aunque no quedara de ese árbol más que un tocón, brotaría un
nuevo árbol. Por lo tanto, el mensaje era de estímulo y esperanza. La misión de
Isaías no habría de ser del todo vana. Al final se salvaría un remanente.
Simiente santa.
La última parte de este versículo dice así en la
BJ: " "En cuya tala queda un tocón: semilla santa será su tocón" " . En ese
tronco subsistiría vida, y ésta finalmente brotaría otra vez y llegaría a ser un
nuevo árbol. En el AT se emplea repetidas veces la figura del árbol para
representar al pueblo de Dios (Isa. 65: 22; Jer. 17: 8; cf. Dan. 4: 14, 23). De
esa "simiente santa" " se levantaría un nuevo y glorioso Israel.
CBA T4
Libro de Isaías capítulo 6
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