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LA LEY COMO EDUCADORA - Sección maestros


Lección 3 MATERIAL AUXILIAR PARA EL MAESTRO
El sábado enseñaré...

RESEÑA

La Ley tiene un problema de relaciones públicas. Esto es lamentable porque la Ley y el Dios que la dio tienen mucho que enseñarnos. Algunos cristianos se sienten confundidos acerca de cómo funciona la Ley en la vida debido al énfasis paulino de que no somos “justificados” por la Ley sino mediante la fe (Gál. 2:16). Pero, prescindir de la Ley solo porque no funciona en un ámbito sería como deshacerse de la tostadora porque no aspira bien el piso. Parece que la gente se ha contentado simplemente con saber lo que la Ley no hace en lugar de lo que sí hace.

Pero, quienes están en una relación de pacto bien orientada con Dios no tienen motivos para sufrir ansiedad o aversión hacia la Ley. Una buena prueba de si tenemos una relación sana con Dios y su Ley es si podemos decir con David: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!” (Sal. 119:97). Los que protestan diciendo: “Y ¿qué decir del amor, la gracia o Jesús?” se sorprenderán. La ley más importante de todas, la flor y nata de todas las leyes, es la ley del amor. “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Esta es la mayor de todas las leyes; al menos, eso es lo que Jesús creía (Deut. 6:5; Mat. 22:36, 37). Si la gente tiene problemas con la justicia, ¿también discrepa con esta ley? Por ende, se puede afirmar que hay suficiente respaldo del rey David y del rey Jesús para dar a la Ley la oportunidad como instructora de la vida y como una revelación del Dios que la dio.

 COMENTARIO


Texto bíblico


Al planificar una velada con amigos, es probable que nadie recomiende: “Reunámonos para que podamos leer y estudiar algunas leyes”. Es comprensible que la mayoría sienta aversión al tema de la Ley en la Biblia. Mayormente, hay un ciclo deprimente de (1) leyes que se dan o se repiten, (2) leyes que se violan, y (3) la ira de Dios como resultado de la violación y las horribles consecuencias subsiguientes.

Este ciclo ocurre una y otra vez, hasta el punto en que nosotros, como lectores, nos preguntamos con frustración: “¿Cuál es el problema de Israel? Son el grupo de personas más terco y rebelde sobre la faz de la Tierra”. Actuamos conmocionados por los fracasos de Israel durante treinta segundos, y luego sucede algo. Lentamente apartamos la mirada de la nación de Israel, nos miramos al espejo proverbial y vemos el reflejo de nuestras historias personales. Si somos honestos, veremos algunas similitudes sorprendentes entre nosotros e Israel y, al igual que el rey David se condenó involuntariamente al escuchar la parábola de Natán, nosotros también escuchamos que la Ley nos anuncia: “Tú eres aquel hombre” (2 Sam. 12:7)

Entonces, ¿qué hay que aprender de este ciclo de Ley, pecado y condena bastante fatalista; un ciclo que tantos cristianos zanjan simplemente ignorando el tema de la Ley bíblica o saltando prematuramente a los temas del perdón, la gracia y la salvación? La respuesta se encuentra en el hecho de que Dios comparte con Moisés e Israel la predicción de la rebelión de Israel. “Este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos […] y me dejará, e invalidará mi pacto” (Deut. 31:16). Luego, los hijos de Israel aprenden un cántico de 43 versos (Deut. 32), que nunca deben olvidar (Deut. 31:21), un cántico que explica exactamente esa predicción. Todo esto se hace a un paso de que se les otorgue la Tierra Prometida y las innumerables bendiciones que la acompañan.

Lo que aprendemos aquí es algo fundamental sobre Dios mismo. ¿Qué clase de ser es este que voluntariamente entra en una relación de pacto con un pueblo del que conoce de antemano que le será infiel? Muchas de las relaciones que los seres humanos entablamos se basan en riesgos potenciales y son probabilísticas. Nos casamos con la expectativa de que nuestro cónyuge nos será fiel hasta la muerte. Si no estuviéramos seguros, probablemente no nos comprometeríamos; si estuviésemos seguros de su futura infidelidad, definitivamente no nos comprometeríamos. Las amistades se forman bajo la presunción de que las partes no se convertirán en enemigos que apuñalan por la espalda. Y, sin embargo, el Dios de los hebreos, nuestro Dios, nos envuelve con los brazos abiertos, sabiendo que será apuñalado en la espalda por nuestro pecado y rebelión contra él. Esto es lo que se denomina sublime gracia.

Con todo, esta gracia se percibe con mayor nitidez al verla a través de ese ciclo “deprimente” del pueblo del Pacto llamado a una relación con Dios, gobernado por sus mandamientos y sus leyes, seguido de una desobediencia atroz. Esta perspectiva revela el corazón Dios, lleno de amor y de gracia, incluso antes de que las promesas de salvación y perdón se hiciesen explícitas. El mero hecho de que entable relaciones comprometidas con gente como nosotros ya es un milagro. Sus promesas posteriores de salvación, perdón y restauración son la simple consecuencia de un corazón divino que calcula el costo de nuestra rebelión y pecado, y concluye que el precio es lo suficientemente bajo como para tener la oportunidad de contar con nuestra compañía por la eternidad.

Para analizar: Rápidamente descubrimos que este Dador de la Ley no es un megalómano que simplemente trata de dominar a su Creación. Su disposición a hacer un pacto con personas que él sabía que lo violarían nos enseña algo sobre su carácter. ¿Qué nos enseña?
 

Texto bíblico

La lección del lunes muestra que, antes de que Moisés muriera, Dios le dio un cántico que el pueblo de Israel debía memorizar (Deut. 31:21). Este canto debía cumplir una función interesante. Dios dice que, después de que el pueblo entre en la tierra y se colme de su abundancia, recurrirá a otros dioses y romperá el pacto con su Dios. Como era de esperar, llegan los desastres y las maldiciones del Pacto. Cabe imaginar la trágica experiencia de pasar del apogeo de la prosperidad a ser diezmado por el hambre y la guerra (Deut. 32:23-25). “¿Por qué nos está pasando esto a nosotros?” Casi se puede escuchar el llanto de desesperación. “Ofrecimos nuestros sacrificios a los dioses, y ellos nos estuvieron bendiciendo y protegiendo” (Deut. 32:17; Ose. 2:5, 8). Es en este momento de desorientación, cuando Israel está cosechando la ira de Dios por su desobediencia, que es hora de entonar este canto.

La canción es intensa (Deut. 32). Cuenta la historia de la bondad de Dios en contraste con la maldad de su pueblo. Los llama a recordar “los tiempos antiguos”, cuando Dios les proveyó y los cuidó llevándolos “sobre sus plumas” (Deut. 32:7, 11). A la larga, en medio de su superabundancia, se olvidan de Dios y lo abandonan y, a su vez, sacrifican a los demonios (Deut. 32:17). Los versos desgarradores nos hablan de las desastrosas consecuencias. Pero hay indicios de que Dios no ha abandonado por completo a su pueblo: “El Señor defenderá a su pueblo […] tendrá compasión de sus siervos”; “Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy sanidad” y “Dios […] hará expiación por su tierra y por su pueblo” (Deut. 32:36, 39, 43, NVI). Dios le enseñó a su pueblo un canto que, aunque con una honestidad brutal, responderá todas sus preguntas, les contará de sus orígenes como pueblo, del Dios que rechazaron, de los dioses impotentes con los que lo reemplazaron, de la razón por la que están en ese caos y de la esperanza para el futuro.

La canción fue entonada por generaciones, y sirvió como advertencia y elemento de disuasión contra el peligro de desviarse del Dios de sus padres. Pero, en el apogeo de la prosperidad y la seguridad presuntuosa, debió de haber sonado pintoresco e irrelevante a sus oídos, si es que lo entonaban. Pero ahora que están sufriendo un caos por su culpa, el canto que sale de su propia boca sirve como un “testigo” contra ellos (31:19). Dios ha colocado dentro de la psiquis colectiva del pueblo de Israel cuál será su destino a menos que resista la idolatría de las naciones que lo rodean.

Este canto es trágico, pero desde una perspectiva pedagógica también es brillante. Establece claramente las consecuencias de la deslealtad al Pacto. Explica los porqués detrás de la difícil situación de ser devastados por la guerra y los elementos. Echa la culpa sobre los hombros de Israel, y libra a Dios de la culpabilidad por la destrucción casi total de su pueblo. ¿Se puede pensar en un mejor método para evitar el desastre nacional que inculcar un canto profético en la tradición oral de un pueblo, contando lo qué sucederá con su nación si rechaza al Dios que se la otorgó?

Para analizar: ¿Quién en algún momento no ha deseado contemplar el futuro para tomar mejores decisiones en el presente? Dios ha concedido este deseo, en buena medida, si tan solo leyéramos lo que él comparte proféticamente. La ironía es que, incluso con el canto profético en los labios de Israel, aun así, se metieron directamente en la peor situación posible (Dan. 9:13-15). ¿Qué nos enseña este resultado acerca de los beneficios o las desventajas de conocer el futuro?


APLICACIÓN A LA VIDA

El primer paso para aplicar realmente la ley a la vida es leer y reflexionar en oración sobre ella. Y no estamos hablando solo de los Diez Mandamientos; estos siempre tendrán un lugar sagrado en los círculos cristianos y judíos, y está bien que así sea. La ley que se define como la Torá, o los primeros cinco libros de Moisés, es a la que se referían los antiguos cuando hablaban de la Ley. Una vez que nos damos cuenta de esto, la “ley” adquiere una definición que exige una ampliación. La historia del Jardín del Edén, esa es la Ley; todas las historias de Abraham, esa es la Ley; el cruce del Mar Rojo, eso es Ley; y así con lo demás. Por esta razón, la Ley también se traduce adecuadamente como “enseñanza”, o “instrucción”. Esta percepción inmediatamente hace que el título de la lección sea algo redundante (aunque necesario): La enseñanza como educadora. Sí, todos desearíamos permitir que la enseñanza que Dios nos dio realmente nos enseñe algo. Sería extraño pensar lo contrario, y qué lamentable es que a veces la Instrucción (es decir, la Ley) sea el último lugar donde la gente (incluso los cristianos) busquen instrucción. Sería casi cómico, si no fuera tan trágico. Leer con oración el contexto de las leyes de la Biblia, con esmeradas referencias cruzadas con el Nuevo Testamento, debería darnos estabilidad en la experiencia de aprender, vivir y amar la Ley de Dios.

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