1. Come este rollo.
Es posible que una leve
vacilación de Ezequiel demandara la repetición de la orden (cap. 2: 8). La
lección que se deseaba enseñar exigía ser ilustrada en forma dramática. El
profeta no debía de escoger su propio mensaje. Su comida debía ser hacer la
voluntad de Aquel que lo había enviado y proclamar su mensaje (Juan 4: 34). La
inspiración es más que la purificación y el estímulo de los poderes mentales en
forma subjetiva. Se imparten hechos objetivos, externos.
Los que
estudian la Palabra también deben aprender esta lección. Deben recibir la Biblia
como si les hubiera sido enviada a ellos, porque los hombres no crean la verdad
divina, sino que la descubren en la Biblia. El mensaje debe asimilarse en forma
personal, debe ser algo íntimo. Las verdades deben convertirse en parte
integrante de la vida y del carácter. Este es el medio por el cual los hombres
llegan a ser en todo sentido nuevas criaturas.
3. Dulce como miel.
Cuán emocionante le resultó a Ezequiel
comprender que había sido llamado para ser colaborador de Dios, portavoz de
Jehová para reprender los pecados de su pueblo. Ser llamado a desempeñarse como
profeta es en verdad un excelso privilegio. Pero el peligro de la exaltación del
yo siempre se halla presente. Pablo temía eso (2 Cor. 12: 7). Compárese esto con
el caso de Elena de White (LS 71-72). La vivencia inicial de Ezequiel, la
sensación de dulzura, más tarde se convirtió en amargura cuando debió hacer
frente a las realidades de la tarea. Esto ocurre frecuentemente con los que son
llamados a un servicio especial. Cuán pronto la primera emoción pierde su fuerza
cuando uno tiene que enfrentarse con las severas realidades del deber
inflexible.
5. De lengua difícil.
Se indica que, en lo externo, su tarea sería más fácil que si hubiera
sido enviado a los paganos cuyo idioma no comprendía y a quienes su lengua sería
extraña. En primer lugar, su misión era ir a "las ovejas perdidas de la casa de
Israel" (Mat. 15: 24). No se trataba de que las otras naciones estuvieran fuera
del alcance de la salvación, sino que el propósito de Dios era hacer de Israel
el núcleo espiritual y la fuerza evangelizadora. Por medio de su pueblo escogido
Dios deseaba preservar entre los hombres el conocimiento de su ley y extender su
reino espiritual. Los profetas reconocieron este propósito. Buena parte de las
profecías de Ezequiel fue dedicada a la enumeración de los castigos que caerían
sobre las naciones vecinas. En esencia, estas profecías eran exhortaciones a
esos países, que les revelaban su historia futura si rehusaban aceptar el plan
de Dios (Jer. 18: 7-8). Ver las PP. 28-32.
6. Ellos te oyeran.
Así como lo hicieron Naamán el sirio
(Luc. 4: 27), la mujer cananea (Mat. 15: 21-28) o el centurión romano (Mat. 8:
5-12). Las maravillas que se realizaron en Corazín y Betsaida habrían sido más
que suficientes para la conversión de Tiro, Sidón y Nínive (Mat. 11: 21; 12:
41). Pero Israel se había empedernido más que las naciones que lo rodeaban.
En todos los tiempos Dios ha tenido el propósito de salvar a tantos
miembros de la familia humana como sea posible. " "Vivo yo, dice Jehová el
Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su
camino y que viva" " (Eze. 33: 11). Dios no quiere "que ninguno perezca" " (2
Ped. 3: 9). Las enérgicas condenaciones de los escritores proféticos deben
entenderse -tal como era su propósito- como pronóstico de calamidades
nacionales, nunca como pronunciamientos de eterna ruina para todos los
individuos de la nación. No importa cuán severa fuera la predicción de una ruina
nacional, los individuos que componían la nación tenían todavía la oportunidad
de alcanzar la salvación personal. Así fue como en tiempos de Elías quedaron
7.000 que no habían doblado sus rodillas ante Baal (1 Rey. 19: 18).
7. A mí.
Para que Ezequiel no se
desanimara por el hecho de que el pueblo se negaba a oír sus palabras, el Señor
le recordó que ya se había negado antes a escucharlo a él. "El siervo no es
mayor que su señor" (Juan 13: 16). El siervo no debe esperar un mejor trato que
el que recibe su Maestro. El que trabaja en favor de las almas siente agudamente
el rechazo de los hombres. Recuerde el chasco más acerbo que experimentó su
Maestro, quien es en realidad el que es rechazado en la persona de su siervo. Es
verdad que el siervo puede examinar los esfuerzos que ha hecho para ver si la
misericordia fue rechazada por 615 causa de alguna deficiencia en su
presentación. Pero muchos rechazaron al mismo Señor de gloria, y sus siervos
¿deberán sentir que son superiores a su Maestro?
Toda la casa de Israel.
Es decir, los israelitas en general. Había en ese tiempo santos como
Jeremías y Daniel, y sin duda muchos otros, que en forma individual mantenían su
integridad ante Dios.
8. Fuerte.
La
raíz de este adjetivo es la misma de la primera parte del nombre de Ezequiel
(ver p. 597), y es probable que se emplee esta palabra en referencia con su
nombre. Es posible que el profeta hubiera protestado que era demasiado débil
para hacer frente a la terquedad de pecadores empedernidos. Aquí se le promete
que, no importaba cuán duros fueran los israelitas, el profeta sería hecho más
duro que ellos y él prevalecería contra ellos. Esta promesa no implica coacción
alguna para lograr la aceptación de ese mensaje. En el gobierno de Dios, la
aceptación siempre es un acto voluntario.
9. Diamante.
Heb. shamir , "piedra de gran dureza".
Algunos piensan que se trata del "esmeril". La RVR traduce "diamante" (cf. Jer.
17: 1) y así también la BJ; pero en esa época no se conocía el diamante.
10. En tu corazón.
Esta frase
explica la simbólica acción de comer (vers. 1). En este versículo el proceso de
la recepción aparece invertido: primero el corazón, después los oídos. Esto
ilustra un tipo de transposición bastante común en el hebreo.
Todas mis
palabras.
El profeta no puede negarse a recibir y a declarar todo el
consejo de Dios (vers. 11).
11. A los
cautivos.
Antes (vers. 4; cf. cap. 2: 3) se le había dicho a Ezequiel
que su misión sería la de ir a la casa de Israel. Ahora se le da la misión más
específica de ir a "los cautivos". Cuando Ezequiel fue llamado en el año 593/592
a. C. (ver com. cap. 1: 2), y por varios años más, los cautivos no formaban sino
una pequeña parte de la nación judía. Después de la caída de Jerusalén en 586 a.
C. los cautivos representaban la mayoría del pueblo. El mensaje de Ezequiel
estaba dirigido a los cautivos; el de Jeremías al remanente de Judá, y el de
Daniel a la corte de Babilonia, salvo aquella parte de su libro que estuvo
sellada hasta el tiempo del fin (Dan. 12: 4; CS 405). De modo que, aunque los
tres fueron contemporáneos, sus esferas de responsabilidad eran diferentes. Ver
p. 599.
12. Me levantó.
Aquí
termina la fase inicial de la consagración del profeta a la función profético.
Aún en espíritu, Ezequiel es alejado de la escena del trono, de los seres
vivientes y las ruedas. Al alejarse, oye detrás de sí el sonido de un gran
"estruendo" ("terremoto", LXX). Es un sonido inteligible, una voz de alabanza.
Nada se dice específicamente del origen de este sonido, pero quizá como en Isa.
6 y Apoc. 4, la alabanza se origina en los seres que rodean el trono.
14. Indignación.
"Ardor" " (BJ),
"encono" (VM). El llamado de Dios, que tan dulce había sido para Ezequiel (Eze.
3: 3), al llevarse a la práctica se convirtió en amargura. La indignación de
Ezequiel pudo deberse en parte a los pecados de su pueblo; pero por encima de
eso, la revelación de la dificultad insuperable de la tarea, el temor al fracaso
y quizá también la conciencia de no ser apto, sin duda se sumaron para desanimar
abrumadoramente al profeta. Compárese esto con un caso similar en la vida de
Jeremías (Jer. 20: 8, 9; cf. Jer. 9: 2).
15. Tel-abib.
Heb. tel 'abib , "montículo de espigas
todavía verdes". Pero se estima que más bien proviene del acadio til abubi ,
"montículo de la inundación de la tormenta". Tales dunas de arena, producidas
por acción del viento y del agua, parecen ser comunes en las cercanías de Nipur
(ver com. cap. 1: 1). Sin embargo, no es posible ubicar con precisión a
Tel-abib.
Siete días.
Algunos han comparado este período de
siete días de silencio con un tiempo de retiro que han tenido otros grandes
caudillos religiosos, como por ejemplo los 40 días de Elías en el monte Horeb (1
Rey. 19: 48), la permanencia de Pablo en Arabia (Gál. 1: 17) y el retiro de
nuestro Señor al desierto después de su bautismo. Otros sugieren que la reacción
de Ezequiel se debió a su sorpresa ante las condiciones con que se encontró o a
las actitudes que enfrentó. Otros comparan el silencio de Ezequiel con la
conducta de los amigos de Job, que se sentaron en el suelo con el patriarca "
"por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra" " (Job 2: 13). Sin
embargo, el contexto parecería sugerir que Dios no había dispuesto esa demora.
En cambio, la mudez puede haber sido causada por la amargura y la indignación de
espíritu que 616 sentía Ezequiel. Es probable que el profeta postergara
deliberadamente su misión, o quizá aun se estuviera negando a realizarla. La
misericordia de Dios esperó siete días. Cuando al fin de ese período no hubo
respuesta de Ezequiel, le vino palabra del Señor a modo de una solemne
advertencia. Cabe recordar una reticencia similar de parte de Elena de White a
hacer saber a otros lo que el Señor le había revelado (1T 62-64).
17. Atalaya.
La figura es la del
centinela militar apostado en la torre de vigía, cuyo trabajo es advertir a la
gente de peligros que se avecinan (2 Sam. 18: 24-27; 2 Rey. 9: 17-20). La
palabra describe la característica especial de la obra de Ezequiel. El profeta
debía vigilar personalmente por las almas.
18. Tú no le amonestaras.
Cuando el atalaya veía que el
peligro se acercaba, debía tocar la trompeta. Cuando Ezequiel viera que los
impíos iban descuidadamente a la perdición, debía hablarles advirtiéndoles de
los inevitables resultados de su proceder. Puede entenderse que en su aplicación
más amplia estas palabras no se refieren meramente al peligro físico y a la
muerte, sino al peligro espiritual que podría acarrear el veredicto de muerte
eterna en el tribunal de Dios. Las decisiones de ese tribunal significan vida
eterna o muerte eterna para cada alma que alguna vez haya vivido. La
aniquilación será la suerte final de todos cuantos persistan en la transgresión.
Al atalaya se le impone la responsabilidad de advertir a los hombres acerca de
este castigo inevitable. Su descuido puede resultar en la pérdida de almas.
Muchas veces surge el interrogante: "¿Es justo que Dios permita que la
salvación de un alma dependa de que otra persona cumpla o no con su deber de dar
la advertencia?" Debe responderse que Dios es justo, pero que el pecado es
sumamente injusto. Dios obra en favor de la salvación de los hombres en una
manera que concuerda con su carácter y con los aspectos decisivos del conflicto
de los siglos. No emplea coacción. Esto pone un límite a lo que Dios puede hacer
directamente para la salvación de un alma. Pero cuando otros cooperan con Dios
en sus esfuerzos por salvar esa alma, inmediatamente se incrementan las
influencias que operan sobre la persona, y aumenta la responsabilidad de que
acepte el plan divino para él. En esta consideración se fundamenta la actividad
misionera. Consideremos el caso de una isla que no ha sido tocada por la
influencia cristiana. Dios, quien por medio de Jesús "alumbra a todo hombre"
(Juan 1: 9), hace todo lo que puede para salvar a todos los habitantes del
lugar. Sin embargo, con la llegada del misionero, las oportunidades aumentan
mucho. Como resultado, muchos más son salvados. Así Dios no puede ser acusado de
injusticia, sino nosotros. Somos nosotros los que hemos sido atalayas infieles,
y nuestras propias almas se perderán a menos de que con genuino arrepentimiento
pidamos a Dios que nos perdone.
19. Tú
habrás librado tu alma.
La responsabilidad del atalaya acaba cuando la
advertencia ha sido dada en forma adecuada. Sin embargo, el atalaya haría bien
en preguntarse si ha dado la advertencia en la forma más efectiva posible y
durante un tiempo suficientemente largo.
Quienes reciben la advertencia
quedan libres de escoger si han de escuchar o no. Toda alma que se pierda lo
hará por su propia elección. Nadie podrá culpar a Dios, quien ha proporcionado
una oportunidad adecuada a todos.
Los hombres viven o mueren según sea
su elección personal. Ezequiel hace resaltar la responsabilidad personal antes
que la nacional. Individualmente los israelitas no debían considerar que estaban
perdidos porque su nación sufría un castigo. Por otra parte, no debían suponer
que el arrepentimiento sería innecesario para ellos como personas porque tenían
a Abrahán como padre (Mat. 3: 9).
20. Tropiezo.
El propósito de la piedra de tropiezo es
detener al pecador en su camino descendente y despertarlo para que sienta su
peligro. Cuando se detiene así al pecador, se necesita la voz de un atalaya. Una
advertencia en el momento debido puede hacer que se aparte de su mal camino. El
que no se dé la advertencia puede dar como resultado que se lance
desenfrenadamente hacia la destrucción. Por esto se exigirá del atalaya que dé
cuenta de su sangre. De nuevo puede verse hasta qué punto Dios depende de la
cooperación de los seres humanos en la obra de la salvación (ver com. vers. 18).
Sus justicias.
Es decir, sus acciones piadosas o justas. Este
pasaje contradice la difundida idea de que el hombre que es de veras piadoso no
puede apostatar ni perderse finalmente. Sólo los que perseveren hasta el fin
serán salvos (Mat. 24: 13).
No vendrán en memoria.
En el plan de
Dios no se calculan las recompensas teniendo en cuenta el número de acciones
piadosas menos el número de pecados cometidos, ni viceversa, como lo enseñaban
los judíos. En el caso del hombre justo que persevera hasta el fin, todo el
registro de su culpa es borrado y su recompensa es determinada en base a su
aceptación del sacrificio de Cristo. Por otra parte, el pecador que no se
arrepiente encuentra que ninguna de sus obras piadosas es tomada en cuenta al
asignársela el castigo (cap. 18). Esto explica la razón de que, al perdonarse
los pecados, no son borrados inmediatamente. Se conserva un registro hasta el
momento del juicio, porque si el justo luego rechaza el perdón ofrecido y se
pierde, todas sus iniquidades, hayan sido perdonadas en algún momento o no, son
tomadas en cuenta para determinar su recompensa final (PVGM 196).
22. Mano de Jehová.
Es evidente que
lo que Ezequiel había oído lo colmó de una abrumadora sensación de la gravedad
de su responsabilidad.
23. La gloria de
Jehová.
Ezequiel volvió a ver la impresionante visión que había
contemplado (cap. 1). La gran manifestación de la gloria de Dios que lo había
inspirado a aceptar su misión, sin duda lo imbuyó con una renovada certeza.
Aceptó la reprensión debida a su silencio. En adelante, Ezequiel aparece como
siervo humilde y obediente.
24. Enciérrate.
Probablemente Dios mandó esto a fin de que tuviera el tiempo necesario
para meditar antes de comenzar a realizar su obra.
25. Cuerdas.
Sin duda, esto no se refiere a un
encarcelamiento literal, pues no hay en el libro ninguna referencia a tal cosa.
Si se hace alusión a cuerdas figuradas, podrían referirse a la obstinada
negativa del pueblo a escuchar, lo que haría casi imposible que Ezequiel
declarase sus profecías. De este modo, sería como si estuviera atado.
26. Se pegue tu lengua.
Como en el
caso de Zacarías (Luc. 1: 22) que no creyó las palabras del ángel, parecería
haber una reprobación de la negativa de Ezequiel a hablar cuando se le ordenó
que debía hacerlo. Sin embargo, el Señor empleó este caso para bien. La mudez
del profeta y el que sólo pudiera hablar cuando el Señor abría su boca, era otra
señal a la casa rebelde de que las palabras que pronunciaba eran en verdad las
palabras del Señor.
27. Oiga.
Compárese esto con las palabras de Jesús registradas en Mat. 11: 15 y
13: 9. En la LXX la segunda frase dice: "El que desobedezca, que desobedezca" ,
que halla un eco en Apoc. 22: 11.
Casa rebelde.
En tiempos
anteriores, Dios había dicho que Israel era un pueblo "de dura cerviz" (Exo. 32:
9). El mismo espíritu que provocó los 40 años de peregrinación en el desierto
había hecho que el cautiverio fuera inevitable.
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DE ELENA G. DE WHITE T4
CBA LIBRO DE EZEQUIEL CAPÍTULO 3
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