LA PROMESA DIVINA Y EL PACTO
CON ABRAHAM
La promesa divina está
entretejida a lo largo de la Biblia como un hilo escarlata. Algunos afirman que
esta constituye el tema que une los primeros cinco libros de la Biblia. Otros
teólogos van más allá, sugiriendo que la promesa divina es el tema bíblico
clave que une tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento.1
No resulta fácil sostener esta clase de afirmaciones tan amplias;
pero lo que si es seguro es que, para los desamparados, los que sufren y todos
los que recorren el camino de la fe, las promesas de Dios son como hojas del
árbol de la vida. Cuando se personalizan, las promesas de Dios consuelan el
alma y" representan el fundamento de la fe: "Apropiémonos de las
promesas de Dios. Entonces, cuando vengan las pruebas, esas promesas serán
alegres fuentes de consolación celestial".2 Las
promesas de Dios contrastan con las promesas humanas. Las promesas humanas
tienen
las características de los que las hacen y están sujetas a la
fragilidad humana. En este capítulo no hablaremos del tipo de promesa que Jacob
le exigió a José: que cuando lo sacaron de Egipto lo enterraron en la tierra de
sus padres (Gén. 47:29-31). Tampoco hablaremos del tipo de promesa que Moisés
ordenó a los israelitas que cumplieran (Deut. 23:23; Núm. 32:24). Y
ciertamente no hablaremos de promesas como las que Balac le hizo a Balaam y
Amán al rey Asuero, motivadas por malas intenciones (Núm. 22:17; Est,
4:7). El tipo de promesas de las que hablaremos en las siguientes páginas son
diferentes, porque son las promesas de Dios.
Dios hizo muchas promesas, que están registradas a lo largo de la
Biblia. Hizo promesas en diferentes momentos y circunstancias. Hizo promesas
que se relacionan con la preservación, la protección, la posteridad, las
posesiones y las prosperidades: todos asuntos terrenales. También hizo promesas
que se relacionan con asuntos espirituales. Una de esas promesas, ubicada en
Génesis 3:15, tiene implicancias de largo alcance. En ella, Dios anuncia el
plan de salvación y cómo se llevaría a cabo, por medio de la simiente
(Jesucristo), aplastando la cabeza de la serpiente (Satanás). Incluye una
promesa de que existiría enemistad entre la simiente de la mujer y la simiente
de la serpiente; es decir, enemistad entre las dos ramas de la humanidad: los
creyentes y los incrédulos....
El concepto de promesa es muy prominente tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamentos, por lo que es importante reconocer que la palabra de
Dios es la que garantiza la promesa. Dios mismo es el que habla, haciéndose
responsable del apoyo a su pueblo y de su destino.
Las promesas que Dios le hizo a Abraham están entre las más
importantes de la Biblia, porque están asociadas
con el pacto que Dios hizo con él. Se relacionan con la presencia
constante de Dios con su siervo, al que le asegura que Dios será su
"escudo". Dios también hizo una promesa mesiánica que se cumpliría
por medio de la simiente de Abraham. Prometió hacer de Abraham una nación
grande y poderosa. Dios también prometió engrandecer el nombre de Abraham.
Además, prometió darle a él y a su descendencia una tierra propia. A
continuación, estudiaremos estas promesas con más detalle.
EL DIOS DE
LA PROMESA DEL PACTO
Entre las ocasiones en las que Dios se reveló a sí mismo, hay
algunas en las que él mismo se presenta. Dios se presentó a Abraham como Jehová
(véase Gén. 12:1; 15:7). Ya hemos visto que este nombre, Yahveh, es el nombre
personal de Dios y es también el nombre del Dios del pacto. También vimos que
Dios se presentó a sí mismo a Abraham como "Dios Todopoderoso" (Gén.
17:1). Vimos que, al presentarse a sí mismo como el "Todopoderoso",
aseguró que es poderoso, infinitamente capaz de cumplir la promesa divina.
Pero Dios no solo se reveló a Abraham como Yahveh y como Dios
Todopoderoso, sino que también lo saludó con palabras personales de aliento:
"No temas" (Gén. 15:1). ¡Qué saludo tan oportuno y apropiado!
"Pero tenía el ánimo tan deprimido por los presentimientos que no pudo
esta vez aceptar la promesa con absoluta confianza como lo había hecho antes.
[...] ¿Cómo iba a cumplirse la promesa del pacto, mientras se le negaba la
dádiva de un hijo?"3 Para ese momento, Abraham todavía no
tenía un hijo biológico. ¿Debía seguir confiando en el Señor y creer la
promesa, a pesar de su avanzada edad? ¿O debía seguir la costumbre de su tiempo
y proporcionarse un heredero? ¿Debía tomar el asunto en sus propias manos y
ayudar a Dios a cumplir la promesa? Según Génesis 15:1 al 6, Abraham optó por
la costumbre establecida de su tiempo y decidió adoptar a Eliezer de Damasco
como su heredero legal.
Según los hallazgos revelados por la arqueología, en ese entonces
una persona sin heredero podía adoptar a un heredero legalmente. Este heredero
legal tenía todos los privilegios y derechos de propiedad, así como las
responsabilidades, de un heredero o hijo biológico. En este punto en particular
de su vida, Abraham había decidido optar por la adopción, pero Dios se le
apareció en una visión y le aseguró: "Yo soy tu escudo" (Gén. 15:1).
Fijémonos en el pronombre personal "tu" en la promesa de
Dios. Dios le dice a Abraham: "Yo soy tu escudo". Este "tu"
revela el interés íntimo que Dios tiene en los asuntos de aquellos cuya fe
vacila y está siendo probada.
Es la primera vez que Dios se define a sí mismo como
"escudo" en la Biblia, y la única en la que aparece como una
autorrevelación de Dios. Más tarde, esta misma expresión se usa repetidas
veces, pero en el caso de personas que hablan de Dios (ver Deut. 33:29; Sal.
18:2,30; 84:11; 144:2).
Dios es el "escudo" de Abraham, el hombre de fe. Dios es
el "escudo" de todo creyente; es decir, su protección. El
"escudo" o protección del que se habla aquí no se refiere a
protección física para la guerra o protección física contra la desgracia. Más
bien, se refiere a la protección de la posibilidad de que la promesa del pacto
no se cumpla por medio de Abraham y su futura simiente. La promesa que Dios le
hizo a Abraham, de que él sería su escudo, es la misma promesa que hizo a todos
los descendientes de Abraham. Si somos la simiente de Abraham (y todos los que
tienen la fe de Abraham son la simiente de Abraham), entonces también tenemos
la seguridad de que Dios será nuestro escudo. Dios nos protegerá en todos los
aspectos de nuestra vida, pero especialmente en el sentido de que cumplirá la
gran promesa que aún no se ha cumplido.
LA PROMESA
DE LA PRESENCIA DIVINA
El Cristo resucitado hizo esta promesa antes de su ascenso al
cielo: "Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo"
(Mat. 28:20, DHH). Esta promesa que Jesucristo hizo a todos sus discípulos, y
no solo a los que estaban presentes en el momento de la ascensión, es uno de
los grandes temas de la Biblia. Pocas personas se dan cuenta de que esta
promesa previa ala ascensión es simplemente una ratificación de promesas
similares que aparecen frecuentemente en todo el Antiguo Testamento.
La promesa de la presencia continua de Dios y de su compañía
íntima, expresada por frases como: "Estoy contigo" o: "Estoy con
ustedes" (Gén. 26:3,4; 28:15; 3i:3; Éxo. 3:12; Deut. 31:23; Jos.i:9; 3:7;
7:12; Isa. 41:10; Jer. 1:8; Hag. 1:13; etc.) es uno de los temas que más
destacan en la Biblia. En muchos casos, esta promesa de la presencia de Dios
está acompañada de la exhortación: "¡No ternas!" (Deut. 20:1; 31:8;
Isa. 41:10; 43:5; etc.).
LA PROMESA'
DE LA BENDICIÓN DIVINA PARA TODAS LAS FAMILIAS
¿Dios incluyó otra promesa en su pacto? relacionada con un inmenso
potencial futuro. La promesa que hizo a Abraham en Génesis 12:3, es: "¡Por
medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!" (NVI).
Luego, repite la promesa en Génesis 28:14: "Y todas las familias de la
tierra serán bendecidas por medio de ti", expandiendo así las limitadas
expectativas nacionalistas que pudiera tener cualquier seguidor de Abraham o
cualquiera de sus descendientes. Los horizontes de esta promesa son amplios; y
sus dimensiones, universales. El alcance de la bendición lo incluye todo. Sus
beneficios son totalmente irrestrictos.
En su Epístola a los Gálatas, el apóstol Pablo da una explicación
sólida del por qué del uso en singular de la palabra "descendencia".
En Gálatas 3:8 y 16, argumenta que la palabra aparece en su forma singular
porque la cumplió nada menos que Jesucristo mismo.
En el segundo sermón que predicó el apóstol" Pedro,
registrado en Hechos 3, encontramos una referencia a Génesis 12:3 y 22:18, en
la que Pedro también afirma que la simiente de Abraham es Jesucristo, el siervo
de Dios. Obviamente, tanto Pedro como Pablo reconocieron en esta promesa una
aplicación mesiánica intencionada. Pablo aclara, además, que la descendencia
física literal de Abraham no proporciona garantía de una relación espiritual,
que se da por fe y no por ascendencia étnica. Esta buena noticia para el
creyente se resume en Gálatas 3:29: "Y, si ustedes pertenecen a Cristo,
son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa" (NVI).
LA PROMESA
DIVINA DE UNA GRAN NACIÓN
En varias oportunidades, dentro del marco del pacto con Abraham,
Dios prometió que Abraham se convertiría en una gran nación. Esto lo
encontramos primero comunicado a Abraham en Génesis 12:2: "Haré de ti una
nación grande". Más tarde, se lo repite a Abraham en una declaración que
se encuentra en Génesis 18:18: "Abraham sin duda llegará a formar una
nación grande y poderosa" (NTV). En un tiempo en el que Abraham no tenía
descendencia, el Dios en quien confiaba le prometió, en el marco del pacto, no
solo que le daría un hijo y posteridad (Gén. 12:7; 13:15; 15:18; 17:16,19,30,
etc.), sino también que haría de él una nación grande y poderosa.
Antes de que Jacob se mudara de la Tierra Prometida, Canaán, a
Egipto, Dios le repitió la promesa que inicialmente le hizo a su abuelo
Abraham: "Allí [en Egipto] haré de ti una gran nación" (Gén. 46:3).
Estas palabras no solo ratifican la promesa que originalmente le hizo a
Abraham, sino que le aseguran a Jacob que Dios cumpliría la promesa en un lugar
en particular, es decir, en Egipto. Dios logra sus propósitos a su propia
manera, en su propio tiempo y en su propio lugar. Cuando Jacob y su grupo eran
pocos (Gén. 46:8-27), solo 70 personas, se mudaron a Egipto. De ese número
pequeño y aparentemente insignificante, los descendientes de Jacob aumentaron y
se volvieron tan populosos, que se convirtieron en una gran nación (Deut.
26:5). En Egipto, Israel no tenía tierra propia ni posibilidades de poseerla.
Sin embargo, a la manera milagrosa de Dios, Israel se convirtió en una
"nación". Así que Dios cumplió de manera espectacular la promesa de
que los descendientes de Abraham se convertirían en una gran nación.
Israel se convirtió eñ una "nación" en Egipto únicamente
en términos pobladpnales; pero como una comunidad religiosa cohesiva, Israel se
convirtió en nación solo más adelante, cuando entabló una relación formativa y
vinculante, la relación del pacto, con su Señor en el Monte Sinaí. En ese punto
de su experiencia, cuando se convirtió en el pueblo del pacto, Israel debía
funcionar,como una "nación santa" (Éxo. 19:6), totalmente apartada
para el servicio y la adoración a Dios, y para el servicio a los demás.
El ser humano, por naturaleza, busca hacerse un nombre, ganar
reputación y fama, convertirse en celebridad. En los anales de la
historia secular podemos ver esta característica de aspiración y esfuerzo una y
otra vez. La Biblia también incluye relatos sobre esta búsqueda frenética de la
fama, extremadamente crucial para la raza humana.
Los constructores de la torre de Babel, según Génesis 11:1 al 9, querían
hacerse un nombre; así que se dijeron: "Hagámonos un nombre" (Gén. 11:4). Sin
embargo, como suele suceder con las personas motivadas por objetivos egoístas,
los constructores de la torre de Babel fracasaron estrepitosamente en su
ambición de hacerse un nombre ilustre.
El contraste entre lo que intentaron los constructores de la torre
de Babel y lo que Dios lograría por medio de Abraham es vivido y sorprendente.
Por un lado, toda la raza humana se unió para hacerse un nombre y terminó con
un fracaso y una confusión tan monumental, que los resultados aún siguen
atormentándonos. Por otro lado, una sola persona, Abraham, un hombre que
confiaba en Dios y vivía en fe y obediencia a su Señor, entabló una relación de
pacto con Dios. A é!, Dios le prometió: "Te bendeciré, engrandeceré tu
nombre" (Gén. 12:2). Y como Abraham respondió
a los términos de Dios, Dios mismo se comprometió a concederle a este hombre lo
que otros tan egoístamente buscaban y no lograron. De la misma manera, por
medio de su gracia, Dios hará por cualquier persona que entable una relación de
pacto con él lo que ella no puede hacer por sí misma: hacer de ella un gran
nombre, como Dios define la grandeza.
Otra importante promesa que Dios le dio a Abraham fue que poseería
una tierráque él le mostraría: "Vete de tu tierra [...] a la tierra que te
mostraré" (Gén. 12:1). Presta atención al
contraste entre "tu tierra", por un lado, y "la tierra que te
mostraré", por el otro. En otras palabras, en el mandato de dejar una
tierra e ir a otra, según Dios lo dirigiera, descansaba el plan que Dios tenía
para Abraham y el cumplimiento de la promesa de heredar Canaán, el lugar que
Dios quería que él disfrutara.
Una vez que Abraham entró en Canaán, la tierra prometida, el Señor
se le apareció de nuevo y le comunicó que, si bien el propio Abraham solo
residiría en la tierra de Canaán, el lugar finalmente lo recibiría su
descendencia como posesión (Gén. 12:7). Dios repitió la promesa a Abraham luego
de que él y Lot se separaron (Gén. 13:14,15,17). También la repitió en ocasión
de la ratificación del pacto registrada en Génesis 15. Luego, la repite otra
vez en la fase final del pacto registrada en Génesis 17:8. Incluso después de
darle toda esta seguridad, Dios continuó repitiendo la promesa a Isaac, el hijo
de Abraham (Gén. 26:2-5) y a Jacob, el hijo de Isaac (Gén. 28:13,15 y 35:12).
Dios le reveló a Abraham en Génesis 15:13 y 16 que el cumplimiento
de la promesa ocurriría 400 años después. Luego de cuatro siglos, el Señor le
anunció a Moisés que sacaría a los hijos de Israel de la tierra de Egipto a una
tierra buena y espaciosá, una tierra de la que mana leche y miel (Éxo. 3:8,17;
6:8). E>¿e modo que fue durante el tiempo de Moisés que la promesa
finalmente comenzó a cumplirse. Sin embargo, al propio Moisés no se le permitió
entrar en la tierra prometida. En su lugar, vería una tierra mejor: la
celestial. Dios reiteró la promesa a Josué (Jos. 1:3), cuando condujo al pueblo
a Canaán. Durante los4ías de David, la promesa finalmente había alcanzado su
cumplimiento, aunque no del todo (véase Gén. 15:18-21; 2 Sam. 8:1-14; 10; 1
Crón. 19; 1 Rey. 4:21). Se necesitó de mucho tiempo para que la promesa se
hiciera realidad.
El Señor del pacto es un Dios de promesas, y sus promesas son
verdaderas. Las promesas de Dios están aseguradas en él. Él cumple sus promesas
a su propio tiempo y como él quiere. Confiar en Dios y en sus promesas, y
someternos a los términos del pacto, nos hace parte de la experiencia de la
promesa y parte del pueblo de la promesa que algún día ocupará la verdadera
tierra prometida con el Señor.
1 WalterC. Kaiser Jr„ "The Centre
ofOldTestamentTheology:TheProm¡se", ThemeHos 10 (1974):
pp. 1-10; Kaiser, Toward an Oíd Testament Theology (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1978), p. 23
2 Elena
de White, A fin de conocerle (Florida, Buenos Aires:
Asociación Casa Editora Sudamericana, 1964), p. 204.
Elena de White, Patriarcas y profetas, pp.
130,131.
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