Capítulo
EL NUEVO PACTO
El
nuevo pacto es de importancia fundamental para el creyente, debido a que este
se centra en Jesucristo. Los eruditos concuerdan en que un nuevo pacto implica
un pacto antiguo. Esto trae a colación el tema de la novedad del nuevo pacto.
Las expresiones "nuevo pacto" y "antiguo pacto" implican
tanto un elemento de continuidad como uno de discontinuidad. La continuidad entre
el nuevo y el antiguo pacto la encontramos ciertamente implícita en la
fraseología misma, por la palabra pacto usada en ambas. Los
diversos argumentos sobre la discontinuidad entre el "nuevo pacto" y
el "antiguo pacto" parecen descansar principalmente en los adjetivos nuevo y antiguo.1
En
la investigación sobre el "nuevo pacto" que haremos en este capítulo,
intentaremos examinar las diferencias entre los respectivos "pactos. En
investigaciones similares, algunos teólogos y estudiantes de la Biblia han
utilizado el término "pacto de obras" para designar el "antiguo
pacto". En consecuencia, designan al "nuevo pacto" con el
término "pacto de gracia". El "nuevo pacto" se equipara
virtualmente con el "pacto de gracia".
Para
muchos intérpretes, estas dos palabras, gracia y obras, señalan
la diferencia radical entre dos formas de salvación. Supuestamente, una forma
por la que podemos salvarnos es por medio de obras meritorias; la otra es por
medio de la gracia de Dios otorgada en Jesucristo. Los que hacen una distinción
entre el "pacto de gracia" y el "pacto de obras", por lo
general se refieren a este último como el período que comenzó en el monte Sinaí,
presuponiendo que Dios diseñó a Israel para que fuera salvo por sus obras. En
otras palabras, creen que Israel alcanzaría la salvación por medio de sus obras
y su obediencia. El "pacto de gracia", según su punto de vista,
designa a la salvación por la gracia, aquella en la que las obras no tienen
ninguna cualidad salvadora meritoria.
Sin embargo, podría sorprender a los estudiantes de la Biblia más
atentos enterarse de que el termino "nuevo pacto" aparece solo una
vez en el Antiguo Testamento. El gran profeta Jeremías, quien profetizó durante
los últimos días del reino de Judá, cuando el pueblo de Dios estaba a punto de
salir hacia el cautiverio babilónico, anunció mediante la palabra del Señor que
vendría un nuevo pacto: "Vienen días -afirma el Señor- en que haré un
nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pacto
como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los
saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo
-afirma el Señor" (Jer. 31:31,32, NVI).
Aunque este pacto se describe por primera con el adjetivo nuevo en
Jeremías 31:31 (la única ocasión en todo el Antiguo Testamento), los profetas
anteriores ya habían hablado sobre el nuevo pacto. Unos 150 años antes de que
Dios enviara a Jeremías como su mensajero al reino de Judá; el profeta Oseas,
en el reino de Israel, también predijo un nuevo pacto: "Aquel día haré en
tu favor un pacto con los animales del campo, con las aves de los cielos y con
los reptiles de la tierra. Eliminaré del país arcos, espadas y guerra, para que
todos duerman seguros. Yo te haré mi esposa para siempre, y te daré como dote
el derecho y la justicia, el amor y la compasión. Te daré como dote mi
fidelidad, y entonces conocerás al Señor" (Ose. 2:18-20, NVI).
El profeta abre su predicción con la frase: "Aquel día",
la cual es una fórmula o una expresión que apunta al futuro. La predicción no
indica cuándo llegará ese día futuro, pero sí comunica que ese día está
definitivamente fijado en el plan de Dios. "Aquel día" denota el fin
del antiguo orden de cosas y el comienzo de una nueva era con un nuevo orden de
cosas. La imagen que se nos presenta en Oseas 2:18 de un futuro pacto que
involucra al reino animal y a los seres humanos, y que promete la abolición de
las armas de guerra y la introducción de la paz, es sin duda una visión del futuro
reinado mesiánico de paz.
La mención del nuevo pacto también recuerda diversas declaraciones
que podemos encontrar en varias partes del Antiguo Testamento sobre un nuevo
corazón. Por ejemplo, Dios dijo: "Les 4aré ufe corazón para que me
conozcan, pues yo soy el Señor" (Jer. 24:7, RVA-2015) y: "Les daré un
corazón y un camino" (Jer. 32:39). También dijo: "Quitaré el corazón
de piedra de en medio de su carne y les daré un corazón de carne" (Eze.
11:19) y que les daría "un corazón nuevo" y "un espíritu nuevo"
(Eze. 36:26, RVA-2015).»
Estas declaraciones tienen el propósito de recordarnos el cambio
que se producirá en la vida de los seres humanos cuando entre en vigor el nuevo
pacto. Entonces el Señor dice: "Pondré mi Espíritu en ustedes" (Eze.
36:27, NTV). Esta obra de Dios dentro de la humanidad, en el corazón de hombres
y mujeres, proporciona la base para la actividad, la receptividad y el
significado del "nuevo pacto" en la vida humana. Oseas e Isaías, los
grandes profetas del siglo VIII a.C., junto con grandes profetas que vinieron
más tarde, a saber, Jeremías y Ezequiel, profetizan cada uno a su manera sobre
la experiencia del nuevo pacto, aunque solo uno de ellos usa la expresión nuevo.
La comparación del "antiguo pacto" que Dios hizo con el
antiguo Israel en el monte Sinaí con el "nuevo pacto", sugiere que
hay varias líneas de continuidad. Se trata del mismo Dios en ambos pactos. El
que hace el "nuevo pacto" es el mismo Dios que había hecho el pacto
anterior. En la profecía de Jeremías 31:31 al
34, el Dios del Éxodo claramente se presenta a sí mismo como el que actúa otra
vez en el pacto, al declarar explícitamente: "Haré un nuevo pacto"
(vers. 31). Vemos así que Dios toma nuevamente la
iniciativa de hacer un pacto; que se trata del mismo Dios del pacto que
conocíamos.
El Dios salvador es siempre el que toma la nueva iniciativa y
busca traer salvación a los que distorsionan su plan o rechazan su gran don.
Queda claro una vez más que el pacto que Dios hace con su pueblo, es decir, el
nuevo pacto, es un pacto que él inicia y que él hace. Es por esta razón que
podemos hablar del Dios bíblico como el Dios que busca entablar pactos. También
podemos hablar del Dios bíblico como el Dios que inicia la salvación por medio
de pactos.
Y la promesa de fidelidad y comunión divina en el nuevo pacto es
la misma del pacto anterior que Dios hizo con Israel (compárese con Éxo. 19:5,
DHH: "Serán mi pueblo"). La expresión: "Yo seré su Dios",
tan característica del Dios que hizo el pacto con Israel en el Sinaí, encuentra
expresión nuevamente en el pasaje del "nuevo pacto" en Jeremías
31:33: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo".
Los socios son los mismos en ambos pactos: Dios, por un lado, y su
pueblo por el otro. El profeta anunció que el nuevo pacto se había hecho
"con la casa de Israel y con la casa de Judá" o simplemente con
"la casa de Israel" (véase Jer. 31:31,33). Aunque algunos creen que
esto significa que el "nuevo pacto" estaba dirigido únicamente a la
antigua nación de Israel, ese no es el caso. Es cierto que el Señor ofreció el
"nuevo pacto" primero a su pueblo, al que había elegido y con el que
hizo un pacto en el monte Sinaí en la época de Moisés. Los israelitas,
trágicamente, terminaron convirtiendo el pacto del Sinaí en un método legalista
de salvación o justificación por obras. Se esforzaron por ser justos por medio
de sus propios esfuerzos inútiles, sin valerse del método de la fe que conduce
a la obediencia (en el método de la fe que conduce a la obediencia, las obras y
las buenas acciones de la persona obediente no merecen la salvación, sino que
son el resultado de la salvación que Dios ya le concedió). Por lo tanto, Dios
finalmente tuvo que apartarse del Israel étnico al Israel espiritual con el
propósito de encontrar la cooperación que necesitaba para poner en
funcionamiento las provisiones y los beneficios de su pacto eterno, ahora
llamado el nuevo pacto.
Los socios humanos en el nuevo pacto de Dios son ahora aquellos
que tienen la ley de Dios escrita en su corazón, independientemente de su
origen étnico. "La escribiré en su corazón", promete Dios (Jer.
31:33). Esta internalización de "la ley", la misma ley que Dios
proclamó en el monte Sinaí y que utilizó al hacer el nuevo pacto con la nación
de Israel en aquel momento, no es más que la internalización de la voluntad y
el carácter de Dios.
La internalización de la ley de Dios en el creyente no significa
que Dios está imponiendo su voluntad sobre su pueblo. El hecho de que Dios
escriba la ley internamente, haciéndola parte de la persona y de su voluntad,
demuestra el principio del libre albedrío personal. Dios no forzará ahora, y
nunca lo hizo en el pasado, su ley en el corazón de nadie. La decisión de tener
la ley de Dios escrita en el corazón es una decisión que cada uno toma de
manera individual. Sin embargo, es crucial que los socios humanos con lo que
hace el nuevo pacto, quienes experimentarán y permanecerán dentro de la
relación del nuevo pacto, comprendan bien esta elección.
Los miembros de la comunidad del nuevo pacto no son todos los
descendientes físicos o de sangre de Abraham, sino todos aquellos que permiten
que Dios escriba su ley internamente, haciéndola parte de la voluntad total del
creyente para que pueda obedecer a Dios por medio de la fe. Por lo tanto, la
elección de permitir que la ley se escriba en el corazón identifica a esa
persona como miembro del Israel espiritual de Dios, donde el linaje físico es
irrelevante. Cualquier persona que permite que Dios lleve a cabo su obra dentro
de él o de ella se convierte en miembro del Israel de Dios, su verdadero Israel
espiritual. El verdadero Israel espiritual que ha experimentado que Dios
escriba su ley en su corazón se convierte en el socio de Dios en el nuevo
pacto.
En el Nuevo Testamento, los judíos que recibieron a Jesucristo y
su evangelio constituyeron durante un tiempo el núcleo de la iglesia (ver Mat. 18:17). De
esta manera, la continuidad entre el Israel literal y el pueblo de Dios,
"un remanente escogido por gracia" (Rom. ii:5), está claramente
indicada en el Nuevo Testamento. Los judíos infieles, por otra parte, se
describe que son "endurecidos" (vers. 7), no
constituyendo el verdadero Israel.
Los gentiles, que antes no eran creyentes, aceptaron el evangelio
y fueron injertados en el verdadero pueblo de Dios, una comunidad formada por
creyentes en las que no se tomaba en cuenta el origen étnico (Rom. 11:13-24). Así
que los gentiles, "que en otro tiempo estaban sin Cristo, separados de la
nación de Israel, y no tenían parte en las alianzas ni en la promesa de Dios"
(Efe. 2:12, DHH), fueron atraídos
en la sangre de Cristo y ya no eran considerados "extraños ni extranjeros,
sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios" (vers. 19, NVI).
Cristo es el mediador de "un nuevo pacto" (Heb. 9:15) para
todos los creyentes, sin importar si son judíos o gentiles, negros o blancos,
amarillos o marrones, hombres o mujeres.
La ley en ambos pactos es la misma. "Bajo el nuevo pacto, las
condiciones mediante las cuales se puede obtener la vida eterna son las mismas
que en el pacto antiguo, a saber, obediencia perfecta".2 Veremos
más sobre este importante elemento de comparación a medida que avanzamos.
Los lectores de la Palabra de Dios son bendecidos cada vez que
vuelven a estudiar y a investigar el extraordinario pasaje de Jeremías 31:3-1 al 34. Este
pasaje contiene elementos básicos que haríamos bien en contemplar. Nos habla
sobre la iniciativa divina, 15' respuesta humana, la ley de Dios, el propósito
del pacto y el resultado del pacto. Examinemos brevemente cada una de estas
ideas.
Ya vimos cómo Jeremías 31:31 al 34 resalta
repetidamente la iniciativa divina. La predicción comienza con una declaración
de acción divina: "Haré un nuevo pacto" (NVI,
cursiva añadida). Dios aquí anuncia su acción a favor de la salvación, la cual
tendrá lugar en el futuro. De la misma manera, esta predicción del nuevo pacto
concluye con las palabras, "perdonaré" y "nunca más me acordaré
de sus pecados" (NVI). Esta iniciativa divina apunta hacia el acto
culminante de perdón total y olvido total de los pecados humanos por parte de
Dios.
La respuesta humana también está claramente manifestada en este
significativo texto. Y es que la respuesta humana en relación con el pacto no
se puede pasar por alto. Dios nunca reduce a los seres humanos al nivel de
autómatas o robots, sin la posibilidad de tomar decisiones. El nuevo pacto,
como el pacto del Sinaí, no es un pacto incondicional que permanece intacta
generación tras generación, independientemente de la respuesta del hombre y su
relación con Dios y su voluntad revelada en la ley. Lo que hace que el nuevo
pacto sea permanente y eterno es que el Sénior mismo obrará un cambio en los
corazones humanos, haciéndoles posible cumplir la ley por medio de su gracia
divina y habilitadora (Jer. 24:7; Eze. 36:26-28).
La declaración en la promesa del nuevo pacto sobre la ley de Dios
también es de importancia fundamental. Un elemento común en los pactos
anteriores hechos con Adán y Abraham, y particularmente en el pacto hecho con
el antiguo Israel en el monte Sinaí, es también la ley de Dios. La ley de Dios,
apropiadamente llamada aquí "mi ley" (Jer. 31:33), se encontraba en
la ley de Dios escrita en tablas de piedra en el pacto del Sinaí (ver Éxo.
24:12; 31:18; 34:1,28). De hecho, a las tablas de piedra a veces se las llamaba
"el pacto" (véase 1 Rey. 8:21). Esta ley de Dios no es defectuosa y
no fue eliminada. La ley de Dios es inmutable y eterna.
Además, esta expresión inmutable de la voluntad de Dios en la ley
no debe permanecer ajena al creyente. Por esta razón, este pasaje del nuevo
pacto hace hincapié en que Dios escribirá la ley "en sus corazones".
"La gran ley de amor revelada en el Edén, proclamada en el Sinaí, y en el
nuevo pacto escrita en el corazón, es la que liga al obrero humano a la
voluntad de Dios".3 La
actividad de Dios de escribir su ley en los corazones humanos, representa su
maravillosa obra de gracia en nuestro ser interno. Su obra consiste en escribir
la ley interiormente por medio de su Espíritu Santo. De esta manera, la ley se
internaliza dentro del creyente y comienza a convertirse en una parte integral
de la voluntad del creyente, impregnándola de tal manera, que la voluntad
humana y la ley divina se acoplan perfectamente entre sí (2 Cor. 3:5,6).
La obediencia resultante no es un logro humano, no es una
obediencia meritoria, no es una obediencia destinada a lograr la justificación
y la salvación por el esfuerzo propio. Es más bien una combinación de fe y
obediencia, una obediencia hecha posible por la fe en el poder habilitador de
Jesucristo.
El propósito del pacto se describe claramente en Jeremías 3i:3i al
34. Dios no habla de una nueva ley, sino de un nuevo pacto. La ley como forma
de vida da expresión a esta relación del nuevo pacto. La relación de hecho se
expresa mediante una fórmula: "Yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo" (Jer. 31:33; compárese
Jer. 7:23; 32:38). La relación del pacto
del Sinaí se describió por medio de la misma fórmula (Éxo. 6:7; Deut. 26:16-19: Lev. 26:12; etc.).
El propósito de Dios para su pueblo es que la relación prometida, tan efímera
para el antiguo Israel, se renueve, se restaure y sea permanente.
Los resultados del pacto son de suma importancia. El principal de
todos es la experiencia subsiguiente de la comunidad del nuevo pacto de
convertirse en el Israel espiritual, compuesto por aquellos que permiten que
Dios interiorice su ley en ellos y que, por lo tanto, se convierten en canales
santificados para iluminar y bendecir a otros. El nuevo pacto también
establecería una relación y comunión duradera, profunda e intensa entre los
socios humanos y el Señor del pacto, el Dios de la salvación. Además, traería
la gratificante bendición del perdón, que trae paz a la mente y al alma (Jer.
31:34). Un perdón que está asegurado y anclado en el sacrificio del propio Hijo
de Dios.
En nuestro idioma, lo opuesto a lo nuevo es lo viejo. La
palabra viejo implica algo de larga data o de uso continuado
durante mucho tiempo. También designa con frecuencia algo anticuado, en el
sentido de que ha caído en desuso o está desactualizado. Debemos tener cuidado
de no atribuirle significados modernos al uso bíblico cuando se trata de
comprender la intención, el propósito y el diseño del lenguaje bíblico.'
El término nuevo que se usa en la frase
"nuevo pacto" en Jeremías 3i:3i es la palabra hebrea chadas. Este
término hebreo significa por lo general (i) "renovar" o
"restaurar" y (2) algo "nuevo", que no estaba presente con
las mismas características o forma de antes. Reflejando ambos sentidos, el
nuevo pacto es simplemente un pacto "renovado" o
"restaurado", que ahora tiene características que no estaban
presentes de la misma forma que antes.
En 2 Corintios 3:6, el apóstol Pablo sugiere que el nuevo pacto es
un pacto del Espíritu, en contraste con el antiguo pacto, que era un código
escrito: "Sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen
viejo de la letra" (Rom. 7:6). Lo que Pablo parece subrayar aquí es que el
código escrito (ver 2 Cor. 3:5, 6) es la letra de la ley, en el sentido de
aquella que está fuera del creyente y que aún no está escrita dentro de él.
Mientras el "código escrito" (que es simplemente una forma de
designar al antiguo pacto) permanezca fuera del creyente y no haya sido escrito
por el Espíritu dentro de él, solo podrá traer condenación.
Pero el Espíritu, el cual caracteriza al nuevo pacto, da vida,
escribe la ley en el corazón, internalizándola en el creyente. Por lo tanto, la
novedad del pacto se puede describir más eficazmente con la palabra
"mejor" (Heb. 8:6). El pacto de Dios permanece o se vuelve obsoleto
cuando está afuera del corazón humano, cuando se convierte simplemente en un
método para guardar la ley con el propósito de obtener la salvación por méritos
propios. En contraste con este enfoque de la salvación, y en completa armonía
con los que da a entender la Palabra, Pablo resalta que el nuevo pacto es un
pacto del Espíritu; que el creyente ahora sirve en la novedad del Espíritu y no
bajo el régimen viejo de la letra (Rom. 7:6).
1 Para conocer más sobre la relación entre el antiguo y el
nuevo pacto, véase Michael G. Hasel, "Oíd and New: Continuity and
Discontinuity in God's Everlasting Covenant", Miriistry 79 no.
3 (marzo 2007), pp. 18-23.
2 Elena de White, La maravillosa gracia de Dios (Florida,
Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1973), p. 137.
3 Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida,
Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 296.
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