Capítulo 13
El mensaje bíblico de Jesucristo como nuestro Salvador se resume en
una importante declaración que él hizo de sí mismo: "Yo he venido para que
tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10). La vida,
pero la vida real, va mucho más allá de la mera existencia física. La gran
búsqueda por comprender el significado de la vida en su sentido más completo ha
tomado diversas formas a lo largo de siglos de contemplación, estudio e
investigación. La New Encyclopaedia Britannica afirma de manera clara: "No hay una definición aceptada
de manera general de lo que es la vida".1 Dieciocho
años más tarde, la respetada Encyclopedia americana comienza su artículo sobre la vida con la siguiente
advertencia: "Cuanto mayor es el conocimiento de la humanidad, más difícil
es definir un concepto de lo que es la vida".2
Podemos encontrar muchas definiciones de lo que es la vida, pero
hay un hecho que es indiscutible, y es que toda la vida que conocemos en el
planeta tierra termina en muerte. Desde tiempos inmemorables, los seres humanos
han respondido al hecho de la muerte intentando prepararse para su existencia
continua en el más allá o intentando alcanzar la vida más rica y plena en el aquí
y ahora. Las pirámides egipcias, por ejemplo, son una prueba de los intentos
humanos de garantizar la vida en el más allá. Sin embargo, toda búsqueda para
mejorar o perpetuar la vida está condenada al fracaso a menos que los seres
humanos acepten la vida que solo Dios puede proporcionar, según se describe en
las Escrituras. La declaración de Cristo: "Yo he venido para que tengan
vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10), resume la
respuesta divina a la búsqueda humana de la vida en su máxima expresión.
El apóstol Pedro hace la extraordinaria afirmación de que solo en
Jesucristo podemos encontrar la salvación. "Y en ningún otro hay
salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos" (Hechos 4".12). Jesucristo es el gran punto focal
de la salvación.
La revelación de Dios en las Escrituras sobre la salvación
centrada y enfocada en Jesucristo va en contra de todos los caminos de
salvación que el hombre ha ideado. Algunos intentan comprender la salvación
mediante la sabiduría o el conocimiento correctos. El gnosticismo, un
movimiento religioso y filosófico que se extendió durante los primeros tres
siglos de la era cristiana, enseñaba este método. Los diversos maestros, grupos
y sistemas agrupados bajo la etiqueta gnóstica comparten la convicción de que,
aunque la humanidad existe en la ignorancia y la ilusión, por medio del
"conocimiento" o la "sabiduría" podemos alcanzar la
liberación espiritual. Es decir, es posible lograr la máxima identidad con lo
divino, sea lo que sea que esto último signifique.3
Esta filosofía gnóstica se asemeja mucho a las enseñanzas del
misticismo pagano y no pagano este sistema de pensamiento busca entender la
vida espiritual interior, la peregrinación con lo divino que comienza con la conciencia
interior y avanza hacia las etapas más elevadas posibles de desarrollo
personal. La esencia de sus enseñanzas es entablar una relación inmediata con
lo más excelso. Esta relación puede ser una experiencia psicológica o
epistemológica en la que el místico, aparte de una institución religiosa o de
un libro sagrado, recibe conocimiento religioso directamente de lo divino.
La enseñanza bíblica de la salvación en Jesucristo también
contradice las afirmaciones legalistas de justicia y salvación. El término legalismo describe
una forma de buscar la salvación por medio del cumplimiento de reglas,
regulaciones y leyes, tanto humanas como divinas, a fin de ganar mérito ante
los ojos de Dios y ponerlo bajo la obligación de concedernos la salvación. El
legalismo ha tomado muchas formas a lo largo de los siglos, incluso dentro del
cristianismo mismo. La verdad bíblica sobre la salvación va en contra de cualquier
método legalista de obtener la salvación mediante un ritual religioso o actos
de contrición.
El método de la salvación en las Escrituras también se opone a
cualquier forma de antinomianismo. El antinomia-no rechaza la ley moral y una
vida de rectitud como partes indispensables de la experiencia cristiana, una
perversión de la verdad que se remonta a la ép9ca del Nuevo Testamento. Pablo
tuvo que refutar en su día la sugerencia de que la doctrina de la justificación
por la fe daba pie a la indulgencia
A. Elwell (Grand Rapids, MI: Baker Book
House, 1984), pp. 444-447; Hans Joñas, The Gnostic Religión: The Message ofthe Alien Godand the
Beginnings ofChrístianity, 2a
ed. (Boston: Beacon Press, 1963); Robert M. Grant, Gnos■■ ticism and Early
Christianitg, rev.
ed. (Nueva York: Harper and Row, 1959).
continua en el pecado. Las Epístolas constantemente condenan la herejía
de que el evangelio aprueba el libertinaje. En muchas ocasiones, las
discusiones modernas sobre la ley y la gracia tratan realmente sobre la
necesidad de una vida de rectitud. Increíblemente, la aparente dicotomía entre
la ley y la gracia y el fuerte contraste que a menudo se marca entre las dos
provienen de un malentendido de las enseñanzas del mismo Pablo. Nadie, por
supuesto, rechaza de una forma tan contundente a la ley como un medio de
salvación a la vez que afirma la validez continua de la ley como un componente
integral en la vida del cristiano (ver Romanos 3:31; 8:4).
La salvación del nuevo pacto se remonta y nos llega desde el
huerto del Edén, diseñada por Dios mismo para toda la humanidad. La Biblia
entera da testimonio de ello y sobre ello. Es una salvación enraizada en
Jesucristo y llevada a cabo por él.
La vida del nuevo pacto se caracteriza por la experiencia de la
vida y la existencia de Cristo en el corazón del creyente. El término
"corazón" se usa aquí para designar la sede del pensamiento, el
propósito y la comprensión, de donde brota nuestra actitud, revelada por
nuestro comportamiento. El corazón "de piedra" (Ezequiel 11:19;
36:26), que también es llamado el corazón "incircunciso"
(Ezequiel 44:7), necesita tanto ser renovado como purificado (Salmo 51:10; Jeremías
24:7; Ezequiel 18:31).
Jesús prometió que los de limpio corazón verán a Dios (Mateo 5:8).
La promesa del nuevo pacto es que Dios escribirá Su ley en nuestros corazones
(Jeremías 31:33; Hebreos 10:16,17). Esta
interiorización de la ley de Dios en el corazón de los creyentes les permite
vivir la nueva vida del pacto.
La fe es el medio por el cual Cristo habita en los corazones
humanos (Efesios 3:17), y esta fe provoca una-respuesta de obediencia amorosa a
sus palabras (Juan 14:23). De esta forma, Cristo se convierte en una presencia
constante y permanente en el corazón del creyente y no solo en un visitante
ocasional. Él hace que la relación del pacto se convierta en una realidad
duradera y continua en la vida de sus seguidores.
Los autores inspirados de las Escrituras afirman enérgicamente que
todo cristiano avanza hacia la madurez en la vida cristiana. Esta madurez
implica un "arrepentimiento de obras muertas" (Hebreos 6:1). La
Epístola a los Hebreos plantea la siguiente pregunta decisiva: "Si esto es
así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se
ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que
conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!" (Hebreos
9:14, NVI).
Estas "obras muertas" no son pecados que conducen a la
muerte, sino obras humanas que carecen del elemento que las convierte en obras
de fe. Son obras que no están motivadas por la fe que lleva a la obediencia,
sino más bien por un espíritu legalista. En este sentido, las "obras
muertas" son las "obras de la ley" u obras que buscan la
justicia por medio de la le# en lugar de la justicia por la fe. La forma de
vida que caracteriza a los verdaderos cristianos que viven en una relación
genuina y dinámica con Jesucristo no es la de las obras de justicia, sino la de
la fe y la justicia. Los que sirven al Dios viviente producen "justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo" (Romanos 14:17)'
Hay varios tipos de esperanza: esperanzas nacionales, esperanzas
políticas, esperanzas filosóficas, esperanzas teológicas. Estas esperanzas
comparten el factor común de un deseo acompañado de expectativa. El aspecto de
la expectativa nos hace plantear una y otra vez la pregunta: ¿Hay algún tipo de
esperanza que esté libre de ilusión?
Por lo general, la esperanza que no se basa en promesas bíblicas
se revela como una mera proyección de los deseos humanos y terrenales. Pinta
cuadros del futuro basados en los propios deseos de la humanidad. Algunos de
ellos prometen una utopía terrenal, pero esta clase de sueños de una sociedad
política perfecta terminan siendo espejismos. Los esquemas que apuntan a la
perfección fracasan debido a la imperfección innata de los que los crean. Los
sueños de riqueza o fama nunca se materializan. Esta clase de esperanzas y
expectativas generalmente terminan en fracaso y decepción porque se basan
únicamente en la capacidad y determinación humanas.
La Biblia revela claramente la existencia de una esperanza que se
basa en la realidad y no en la ilusión: "Un ancla firme y confiable para
el alma" (Hebreos 6:19, NTV). Esta esperanza, fundada en las promesas
trascendentales y seguras de Dios, se basa en la revelación de Dios y se revela
por medio de su pacto. Este tipo de esperanza es una esperanza sin ilusión y
una esperanza sin miedo al fracaso.
El hincapié que las Escrituras hacen sobre la esperanza es el
mismo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La verdadera esperanza,
la esperanza bíblica, la esperanza que no se basa en la ilusión, tiene a Dios
como fuente y Autor. El salmista confiesa en el Salmo 71:5: "Tú eres mi
esperanza, oh Señor" (BA). El profeta Jeremías describe dos veces a Dios
como la esperanza de Israel (Jeremías 14:8; 17:13). El pueblo del pacto de Dios
basa su esperanza en el Señor de la esperanza. Pablo retoma este tema al llamar
a Dios "el Dios de esperanza" (Romanos 15:13, NVI).
Dios es el Autor y la fuente de la esperanza para el creyente. Él
también es el dador de esperanza. La esperanza que él nos da se extiende hacia
el futuro y nunca decepciona. El salmista revela que la esperanza es un regalo:
"Mi esperanza viene de él" (Salmo 62:5, DHH). Pablo afirma que el
Padre nos dio una "buena esperanza" (2 Tesalonicenses 2:16). Esta
"buena esperanza" del Padre está totalmente apartada de la esperanza
basada en las proyecciones, deseos o anhelos humanos. Con la esperanza que Dios
provee, los deseos y expectativas se basan en él y nada más. Dios mismo
garantiza que esta esperanza no se basa en ilusiones.
Un aspecto principal de la verdadera esperanza es su promesa de
vida eterna. El Nuevo Testamento revela mucho sobre la vida eterna. La vida
eterna, según varios pasajes del Nuevo Testamento, comienza en el presente. El
creyente experimenta en el presente la vida abundante (Juan 10:10; compárese con
6:33,35,63). La cualidad de la eternidad reside en Jesucristo (Juan 5:26;
compárese con 4:10,14; 11:25; 14:6); y el creyente que continúa participando de
él y que tiene a Jesucristo viviendo dentro de él, "vivirá para
siempre" (Juan 6:51). En otras palabras, el discípulo de Jesús, el que
sigue a Cristo en una relación diaria y dinámica de entrega absoluta,
experimenta la vida eterna hasta cierto punto incluso ahora y nunca perecerá
eternamente (Juan 10:28).
Esto quiere decir por supuesto, que el aspecto futuro de la vida
eterna-involucra la resurrección del cuerpo (Juan 5:28,29; 6:39,40,44,51-56).
En este sentido, la vida eterna es claramente un acontecimiento y una
experiencia futuros. La vida caracterizada como espiritual y no carnal (véase
Romanos 8:14; Gálatas 5:i6) continuará después de la resurrección del cuerpo (1
Corintios 15:44,5i; 2 Corintios 5:i-5; Filipenses 3:21; 1 Tesalonicenses
4:13-18) en ocasión de la segunda venida del Señor Jesucristo (1 Corintios
15:22; Colosenses 3:4).
El "ahora" de la salvación es una realidad presente para
el creyente. Pero queda un "no todavía" de la salvación que debe
ocurrir. La esperanza en el Antiguo Testamento fijaba su mirada en la venida
del Mesías, que finalmente vino como se predijo. El "ahora" de la
salvación se aseguró así por medio de la muerte, resurrección y ascensión de
Jesucristo; pero el "no todavía" de la esperanza de la salvación
permanece sin cumplirse.
Las escrituras del Nuevo Testamento expresan este aspecto del
"no todavía" de nuestra esperanza en una variedad de formas. Nuestra
esperanza tiene un objetivo futuro. Observe cómo este aspecto se expresa en una
serie de frases bíblicas: "Nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la
gloria de Dios" (Romanos 5:2, NVI). Esperamos la "redención de nuestro
cuerpo" (Romanos 8:23). "Mediante la fe, aguardamos con ansias la
justicia que es nuestra esperanza" (Gálatas 5:5, NVI). En la Epístola a
los Hebreos, la esperanza es "la esperanza"
(Hebreos 3:6; 6:18,19, la cursiva es nuestra).
El objetivo de toda esperanza es el acercamiento del
"día" (Hebreos 10:25). Este día es la segunda venida de Jesucristo,
descrito en la versión de la Biblia Reina Valera como "el día del
Señor" (Hechos 2:20; 1 Tesalonicenses 5:2; 2 Tesalonicenses 2:2; 2 Pedro
3:10), "el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6), "el día de la
visitación" (1 Pedro 2:12), "aquel día" (Mateo 7:22; 2
Tesalonicenses 1:10), o "el día final" (Juan 6:39-40,44, 54; 11:24;
12:48).
El objetivo de la bendita esperanza del advenimiento es estar
eternamente con el Señor después de la Segunda Venida (1 Tesalonicenses 4:17).
Esta esperanza de un futuro de comunión y reunificación ininterrumpidas con
Dios tiene varias implicancias importantes para la vida presente de los
creyentes.
Consideremos uña de estas importantes implicancias: la respuesta
del creyente. La Biblia es muy explícita en cuanto a la respuesta que la
esperanza provoca en el creyente: "Amados, ahora somos hijos de Dios y aún
no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que
tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro"
(i Juan 3:2,3). Aquí el apóstol hace una declaración sobre nuestra purificación
ahora en virtud de lo que esperamos ser en el futuro. De esta manera, Juan
refuta la afirmación de que la esperanza cristiana se puede sostener sin
referencia a nuestra propia moralidad y ética presentes. La esperanza de ver a
Cristo cuando regrese y de llegar a ser en ese momento como él, motiva a todos
los que la tienen a purificarse ahora mediante los medios disponibles que Dios
ha provisto en su gracia.
Esta experiencia de purificación es una característica de vivir
con Dios, bajo Dios y por el poder de Dios en el nuevo pacto. La esperanza del
creyente se basa en el pacto de Dios y recibe significado del pacto de Dios.
Desde la perspectiva del pacto, al menos dos aspectos se hacen evidentes:
(1) La esperanza es una parte intrínseca del patrón de la acción
divina y de la respuesta humana. El creyente, como miembro de la comunidad del
pacto, responde al Dios de la esperanza con palabras y hechos apropiados que
reflejan su compromiso cok* el Señor del pacto.
(2) La comunidad del pacto está formada por dos partes, ambas
caracterizadas por la esperanza. Por un lado, está el "Dios de la
esperanza" y por otro lado, el creyente, un ser de esperanza que ha
recibido la esperanza del Dios de la esperanza. Por lo tanto, la comunidad del
pacto es una comunidad de esperanza; una comunidad de esperanza por intermedio
de Dios. Es una comunidad de esperanza formada por personas que reciben su
esperanza de Dios. También es una comunidad de esperanza en el futuro que Dios
promete. La esperanza de la comunidad del pacto es una esperanza sin ilusión
porque se basa en el Dios de la esperanza y descansa en la contabilidad de
Dios.
La esperanza que tenemos como creyentes de que "estaremos
siempre con el Señor" (1Tesalonicenses 4:17) tiene un segundo significado
relacionado con la manera en que los creyentes deben viven la vida presente:
vivimos con una actitud de espera paciente, perseverancia duradera y lealtad
inquebrantable. Mientras esperan la venida en gloria de Dios, cuando él
aparezca por segunda vez, los creyentes están tranquilos y despreocupados
(compare con Isaías 40:31; 41:1), pero no inactivos. La gracia divina nos
provee un nuevo poder para la vida cotidiana, un poder Id suficientemente
fuerte para resistir las tentaciones más severas y lo suficientemente fuerte
para soportar las pruebas más difíciles. Nuestra esperanza en Dios es la fuente
de lealtad inquebrantable a Dios. Nosotros, que hemos nacido de nuevo
"para una esperanza viva" (i Pedro 1:3), "para una herencia
incorruptible, incontaminada e inmarchitable" (versículo 4) viviremos una
vida de sobria obediencia y santidad divina (Hebreos 12:1-17)
Además, la esperanza de la segunda venida de Cristo, la cual
descansa en el nuevo pacto de Dios, le otorga una nueva realidad a la gran
comisión que el Cristo resucitado dio a sus discípulos: "Por lo tanto,
vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a
obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que
estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos" (Mateo 28:19, 20, NTV).
Este mandato implica que la comunidad del pacto, establecida sobre el nuevo
pacto ratificado y ejemplificado en Jesucristo, debe constituirse en una
comunidad misionera. Su misión es dar a todas las naciones las buenas nuevas de
Jesucristo; lo que él logró mediante su vida perfecta, su muerte en la cruz, su
resurrección y su ministerio como Sumo Sacerdote; así como la buena noticia de
su pronta venida, la cual viene a ser el cumplimiento final de toda la
esperanza de las Escrituras.
El principio para poner en práctica a nivel personal de esta buena
noticia es que el que "está en Cristo" puede llegar a ser una nueva
creación (2 Corintios 5:17; compárese con Romanos 6:4), puede dar los frutos de
la nueva vida (Gálatas 5:19-23; compárese con Efesios 5:9) y puede actuar en el
poder del Señor resucitado, cumpliendo la voluntad de Dios (Efesios 6:6). En
consecuencia, la vida del creyente es una vida para Cristo
y un Dios en el que podemos confiar (Romanos 6:11,13; 2 Corintios 5:15).
La promesa del Resucitado: "Yo estaré con ustedes todos los
días" (Mateo 28:20, RVC), es la maravillosa promesa del pacto de la
presencia constante de Cristo. La presencia viva de Jesucristo en nuestro
corazón constituye la promesa cumbre de su seguridad, la cual transforma la
realidad presente, haciendo del próximo encuentro cara a cara con el Señor en
ocasión de su segunda venida una certeza de fe que trasciende todas las demás
certezas.
1 New Encyclopaedia Britannica Macropaedia, 1.10,1980, s. v. "life".
G. L. Borchert, "Gnosticism", EvangélicaI Dictionary ofTheology, ed„ Walter
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