Lección 13 | Domingo 19 de septiembre
UNA VISIÓN DEL FIN
El último discípulo vivo que anduvo con Jesús estaba sentado en una rocosa isla-prisión, lejos de todos sus allegados y seres queridos. ¿Qué debió de haber cruzado por la mente de Juan cuando se encontró varado en esta isla desolada? ¿Cómo fue que terminó allí de esa manera? Al fin y al cabo, él vio irse a Jesús, y a los dos ángeles allí parados diciendo: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech. 1:11).
Sin embargo, eso había sido muchísimos años atrás, y Jesús aún no había regresado. Por su parte, los otros apóstoles presentes ese día ya habían fallecido, la mayoría de ellos martirizados por dar testimonio de Jesús. La joven iglesia había pasado por un cambio generacional, y ahora enfrentaba una horrible persecución externa y extraños movimientos heréticos desde adentro. Juan se habrá sentido solo, cansado y sin descanso. Y entonces, de repente recibió una visión.
¿Cuánto consuelo crees que recibió Juan con esta visión? Lee Apocalipsis 1:9 al 19.
Apo 1:9 Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
Apo 1:10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,
Apo 1:11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
Apo 1:12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,
Apo 1:13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
Apo 1:14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego;
Apo 1:15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Apo 1:16 Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
Apo 1:17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último;
Apo 1:18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
Apo 1:19 Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
Jesús había dicho a sus seguidores: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20); palabras que, sin duda, habrán animado a Juan al afrontar su solitario exilio. Seguramente, esta visión, esta “revelación” de Jesús, debió haber sido un gran consuelo para él, al saber que Jesús, “el Alfa y la Omega, el primero y el último”, se estaba manifestando ahora de una manera especial al apóstol exiliado.
Lo que sucede a partir de estos versículos son visiones sobre el futuro de este mundo. Se presentó ante él una impresionante vista panorámica de la historia, básicamente, lo que para nosotros es la historia de la iglesia cristiana, pero para él era el futuro. Y no obstante, en medio de las pruebas y las tribulaciones que ocurrirían, a Juan se le mostró cómo terminaría todo: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apoc. 21:1, 2).
La gran visión apocalíptica que Juan registró lo ayudó a descansar con confianza en los preceptos y las promesas de Dios.
La vida ahora puede ser difícil, y hasta aterradora incluso. Sin embargo, ¿cómo nos reconforta ahora saber que Dios conoce el futuro y que el futuro, a largo plazo, es bueno?
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