Lección 13 | Domingo 19 de diciembre
EL PECADO DE MOISÉS: PRIMERA PARTE
Una vez tras otra, incluso en medio de su apostasía y sus peregrinaciones por el desierto, Dios proveyó milagrosamente para los hijos de Israel. Es decir, aun cuando no lo merecían (y muchas veces fue así), la gracia de Dios fluía hacia ellos. En la actualidad, nosotros también somos receptores de su gracia, aunque tampoco lo merezcamos. En definitiva, no sería gracia si la mereciéramos, ¿verdad?
Además de la abundancia de alimento que el Señor les había proporcionado milagrosamente en el desierto, otra manifestación de su gracia fue el agua, sin la cual perecerían rápidamente, especialmente en un desierto seco, caluroso y desolado. Sobre esa experiencia, Pablo escribió: “Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:4). Elena de White también agregó que “dondequiera que les hacía falta agua en su peregrinaje, fluía
de las hendiduras de las rocas y corría al lado de su campamento” (PP 436).
Lee Números 20:1 al 13. ¿Qué sucedió aquí, y cómo entendemos el castigo que el Señor le dio a Moisés por lo que había hecho?
Núm 20:1 Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada.
Núm 20:2 Y porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón.
Núm 20:3 Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!
Núm 20:4 ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias?
Núm 20:5 ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun de agua para beber.
Núm 20:6 Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos.
Núm 20:7 Y habló Jehová a Moisés, diciendo:
Núm 20:8 Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.
Núm 20:9 Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó.
Núm 20:10 Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?
Núm 20:11 Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias.
Núm 20:12 Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.
Núm 20:13 Estas son las aguas de la rencilla,[a] por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos.
Por un lado, no es difícil ver y entender la frustración de Moisés. Después de todo lo que el Señor había hecho por ellos, las señales, los prodigios y la liberación milagrosa, aquí estaban finalmente, en los límites de la Tierra Prometida. Pero, de repente les falta agua, y comienzan a conspirar contra Moisés y Aarón. El Señor ¿no podría proveerles agua ahora como lo había hecho tantas veces antes? Por supuesto que sí; podía hacerlo y lo volvería a hacer.
Sin embargo, considera las palabras de Moisés cuando golpeó la roca, incluso dos veces. “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” (Núm. 20:10). Prácticamente podemos escuchar la ira en su voz, porque comienza llamándolos “rebeldes”.
El problema no era tanto su enojo en sí, que era bastante malo pero entendible, sino cuando dijo: “¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?” (NVI), como si él o cualquier ser humano pudiera sacar agua de un roca. En su ira, en ese momento aparentemente se olvidó de que era solo el poder de Dios que obraba en medio de ellos el que podía hacer ese milagro. Él, más que nadie, debería haberlo sabido.
¿Con qué frecuencia decimos o incluso hacemos cosas en un ataque de ira, y hasta creemos que la ira es justificada? ¿Cómo podemos aprender a detenernos, orar y buscar el poder de Dios para decir y hacer lo correcto antes de decir y hacer lo incorrecto?
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