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Miércoles 23 de febrero | Lección 9 - LA CRUZ Y EL COSTO DEL PERDÓN


Miércoles 23 de febrero | Lección 9

LA CRUZ Y EL COSTO DEL PERDÓN

Lee Hebreos 9:22 al 28. ¿Qué dice este pasaje sobre la obra de Cristo en
el Santuario celestial?

Heb 9:22  Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. 

Heb 9:23  Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos.
Heb 9:24  Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios;
Heb 9:25  y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena.
Heb 9:26  De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.
Heb 9:27  Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio,
Heb 9:28  así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. 
 

La idea de que el Santuario celestial necesita ser purificado tiene sentido en el contexto del Santuario del Antiguo Testamento. El Santuario es un símbolo del reinado, o gobierno, de Dios (1 Sam. 4:4; 2 Sam. 6:2), y la forma en que Dios trata con el pecado de su pueblo afecta la percepción pública de la justicia de su Reino (Sal. 97:2). Como gobernante, Dios es el Juez de su pueblo, y se espera que sea justo, que reivindique al inocente y condene al culpable. Por lo tanto, cuando Dios perdona al pecador, asume la responsabilidad judicial. El Santuario, que representa el carácter y la administración de Dios, está contaminado. Esto explica por qué Dios carga con nuestros pecados cuando perdona (Éxo. 34:7; Núm. 14:17-19; en el hebreo original, “perdonar” [nosé’], en estos versículos, significa “llevar, cargar”).

El sistema sacrificial del Santuario israelita ilustra este aspecto. Cuando una persona buscaba el perdón, llevaba un animal como sacrificio en su nombre, confesaba los pecados y lo mataba. La sangre del animal se untaba sobre los cuernos del altar o se rociaba delante del velo, en el primer departamento del
Santuario. Así, el pecado se transfería simbólicamente al Santuario. Dios tomaba los pecados del pueblo y los cargaba sobre sí mismo.

En el sistema israelita, la purificación, o expiación, de los pecados se daba en dos fases. Durante el año, los pecadores arrepentidos llevaban sacrificios al Santuario, con lo que quedaban limpios de su pecado, pero ese pecado se trasladaba al Santuario, a Dios mismo. Al final del año, en el Día de la Expiación, que era el Día del Juicio, Dios purificaba el Santuario, con lo que quitaba su responsabilidad judicial al transferir los pecados del Santuario al macho cabrío, Azazel, que representaba a Satanás (Lev. 16:15-22).

Este sistema de dos fases, representado por los dos departamentos del Santuario terrenal, que eran un modelo del Santuario celestial (Éxo. 25:9; Heb. 8:5), le permitía a Dios mostrar misericordia y justicia al mismo tiempo. Los que confesaban sus pecados durante el año demostraban lealtad a Dios al guardar un descanso solemne y afligirse en el Día de la Expiación (Lev. 16:29–31). Toda persona que no mostraba lealtad era “cortada” (Lev. 23:27–32).

Piensa en lo que experimentarías si tuvieras que afrontar el justo castigo por tus pecados. Esa verdad, ¿en qué medida debería ayudarte a comprender lo que Cristo ha hecho por ti?

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