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13 CRISTO EN EL CRISOL - En el crisol con Cristo - Sección maestros


13 CRISTO EN EL CRISOLO

EL SÁBADO ENSEÑARÉ...

RESEÑA

Texto clave: Mateo 27:46. Enfoque del estudio: Mateo 2:1–18; 27:51, 52; Lucas 2:7, 22–24; 22:41–44; Juan 8:58, 59; Romanos 6:23; Tito 1:2.

Introducción: El hecho más extraordinario de la religión bíblica es que nosotros generamos el pecado y el sufrimiento, pero nuestro Dios cargó con ellos. No hay ninguna otra divinidad en las religiones del mundo que se haya dignado a hacer ese sacrificio. Por eso al cristianismo bíblico se lo llama la religión del amor y la gracia, desde la Creación hasta la Salvación. Dios nos creó por gracia (y sin nuestra contribución) porque nos amaba, y Dios nos salva por gracia (sin nuestra contribución también) porque nos ama.

No obstante, en ambos casos (Creación y Salvación) tenemos la opción de aceptar o rechazar su intervención de gracia. Después de ser creados por gracia, Adán y Eva tomaron la decisión de rechazar el acto de creación de Dios y eligieron el camino de la rebelión, que conduce a la aniquilación, o muerte. Después de ser salvos por gracia mediante la muerte de Cristo en la Cruz, cada uno de nosotros tiene la opción de aceptar el sacrificio de Dios en nuestro lugar y regresar a su Reino de luz, gracia y amor o rechazar su gran salvación y desaparecer en la inexistencia eterna. Elige hoy. Pero elige el amor, elige la gracia, elige la vida. Elige el amor de Dios, la gracia de Dios y la vida de Dios. Esto te hará feliz, esto hará felices a tus seres queridos y a Dios.

Temática de la lección:

La lección de esta semana destaca dos temas principales:

  • 1. El sufrimiento de Jesucristo no representa meramente el sufrimiento de otro ser. Su sufrimiento es la esencia del amor y la salvación de Dios en nuestro favor. Jesucristo sufrió por nosotros y en nuestro lugar para rescatarnos del poder del pecado, el sufrimiento y la muerte para siempre.
  • 2. Lo que Jesús sufrió en Getsemaní y lo que significa para nosotros.

COMENTARIO

Los primeros días del ministerio de Jesús

Sí, desde las primeras horas de vida, Jesús experimentó y estuvo rodeado de tragedias y sufrimientos humanos: negación, rechazo, pobreza y humildad (nació en un pesebre), sufrimiento físico (circuncisión), masacre, persecución y huida. Durante su niñez, Jesús continuó experimentando el sufrimiento humano. Sin embargo, el bautismo de Jesús al comienzo de su ministerio señaló su entrada al crisol para el que había venido, el tipo de ministerio que había venido a ofrecer.

¿Por qué se bautizó, si no tenía ningún pecado?

Por supuesto, se bautizó para darnos ejemplo. Elena de White observa que “Jesús no recibió el bautismo como una confesión de culpabilidad propia. Se identificó con los pecadores, dando los pasos que debemos dar y haciendo la obra que debemos hacer. Su vida de sufrimiento y paciente tolerancia después de su bautismo fue también un ejemplo para nosotros” (DTG 85). Pero el bautismo de Cristo no se reduce a un mero ejemplo.

El apóstol Pablo explica el significado del bautismo en términos de muerte y resurrección: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Rom. 6:3, 4). En otra parte, Pablo explica que Dios, “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21). Jesús vino al mundo para cargar con nuestros pecados y morir en nuestro lugar, para que nosotros, en cambio, pudiéramos tomar sobre nosotros su justicia. Elena de White escribe: “Después de salir del agua, Jesús se arrodilló en oración a orillas del río. Se estaba abriendo ante él una era nueva e importante. De una manera más amplia, estaba entrando en el conflicto de su vida.

Aunque era el Príncipe de Paz, su venida iba a ser como el acto de desenvainar una espada. [...] Nadie en la Tierra lo había comprendido, y durante su ministerio debía continuar andando solo. [...] Como uno de nosotros, debía llevar la carga de nuestra culpabilidad y desgracia. El Ser sin pecado debía sentir la vergüenza del pecado. [...] Debía hollar solo la senda; debía llevar solo la carga. Sobre el que había depuesto su gloria y aceptado la debilidad de la humanidad debía descansar la redención del mundo” (DTG 85, 86).

Este intercambio pudo verse figurativamente en el bautismo. Cuando Jesús se bautizó, no lo hizo para su salvación, sino que anunció que había venido a tomar nuestros pecados sobre sí mismo y morir en nuestro lugar. Cuando nos bautizamos, morimos a nuestros propios pecados junto con Jesús, recibimos su justicia y luego nos levantamos de las aguas bautismales para llevar una vida nueva.

Jesús en el Getsemaní

En La cruz de Cristo, John R. W. Stott (1921-2011), el famoso teólogo y evangelista anglicano, intenta comprender el crisol de Jesús en Getsemaní comparando a Jesús con Sócrates, que enfrentó la muerte. Sócrates (470-399 a.C.), uno de los fundadores de la filosofía y la cosmovisión occidentales, tenía unos setenta años cuando una corte ateniense lo condenó a muerte por corromper a la juventud y por impiedad (rechazar a los dioses de la ciudad). Sócrates debía morir bebiendo una taza de cicuta venenosa. Aunque Sócrates podía escapar del juicio y la condena, optó por permanecer en la ciudad y enfrentar la muerte. En el lugar de la ejecución, Sócrates estaba rodeado por los discípulos que lo apoyaban y que lloraban por su maestro. Cuando se le entregó la copa con el veneno, el padre del pensamiento occidental la tomó con toda alegría y confianza, y la bebió valientemente hasta el fondo (para el relato que hace Platón sobre esta historia, ver Platón, Phaedo, pp. 393-403).

Al contrario, Jesucristo pasó sus últimas horas en el huerto del Getsemaní. Cuando pidió a sus discípulos que se quedaran y velaran con él porque su alma estaba “muy triste, hasta la muerte” (Mar. 14:34), se durmieron. De hecho, uno de sus discípulos lo vendió por dinero, y los demás huyeron del huerto cuando la multitud llegó para arrestar a Jesús (Mar. 14:10, 11, 50). Pero Jesús, a diferencia de Sócrates, agonizaba por la copa que debía beber hasta el final. Lejos de describir a Jesús tomando la copa con alegría y valentía, el evangelista Lucas señala que “su sudor [era] como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Luc. 22:44), mientras oraba: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa” (Luc. 22:42). Jesús, que es el Dios encarnado, ¿puede ser realmente el Salvador del mundo, si tiene tanto miedo de esa copa y de la muerte? ¿Por qué parece más débil que Sócrates?

Stott se plantea preguntas similares y luego sugiere una respuesta: “¿Qué es esa copa? ¿Será el sufrimiento físico al que teme, la tortura de los azotes y la cruz? ¿Se sumará, tal vez, la angustia mental de la traición, la negación y la deserción de sus amigos, como también la burla y el injurio de sus enemigos? Jamás pude aceptar que la copa a la cual temía Jesús fuera alguna de estas cosas (a pesar de que eran realmente graves), como tampoco todas ellas juntas. Su valor físico y moral resultó invencible durante todo su ministerio público. Me resulta ridículo suponer que ahora les tenía miedo al dolor, los insultos y la muerte. Sócrates, en la celda de la cárcel en Atenas, según el relato de Platón, tomó su copa de cicuta ‘sin temblar y sin cambio de color o de expresión. Levantó la copa hasta sus labios, y con alegría y serenidad bebió hasta la última gota’. Cuando sus amigos echaron a llorar, les reconvino por su comportamiento ‘absurdo’ y los instó a ‘mantener la calma y tener valor’. Murió sin temor alguno, sin pena ni protesta. ¿Fue Sócrates más valiente que Jesús? ¿O es que sus copas estaban llenas de venenos diferentes?” (J. R. W. Stott, La cruz de Cristo, p. 85).

Stott concluye que “la copa que quería evitar [Jesús] era alguna otra cosa. No simbolizaba el dolor físico de ser azotado y crucificado ni la aflicción mental de ser despreciado y rechazado incluso por su propio pueblo. Era la agonía espiritual de cargar con los pecados del mundo; en otras palabras, de enfrentar el juicio divino que dichos pecados merecían” (La cruz de Cristo, p. 87). De hecho, Sócrates murió la muerte del pecador común. Y, como señala Stott, los mártires cristianos tuvieron una muerte aparentemente mucho más heroica que la de Jesús cuando murieron en la pira. La muerte de Jesús, al igual que su bautismo, fue única. Mientras que todos los seres humanos que mueren experimentarán la muerte como seres humanos pecadores, Jesús, el Hijo de Dios sin pecado, murió la muerte que representa el juicio de Dios sobre el pecado. Por eso la resurrección de Jesús es el acontecimiento más singular y extraordinario de la historia del Universo. Ningún ser humano, incluyendo a Sócrates, podría morir esa muerte, y volver a vivir. Ningún ser humano podría morir esa muerte, y llegar a ser el Salvador del mundo.

Elena de White también describe el contenido de la copa: “Al acercarse [Jesús] a Getsemaní, se fue sumiendo en un extraño silencio. Con frecuencia había visitado ese lugar para meditar y orar; pero nunca con un corazón tan lleno de tristeza como esta noche de su última agonía. A lo largo de toda su vida en la Tierra, había caminado a la luz de la presencia de Dios. Mientras se hallaba en conflicto contra hombres inspirados por el mismo espíritu de Satanás, pudo decir: ‘El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada’ (Juan 8:29). Pero ahora le parecía estar excluido de la luz de la presencia sostenedora de Dios. Ahora se contaba con los transgresores. Debía llevar la culpabilidad de la humanidad caída. Sobre el que no conoció pecado debía ponerse la iniquidad de todos nosotros. Tan espantoso le parece el pecado, tan grande el peso de la culpabilidad que debe llevar, que está tentado a temer que quedará privado para siempre del amor de su Padre. Sintiendo cuán terrible es la ira de Dios contra la transgresión, exclama: ‘Mi alma está muy triste hasta la muerte’ ” (DTG 636).

APLICACIÓN A LA VIDA

  • 1. Recuerda la experiencia de tu bautismo. ¿Cómo percibes tu bautismo a la luz del bautismo de Jesús? Tu percepción ¿cuánto te ayuda a enriquecer tu experiencia de morir al pecado y vivir para el Reino de Dios? Este entendimiento ¿cómo profundiza tu pacto con Dios y tu compromiso con la causa de Dios, a toda costa?
  • 2. La sección del sábado de tarde en la lección de esta semana ofrece una explicación asombrosamente hermosa de por qué Dios creó el Universo y a los seres inteligentes, aunque sabía que el mal surgiría de su Creación: ¡valía la pena! Valía la pena para él, pero también valía la pena para nosotros. De lo contrario, nunca hubiéramos existido. Pero hay más: Dios podía permitirse decidir que valió la pena porque no solo tenía el poder de la Creación, sino además, en el caso de la Caída, tenía la solución (tomar nuestro pecado sobre sí mismo), ¡que es el poder de la salvación y el poder de la resurrección! Esta noción ¿cómo cambia tu perspectiva de Dios, de tu creación y salvación?

 

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