Lección 3:
EL LLAMADO DE DIOS A LA
MISIÓN
RESEÑA
En las dos lecciones anteriores,
vimos que la misión está, ante todo, cimentada en la obra de Dios. La misión de
Dios es el motor para que todas las demás formas de misión tengan éxito. Esta
semana, la atención se corre de la misión de Dios al llamado a la humanidad a
asociarse con Dios para compartir su amor con el mundo en general. Aunque la
atención se centra en el aspecto humano de la misión, todo lo que sigue debe
leerse a la luz de las dos semanas anteriores, que se focalizan en la
iniciativa y la intención misioneras de Dios.
Las Escrituras contienen numerosos
relatos y pasajes que ilustran el llamado activo de Dios a los seres humanos
para compartir las bendiciones que él desea que experimente toda la humanidad.
Esta semana exploraremos varios de estos ejemplos. Todos ellos deben leerse a
la luz del diseño original de la Creación de Dios en Génesis 1 y 2, resumido de
forma sucinta en Génesis 1:26 al 28. Aun después de la Caída, las intenciones
originales de Dios para la humanidad eran las mismas, pero la puesta en
práctica de esas intenciones cambió debido a la ruptura relacional, que fue el
resultado de la decisión de Adán y de Eva. Ahora, además del deseo original de
Dios, era necesario un plan de redención. Este plan comienza en el Antiguo
Testamento; se cumple en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús; y los
seguidores de Jesús lo comparten a lo largo del resto del Nuevo Testamento.
COMENTARIO
Cuando Dios creó la Tierra y puso a
la humanidad en el mundo recién creado, compartió su intención original con
Adán y Eva. Fueron llamados a velar por la Tierra, incluyendo todos los seres
vivos, y a ser fructíferos y multiplicarse (Gén. 1:26-28). En este mandato,
mediante el constante estribillo de “bueno” durante la semana de la Creación,
está implícita la noción de que Dios colocó a la humanidad en un mundo rodeado
de cosas maravillosas. Conocer estas cosas y vivir en este mundo redundaría en
prosperidad y la abundancia. Dios estaba íntimamente comprometido con la vida
que se desarrollaba aquí, en la Tierra; la práctica de Dios era pasearse
periódicamente por el Jardín del Edén (Gén. 3:8). La humanidad recibió gran
libertad para vivir de forma creativa las funcionalidades que Dios le había
otorgado. Esta iniciativa fue el llamado misionero original de Dios a la
humanidad.
Tras la Caída de la humanidad y la
entrada del pecado en la realidad de esta Tierra, las cosas cambiaron. Pero los
cambios no anularon el llamado original de Dios a la humanidad. En repetidas
ocasiones, Dios les recuerda a quienes estén dispuestos a escuchar que deben
ser fructíferos, multiplicarse y cuidar la Tierra (Gén. 9:1; 15:4, 5; 22:17,
18; 35:11). La Biblia repite este tema de principio a fin, y culmina con una
Tierra re-creada que se encuentra en Apocalipsis 21 y 22.
Sin embargo, el pecado hizo
necesario un plan de salvación que permitiera a la humanidad vivir plenamente
la vida que Dios quería para ella. La Redención se manifestó a la humanidad
mediante el ritual de los sacrificios. Cuando Adán y Eva compartieron este plan
con las generaciones sucesivas, incluyeron los sacrificios como parte de la
revelación de lo que Dios haría para rescatar a la humanidad caída. Aunque a
muchos probablemente les costó entender cómo funcionaría la Redención, algunos
pudieron concebir que Dios tenía un plan que infundía esperanza. Este plan
formaría parte del llamado de Dios a la humanidad. El plan de Dios haría
posible que los seres humanos vivieran la realidad que él había previsto
originalmente para ellos en el Edén.
El llamado a Abraham (Gén. 12:1-3)
La lección de esta semana destaca el
llamado de Dios a Abraham, que se encuentra en Génesis 12:1 al 3. El llamado
tiene varios elementos vitales que es necesario comprender si queremos entender
plenamente lo que ha sido, es y seguirá siendo el llamado de Dios a la misión. En primer lugar,
el llamado se basa en la narración de Génesis 1:26 al 28. Esta conexión se
articula más claramente en la referencia que hace Isaías al llamado de Abraham
y de Sara a compartir la alegría del Edén con el mundo (Isa. 51:1-3). Cuando
Dios llamó a Abraham para que fuese una bendición para las naciones, esta
bendición consistía en compartir un estilo de vida, expresado mediante una
profunda libertad y creatividad, diseñada por Dios desde el principio. No es
fácil comprender plenamente la bendición de Génesis 12:1 al 3 cuando leemos
este texto de manera superficial, pero su significado se aclara cuando lo
leemos dentro del corpus más amplio de las Escrituras. Génesis 22 añade
detalles adicionales al mensaje que Abraham fue llamado a compartir; a saber:
el plan de Dios de ofrecer un Sustituto a la humanidad mediante la muerte y la
posterior resurrección del Señor. Este plan dio esperanza a la humanidad de que
los efectos del pecado y la muerte podrían superarse. También daba esperanza de
que las promesas de Génesis 1:26 al 28 podrían volver a cumplirse plenamente en
el futuro.
Otro elemento
del llamado a Abraham que pasamos por alto se encuentra en Génesis 12:1 al 3.
Abraham fue llamado a bendecir a las naciones. Nosotros somos llamados a hacer
lo mismo. Con frecuencia, no nos damos cuenta de que las naciones también
bendecirían a Abraham (Gén. 12:3). El llamado de Dios a la misión siempre
implica una bendición recíproca. Los que siguen a Dios deben estar dispuestos a
recibir también la bendición del mundo que los rodea. El llamado a la misión es
siempre un llamado a bendecir y ser bendecidos. Comprender esta dinámica cambia
la actitud de las personas llamadas y modifica su perspectiva a la hora de
compartir la buena nueva. Profundizaremos en este tema la próxima semana.
Cuando leemos las Escrituras, una
tendencia destacada fluye a lo largo de ambos Testamentos. El patrón es que
Dios tuvo que recordar periódicamente a la humanidad el llamado original del
Génesis. La necesidad de un recordatorio se debía a dos motivos: (1) los
seguidores de Dios con frecuencia olvidaban aquello a lo que Dios los había
llamado; y (2) los tiempos cambiantes exigían reforzar el llamado. Es
decir, de tanto en tanto, es necesario contextualizar la esencia del llamado de
Dios, pero el llamado en sí continúa siendo básicamente el mismo.
El espacio no permite explorar a
fondo todos los recordativos posteriores del llamado de Dios a la misión en
toda la Biblia, pero unos pocos pueden servir de ejemplo. Cuando Dios sacó a
los israelitas de Egipto y los condujo al desierto, recordó explícitamente a su
pueblo que, como nación, estaban llamados a servir a todas las demás naciones
como sacerdotes (Éxo. 19:4-6). En otras palabras, Israel fue llamado a ser una
bendición para las naciones de su entorno y a recibir bendiciones de ellas.
Salomón repitió el llamado en su oración de dedicación del Templo recién
construido (1 Rey. 8:41-43). Los profetas, tanto de Israel como de Judá,
repitieron este llamado de diversas maneras, como puede verse en Isaías 19:23
al 25 y Miqueas 4:2 al 5. Después de que Israel regresara del Exilio, Dios
volvió a recordarles este llamado por medio del profeta Zacarías 8:20-23.
Jesús hizo realidad este llamado y
lo demostró. Esto finalmente llevó al cumplimiento del Plan de Salvación por
medio de su vida, muerte y resurrección. Después de pasar unos años con Jesús y
ser testigos de su resurrección, los discípulos fueron llamados del mismo modo
que Abraham y luego Israel, como leemos en Mateo 28:18 al 20. Pablo, el
apóstol, también reconoció que su llamado tenía sus raíces en el mismo llamado
que se le había extendido a Abraham, como afirma explícitamente en su carta a
los seguidores de Jesús en Galacia (Gál. 3:8, 9, 14). La última vez que se extiende
el llamado en las Escrituras se encuentra en Apocalipsis 14:6; que no es un
llamado nuevo, sino simplemente una reiteración del llamado que comenzó en
Génesis 1:26 al 28 y prosiguió a lo largo de la historia. Creemos que este
llamado final es para quienes vivimos en los últimos días de la historia de la
Tierra.
De esta manera, el llamado a vivir y
prosperar, como Dios pretendía en el Jardín del Edén, es para nosotros hoy.
Tenemos la esperanza de que vivir el llamado y fructificar es posible gracias a
lo que Jesús hizo cuando estuvo en la Tierra y a lo que hace por nosotros ahora
en el Cielo. Es un privilegio colaborar con Dios en este llamado y salir
intencionadamente al mundo con una bendición para compartir, esperando también
recibir una bendición de aquellos con los que nos encontremos.
APLICACIÓN A LA VIDA
A menudo, cuando la gente oye o
predica sobre el llamado a la misión, limita ese llamado a compartir las buenas
nuevas como si se tratara meramente de compartir información. No cabe duda de
que compartir la bendición que se presentó por primera vez a la humanidad en el
Edén y que se ha transmitido por muchos medios a lo largo de la historia
implica compartir información. Pero el llamado incluye mucho más que eso.
Cuando reconocemos que el llamado que Dios nos extiende, como seres humanos,
tiene sus raíces en Génesis 1:26 al 28, esto puede llevarnos, mediante nuestros
diversos talentos y habilidades, a atraer a la gente hacia la bendición de la
prosperidad que Dios quiere para nosotros. Nuestro testimonio a los demás debe
combinarse con la tarea de compartir el plan de salvación, pero, en última
instancia, la vida que la salvación hace posible dará sentido al llamado que
Dios nos ha extendido. Por lo tanto, nuestro llamado es a vivir las bendiciones
de Dios de tal manera que la gente vea y desee lo que tenemos en Dios. Esta
idea implica que tu lugar de trabajo, tu hogar y tu círculo de amigos son los
lugares principales donde vives el llamado de Dios. Mientras que predicar y
repartir publicaciones misioneras tienen su lugar, el cumplimiento primario del
llamado a Abraham y a ti también incluye cómo vives tu vida diaria de manera
consciente con otros que no se han entregado a Jesús, o no han tenido el
privilegio aún de conocerlo. Pero recuerda que el llamado de Dios es una
bendición recíproca. Si vives el llamado en tu vida diaria, espera recibir
bendiciones por medio de las personas más inesperadas
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