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Lección 8: MISIÓN EN FAVOR DE LOS NECESITADOS | La misión de Dios: Mi misión | Sección maestros

 


Lección 8:

MISIÓN EN FAVOR DE LOS NECESITADOS

RESEÑA

Es innegable que el Antiguo Testamento hace hincapié en la responsabilidad del pueblo de Dios de ayudar a los necesitados. Por cierto, la Biblia hebrea tiene cientos de referencias (y normas o leyes) que garantizan y salvaguardan los derechos de las viudas, los huérfanos, los extranjeros, los pobres y demás. 

Deuteronomio 15:4 afirma: “Entre ustedes no deberá haber pobres, porque el Señor tu Dios te colmará de bendiciones en la tierra que él mismo te da para que la poseas como herencia” (NVI). Pero unos versículos más adelante, dice: “Gente pobre en esta tierra, siempre la habrá; por eso te ordeno que seas generoso con tus hermanos hebreos y con los pobres y necesitados de tu tierra” (Deut. 15:11, NVI). 

¿Cómo conciliamos estos dos versículos (Deut. 15:4 y 15:11)? ¿Cuál es el problema? ¿Cómo podemos resolver esta aparente contradicción? En esencia, la Biblia nos está diciendo que, puesto que Dios puede proveer, quiere utilizarnos para ayudar a los necesitados, como lo hizo Jesús. La tradición bíblica, en general, no considera la pobreza como una parte “normal” de la vida, sino como una excepción maligna al plan divino. Lo que se considera normal es la preocupación que mueve a las personas a mostrar bondad hacia los necesitados. “Dios nos imparte su bendición para que la compartamos con otros. Cuando le pedimos nuestro pan cotidiano, él se fija en nuestra intención para ver si nos proponemos compartirlo con quienes lo necesitan más que nosotros” (Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 286).

COMENTARIO

“Dios ha venido en ayuda de su pueblo” (Luc. 7:16)

En Lucas 7, leemos acerca de una gran multitud que reconoció lo que Jesús acababa de hacer. La multitud no solo reconoció a Jesús como un gran profeta, sino también, llena de asombro y alabando a Dios, declaró que Dios había venido a ayudarla. Jesús era el profeta de la benevolencia y la compasión, el que había venido a proclamar las buenas nuevas de Dios. Jesús también vino a proclamar la libertad a los cautivos y a anunciar que el Reino de Dios se había acercado (Mar. 1:14, 15; ver también Luc. 4:18, 19). Fue en favor de los más necesitados y desatendidos que Jesús dedicó la mayor parte de su tiempo y su energía durante su ministerio terrenal. Su corazón se veía constantemente conmovido por la miseria y el sufrimiento de los seres humanos más pobres, indigentes y despojados.

Entre los oprimidos e indigentes había muchas mujeres, y para ellas Jesús tuvo una consideración especial. Las mujeres marginadas por la sociedad fueron acogidas dignamente por el Salvador, quien también atendió sus necesidades; así, se vieron aliviadas de sus angustias y sus males. La compasión y los actos misericordiosos de Jesús se manifestaban constantemente hacia estas mujeres.

El encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo de Jacob es un ejemplo para todos los que trabajan en favor de las mujeres, dondequiera que estén y cualquiera que sea su condición, ya sean pobres, marginadas, pecadoras, viudas, madres, prostitutas u oprimidas por el diablo. Al dar a la samaritana el agua de vida, Jesús la liberó de la opresión y la culpa, lo que la capacitó para vivir mejor y llegar a ser uno de sus testigos (Juan 4:1-26). La samaritana tenía sed, era pobre, tenía que acarrear su propia agua, estaba cansada y necesitada, y Jesús satisfizo sus necesidades físicas, sociales y espirituales.

La forma en que Jesús manejó la situación de la mujer sorprendida en adulterio y las situaciones de muchas otras mujeres indica su interés en aliviar y restaurar la dignidad de las mujeres y demuestra que su amor no tiene preferencia hacia ninguna clase de personas. Jesús cruzó barreras culturales e incluso fue en contra de fuertes tradiciones religiosas, con el fin de sanar, salvar y desarrollar los dones y la vida de las mujeres para su Reino. El amor de Jesús no tiene límites, ni ataduras, y se otorga a todas las mujeres necesitadas. Observa los siguientes ejemplos de mujeres a quienes el Salvador manifestó su amor: la mujer cananea, o sirofenicia (Mat. 15:21-28; Mar. 7:24-30); la madre de Jesús (Juan 19:25-27); Marta y María, a quienes Jesús alentó y consoló (Juan 11:17-37); y la viuda de Naín, cuyo hijo Jesús resucitó de entre los muertos (Luc. 7:11-17). Jesús fue ungido por una mujer pecadora y él perdonó sus pecados (Juan 12:1-11; Mat. 26:6-13; Mar. 14:3-9; Luc. 7:36-50); curó a una mujer enferma y dialogó con ella (Luc. 8:43-48; Mat. 9:20-22; Mar. 5:25-34); curó a mujeres de espíritus malignos y enfermedades (Luc. 8:1-3); curó a una mujer tullida (Luc. 13:10-13); se fijó en la viuda que daba su ofrenda (Mar. 12:41-44; Luc. 21:1-4); y se le apareció a María Magdalena (Juan 20:10-18).

Según los evangelios, el ministerio de curación de Jesús hacia todos los que necesitaban ayuda, aliviando el sufrimiento y librándolos de sus males, indica que “ninguno de los que a él acudían quedaba sin ser socorrido. De él fluía un caudal de poder curativo que sanaba de cuerpo, mente y alma a los hombres” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 11). Encontramos a Jesús sanando a la suegra de Simón (Pedro) de una fiebre elevada (Mat. 8:14, 15; Mar. 1:29, 30; Luc. 4:38, 39); curando a un hombre con lepra, al decirle: “¡Queda limpio!” (Mat. 8:2-4, NVI; Mar. 1:40-44; Luc. 5:12, 13); curando (perdonando) a un paralítico, mientras le decía: “Amigo, tus pecados quedan perdonados” (Luc. 5:20, NVI) y añadió: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Luc. 5:24, NVI, ver también Mat. 9:2-8; Mar. 2:3-12).

Jesús halló gran fe en un centurión cuyo siervo estaba enfermo y a punto de morir, y recompensó su fe sanando a su siervo (Luc. 7:1-10; Mat. 8:5-13). Fue también por esa gran fe que una mujer que sufría de un flujo de sangre desde hacía doce años tocó a Jesús y fue curada inmediatamente por su poder. Jesús confirmó su fe, diciendo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz” (Luc. 8:48, NVI; ver también Mat. 9:20-22; Mar. 5:25-34).

Jesús no solo sanaba a los que acudían a él solos o acompañados, sino también a menudo demostraba su amor cuando veía a una persona necesitada. Por ejemplo, Jesús estaba enseñando en una sinagoga un sábado, y allí había una mujer lisiada que estaba encorvada y no podía enderezarse. Jesús le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad” (Luc. 13:12). ¡Qué alivio ser librada después de haber estado lisiada por un espíritu maligno durante 18 años! El relato dice que Jesús puso la mano sobre ella, e inmediatamente la mujer se enderezó y pudo alabar a Dios en su nueva libertad.

El ministerio de curación de Jesús fue mucho más allá de lo que nos dice la Biblia, pero es suficiente mencionar aquí lo que los autores inspirados de los evangelios dejaron registrado para nosotros. Muchos otros enfermos con diversas dolencias fueron curados por el gran Médico. Un funcionario de Capernaum tenía un hijo enfermo y le pidió a Jesús que lo curara. Jesús accedió amablemente a la petición del funcionario diciéndole: “Vuelve a casa, que tu hijo vive” (Juan 4:50, NVI).

El apóstol Pablo escribió: “Aunque [Jesús] era rico, por amor a ustedes se hizo pobre para que mediante su pobreza pudiera hacerlos ricos” (2 Cor. 8:9, NTV). El apóstol expone claramente la identificación de Cristo con los pobres. Jesús era rico, pero renunció a sus bienes y se hizo pobre para que la humanidad pobre pudiera heredar las riquezas de la salvación temporal y eterna.

La verdadera comunión en la iglesia apostólica

La comunidad cristiana primitiva se caracterizaba por la verdadera camaradería. Esta comunión era la marca distintiva de los apóstoles y de los nuevos creyentes. Habían decidido permanecer en unidad con Cristo y entre sí, por lo que tenían todo en común (Hech. 2:42-44), y eran de un mismo corazón y una misma mente. El deseo de cada uno de ellos era compartir las posesiones que tenían con el fin de que sus bienes se distribuyeran entre los necesitados. Gracias a esta práctica, “no había ningún necesitado en la comunidad” (Hech. 4:34, NVI), por lo que el acto de compartir sus posesiones fue lo que permitió a los nuevos creyentes satisfacer las necesidades de los que estaban en aprietos (Hech. 4:32-47).

Con razón Santiago hace hincapié en la integración entre oír la Palabra y ponerla en práctica, en el amor que se manifiesta en las palabras, pero también en los hechos. ¿Qué es, pues, la verdadera religión? “La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es esta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo” (Sant. 1:27, NVI).

Parece que Santiago se hace eco de estas palabras de Jesús: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mat. 25:35, 36). Los huérfanos y las viudas necesitados sufren angustias que conmueven el corazón del Padre; por eso, el que vive una religión que es verdadera abogará “por el huérfano” y defenderá “a la viuda” (Isa. 1:17).

Fue en Antioquía donde por primera vez se llamó cristianos a los seguidores de Jesús (Hech. 11:26). El texto dice: “Entonces decidieron que cada uno de los discípulos, según los recursos de cada cual, enviaría ayuda a los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron, mandando su ofrenda a los ancianos por medio de Bernabé y de Saulo” (Hech. 11:29, 30, NVI). Brindar ayuda (eis diakonian), en este contexto, puede significar ofrecer recursos (dinero, donativos) para que se utilicen en favor de los necesitados que viven en la miseria.

APLICACIÓN A LA VIDA

Los pobres y los necesitados ocupan un lugar especial en el ministerio de Jesús, porque es a ellos a quienes se les predica el evangelio (la buena nueva, el Reino de Dios) (Mat. 11:5; Luc. 4:18). Otros pasajes bíblicos confirman que los pobres no lo son solo en el sentido espiritual, sino también en el material (Mat. 5:3; Luc. 6:20). La historia de la ofrenda de la viuda pobre ilustra bien este punto.

Al elevar la vista, Jesús vio a los ricos que depositaban sus ofrendas en la tesorería del Templo. También vio a una viuda pobre que echaba dos monedas de cobre muy pequeñas. “Les aseguro –dijo– que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Todos ellos dieron sus ofrendas de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía para su sustento” (Luc. 21:3, 4, NVI; ver también Mar. 12:41-44; 2 Cor. 8:9, 12).

El relato no nos dice que la mujer tuviera parientes que la cuidaran; sí menciona que era una viuda pobre y que dio todo lo que tenía para vivir. La referencia de Jesús a esta viuda pobre es interesante porque, una vez más, su atención se centra en los más pobres entre los pobres, no solo en sentido espiritual, sino también en sentido material: “Estos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento” (Mar. 12:44, NVI).

Cuando los necesitados, como la viuda pobre, se fijan en ti o en tu iglesia, ¿pueden ver la encarnación de Jesucristo y la curación y la ayuda integrales que él imparte por medio de su iglesia?

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