Lección 11: MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE | La misión de Dios: Mi misión | Sección maestros
Lección 11:
MISIÓN EN FAVOR DE LOS NO
ALCANZADOS: SEGUNDA PARTE
RESEÑA
Aunque el Evangelio según San Mateo se escribió
específicamente para un público judío, la presencia de gentiles cerca de Jesús
es un tema recurrente en su narración, a veces en contraste con la devoción de
los israelitas. Por ejemplo, mientras que los magos (astrólogos persas)
recorren un largo camino para honrar al verdadero Rey de Israel, los sumos
sacerdotes y los escribas (los sabios de Herodes) no se esfuerzan en hacerlo.
Jesús alaba la fe de un centurión romano por ser mayor que la de los israelitas
(Mat. 8:10). El pelotón de ejecución gentil es el primero en confesar la
filiación divina de Jesús tras su crucifixión (Mat. 27:54). De este modo tan
peculiar, Mateo pone de relieve tres cosas: (1) el plan redentor de Dios
siempre ha incluido a todas las naciones de la Tierra; (2) los gentiles
no son insensibles a la obra del Espíritu Santo; y (3) dejar a un lado
los prejuicios étnicos, culturales y religiosos para amar y servir a los demás,
como hizo Cristo, es un prerrequisito para un ministerio transcultural eficaz.
De esta manera, además de ser un llamado a la misión global, el Evangelio de Mateo
es también un mensaje de reconciliación étnica en Cristo.
Los demás evangelistas también destacan las notables
interacciones de Jesús con los gentiles: extendió su alcance a la región gentil
de los gadarenos (Mar. 5:1), curó al siervo de un centurión romano (Luc.
7:1-10) y ministró a una ciudad samaritana (Juan 4). Las interacciones de Jesús
con los extranjeros revelaron que el Reino de Dios es para todas las naciones:
judíos y gentiles por igual. Jesús demostró de forma práctica que Dios siempre
se ha preocupado por extender su amor y su perdón a todas las naciones.
COMENTARIO
El corazón misionero de Dios por las naciones en tiempos
del Antiguo Testamento
Dios siempre ha deseado una relación de alianza con todas las sociedades
humanas. No solo se preocupó por salvar a los israelitas, sino, además, por
medio de Abraham, Dios anheló que su gracia redentora se extendiera a todas las
naciones (Gén. 12:1-3). El llamado a Abraham a ser una bendición para todas las
naciones indica inequívocamente que la inclusión de estas naciones en el plan
redentor de Dios no fue una ocurrencia tardía. Dicho de otro modo, el deseo de
Dios de que los gentiles (las naciones del mundo) experimentaran su salvación
no era su plan B.
Siglos después, tras el llamado a Abraham, Dios extendió
el mismo llamado a sus descendientes biológicos (Israel) con el fin de que
fueran una nación de sacerdotes para todas las naciones (Éxo. 19:6). En
diversas ocasiones, Dios recordó a Israel que había sido elegido no por ser la
mejor entre las naciones (por ejemplo, Deut. 7), sino porque Dios lo amaba.
Israel fue elegido para ser el vehículo por el que otras naciones llegarían a
conocer y adorar a Dios. Israel debía ser una luz para el resto de las naciones.
En Jeremías 2:3, se hace referencia a Israel como la primicia de la cosecha de
Dios, lo que significa que había una cosecha mayor fuera de Israel. Desde el
momento en que Dios llamó a Abraham para que fuera su portaestandarte, su plan
era llevar la salvación a judíos y gentiles. Por lo tanto, Dios no eligió a
Israel como nación en detrimento de cualquier otra nación. El relato del
Antiguo Testamento está salpicado de historias de gentiles que abrazaron al
Dios de Israel como su Dios. Algunos ejemplos son Rahab, Rut, Urías el hitita y
la reina de Saba.
Aunque Dios eligió a Israel como nación para ser su
representante, no dejó la mediación de su plan redentor solo en sus manos. De
muchas otras maneras, Dios se reveló sin cesar a personas de otras naciones.
Elena de White hace la siguiente observación importante: “Hubo, fuera de la
nación judía, hombres que predijeron el aparecimiento de un Instructor divino.
Esos hombres buscaban la verdad, y se les impartió el espíritu de Inspiración.
Tales maestros se habían levantado uno tras otro como estrellas en un firmamento
oscuro, y sus palabras proféticas habían encendido esperanzas en el corazón de
millares de gentiles” (El Deseado de todas las gentes, p. 24).
Melquisedec, un rey-sacerdote cananeo, es uno de esos no
israelitas a quien Dios alcanzó sin la intermediación de otros seres humanos.
Melquisedec era sacerdote del Dios altísimo (El Elyón). El relato del encuentro
de Melquisedec con Abraham en Génesis 14:14 al 24 es muy revelador. Abraham
identifica a su Dios, Jehová, con El Elyón de tres maneras. En primer lugar,
unió los dos nombres divinos –Jehová y El Elyón– en un gesto que sugiere que
apuntan al mismo Dios (Gén. 14:22). En segundo lugar, Abraham adjudicó la
descripción que Melquisedec hizo de El Elyón a Jehová: Hacedor del Cielo y de
la Tierra (Gén. 14:22). En tercer lugar, la aceptación por parte de Abraham de
las bendiciones de Melquisedec y la donación de su diezmo al sacerdote cananeo
sugieren que Abraham legitimó el sacerdocio de Melquisedec (Gén. 14:19, 20).
Dios había escogido a Melquisedec “para que fuera su representante entre el
pueblo de aquel tiempo, aunque pertenecía a la comunidad cananea” (Jacques B.
Doukhan, “Genesis”, Seventh-day Adventist International Bible Commentary, 2016,
p. 214).
Es importante señalar que el incesante esfuerzo misionero
de Dios en favor de sus criaturas mediante diversos métodos no hace que la
participación de los creyentes en la misión sea irrelevante. Mateo 28:18 al 20
y 1 Pedro 2:9 señalan que hacer discípulos para Cristo es nuestra razón
fundamental de existir como iglesia y como creyentes individuales. Es un
privilegio para nosotros ser colaboradores de Dios en aquello que él podría
realizar perfectamente sin nuestra participación.
Además, saber que Dios va delante de nosotros preparando el terreno para la
siembra de la semilla del evangelio es otro incentivo para aceptar el
privilegio que él, en su gracia, nos concede de formar parte de su equipo.
El corazón misionero de Dios por las naciones en el Nuevo
Testamento
Como ya se ha señalado, aunque la mayor parte del ministerio público de Jesús
se desarrolló en territorio judío, es notable la cantidad de encuentros personales
con gentiles que recogen los evangelios. Jesús llegó a afirmar que tiene otras
ovejas fuera de la comunidad judía (Juan 10:16). Mediante la vida y el
ministerio de Jesús, y de la comisión que encomendó a sus seguidores de hacer
discípulos de todas las naciones (Mat. 28:18-20; Hech. 1:8), los primeros
cristianos comprendieron gradualmente que la promesa del pacto de Dios de
acoger como herederos suyos no solo a los descendientes de Abraham, sino además
a gente de todas las restantes naciones, se materializaría por medio de la
testificación de la iglesia. Con la conversión de la familia de Cornelio (Hech.
10), algo nuevo irrumpió en la vida de la naciente comunidad cristiana. Aquel
acontecimiento y las largas deliberaciones posteriores sobre el significado de
lo nuevo que Dios estaba haciendo (Hech. 15) convencieron a la iglesia
primitiva de que la admisión de los gentiles en la comunidad de creyentes, como
beneficiarios plenos de la obra redentora de Dios en Cristo, era ordenada por
Dios. Por ende, no había nada que pudieran hacer para invalidar este decreto
divino. Al contrario, ahora tenían la responsabilidad de no pasar por alto a
nadie al compartir el evangelio.
Como pueblo inclusivo de Dios, llamado de entre todas las
naciones para constituir una entidad espiritual (1 Ped. 2:9), la iglesia fue
llamada, capacitada por el Espíritu Santo y comisionada para ejecutar la tarea
misionera de ser luz para las naciones; tarea que Israel como nación no había
logrado. Por lo tanto, 1 Pedro 2:9 deja en claro que toda la comunidad
cristiana es posesión particular de Dios de entre todos los pueblos de la
Tierra. Este versículo combina la afirmación de la identidad de los creyentes
como pueblo elegido y santo de la alianza de Dios con su responsabilidad de
proclamar las maravillas de Dios a todos los que aún no han rendido su vida al
señorío de Jesucristo.
Convencido de su condición de apóstol a los gentiles
(Rom. 11:13; 15:16; Gál. 2:7) y respaldado por las actas del Concilio de
Jerusalén (Hech. 15), Pablo dedicó la mayor parte de su ministerio a los
gentiles. Su compromiso inquebrantable con esta misión propulsó el evangelio
fuera de las fronteras de la nación hebrea. El objetivo de Dios al comisionar a
Pablo a los gentiles no evangelizados era mostrar que su provisión de salvación
es para todas las personas.
APLICACIÓN A LA VIDA
Como conocemos la intención de Dios de
que todos los pueblos experimenten su salvación, somos llamados a asumir su
misión. Así como Israel, como nación, recibió el mandato de ser luz para los
gentiles, nosotros, como cristianos (o como el Israel espiritual), también
recibimos el mandato de ser embajadores de Dios ante quienes aún no han
aceptado a Jesús como su Señor y Salvador (Mat. 28:18- 20; 2 Cor. 5:20). Es
evidente que los discípulos de Cristo tienen una obligación hacia los no
alcanzados. Lo bueno es que no necesariamente tenemos que ir a los confines de
la Tierra para alcanzar a los no alcanzados: en todos los contextos de la vida
hay gente que aún no ha respondido al evangelio. Pueden ser los vecinos de al
lado, nuestros colegas, compañeros de clase, clientes, pacientes o alumnos.
Podemos encontrarlos como inmigrantes,
refugiados, estudiantes internacionales, diplomáticos o empresarios
internacionales. Sea cual fuere el trasfondo social, cultural y religioso de
los no alcanzados que encontramos y a los que servimos, tenemos que reconocer
que no podemos ministrar eficazmente a ningún grupo de personas sin despojarnos
primeramente de los estereotipos, los prejuicios y la discriminación que
tengamos hacia ellos. Por lo tanto, debemos orar para que Dios nos libre de
estos prejuicios.
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