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Lección 9 | EL MESÍAS SUFRIENTE | Lunes 26 de febrero


Lunes 26 de febrero | Lección 9

EL MESÍAS SUFRIENTE

Lee Salmos 22 y 118:22. ¿Cómo trataron al Mesías aquellos a quienes él había venido a salvar?

Sal 22:1  Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
 ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? 
Sal 22:2  Dios mío, clamo de día, y no respondes; 
 Y de noche, y no hay para mí reposo. 
Sal 22:3  Pero tú eres santo, 
 Tú que habitas entre las alabanzas de Israel. 
Sal 22:4  En ti esperaron nuestros padres; 
 Esperaron, y tú los libraste. 
Sal 22:5  Clamaron a ti, y fueron librados; 
 Confiaron en ti, y no fueron avergonzados. 
Sal 22:6  Mas yo soy gusano, y no hombre; 
 Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. 
Sal 22:7  Todos los que me ven me escarnecen; 
 Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: 
Sal 22:8  Se encomendó a Jehová; líbrele él; 
 Sálvele, puesto que en él se complacía.
Sal 22:9  Pero tú eres el que me sacó del vientre; 
 El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. 
Sal 22:10  Sobre ti fui echado desde antes de nacer; 
 Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios. 
Sal 22:11  No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; 
 Porque no hay quien ayude. 
Sal 22:12  Me han rodeado muchos toros; 
 Fuertes toros de Basán me han cercado. 
Sal 22:13  Abrieron sobre mí su boca 
 Como león rapaz y rugiente. 
Sal 22:14  He sido derramado como aguas, 
 Y todos mis huesos se descoyuntaron; 
 Mi corazón fue como cera, 
 Derritiéndose en medio de mis entrañas. 
Sal 22:15  Como un tiesto se secó mi vigor, 
 Y mi lengua se pegó a mi paladar, 
 Y me has puesto en el polvo de la muerte. 
Sal 22:16  Porque perros me han rodeado; 
 Me ha cercado cuadrilla de malignos; 
 Horadaron mis manos y mis pies. 
Sal 22:17  Contar puedo todos mis huesos; 
 Entre tanto, ellos me miran y me observan. 
Sal 22:18  Repartieron entre sí mis vestidos, 
 Y sobre mi ropa echaron suertes.
Sal 22:19  Mas tú, Jehová, no te alejes; 
 Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme. 
Sal 22:20  Libra de la espada mi alma, 
 Del poder del perro mi vida. 
Sal 22:21  Sálvame de la boca del león, 
 Y líbrame de los cuernos de los búfalos. 
Sal 22:22  Anunciaré tu nombre a mis hermanos; 
 En medio de la congregación te alabaré.
Sal 22:23  Los que teméis a Jehová, alabadle; 
 Glorificadle, descendencia toda de Jacob, 
 Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel. 
Sal 22:24  Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, 
 Ni de él escondió su rostro; 
 Sino que cuando clamó a él, le oyó. 
Sal 22:25  De ti será mi alabanza en la gran congregación; 
 Mis votos pagaré delante de los que le temen. 
Sal 22:26  Comerán los humildes, y serán saciados; 
 Alabarán a Jehová los que le buscan; 
 Vivirá vuestro corazón para siempre. 
Sal 22:27  Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, 
 Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. 
Sal 22:28  Porque de Jehová es el reino, 
 Y él regirá las naciones. 
Sal 22:29  Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; 
 Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, 
 Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma. 
Sal 22:30  La posteridad le servirá; 
 Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. 
Sal 22:31  Vendrán, y anunciarán su justicia; 
 A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto. 

Sal 118:22  La piedra que desecharon los edificadores 
 Ha venido a ser cabeza del ángulo.

Muchos salmos expresan los sentimientos agónicos de máximo desamparo del Mesías sufriente (por ejemplo, Sal. 42; 88; 102). Salmo 22 es una profecía mesiánica directa, porque muchos detalles de este salmo no se pueden relacionar históricamente con el rey David, sino que encajan perfectamente con las circunstancias de la muerte de Cristo. Jesús oró con las palabras de Salmo 22:1 en la cruz (Mat. 27:46).

El tormento de la separación de su Padre que sufrió Cristo, a causa de que el Salvador cargó con los pecados de todo el mundo, solo puede medirse por el alcance del estrecho vínculo que tenían; es decir, su unidad sin parangón (Juan 1:1, 2; 10:30). Sin embargo, ni siquiera las profundidades del sufrimiento inexplicable pudieron romper la unidad entre el Padre y el Hijo. En su total abandono, Cristo se encomienda incondicionalmente al Padre, a pesar de las profundidades de la desesperación a las que se enfrentaba.

“Sobre Cristo como Sustituto y Garante de nosotros fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, para que pudiese redimirnos de la condenación de la Ley. La culpabilidad de cada descendiente de Adán abrumó su corazón. La ira de Dios contra el pecado, la terrible manifestación de su desagrado por causa de la iniquidad, llenó de consternación el alma de su Hijo” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 701).

Las imágenes amenazantes de toros fuertes, leones rugientes y perros resaltan la crueldad y la animosidad que soportó Cristo (a quien se compara con un gusano inofensivo e indefenso) en sus horas finales a manos del pueblo.

Con asombrosa exactitud, Salmo 22 transmite los comentarios venenosos de la multitud que se burló de las palabras que Jesús mismo había elevado al Padre (Sal. 22:1, 8; Mat. 27:43) y de los soldados, que se repartieron las vestiduras de Jesús (Sal. 22:18; Mat. 27:35). Poco comprendía entonces el pueblo que el “gusano” que pretendían aplastar se convertiría en la principal “piedra angular” del Templo, para proteger sus cimientos (Sal. 118:22).

Sin embargo, el Mesías rechazado se convirtió en la fuente de la salvación para el pueblo de Dios tras su resurrección de entre los muertos (Mat. 21:42; Hech. 4:10-12). Cristo sufrió el rechazo de la humanidad, pero Dios glorificó a su Hijo al convertirlo en la “piedra angular” viva del Templo espiritual de Dios (Efe. 2:20-22; 1 Ped. 2:4-8). Para quienes rechacen esta Piedra, es decir, al medio de salvación de Dios, esta se convertirá en el agente del Juicio (Isa. 8:14; Mat. 21:44).

Jesús, en la Cruz, pagó en sí mismo la pena por cada pecado que tú hayas cometido.  ¿Cómo debería influir sobre tu vida actual el hecho de que él sufriera en tu nombre? Es decir, ¿por qué el pecado te debería parecer tan aborrecible

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