CBA Libro de Lucas capítulo 1
1. Puesto que. [Prólogo del Evangelio de Lucas,
cap. 1:1-4.] Los vers. 1-4 contienen el prólogo y la dedicatoria de este
Evangelio; están escritos en un magnífico griego koiné literario, el idioma
"común" del mundo romano que hablaba griego. Esta introducción se ciñe al estilo
de los mejores modelos literarios griegos. Su estilo es pulido, pero posee
gracia y modestia. Con referencia al cambio de estilo, ver com. vers. 5.
El parecido que se nota entre esta introducción y la del libro de los
Hechos (Hech. 1: 1-2), 654 y la circunstancia de que este libro continúa el
relato en el mismo punto donde lo dejara el Evangelio de Lucas (cap. 24: 50-53),
sugiere que Lucas tenía la intención de que estos dos libros formaran una
historia en dos tomos de la iglesia cristiana primitiva.
Muchos.
No se sabe si Lucas incluye a Mateo y a Marcos entre estos "muchos",
aunque por varias razones se cree que ya se había escrito, por lo menos, el
Evangelio de Marcos, y posiblemente el de Mateo (ver p. 173). Sin embargo, la
palabra "muchos" parece que se refiere a más de dos, y por lo tanto es probable
que se aluda a algunas historias escritas fuera de los Evangelios canónicos. Es
difícil que Lucas pueda referirse aquí a los evangelios apócrifos que se conocen
hoy, pues no fueron escritos sino hasta muchos años más tarde. Parece que
algunos de los otros autores habían sido testigos oculares, al menos, de lo que
habían registrado, y es posible que se contaran entre los doce o quizá entre los
setenta (ver com. vers. 2).
Han tratado.
Gr. epijeiréò ,
literalmente "poner la mano encima", "tratar", "intentar". Muchos autores habían
consignado en diversos documentos diferentes incidentes y aspectos de la vida de
Jesús. Lucas dice haber estudiado esos materiales antes de componer su
Evangelio. En cuanto a la función de la Inspiración en la preparación de este
Evangelio, ver p. 173.
Poner en orden.
Gr. anatássomai, "ordenar
componer", "recopilar". No necesariamente se implica orden cronológico.
Compárese con la palabra griega kathexés (ver com. vers. 3). Estos términos
podrían sugerir que los relatos escritos por autores evangélicos anteriores
habían sido incompletos, pero de ningún modo indicarían que esos relatos eran
inexactos.
La historia.
Gr. diégèsis , "narración". Esta palabra
deriva de dos palabras que significan literalmente "guiar a través".
Han
sido ciertísimas.
Mejor "se han cumplido" o "se han verificado" (BJ).
2. Enseñaron. Gr. paradídòmi ,
"transmitir", "entregar", "confiar". Se refiere a la transmisión de informes de
una generación o de un grupo de personas a otra generación u otro grupo (ver 1
Cor. 11: 23; 15: 3; 2 Tim. 2: 2). Quienes recibieron la verdad debían entregarla
a otros. Pablo y Lucas fueron cristianos de segunda generación, pues habían
recibido lo que luego entregaron a otros.
Desde el principio.
Es
decir, desde el comienzo del ministerio público de Jesús, aunque es posible que
algunos de estos testigos oculares también hubieran tenido conocimiento de
acontecimientos relacionados con la infancia de Juan el Bautista y de Jesús.
Lo vieron con sus ojos.
Gr. autóptès , "el que ve con sus
propios ojos", "testigos oculares" (BJ). Juan dijo que él era testigo ocular de
lo ocurrido (Juan 1: 14; 21: 24; 1 Juan 1: 1-2). Los doce, los setenta y las
mujeres que acompañaron a Jesús y a sus discípulos y les sirvieron, fueron
testigos oculares más o menos "desde el principio". Y podría decirse, como
contraste, que Lucas, Pablo y Timoteo fueron "testigos por referencias", pues su
conocimiento de la vida del ministerio de Jesús fue recibido de otros. Sin
embargo, esta aparente desventaja no disminuye en nada el valor de su testimonio
porque habían recibido información por medio de la enseñanza de los testigos
oculares y de la revelación divina (1 Cor. 15: 3-7; Gál. 1: 11-12).
La
modestia que aquí manifiesta Lucas da un excelente testimonio en favor de que el
Evangelio que lleva su nombre es fidedigno y válido. Lucas fue cuidadoso en
decir la verdad exacta y no pretendió ser testigo ocular como podría haberlo
hecho un impostor. Lucas afirma claramente que su conocimiento de los hechos
relacionados con la vida y el ministerio de Cristo los había recibido por medio
de los relatos de testigos oculares; por lo tanto, parece que en el caso de
Lucas, el papel de la Inspiración no fue tanto impartir una información original
sino garantizar la precisión de lo que él registró de acuerdo al testimonio de
otros. Lucas fue un historiador que investigó las fuentes originales; pero fue
más que esto: fue un historiador inspirado.
Por lo que sucedió con Lucas
se deduce claramente que la Inspiración funciona en armonía con la operación
natural de las facultades mentales sin prescindir de ellas. Aquí vemos a un
autor inspirado, guiado por el Espíritu Santo para examinar en forma diligente
los registros ya escritos y los orales que había sobre la vida de Cristo, y
luego fuera impulsado a organizar la información recopilada en una narración. En
cuanto a cómo opera la Inspiración, ver El conflicto de los siglos, pp. 7-10 y
Mensajes selectos, t. 3, pp. 29-86. Con referencia específica a Lucas, ver
George Rice, Luke, a Plagiarist? Pacific Press. 1983.
3. Me ha parecido. A Lucas le pareció apropiado redactar
un relato completo, preciso y auténtico de la vida de Cristo, quizá con la idea
de registrar algunos acontecimientos que pudieran haberse omitido en relatos
anteriores escritos por "muchos" (ver com. vers. 1). Estas palabras revelan la
manera en la cual, al menos algunos de los autores, fueron guiados por Dios para
redactar el registro bíblico. La impresión del Espíritu Santo en la mente de
Lucas hizo que a éste le pareciera apropiado y deseable una determinada manera
de actuar. Cuando Lucas se refiere a lo que sucedió en el concilio de Jerusalén,
donde se consideró la aceptación de los gentiles en la iglesia cristiana, cita a
los apóstoles, diciendo que éstos habían escrito a los creyentes de Antioquía en
cuanto a lo que les había "parecido bien" (Hech. 15: 25). Los hermanos se habían
reunido en un concilio, pero sus deliberaciones habían sido dirigidas por el
Espíritu Santo y por eso pudieron decir con confianza: "ha parecido bien al
Espíritu Santo, y a nosotros" (vers. 28). Lo mismo le ocurrió a Lucas: el
Espíritu Santo lo impulsó a escribir; pero cuando escribió lo hizo por su propia
y libre voluntad, aunque guiado por Dios. En cuanto a la manera en que el
Espíritu Santo guió a los diversos autores bíblicos, ver Material Suplementario
de EGW referente a 2 Ped. 1: 21.
Después de haber investigado con
diligencia.
La segunda razón por la cual Lucas escribe es su deseo de
transmitir a otros los beneficios de su estudio cuidadoso de la vida y de las
enseñanzas de Jesús. Parece que Lucas había comenzado por el principio e
investigado todo. Presenta su relato evangélico como una narración precisa,
completa y sistemática de la vida de Jesús. Estas son características de la
verdadera erudición. Mateo destaca las enseñanzas de Jesús; Marcos, los hechos
de su ministerio, pero Lucas combina ambos elementos de un modo más completo y
sistemático que el de los otros evangelistas. La declaración de Lucas de que
había "investigado todas las cosas" no es una vana presunción. Es evidente que
Lucas investigó cabalmente. En el relato de los Evangelios sinópticos hay 179
secciones, de las cuales 43 sólo aparecen en Lucas (ver pp. 181-182).
Desde su origen.
O "desde el comienzo" de la vida de Jesús.
Lucas, como un explorador, siguió muy de cerca el curso de los acontecimientos
hasta llegar a su origen. Expone las circunstancias que rodearon el nacimiento y
la niñez de Jesús en forma mucho más detallada que los otros evangelistas. Sólo
Lucas registra cinco de los seis acontecimientos anteriores al nacimiento de
Jesús (ver p. 186), que se mencionan en los Evangelios.
Por orden.
Gr. kathexés , "uno después del otro" o "en forma consecutiva" (ver com.
vers. 1). El libro de Mateo está compuesto mayormente de discursos de Jesús
ordenados en forma temática, mientras que Marcos trata los acontecimientos de la
vida de Jesús agrupándolos según su clase. La distribución general, tanto en
Mateo como en Marcos, es cronológica; pero la secuencia cronológica no era el
propósito principal de los evangelistas. Modificaron el orden de varios hechos
para que armonizaran con el propósito principal de sus libros. Por otra parte,
Lucas sigue un orden cronológico bastante estricto que Mateo y Marcos no
intentaron seguir (ver pp. 181-182).
Excelentísimo.
Este título
se usaba con frecuencia para dirigirse a los altos funcionarios del gobierno. En
cierto modo podría corresponder con el uso moderno de "su excelencia". Ese mismo
término se utilizaba para referirse a los procuradores romanos de Judea (Hech.
23: 26; 24: 3; 26: 25). Es digno de tener en cuenta que un hombre que parece que
tenía una elevada posición oficial aceptara el cristianismo en este período del
comienzo de la iglesia.
Teófilo.
Literalmente "amigo de Dios".
No hay una suficiente evidencia que apoye la idea popular de que Teófilo no era
el nombre de una persona determinada sino que Lucas lo había usado para
representar a los cristianos en general; pero el título "excelentísimo" parece
indicar claramente que se trataba de una persona específica. El nombre es
griego, por lo tanto, es probable que Teófilo fuera un converso gentil. ,
4. Para que conozcas. Gr.
epiginóskò , "conocer cabalmente". Teófilo debía recibir aún más información,
además de la que ya había recibido por "las cosas en las cuales has sido
instruido".
La verdad.
Gr. asfáleia , "lo que no cae"; deriva de
dos palabras: sfállo , "tambalear", "caer" y el prefijo a, alfa privativa o
negación. La BJ traduce "solidez". Hay verdad y solidez en los hechos de la fe
cristiana, y el que cree en ellos estará firme y seguro contra el error.
Has sido instruido.
Gr. katèjéo "instruir", "enseñar en forma
oral". De este verbo deriva la palabra "catequizar". En Hech. 18: 25 se traduce
"instruir", en Hech. 21: 21, 24, "informar" y en Gál. 6: 6, "enseñar". Este
vocablo podría dar a entender que hasta este momento Teófilo sólo había recibido
instrucción oral como la que bien podría preceder al bautismo. Es posible que
fuera uno de los conversos de Lucas, a quien éste había "catequizado". También
podría ser que Lucas escribiera estas cosas para hacer frente a falsos informes
contra el cristianismo.
5. Hubo en los
días. [ Anuncio del nacimiento de Juan, Luc. 1: 5-25. Ver mapa p. 204 y
diagrama p. 217 . ] En la literatura griega era común dar una fecha según los
años de reinado de un rey. Hay ejemplos de esta costumbre para cada uno de los
años del primer siglo de la era cristiana. Al iniciar su relato, Lucas deja el
elegante estilo literario del koiné de los vers. 1-4, y comienza a usar un
estilo a la manera hebrea, que recuerda narraciones del AT como la del
nacimiento de Samuel. En verdad, estos pasajes (cap. 1: 5 a 2: 52) son los
párrafos de forma más hebrea de todo lo que Lucas escribió; sin embargo, llevan
la marca característica de Lucas como autor. El hecho de que la serie de
narraciones registradas aquí fuera de una naturaleza tan personal como para que
María guardara "todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (cap. 2: 19),
junto con el hecho de que los otros evangelistas poco hablan de estos
acontecimientos, sugieren la posibilidad de que la información aquí registrada
pudiera no haber sido de conocimiento general entre los creyentes cristianos de
los primeros años de la iglesia apostólica.
Como Lucas hace referencia a
muchas fuentes de información tanto orales como escritas (ver com. vers. 1-3),
algunos sugieren que pudo haberse enterado de los acontecimientos de la infancia
de Jesús directamente por María. Da la impresión de que la narración está
presentada desde el punto de vista de María, así como Mateo presenta el relato
del nacimiento de Jesús desde el punto de vista de José (Mat. 1).
La
porción del Evangelio que trata del nacimiento de Jesús (cap. 1: 5 a 2: 52)
consta de siete partes: (1) Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista (cap. 1:
5-25); (2) anuncio del nacimiento de Jesús (vers. 26-38); (3) visita de María a
Elisabet (vers. 39-56); (4) nacimiento de Juan el Bautista (vers. 57-80); (5)
nacimiento de Jesús (cap. 2: 1-20); (6) circuncisión y presentación de Jesús en
el templo (vers. 21-38); (7) la niñez de Jesús (vers. 39-52).
Herodes.
Ver pp. 42-44 y los diagramas de las pp. 40, 224. Los días de Herodes
fueron días de crueldad y opresión para el pueblo judío aun cuando el rey
aparentaba practicar la religión judía. Su carácter disoluto, más o menos típico
de los días en que vivió, se destaca en nítido contraste con el carácter de
Zacarías.
Judea.
Parece que Lucas escribió para lectores no
palestinos, y por eso emplea con frecuencia el término Judea para referirse a
toda Palestina (Luc. 6: 17; 7: 17; Hech. 10: 37).
Zacarías.
Heb.
Zekaryah , "Jehová ha recordado" o "Jehová recuerda". El hijo de Joiada (2 Crón.
24: 20), el profeta Zacarías y muchos otros personajes bíblicos llevaron este
nombre.
La clase de Abías. David dividió a los sacerdotes en 24
grupos (1 Crón. 24: 1-18; 2 Crón. 8: 14), de los cuales el de Abías era el
octavo (1 Crón. 24: 10). Dieciséis de estos grupos estaban formados por los
descendientes de Eleazar y ocho por los descendientes de Itamar, ambos hijos de
Aarón. Entre los sacerdotes que regresaron de Babilonia después del cautiverio,
sólo estaban representados cuatro grupos y el de Abías no estaba entre éstos
(ver com. Esd. 2: 36). Pero los que regresaron se dividieron en 21 ó 22 grupos
(aumentados después a 24 en tiempos del NT), y se les dio los nombres de los
grupos originales (ver com. Neh. 12: 1). Según Josefo, se esperaba que cada
grupo de sacerdotes sirviera por una semana, de sábado a sábado (Antigüedades,
vii. 14. 7), dos veces al año. En la fiesta de los tabernáculos se esperaba que
estuvieran presentes los 24 grupos. Los intentos de saber en qué momento del año
correspondía el servicio al grupo de Abías, basándose en el dato de cuál grupo
estaba sirviendo cuando los romanos destruyeron el templo en el año 70 d. C.,
parece que no han servido para fijar la fecha del relato de Lucas.
Elisabet.
Heb. ' Elisheba ', que significa "mi Dios ha jurado" o
"mi Dios es plenitud"; éste fue también el nombre de la esposa de Aarón (Exo. 6:
23).
6.
Justos. Al parecer Zacarías
y Elisabet pertenecían a ese pequeño grupo que estudiaba ansiosamente las
profecías y esperaba la venida del Mesías (DTG 29, 31, 72). Según la literatura
rabínica, la palabra "justo" se aplica a acciones específicas, tales como dar
limosnas y cumplir con los reglamentos religiosos; sin embargo, es evidente que
en el caso de Zacarías y de Elisabet, su justicia era mucho mayor que
conformarse externamente con la ley. No eran simplemente legalistas, sino
cuidadosos y dignos ejemplos en su firme propósito de adorar a Dios "en espíritu
y en verdad" (Juan 4: 24). Otros miembros de este pequeño y selecto círculo que
aguardaba la venida del Mesías eran José y María (ver com. Mat. 1: 16-19), y
Simeón y Ana (ver com. Luc. 2: 25-26, 38).
Delante de Dios.
Antes de su conversión, Pablo creía que era, "en cuanto a la justicia
que es en la ley, irreprensible" (Fil. 3: 6; cf. Hech. 23: 1). Pero su
conversión le hizo comprender que esta "justicia" de nada servía (Rom. 2: 24-25;
1 Tim. 1: 15). En el caso de Zacarías y de Elisabet, su justicia era mayor que
la de los escribas y fariseos (Mat. 5: 20), quienes hacían buenas obras "para
ser vistos de los hombres" (Mat. 6: 1, 5). Zacarías y Elisabet eran justos
"delante de Dios"; eran los nobles sucesores de héroes de la fe, tales como Noé
(Gén. 6: 9; 7: 1; Heb. 11: 7), Abrahán (Heb. 11: 8), Job (Job 1: 8; 2: 3) y
Daniel (Dan. 5: 11-12; 10: 11), cuya justicia el cielo aprobaba (Eze. 14: 14).
Mandamientos y ordenanzas.
En el tiempo de Zacarías y Elisabet
esto significaba vivir en armonía con la ley moral y la ley de Moisés.
Puesto que "todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios"
(Rom. 3: 23; cf. 1 Juan 3: 4), todos tienen necesidad de que alguien los libre
de la muerte, el castigo por la desobediencia (Rom. 6: 23; 7: 24). El Libertador
no es otro sino Cristo Jesús (cap. 7: 25 a 8: 4). Pero Dios ordenó un sistema de
sacrificios (Heb. 9: 1) hasta que el Salvador viniera al mundo, impuesto "hasta
el tiempo de reformar las cosas", es decir, hasta que Cristo comenzara su
ministerio sacerdotal (vers. 10-11). En otras palabras, Zacarías y Elisabet
tenían el propósito de obedecer a Dios, buscaban la salvación por los medios que
Dios había dispuesto, y como resultado eran contados como "justos delante de
Dios".
7. N
o tenían hijo. La gente
del Cercano Oriente siempre ha considerado que el no tener hijos es una gran
aflicción. Los judíos a menudo consideraban que era un castigo divino por el
pecado (ver com. Lev. 20: 20). Como ocurre hoy con algunos pueblos orientales,
entre los judíos se consideraba que el no tener hijos era una razón aceptable
para la poligamia y el concubinato, y se aceptaba como una base legal para el
divorcio.
Muchas personas que fueron escogidas antes de nacer para que
cumplieran una gran tarea para Dios, nacieron a pesar de la edad o de la
esterilidad de sus progenitores (Gén. 11: 30; 17: 17; 18: 11; 25: 21; 30: 22-24;
1 Sam. 1: 2, 8, 11). Para los hombres muchas cosas son imposibles, pero "nada
hay imposible para Dios" (Luc. 1: 37). Muchas veces Dios induce a los hombres a
que comprendan su propia debilidad para que cuando llegue la liberación puedan
apreciar el poder divino por su experiencia personal. En el caso de Elisabet
había una doble razón para no tener esperanza de hijos, pues a su esterilidad se
sumaba la vejez.
8. Aconteció. Gr.
egéneto , del verbo gínomai , "suceder", "acontecer". "llegar a ser", "ser".
Esta forma verbal aparece con frecuencia al comienzo de un relato, y es el
equivalente griego de la fórmula hebrea wayehi , tan común al comienzo de los
relatos del AT. En algunas traducciones modernas (entre ellas Dios llega al
hombre ) se omite siempre la traducción de esta forma verbal pues el sentido es
claro y el relato está completo sin ella.
9.
Le tocó en suerte. Gr.
lagjáno , "obtener por suerte". Como había muchos sacerdotes no todos podían
oficiar en un determinado período. Por lo tanto, se echaban suertes para
determinar quién serviría cada mañana y cada tarde. Según la tradición judía
(Mishnah Yoma 2. 2, 4), los sacerdotes se colocaban en semicírculo, y cada uno
levantaba uno o más dedos para ser contados. El "presidente" decía un número,
como por ejemplo 70, y comenzaba a contar. Contaba hasta que al completar el
recuento de dedos levantados uno era elegido. La primera suerte definía quién
limpiaría el altar del holocausto y prepararía el sacrificio. La segunda decidía
quién ofrecería el sacrificio y limpiaría el candelero y el altar del incienso.
La tercera suerte señalaba quién debía ofrecer el incienso, lo cual se
consideraba como el trabajo más importante. La cuarta suerte determinaba quién
tenía que quemar las partes del sacrificio en el altar y debía hacer la parte
final del servicio. Las suertes, que se echaban en la mañana, valían también
para el servicio vespertino; pero se volvía a echar suertes para saber quién
ofrecería el incienso.
Ofrecer el incienso.
Se consideraba que
el ofrecimiento del incienso era la parte más sagrada y más importante de los
servicios diarios de la mañana y la tarde. Estas horas de culto, en las cuales
se sacrificaba un cordero (Exo. 29: 38-42) como holocausto, eran las horas del
sacrificio matutino y vespertino (2 Crón. 31: 3; Esd. 9: 4-5) o "la hora del
incienso" (Luc. 1: 10 ; cf. Exo. 30: 7-8). Estas eran horas de oración para
todos los israelitas, ya asistieran al servicio o estuvieran en su casa o aun en
un país extranjero. Mientras subía el incienso del altar de oro, las oraciones
de los israelitas ascendían con él hacia Dios (Apoc. 8: 3-4; ver com. Sal. 141:
2), rogando por sí mismos y por su nación en diaria consagración (PP 364-365).
En este servicio el sacerdote oficiante imploraba el perdón de los pecados de
Israel y rogaba por la venida del Mesías (DTG 73).
El privilegio de
oficiar en el altar de oro en favor de Israel era considerado como un alto
honor, y Zacarías era, en todo sentido, digno de él. Este privilegio solía
corresponder a cada sacerdote sólo una vez en la vida, y era, por lo tanto, el
momento culminante de su vida. Como regla general, ningún sacerdote podía
oficiar en el altar más de una vez, y es posible que alguno de los sacerdotes
nunca tuviera esta oportunidad.
El sacerdote sobre quien recaía la
suerte de ofrecer el incienso -en este caso Zacarías- elegía a dos de sus
compañeros en el sacerdocio para que le ayudaran. Uno debía quitar las brasas
anteriores del altar, y el otro tenía que colocar las brasas nuevas tomadas del
altar del holocausto. Estos dos sacerdotes se retiraban del lugar santo luego de
haber concluido su tarea, y el sacerdote escogido por suerte colocaba entonces
el incienso sobre las brasas mientras intercedía en favor de Israel. Cuando se
levantaba la nube de incienso, llenaba el lugar santo y pasaba por encima del
velo hasta el lugar santísimo. El altar del incienso estaba frente al velo y muy
cerca de él, y aunque estaba en realidad en el lugar santo, parece que se
consideraba como parte del lugar santísimo (ver com. Heb. 9: 4). El altar de oro
era el altar "de intercesión perpetua" (PP 366), porque día y noche el sagrado
incienso difundía su fragancia por el santo recinto del templo (PP 360).
10. Multitud. Gr. pléthos ,
"multitud", palabra preferida por Lucas pues la emplea 25 veces, mientras que
todos los otros autores del NT la usan sólo 7 veces. Algunos comentadores han
sugerido que Zacarías oficiaba en el servicio matutino; otros creen que lo hacía
en el servicio vespertino. En los tiempos de Cristo el sacrificio matutino se
ofrecía como a las 9 de la mañana, y el vespertino a eso de las 3 de la tarde
(15 horas). En cualquiera de esos momentos, podía reunirse una multitud
respetable (Hech. 2: 6, 15). Quizá el anciano Simeón y la piadosa Ana (ver com.
Luc. 2: 25, 36) se unieron a la gente en este mismo servicio, sin ser notados, y
elevaron su corazón en oración para que viniera el Mesías.
Fuera.
Fuera del santuario, pero dentro de los sagrados atrios del templo.
11. Se le apareció. Según el
relato, parece que el ángel no fue visto sólo en visión, sino que se le presentó
a Zacarías y fue visto en forma natural.
Un ángel del Señor.
Este era el ángel Gabriel (ver com. vers. 19), quien más de cinco siglos
antes se había aparecido a Daniel para anunciarle el tiempo de la venida del
Mesías (Dan. 9: 21, 25). Ahora, poco antes de llegar el Salvador, Gabriel
aparece de nuevo para anunciar el nacimiento del profeta que prepararía al
pueblo para la llegada del Prometido.
La derecha del altar.
El
frente del altar estaba hacia el este, por lo tanto, la derecha del altar estaba
hacia el sur del mismo. Se consideraba que el lado derecho era una posición de
honor (Mat. 25: 33; Hech. 7: 55- 56; Heb. 1: 3; etc.), y Zacarías debería haber
reconocido esta posición como una señal de deferencia, pero no lo hizo (DTG
72-73; cf. PP 363).
12. Le sobrecogió
temor. La reacción del anciano sacerdote difícilmente podría
considerarse inesperada o fingida (ver Juec. 6: 22; 13: 22; Luc. 2: 9; 9: 34;
Hech. 19: 17).
13. No temas. Estas
palabras eran con frecuencia las que primero dirigían los seres celestiales al
comunicarse con los hombres (Gén. 15: 1; 21:17; Luc. 1: 30; 2: 10). Los seres
celestiales trabajan constantemente para quitar el temor del corazón de hombres
y mujeres consagrados (Heb. l: 14; 2:15), y para colocar en su lugar "la paz de
Dios, que sobrepasa todo entendimiento" (Fil. 4:7). La perfecta comprensión de
Dios y el amor a él apartan todo temor del corazón humano (Mat. 6:30-34; 1 Juan
4:18).
Ha sido oída.
Algunos creen que la "oración" oída fue la
de Zacarías que rogaba por la venida del Mesías. Al estudiar las profecías,
especialmente las de Daniel, Zacarías se dio cuenta que el tiempo de la llegada
del Mesías parecía estar muy próximo. Durante 659 muchos años había orado para
que se cumpliera la esperanza de Israel, y ahora Gabriel le aseguraba que el
cumplimiento de esas profecías estaba muy cercano (DTG 73). Otros creen que la
"oración" oída fue una oración anterior de Zacarías pidiendo un hijo. No hay
duda de que en años pasados Zacarías había pedido un hijo en oración (ver Gén.
15: 1-2; 25: 21; 30: 22; 1 Sam. 1: 10-11, etc.). No es probable, como lo
sugieren algunos comentadores, que Zacarías hubiera pedido un hijo en oración en
esta oportunidad, pues su respuesta al ángel (Luc. 1: 18) demuestra que ya había
renunciado a la esperanza de tener un hijo.
Juan.
Gr. Ioánnès ,
del Heb. Yojanan o Yehojanan , que significa "Jehová es favorable". Varios
personajes bíblicos llevaron este nombre (ver 2 Rey. 25: 23; 1 Crón. 3: 15; 26:
3; 2 Crón. 17: 15; Esd. 10: 6, 28; Neh. 12: 13; Jer. 40: 8).
14. Tendrás gozo. Los vers. 14-18
tienen la forma métrica característica de la poesía hebrea, en la cual hay ritmo
de palabras y repetición de ideas, y no medida de sílabas y repetición de
sonidos. El hecho de que Elisabet diera a luz un hijo sería motivo de alegría
personal para Zacarías, pero este gozo íntimo se convertiría en gozo para todos
los que escucharan el mensaje de ese hijo y que por medio de él se prepararan
para la venida del Señor (vers. 17; cap. 2: 32).
15. Será grande. l cielo no estima la riqueza, la
posición, la alcurnia, ni las dotes intelectuales, las cuales no constituyen la
grandeza. Dios da importancia al valor moral y aprecia las virtudes de amor y
pureza. Juan era grande "delante del Señor" (cf. Mat. 11: 11) en contraste con
Herodes que era grande ante quienes buscaban jerarquía, riqueza y poder. Juan
fue un gran servidor de sus prójimos; Herodes fue un gran tirano. Juan vivió
para servir a otros; Herodes vivió sólo para agradarse a sí mismo. Juan fue
grande así como lo fue Elías, para hacer que "muchos de los hijos de Israel se
convirtieran "al Señor Dios de ellos" (Luc. 1: 16). Herodes fue grande así como
Nimrod (ver com. Gén. 10: 9-12): para inducir á muchos a dudar de Dios y
oponerse a él (Gén. 10: 9-10; cf. cap. 11: 2-4; ver pp. 42-43; com. Mat. 11:
13-14).
Sidra.
Gr. síkera , palabra derivada del arameo shikra' y del Heb. shekar (ver
com. Núm. 28: 7). Shekar puede referirse al vino o a cualquier bebida
embriagante, ya fuera hecha de cebada, de miel o de dátiles. La raíz del verbo
hebreo significa "beber hasta hartarse", "beber hasta estar bullicioso", o
"emborracharse". Algunos comentadores han sugerido que el hecho de que Lucas
emplee las dos palabras, óinos , "vino", y síkera , "sidra" (o "licor", BJ),
indica que la palabra síkera no incluye las bebidas embriagantes hechas de uva.
Pero esta distinción no se justifica porque: (1) síkera es sencillamente la
transliteración griega del Heb. shekar , palabra que comprende a todas las
bebidas embriagantes; (2) la forma poética de los vers. 14-17 no justifica una
distinción de clasificación entre "vino" y "sidra", como tampoco puede
distinguirse entre "gozo" y "alegría" en el vers. 14. Lo que sucede es que
Lucas, o mejor dicho, el ángel Gabriel, emplea las dos palabras para destacar la
prohibición del consumo de cualquier bebida embriagante.
Juan el
Bautista, como Sansón (Juec. 13: 4-5) y Samuel (ver com. 1 Sam. 1: 22), fue
nazareo desde su nacimiento (DTG 76). El que había hecho los votos de ser
nazareo (ver com. Gén. 49: 26; Núm. 6: 2) debía mantener siempre los apetitos y
las pasiones en estricta sujeción a los principios (ver com. Juec. 13: 5). La
importante misión que le fue asignada a Juan el Bautista exigiría vigor mental y
percepción espiritual para que pudiera ser un ejemplo ante sus contemporáneos.
Quienes participan de la misión de proclamar el segundo advenimiento de Cristo
deben también purificar su vida "así como él es puro" (1 Juan 3: 3).
Lleno del Espíritu Santo.
Antes que de bebidas alcohólicas (Efe.
5: 18). En Pentecostés, cuando los apóstoles fueron "llenos del Espíritu Santo"
(Hech. 2: 4, 15-17), se los acusó de estar "llenos de mosto" (vers. 13). En
cuanto a aquellos a quienes Dios ha escogido para su servicio, no debe haber
duda en relación con la clase de estímulo que los mueve a la acción. El estímulo
de clase inferior excluye al de clase superior. Juan debía ser iluminado,
santificado y guiado por la influencia del Espíritu Santo. Lucas menciona al
Espíritu Santo más de 50 veces en su Evangelio y en el libro de Hechos, mientras
que los otros tres evangelistas, en total, lo mencionan 13 veces.
Desde
el vientre de su madre.
La existencia de Juan se debió a la voluntad y
al poder de Dios, y no a la del hombre. Vino al mundo con la misión de su vida
ya asignada y debía ser dedicado a Dios desde el mismo comienzo. El Espíritu
Santo llenaría a Juan desde su nacimiento porque el Espíritu había podido llenar
a Elisabet, la madre de Juan, dirigiendo y controlando su vida. Durante los
primeros años de la vida, los padres deben ocupar el lugar de Dios con respecto
a sus hijos (PP 316). "Felices... los padres cuya vida constituye un reflejo...
fiel de lo divino" (PR 184-185). Mediante el Espíritu Santo María recibió la
sabiduría necesaria para cooperar con los seres celestiales en el desarrollo y
la enseñanza de Jesús (DTG 49). Las madres que escojan hoy vivir en comunión con
Dios pueden esperar que el Espíritu divino modele a sus pequeños, "aún desde los
primeros momentos" (DTG 473). De este modo nuestros niños, como Juan el
Bautista, podrán gozar el feliz privilegio de ser "llenos del Espíritu Santo"
(ver com. cap. 2:52).
16. Se conviertan al
Señor. Mediante el arrepentimiento. El bautismo de Juan era un "bautismo
de arrepentimiento" (Mar. 1: 4; Luc. 3: 3; Hech. 13: 24; 19: 4). El
arrepentimiento, o sea apartarse del pecado, era la nota tónica de su mensaje.
Los hombres deben arrepentirse si desean prepararse de acuerdo con lo que
demanda el Señor (Luc. 1: 17) y si desean entrar en su reino (Mat. 3: 2; 4: 17;
10: 7). La obra de Juan era persuadir a los hombres a que abandonasen sus
pecados e instarles a buscar al Señor su Dios. Esta fue la obra de Elías (ver
com. 1 Rey 18: 37). El AT concluye (Mal. 3: 1; 4: 5-6) y el NT comienza con el
tema de "los hijos de Israel" que se convierten al Señor (Luc. 1: 16).
17. Irá delante de él. Así lo
habían predicho específicamente Isaías (ver com. Isa. 40: 3-5) y Malaquías (ver
com. Mal. 3: 1). Esta es la misión que se le ha asignado a la iglesia remanente
de hoy.
En los vers. 16-17 hay una inspirada gema de verdad que está
medio oculta. En el vers. 16 Lucas afirma que Juan el Bautista haría que muchos
de los hijos de Israel se convirtieran al "Señor Dios de ellos" y en seguida
agrega: "[Juan] irá delante de él [evidentemente el Mesías]", pero también el
"Señor Dios de ellos" del vers. 16. Lucas señala definidamente, aunque en forma
velada, la divinidad de Cristo.
El espíritu y el poder de Elías.
El intrépido valor de Elías en tiempos de apostasía y de crisis (1 Rey.
17: 1; 18: 1-19, 36-40) convirtió al profeta en un símbolo de la reforma
completa y de la lealtad a Dios. En ese momento era necesario hacer una obra
similar para hacer volver el corazón de los hombres a la fe de sus padres (Juan
8: 56; 1 Ped. 1: 10-11). La obra de Juan el Bautista como precursor del Mesías
había sido descrita por los profetas (Isa. 40: 1-11; Mal. 3: 1; 4: 5-6), como
bien lo sabían quienes estudiaban las Escrituras. Aun los escribas reconocían
que Elías debía venir antes de la venida del Mesías (Mat. 17: 10; Mar. 9:
11-12). El mensaje de Juan era un mensaje de reforma y de arrepentimiento (Mat.
3: 1-10). Juan se parecía a Elías no sólo en la obra que debía hacer y en la
intrepidez con que habría de proclamar la verdad (1 Rey. 21: 17-24; Mat. 3:
7-10), sino también en su manera de vivir y en su apariencia física (Mat. 3: 4;
ver com. 2 Rey 1: 8). Además, ambos profetas sufrieron persecución (1 Rey 18:
10; 19: 2; Mat. 14: 10).
Las profecías referentes al precursor del
Mesías se cumplieron tan notablemente en Juan el Bautista, que tanto el pueblo
como sus dirigentes reconocieron el parecido entre Juan y Elías (Juan 1: 19-21).
Los sacerdotes, los escribas y los ancianos no se atrevieron a negar que Juan
fuera profeta ni aun después de su muerte (Mat. 21: 24-27; Mar. 11: 29-33; Luc.
20: 3-7). Ni siquiera el despiadado Herodes se atrevió a quitar la vida a Juan
hasta que las circunstancias aparentemente lo obligaron a hacerlo (Mat. 14:
3-11; Mar. 6: 17-28; DTG 193). Juan negó que era Elías en persona (Juan 1: 21),
pero Jesús afirmó que Juan había venido en cumplimiento de las profecías que
anunciaban a Elías (Mat. 11: 9-14; 17: 10-13). Este hecho fue plenamente
comprendido por los discípulos de Jesús (Mat. 17: 13).
Hoy se debe hacer
la misma obra que Elías y Juan el Bautista llevaron a cabo. En estos días de
corrupción moral y ceguera espiritual se necesitan voces que intrépidamente
proclamen a los pobladores de la tierra la venida del Señor. En esta hora se
necesitan hombres y mujeres que ordenen sus vidas como lo hicieron antiguamente
Juan y Elías, y que insten a otros a hacer lo mismo. Se necesita una obra de
verdadera reforma, no sólo fuera de la iglesia sino también dentro de ella. Dios
pide a todos los que le aman y le sirven que salgan a trabajar "con el espíritu
y el poder de Elías" (3T 61-62).
Los corazones de los padres.
El
contexto tanto aquí como en Mal. 4: 5-6 indica que el lenguaje es figurado. El
mensaje de Gabriel fue dado en la forma literaria de la poesía hebrea, en la
cual el ritmo y la repetición son más importantes que la rima (ver t. III, pp.
19-30). Los "hijos de Israel" deben convertirse al "Señor Dios de ellos", a su
Padre celestial (Luc.1: 16); los "rebeldes a la prudencia de los justos" (vers.
17). La obra de Juan era la de convertir el corazón de los desobedientes hijos
de Israel de su generación a la prudencia de su justo Padre celestial, llamando
su atención a las experiencias de sus padres (1 Cor. 10: 11). Esta era la misma
obra que Elías había hecho (1 Rey 18: 36-37). Como descendientes espirituales de
nuestro padre Abrahán (Gál. 3: 29), debiéramos, como él, acudir con fe a Dios
(Heb. 11: 8-13, 39-40) y recordar siempre el camino por el cual él ha guiado a
los "padres" en tiempos pasados (NB 216).
La declaración de Malaquías,
aquí citada por Lucas, se ha explicado también en forma literal, o sea, aplicada
a la responsabilidad que tienen los padres de educar a sus hijos en "disciplina
y amonestación del Señor" (Efe. 6: 4). Uno de los primeros resultados de la
verdadera conversión es el fortalecimiento de los vínculos familiares. La
reforma verdadera siempre logra esto. El hogar está incluido, sin duda, en la
obra de reforma que aquí se describe como un importante aspecto de la
preparación de "un pueblo bien dispuesto" para el Señor (ver com. vers. 15).
Prudencia.
Gr. frón'sis, "entendimiento", "intención". La
"prudencia" o "sabiduría" (BJ) de la cual habla el ángel induce al hombre a
convertirse de la desobediencia a la obediencia y de la injusticia a la
justicia. Esta transformación no ocurre tanto como resultado del conocimiento
intelectual como del cambio de forma de pensar (Rom. 12: 2), cambio que acompaña
a la transformación del corazón (Eze. 11: 19; 18: 31; 36: 26). Una persona ama a
Dios sólo cuando tiene la intención de obedecerle (Juan 14: 15; 15: 10). Cuando
los afectos están puestos en "las cosas de arriba" (Col. 3: 2), la verdadera
sabiduría o prudencia se posesiona del corazón y de la vida.
Un pueblo
bien dispuesto.
La gente de los días de Noé no se preparó para el
diluvio (Luc. 17: 27) ni tampoco los habitantes de Sodoma para la destrucción
que les sobrevino. Los hijos de Israel que salieron de Egipto no se prepararon
para entrar en la tierra prometida (Heb. 3: 19). La gente del tiempo de Cristo
no estaba preparada para recibirlo y por eso "no le recibieron" (Juan 1: 11).
Sin embargo, debido en gran medida al ministerio de Juan el Bautista, algunos
estuvieron preparados para recibirle. Se nos aconseja a estar "preparados" (Mat.
24: 44) porque sólo aquellos que lo estén entrarán con Cristo a las bodas (Mat.
25: 10). El cristiano que mantiene viva en el corazón la llama de la esperanza
del regreso de nuestro Señor estará preparado para cuando él aparezca (Heb. 9:
28; 2 Ped. 3: 11-12; 1 Juan 3: 3).
18. ¿En
qué conoceré? A Zacarías le resultaba difícil creer en una promesa tan
buena. Sin duda había orado durante años para que Dios le diera un hijo (ver
com. vers. 13), y ahora que su oración estaba a punto de ser contestada, su fe
no era suficientemente grande para recibir la respuesta. Con mucha frecuencia
los seres humanos ven las dificultades que impiden el cumplimiento de las
promesas de Dios, y olvidan que "nada hay imposible para Dios" (vers. 37). Esto
le ocurrió a Sara (Gén. 18: 11-12), a Moisés (Exo. 4: 1, 10, 13), a Gedeón
(Juec. 6: 15-17, 36-40) y a los creyentes que oraban en casa de María para que
Pedro fuera liberado (Hech. 12: 14-16). Aun Abrahán, quien no "dudó, por
incredulidad, de la promesa de Dios" (Rom. 4: 20), sintió la necesidad de tener
alguna evidencia concreta sobre la cual apoyar su fe (Gén. 15: 8; 17: 17).
Soy viejo.
Los levitas se jubilaban a los 50 años (ver com. Núm.
8: 24); pero los sacerdotes se retiraban del servicio activo sólo cuando la edad
o la enfermedad les imposibilitaba ministrar en el altar. De Abrahán y de Sara
se dice que "eran viejos, de edad avanzada" cuando tenían 99 y 89 años
respectivamente (Gén. 18: 11). Josué fue considerado "viejo, de edad avanzada"
(Jos. 13: 1) cuando tenía 92 años, aunque vivió hasta los 110 años (Jos. 24:
29). De David se dice que era "viejo y avanzado en días" (1 Rey. 1: 1) a los 71
años, cuando murió (2 Sam. 5: 4-5). Es probable que Zacarías tuviera de 60 a 70
años, quizá más cerca de los 70.
19.
Gabriel. Gr. Gabri'l,
del Heb. Gabri'el, que significa "varón de Dios". La palabra hebrea traducida
como "varón" es géber, que significa "hombre fuerte".
Gabriel ocupa la
posición de la cual cayó Lucifer (DTG 642; CS 547), y sigue a Cristo en
categoría y honor (DTG 72-73, 201; Dan. 10: 21). Fue Gabriel quien se le
apareció a Daniel (Dan. 8: 16; 9: 21) para anunciar la venida del "Mesías
Príncipe" (Dan. 9: 25), y en los días del NT se le apareció a Zacarías (Luc. 1:
19) y a María (vers. 26-27), y probablemente fue Gabriel quien se le apareció a
José (ver com. Mat. 1: 20). Gabriel también fortaleció a Jesús en el Getsemaní
(DTG 642); se interpuso entre Jesús y la multitud (DTG 643), y abrió la tumba y
llamó a Jesús para que saliera (DTG 725-726). Gabriel fue, además, uno de los
ángeles que acompañaron a Jesús durante su vida en la tierra (DTG 735), los
cuales se les aparecieron a los discípulos en el monte de los Olivos cuando
Jesús ascendió al cielo (DTG 771; cf. 725). Fue Gabriel quien se le apareció a
Juan en la isla de Patmos (DTG 73; ver com. Apoc. 1: 1), y le dijo que era
consiervo suyo y de los profetas (Apoc. 22: 9).
Estoy delante.
La expresión "estar delante de" se emplea en el AT para referirse a los
altos funcionarios que actuaban en la corte real (1 Rey. 10: 8; 12: 6; Prov. 22:
29; Dan. 1: 19). Por medio de esta sencilla declaración que revela cuál es la
elevada categoría de Gabriel en el cielo, se presenta ante Zacarías como
representante de Dios. Jesús dijo que los ángeles guardianes " "ven siempre el
rostro de mi Padre que está en los cielos" " (Mat. 18: 10).
Podría
decirse que Gabriel es el "primer ministro" del cielo, el caudillo de las
huestes angélicas que son enviadas " "para servicio a favor de los que serán
herederos de la salvación" " (Heb. 1: 14). Es, en un sentido especial, el
embajador del cielo en esta tierra (DTG 73). Gabriel no sólo ha acompañado a los
justos en la tierra, sino que también se ha relacionado con otras personas. Fue
él quien se apareció en la corte persa para influir sobre Ciro y Darío para que
expidieran el decreto que autorizaba la reconstrucción del templo (Dan. 10: 13,
20; 11: 1). Es el ángel de la profecía, el comisionado por el cielo para que los
asuntos humanos armonicen con la voluntad de Dios.
Según la tradición
judía, Gabriel es el ángel del juicio y de la intercesión, y uno de los cuatro
arcángeles, los únicos que tienen acceso a la presencia divina en todo momento.
Darte estas buenas nuevas.
Gr. euaggelízÇ, "proclamar buenas
nuevas", "evangelizar" (ver com. cap. 2: 10).
20.
Quedarás mudo. Zacarías había expresado dudas en cuanto
al mensaje del ángel. Ahora recibe una señal que era a la vez un castigo por su
incredulidad. Su falta de fe trajo castigo y también bendición. Su incredulidad
fue curada inmediata y completamente. Y su aflicción fue, al mismo tiempo, el
medio de atraer la atención de la gente al anuncio del nacimiento del precursor
del Mesías. La condición de Zacarías no sólo atrajo la atención de la multitud
reunida en los atrios del templo (vers. 22), sino que le dio la oportunidad de
comunicarles lo que había visto y oído (DTG 74) de una manera que nunca lo
olvidarían.
El caso de Zacarías se parece, en ciertos aspectos, al de
Ezequiel, quien quedó mudo (Eze. 3: 26; 24:27) hasta que se cumplió su mensaje
(cap. 33: 22).
No creíste.
Aunque Abrahán tuvo dificultades para
captar la seguridad de la promesa de Dios de que su propio hijo sería su
heredero (Gén. 15; 2-3; 17: 17-18), "creyó a Jehová" (Gén. 15: 6). " "No se
debilitó en la fe... Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios" "
(Rom. 4: 19-22). Parece que Zacarías, aunque justo e irreprensible delante de
Dios (Luc. 1: 6), en el ejercicio de su fe no estuvo a la altura de Abrahán.
21. Estaba esperando. Zacarías
permaneció solo en el lugar santo más tiempo que el acostumbrado. Según la
costumbre, el sacerdote que ofrecía el incienso en la hora de los cultos
matutino y vespertino no prolongaba su dilación en el lugar santo para que el
pueblo no se inquietara. Además, la gente no debía alejarse de allí hasta que el
sacerdote oficiante saliera a pronunciar la bendición aarónica (Núm. 6: 23-26).
Según la Mishnah ( Yoma 5. 1), la presentación del incienso en el altar de oro
se hacía con relativa prisa.
22.
No les
podía hablar. Cuando el sacerdote oficiante salía del lugar santo
después de ofrecer el incienso, debía levantar las manos y pronunciar una
bendición sobre la multitud que esperaba.
Había visto visión.
Cuando Zacarías salió del lugar santo, su rostro brillaba con la gloria
de Dios (DTG 74). Su apariencia era, en cierto sentido, una bendición
silenciosa, pues la fórmula de la bendición comprendía estas palabras: "Jehová
haga resplandecer su rostro sobre ti" (Núm. 6: 25) y "Jehová alce sobre ti su
rostro" (vers. 26). La primera frase representaba el favor de Dios, y la segunda
su dádiva de paz. Sin duda muchos de los adoradores congregados se acordaron de
Moisés cuando bajó del monte Sinaí (Exo. 34: 29-30, 35).
Les hablaba por
señas.
Así intentaba explicar a la gente lo que le había ocurrido.
Finalmente, quizá con un mensaje escrito, logró comunicarles lo que había visto
y oído (DTG 74).
Mudo.
Gr. kÇfós, "sin filo", "embotado". Este
adjetivo se empleaba para referirse tanto a los mudos como a los sordos. El
relato parece insinuar que Zacarías quedó sordo y mudo (ver com. vers. 62).
23. Su ministerio. Gr. leitourgía,
palabra común en griego para denotar "servicio público". En la LXX se la emplea
para referirse al ministerio del sacerdote en favor de la congregación. Se usa,
además, en Heb. 8: 6 y 9: 21 para referirse al "ministerio" de Cristo en el
santuario celestial.
Cada grupo de sacerdotes permanecía en el templo de
sábado a sábado. Según la tradición judía, los sacerdotes que se retiraban
ofrecían el incienso del sábado de mañana, y los que llegaban ofrecían el
incienso de la tarde. Si así era, entonces la "clase de Abías", a la cual
pertenecía Zacarías (ver com. vers. 5), habría terminado su ministerio el sábado
siguiente de su visión. Zacarías pudo haber pensado que lo que le había sucedido
con el ángel justificaba que se retirara antes y volviera a su casa; pero
prefirió permanecer en el puesto de servicio que le había sido designado hasta
que le correspondiera salir. Según las palabras del vers. 23 es casi seguro que
aún le faltaban varios días para cumplir su ministerio y que, por lo tanto, el
ángel no se le había aparecido el último sábado de su período de servicio.
A su casa.
Zacarías y Elisabet vivían en la montaña de Judá
(vers. 39). De las ocho aldeas de Judá asignadas por Josué a los sacerdotes (ver
com. Jos. 21: 9; cf. 1 Crón. 6: 57-59), parece que Hebrón y Holón (Hilén) eran
las únicas que estaban situadas en la montaña. No se sabe si Holón fue
reconstruida después del cautiverio ni si las ciudades originales asignadas a
los sacerdotes por Josué les pertenecían aún en el tiempo de Cristo (ver com.
Luc. 1: 39).
24. Se recluyó. No es
claro por qué razón Elisabet se recluyó durante los primeros meses de su
embarazo. No se conoce ninguna costumbre judía que la hubiera obligado a
hacerlo, y el contexto insinúa que lo hizo voluntariamente. Algunos comentadores
han sugerido que permaneció en casa hasta que fuera evidente que su "afrenta"
había sido quitada (ver com. vers. 25). Otros piensan que se menciona este
período de cinco meses sólo para anticiparse a la visita de María en el sexto
mes. Sin embargo, también es posible que Elisabet haya procurado alejarse de las
relaciones habituales con la sociedad, para dedicarse al estudio y a la
meditación acerca de la responsabilidad de criar a un niño que viviría como
nazareo (ver com. vers. 15), que estaría enteramente consagrado a Dios y que
tendría que cumplir una misión tan importante como la que le había sido
encomendada a Juan, su hijo. Esta motivación parece estar en completa armonía
con el carácter de Elisabet (cf vers. 6).
25. Afrenta. Es decir, la desgracia de no tener hijos, que
entre los judíos se consideraba como la mayor calamidad que le podía acontecer a
una mujer (Gén. 30: 1; 1 Sam.1: 5-8; ver com. Luc. 1: 7). Comúnmente se creía
que la esterilidad era un castigo de Dios (Gén. 16: 2; 30: 1-2; 1 Sam. 1: 5-6),
y en tales casos se oraba a Dios pidiéndole su intervención favorable (Gén. 25:
21; 1 Sam. 1: 10-12), y que se acordara de las personas así castigadas. Cuando
la mujer concebía después de tales súplicas, se decía que Dios se había acordado
de ella (Gén. 30: 22; 1 Sam. 1: 19). En toda la Escritura aparecen los hijos
como una bendición concedida por Dios (Gén. 33: 5; 48: 4; Exo. 23: 26; Jos. 24:
3; Sal. 113: 9; 127: 3; 128: 3). Como un contraste, entre las naciones paganas
era común ofrendar niños como holocausto a sus dioses.
26.
Al sexto mes. [ Anuncio del nacimiento de Jesús, Luc.
1: 26-38. Ver mapa p. 204; diagrama p. 217.] Es decir, el sexto mes después del
anuncio de Gabriel a Zacarías (vers. 11) y de la concepción de Elisabet (vers.
24), como lo había declarado específicamente el ángel (vers. 36).
Nazaret.
Una
pequeña aldea galilea que no menciona el AT, ni el Talmud, ni que incluye Josefo
en una lista de 204 aldeas de Galilea (ver com. Mat. 2: 23). La niñez y la
juventud de Jesús -período del cual poco hablan las Escrituras- transcurrieron
en una localidad acerca de la cual los registros históricos dicen poco. Jesús
estuvo libre allí, en una pequeña comunidad, de la influencia rabínica de los
centros judíos más grandes, y también de la cultura pagana griega que se había
difundido por la "Galilea de los gentiles" (Mat. 4: 15). El concepto que los
judíos tenían de Nazaret se refleja en la respuesta de Natanael a Felipe: "¿De
Nazaret puede salir algo de bueno?" (Juan 1: 46), y en la afirmación hecha por
los fariseos a Nicodemo, " "Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado
profeta" " (Juan 7: 52). Ver la ilustración frente a la p. 480. 664 El hecho de
que Lucas ubique a María y a José como residentes de Nazaret y diga
específicamente que ésa era "su ciudad" (cap. 2: 39), es una prueba de la
precisión de su relato evangélico. Si él u otras personas de quienes recibió
esta información (vers. 1-3) hubieran inventado el relato, habrían procurado
ubicar a María y a José en Belén en toda la narración desde la concepción y el
nacimiento de Cristo, y no en una ciudad de Galilea, especialmente por la mala
fama que tenían Galilea en general y Nazaret en particular. El hecho de que
Mateo no mencione la ciudad de Nazaret en relación con los acontecimientos que
precedieron al nacimiento de Jesús (Mat.1: 18-25) también da testimonio de que
lo que se registra en cada uno de estos dos Evangelios es original. Si los
evangelistas se hubieran confabulado con la intención de engañar, se habrían
esforzado por dar a sus relatos, por lo menos en apariencia, una semejanza
superficial, lo cual no ocurre. La explicación de Lucas de que Nazaret era "una
ciudad de Galilea" podría ser una prueba, como suponen algunos, de que escribía
a personas que no vivían en Palestina y no conocerían esa aldea tan pequeña.
27. Una virgen. Ver com. Mat. 1:
23. El hecho de que Lucas no mencione a los padres de María en este relato tan
detallado de las circunstancias del nacimiento de Jesús, podría sugerir que ya
hubieran muerto y que María quizá estuviera viviendo con algunos familiares (DTG
118-119). Casi sin excepción, los autores judíos identificaban a las personas
acerca de las cuales escribían, como hijos o hijas de determinada persona.
Desposada.
Ver com. Mat. 1: 18. Es importante la secuencia de
los acontecimientos aquí relatados. El ángel le anunció el nacimiento de Jesús
después de que María se desposó. Si se le hubiera dicho que iba a tener un hijo
cuando aún no había hecho planes para casarse, sin duda se habría afligido
mucho. Por otra parte, si el anuncio hubiera ocurrido después del matrimonio,
María y José hubieran podido considerar que Jesús era su propio hijo. Habría
sido difícil, si no imposible, establecer la evidencia del nacimiento virginal.
La secuencia de los acontecimientos testifica en favor del plan divino y de la
providencia rectora de Dios. Si José pensó en divorciarse de María al enterarse
de que "había concebido" (Mat. 1: 18-19) -y sólo una revelación directa de Dios
le impidió que lo hiciera (vers. 20, 24)-, es probable que le hubiera resultado
mucho más difícil aceptar la idea de comprometerse en matrimonio con María si
ésta ya hubiera estado encinta (vers.19). La planificación divina hizo que la
situación fuese lo más fácil posible tanto para María como para José. María era
en verdad "virgen", pero estaba desposada. Dios ya le había proporcionado quien
la ayudara y la protegiera antes de anunciarle el nacimiento de Jesús.
José.
Ver com. Mat. 1: 18. Poco se sabe acerca de José fuera de
su descendencia davídica (Mat. 1:6-16), su pobreza (ver com. Luc. 2: 24), su
oficio (Mat. 13: 55), que tenía cuatro hijos (Mat. 12: 46; 13: 55-56; DTG 66) y
que evidentemente murió antes de que Jesús comenzara su ministerio (DTG 119). El
último acontecimiento claramente registrado acerca de José ocurrió cuando Jesús
tenía 12 años (Luc. 2: 51). El hecho de que no se mencione ni una vez más a José
hace pensar que murió antes de que Jesús comenzara su ministerio (ver com. cap.
2: 51), y que Jesús a punto de morir encomendara el cuidado de su madre a Juan
(Juan 19: 26-27), es una prueba bastante clara de que la muerte de José ocurrió
antes de ese momento.
Casa de David.
Es decir, de la familia
real (ver com. Mat. 1: 1, 20). Algunos opinan que José era el descendiente de la
casa de David, pero otros dicen que era María. La repetición de la palabra
"virgen" en la última parte del versículo parece indicar que era José y no María
quien descendía de David. De todos modos, en Luc. 2: 4 se afirma claramente que
José era descendiente de David; pero María también era de "la casa de David"
(ver com. Mat. 1: 16; Luc. 1: 32; DTG 29). Por medio de María Jesús era
literalmente "del linaje de David, según la carne" (Rom. 1: 3). En Luc. 1: 32,
69 parece darse por sentado que María era descendiente de David. Estas y otras
declaraciones bíblicas perderían mucha fuerza y significado si María no podía
afirmar que era descendiente de David. El hecho de que en el vers. 36 se diga
que María era "parienta" de Elisabet no implica necesariamente que fuera de la
tribu de Leví, como algunos lo han pensado (ver com. vers. 36). Tanto María como
José eran de descendencia real, mientras que Zacarías y Elisabet eran del linaje
sacerdotal (vers. 5).
María.
Ver com. Mat. 1: 16. Lucas presenta
el relato del nacimiento de Jesús desde el punto de vista de María. hecho que ha
inducido a algunos comentadores a pensar que Lucas había oído personalmente el
relato de labios de ella o de alguien que había hablado con María (ver com.
vers. 1-3). La abundancia de detalles y la exquisita hermosura del relato de
Lucas sugieren un conocimiento íntimo de los hechos, ya fuera por relación
directa con las personas que fueron testigos de lo acontecido (vers. 2) o por
inspiración. Lucas menciona a los que "vieron con sus ojos", lo cual indicaría
que existieron ambos factores: el relato de testigos oculares salvaguardado sin
duda por la Inspiración.
28. ¡Salve! Gr. jáire, saludo común en ese tiempo (Mat. 28: 9), que expresa estima y
buena voluntad. Jáire es el imperativo del verbo jáirÇ, "gozarse", "alegrarse".
Este saludo puede compararse con las palabras "paz a vosotros" (Luc. 24: 36;
etc.), fórmula para saludar que se usa en el Cercano Oriente hasta el día de
hoy.
Muy favorecida.
Literalmente "dotada de gracia". Esta
expresión designa a María como recipiente de la gracia o el favor divino, pero
no como dispensadora de esa gracia. Gratia plena, frase latina de la Vulgata,
traducida como "llena de gracia" en la BJ y en otras versiones católicas, debe
entenderse en el sentido de que María fue colmada de gracia y no como que era
capaz de dispensar esa gracia. El relato bíblico no dice que Gabriel le concedió
una gracia especial para que ella se la impartiera a otros. En Efe. 1: 6 se usa
el mismo verbo para referirse a la acción de Dios para con nosotros: "nos hizo
aceptos" (RVR); "nos agració" (BJ). La traducción literal podría ser: "nos
concedió gracia"; pero esta gracia es concedida "en el Amado", lo cual sugiere
que la concesión de gracia es algo que cualquier creyente en Cristo puede
recibir. Según la explicación del ángel, María era "muy favorecida" porque el
Señor estaba con ella y había "hallado gracia delante de Dios" (Luc. 1: 30).
Según el registro evangélico, sólo Elisabet (Luc. 1: 42) y una mujer
cuyo nombre no se menciona (cap. 11: 27), llamaron "bendita" o "bienaventurada"
a María; y Jesús rectificó lo que dijo esa mujer (vers. 28). El Salvador siempre
trató con cortesía y consideración a su madre (ver com. Juan 2: 4), pero nunca
la ensalzó por encima de otros que le oían y creían en él (Mat. 12: 48-49). En
la cruz se dirigió a ella llamándola simplemente "mujer", título que denotaba
respeto (ver com. Juan 19: 26). Ni Pablo ni ningún otro autor del NT atribuyeron
a María méritos extraordinarios o influencia delante de Dios.
Según la
declaración de Pío XII, no es "posible definir adecuadamente ni explicar
correctamente la gran dignidad y la sublimidad de la bendita Virgen solamente
teniendo como base las Sagradas Escrituras..., sin tomar en cuenta la tradición
católica y el sagrado magisterio de la iglesia" (ApS 46 [1954], 678, citado en
New Catholic Encyclopedia, 1967, s. v. "Mariology"). A partir del siglo II d. C.
comenzó a hacerse un paralelo entre Eva y María similar al que trazó Pablo entre
Adán y Cristo (Rom. 5: 12-15; 1 Cor. 15: 21-22). En el Concilio de Efeso (431 d.
C.) se le dio a María el título de theotókos, "la que da a luz a Dios" o "madre
de Dios". Su perpetua virginidad fue proclamada en el Concilio Lateranense en
649.
Pueden señalarse por lo menos tres factores que acompañaron este
proceso evolutivo de la veneración de María. (1) En la cuenca del Mediterráneo
había cultos populares a divinidades femeninas como Isis, madre de Horus;
Cibeles, de Frigia y Artemisa o Diana de los efesios. Estas eran las diosas de
la maternidad y la fertilidad. Pareciera que estos cultos han facilitado, en
cierto modo, la aceptación de la veneración de María, y que algunos de sus
rituales han sido adoptados como parte del culto a María. (2) En los primeros
siglos de la era cristiana surgieron leyendas acerca de María, las cuales fueron
incorporadas a evangelios apócrifos que tuvieron gran circulación entre los
cristianos. (3) Las controversias cristológicas que dieron por resultado la
definición de la divinidad de Jesús en el siglo IV hicieron impacto en el
desarrollo de la veneración de María. Si Jesús había de ser considerado como
divino, se tornaba más fácil explicar esa divinidad si se le atribuían a su
madre características especiales, tales como la ausencia de pecado y la
virginidad perpetua.
A las palabras del saludo del ángel se le han
añadido otras palabras para formar el conocido "Ave María", plegaria dirigida a
María para pedir su intercesión. Según la Catholic Encyclopedia, las cuatro
partes del rezo tienen el siguiente origen: (1) Luc. 1: 28; (2) el saludo de
Elisabet (Luc. 1: 42), (añadido antes de 1184); (3) la denominación de María
como madre de Dios y el pedido de intercesión, añadido antes del año 1493; y
finalmente (4) 666 la última frase, añadida antes del año 1495 e incluida en el
Catecismo del Concilio de Trento. El rezo completo, que aparece en el Breviario
Romano de 1568, es como sigue:
(1) "Dios te salve María, llena eres de
gracia. El Señor es contigo; (2) "Bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. (3) "Santa María, madre de Dios, ruega
por nosotros, los pecadores, (4)"Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
Es contigo.
En griego sólo dice: "el Señor contigo". Puede
añadírsela las formas verbales "es" o "sea". Este saludo era común en tiempos
del AT (Juec. 6: 12; Rut 2: 4).
Bendita tú entre las mujeres.
La
evidencia textual favorece (cf. p. 147) la omisión de esta frase. Sin embargo,
se encuentra claramente en el vers. 42 (ver com. vers. 42).
29. Se turbó. Gr. diatarássomai
"agitarse muchísimo", "turbarse intensamente". María se sintió perpleja ante la
repentina e inesperada aparición del ángel, pero su perplejidad fue aún mayor
por el alto honor que le confirió el extraordinario saludo del ángel. Se
"turbó", pero se mantuvo serena.
Pensaba.
A pesar de su
turbación, María trató de pensar y razonar para descubrir la razón de esta
experiencia tan extraordinaria. En tales circunstancias, muchas personas
perderían momentáneamente la capacidad de razonar. Parece que María no sólo era
una joven virtuosa y piadosa, sino también de admirable inteligencia; no sólo
había adquirido un conocimiento poco común de las Escrituras, sino que también
reflexionaba en el significado de las diversas experiencias que la vida le
proporcionaba (cap. 2: 19, 51). A diferencia de Zacarías, quien tuvo miedo (cap.
1: 12), María parece haber conservado su presencia de ánimo.
30.
No temas. Ver vers. 29 y com.
vers. 13. Al dirigirse a ella por nombre, el ángel demostró que la conocía
personalmente. Estas declaraciones tenían el propósito de inspirarle confianza.
Gracia.
Gr. járis, "gracia", "favor". Se emplea aquí el
sustantivo relacionado con el verbo que se traduce "favorecida" en el vers. 28
(ver com. de este vers.). La palabra járis era utilizada con frecuencia por los
primeros cristianos. Dios se complació por haber hallado en María a una mujer
que se aproximaba tanto al ideal divino.
31. Concebirás. Las palabras del vers. 31 se parecen a las
de Gén. 16: 11, cuando se le hizo a Agar una promesa similar. El ángel anunció a
María el cumplimiento de la promesa hecha a Eva (ver com. Gén. 3: 15).
Es un misterío incomprensible e insondable que no nos ha sido explicado
por la Inspiración, cómo pudo y quiso el Rey del universo hacerse "carne" (Juan
1: 14), nacer "de mujer" (Gál. 4: 4) y ser "semejante a los hombres" (Fil. 2:
7). ¡Cuál no habrá sido la reverencia con la cual el cielo contempló al Hijo de
Dios que bajó "del trono del universo" (DTG 14), abandonó los atrios de gloria y
condescendió en asumir la humanidad para ser hecho "en todo semejante a sus
hermanos" (Heb. 2: 17), humillándose para hacerse "semejante a los hombres"!
(ver Nota Adicional de Juan 1 y com. Fil. 2: 7-8).
Nosotros también
deberíamos contemplar con gran reverencia el incomparable amor de Dios al darnos
a su único Hijo para que tomara nuestra naturaleza (Juan 3: 16). Por medio de su
humillación, Cristo se "unió con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de
romper" (DTG 17). El carácter de Dios se presenta con este maravilloso don en
agudo contraste con el carácter del maligno, que aunque era un ser creado
intentó ensalzarse para ser "semejante al Altísimo" (Isa. 14: 14).
32.
Será grande. Se observa un notable parecido entre los
vers. 32-33 e Isa. 9: 6-7; el uno es claro reflejo del otro. Seis meses antes
Gabriel le había dicho a Zacarías que Juan sería grande (Luc. 1: 15).
Será llamado.
Se emplean aquí estas palabras con el sentido de
"será reconocido como", igual que en Mat. 21: 13. Dios anunció a los ángeles del
cielo que Cristo era el divino Hijo de Dios (Heb. 1: 5-6), sus discípulos lo
confesaron como tal (Mat. 16: 16; Juan 16: 30) y los autores del NT consignaron
este hecho por escrito (Rom. 1: 4; Heb. 4: 14; 1 Juan 5: 5; etc.).
Hijo
del Altísimo.
Cf. ver. 35. Cuando Jesús fue bautizado, el Padre declaró
que era su Hijo (cap. 3: 22). Esta misma afirmación fue repetida pocos meses
antes de su crucifixión (Mat. 17: 5). Todos los que hagan "lo que es agradable
delante de él" (Heb. 13: 21), tienen el privilegio de ser llamados "hijos del
Altísimo" (Luc. 6: 35; ver com. Juan 1: 1-3; Nota adicional de Juan 1).
El trono.
Según el profeta Isaias, el "Príncipe de paz" ocuparía
el "trono de David" para gobernar "su reino" (Isa. 9: 6-7). Es evidente que en
todo el NT este "trono" representa el reino eterno de Cristo, y no la
restauración del reino literal de David en este mundo (Juan 18: 36; etc.; ver
com. Luc. 4: 19).
David su padre.
Ver com. Mat. 1: 1, 16, 20;
Luc. 1: 27. La descendencia literal de Jesús por el linaje de David se afirma
claramente tanto en el AT como el NT (Sal. 132: 11; Hech. 2: 30; Rom. 1: 3).
Hasta los más declarados enemigos de Cristo no se atrevían a negar que el Mesías
sería "hijo de David" (Luc. 20: 41-44). El glorioso reinado de David se
convirtió para los santos profetas en un símbolo especial de la venida del reino
mesiánico (Isa. 9: 6-7; cf. 2 Sam. 7: 13; Sal. 2: 6-7; 132: 11; ver t. IV, p.
33).
La frase "David su padre" es significativa. Como hijo de José, como
hijo de María o como hijo de ambos, Jesús podía haber sido hijo de David. Es
obvio que María entendió que el ángel quería decirle que la concepción de Jesús
sería sólo por obra del Espíritu Santo (vers. 34-35). Por lo tanto, la
afirmación del ángel de que David era el "padre" de Jesús, puede ser entendida
también en el sentido de que María era descendiente de David (ver com. Mat. 1:
16; cf. DTG 30).
33. Reinará. Debe
destacarse que en los mensajes angélicos y en las declaraciones proféticas que
se refieren al nacimiento de Cristo, poco es lo que se dice acerca del papel de
Cristo como Aquel que sufriría. Por ejemplo, Gabriel se anticipa aquí a la
gloriosa culminación del plan de salvación, pasando por alto toda referencia a
la crucifixión. El gozo por el nacimiento del Salvador, que hubo tanto en el
cielo como en la tierra entre los pocos que lo reconocieron y le recibieron,
quizá hizo que pareciera inapropiado mencionar la cruz que precedería a la
corona. Cristo, "autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante
de él sufrió la cruz", es el mismo que se "sentó a la diestra del trono de Dios"
(Heb. 12: 2). ¡Con cuánta frecuencia los profetas del AT se reconfortaron
levantando la mirada, y, dejando a un lado la angustia ocasionada por el pecado,
contemplaron la gloria final del universo purificado de todo rastro de pecado!
Casa de Jacob.
Es decir, la descendencia de Jacob. En sentido
espiritual, están incluidos todos los que creen en Cristo, ya sean Judíos o
gentiles (Rom. 2: 25-29; Gál. 3: 26-29; 1 Ped. 2: 9-10; etc.).
Para
siempre.
Literalmente "para los siglos" (ver com. Mat. 13: 39). Los
santos hombres de la antigüedad esperaron el momento cuando las cosas
transitorias de esta tierra desaparecieran ante las realidades de la eternidad.
Los reinos terrenales que, desde el punto de vista humano, muchas veces se
levantan majestuosamente, uno tras otro se desvanecen como la bruma matinal ante
los rayos del sol. Los hombres buscan estabilidad y seguridad, pero esto nunca
se logrará hasta que Cristo establezca su reino, que "no será jamás destruido"
(Dan. 2: 44), "que nunca pasará" (Dan. 7: 14), un "reino de todos los siglos"
(Sal. 145: 13), que será "para siempre" (Miq. 4: 7). La promesa del Padre de que
el reino de su Hijo sería "por el siglo del siglo" (Heb. 1: 8) no era
desconocida entre los judíos del tiempo de Cristo (Sal. 45: 6-7; cf. Juan 12:
34).
34. ¿Cómo será esto? El
contexto implica que María creyó sin vacilar en lo que el ángel le había
anunciado. Con fe sencilla preguntó cómo habría de hacerse el milagro.
No conozco.
Se refiere al conocimiento carnal de las relaciones
conyugales. María podía afirmar su pureza y virginidad (ver com. Mat. 1: 23).
Esta expresión es un modismo hebreo que denotaba castidad premarital (Gén. 19:
8; Juec. 11: 39, etc.). Dios -así como lo hace a menudo con nosotros- primero
permitió que María estuviera plenamente convencida del hecho de que la
naturaleza del evento que se le anunciaba estaba fuera del alcance del poder
humano, que era imposible desde el punto de vista de los hombres, antes de
presentarle los medios por los cuales se llevaría a cabo. Así es como Dios nos
induce a apreciar su grandeza y su poder, y nos enseña a tener confianza en él y
en sus promesas.
Quienes entienden que en esta afirmación de María hay
un voto de perpetua virginidad, no tienen una base firme para esta posición (ver
com. Mat. 1: 25). La idea de que María fue virgen antes, durante y después del
parto surgió siglos más tarde, quizá fundándose en una creencia errónea de qué
es lo que constituye la verdadera virtud. Cuando se le da tanta importancia a la
virginidad, se insinúa que el hogar -institución divinamente ordenada- no
representa el más alto ideal de la vida social. Ver com. Mat. 19: 3-12.
35. Vendrá sobre ti. Esta expresión se emplea con
frecuencia para describir la recepción del poder del Espíritu Santo (Juec. 6:
34; 1 Sam. 10: 6; 16: 13).
Poder.
Gr. dúnamis, "poder",
"fuerza", "capacidad", en contraste con exousía, "poder" en el sentido de
"autoridad". En los Evangelios se emplea con frecuencia la palabra dúnamis para
referirse a los milagros de Cristo (Mat. 11: 20-23; Mar. 9: 39; etc.). Aquí el
"poder del Altísimo" forma un paralelismo con "Espíritu Santo", pero no debe
entenderse con esto que el Espíritu Santo es meramente la expresión del poder
divino, sino que es el Ser por cuyo medio se ejerce el poder celestial. Las
palabras del ángel fueron pronunciadas en estilo poético hebreo, en el cual se
repiten las ideas y no rigen las reglas de rima y ritmo de la poesía castellana
(ver Luc. 1: 32-33, 35; t. III, p. 25).
Hijo de Dios.
El ángel
Gabriel afirma aquí la verdadera deidad de Jesucristo, pero vincula esta deidad
en forma inseparable con su verdadera humanidad. El Hijo de María sería Hijo de
Dios porque la concepción ocurriría cuando "el poder del Altísimo" la cubriera
con su sombra.
Basándose en este y en otros pasajes, algunos han llegado
a la conclusión de que el título "Hijo de Dios" le fue aplicado a Jesús por
primera vez en la encarnación. Otros han pensado que este título describe la
relación existente entre Cristo y el Padre antes de la encarnación. Y hay
quienes consideran que dicho título se refiere adecuadamente a Cristo antes de
que se encarnara, dándole un sentido de anticipación, o sea en relación con su
papel en el plan de la salvación. Los autores y redactores de este Comentario no
encuentran que en las Sagradas Escrituras se presente ninguna de estas
posiciones en lenguaje claro e inconfundible. Por lo tanto, hablar en forma
dogmática acerca de este asunto sería ir más allá de lo que la Inspiración ha
revelado. Aquí el silencio es oro.
Los numerosos nombres y títulos que
se le aplican a Cristo en las Escrituras, tienen el propósito de ayudarnos a
comprender la relación que tiene él con nosotros en los diversos aspectos de su
obra en favor de nuestra salvación. Hay quienes aplican sin vacilar nombres y
títulos descriptivos de la obra de Cristo como Salvador de este mundo, a sus
relaciones absolutas y eternas con los seres sin pecado del universo. Hacer esto
podría llevar a la falacia de aceptar el lenguaje humano como completamente
adecuado para expresar los misterios divinos.
Las Escrituras señalan que
la resurrección fue un acontecimiento que confirmó en Jesús el título "Hijo de
Dios". El salmista escribió: "Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy" (Sal. 2: 7).
Pablo cita esta declaración como una "promesa hecha a nuestros padres, la cual
Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús" (Hech.
13: 32-33; cf. Mat 28: 18; Rom. 1: 4; Fil. 2: 8-10 ; Heb. 1: 5-8).
Jesús
raramente se refirió a sí mismo con el título "Hijo de Dios" (Juan 9: 35-37; 10:
36), aunque muchas veces hizo alusión a la relación que existía entre él, como
Hijo, y el Padre (Mat. 11: 27; Luc. 10: 21; Juan 5: 18-23; 10: 30; 14: 28;
etc.). Cristo era "igual a Dios" (Fil. 2: 6), "uno con el Padre" (DTG 11; cf.
Juan 10: 30), antes de bajar del trono del universo" (DTG 14; PP 49). Cristo se
humilló voluntariamente en la encarnación, y aceptó una posición subordinada a
la del Padre (Fil. 2: 7; Heb. 2: 9). Mientras Cristo estaba en la tierra hizo
varias declaraciones que son un testimonio de su entrega voluntaria y
transitoria de sus prerrogativas, pero no de su naturaleza y de su Deidad (Fil.
2: 6-8). Ejemplos de estas declaraciones son: "el Padre mayor es que yo" (Juan
14: 28) y "no puede el Hijo hacer nada por sí mismo" (Juan 5: 19; ver com. Luc.
2: 49).
El Padre dio testimonio de que Jesús era su Hijo, cuando nació
(Luc. 1: 35; Heb. 1: 5-6), en su bautismo (Luc. 3: 22), en su transfiguración
(Luc. 9: 35) y, una vez más, cuando resucitó (Sal. 2: 7; Hech. 13: 32-33; Rom.
1: 4). Juan el Bautista también dio testimonio de que Jesús era " "Hijo de Dios"
" (Juan 1: 34), y los doce finalmente reconocieron la filiación divina de Jesús
(Mat. 14: 33; 16: 16). Aun los espíritus inmundos confesaban que él era el Hijo
de Dios (Mar. 3: 11; 5: 7). Después de dar la vista al que había nacido ciego,
Jesús testificó ante los dirigentes judíos que era "Hijo de Dios" (Juan 10:
35-37). Su afirmación de que en verdad era el "Hijo de Dios" fue lo que
finalmente le causó su condenación y su muerte (Luc. 22: 70-71).
Jesús
se refirió a Dios llamándolo "mi Padre" (Mat. 16: 17), y él desea que aprendamos
a conocer a Dios como "Padre nuestro" (Mat. 6: 9) y que comprendamos cómo nos
considera Dios a nosotros (ver com. Mat. 6: 9).
669 "Cristo nos enseña a
dirigirnos a él [Dios] con un nuevo nombre. . .Nos concede el privilegio de
llamar al Dios infinito nuestro Padre, como "una señal de nuestro amor y
confianza hacia él, y una prenda de la forma en que él nos considera y se
relaciona con nosotros" (PVGM 107; cf. pp. 320- 321).
Dios dice de
Cristo: "Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo" (Heb. 1: 5). Y también
declara de aquel que por fe es adoptado en la familia celestial como hijo de
nuestro Padre: "Yo seré su Dios, y él será mi hijo" (Apoc. 21: 7). El que
verdaderamente "ha nacido de Dios" (1 Juan 5: 18) "vence al mundo" (vers. 4)
como lo hizo Jesús y "no practica el pecado" (vers. 18). El gran propósito del
plan de salvación es llevar a "muchos hijos a la gloria" (Heb. 2: 10; cf. 1 Juan
3: 1-2). Ver Nota Adicional de Juan 1; com. Mat. 16: 16-20; Mar. 2: 10; Luc. 2:
49.
36. Parienta. Gr. suggenís,
"parienta". En esta palabra no hay nada que indique algún grado de parentesco.
La ley permitía el matrimonio entre personas de diferentes tribus (ver com. Núm.
36: 6), y a menudo se casaban personas de la tribu de Leví con las de Judá.
Elisabet era de la tribu de Leví (ver com. Luc. 1: 5), y María, de la tribu de
Judá (ver com. vers. 27, 32). Como María era de esta tribu, es posible que su
padre también perteneciera a ella. Por lo tanto, es probable que el parentesco
de María con Elisabet fuera por parte de la madre de una de ellas. Algunos han
conjeturado que debido a este parentesco Jesús sería descendiente tanto de Leví
como de Judá; sin embargo, sólo se puede comprobar que María era descendiente
directa de David (ver com. vers. 27).
37.
Nada hay imposible. La idea de este versículo se expresa repetidamente en todas las Sagradas
Escrituras. A Abrahán se le preguntó: "¿Hay para Dios alguna cosa difícil?" (ver
com. Gén. 18: 14); y por medio de Isaías, Dios proclamó: "Así será mi palabra
que sale de mi boca; no volverá a mí vacía" (Isa. 55: 11).
38.
He aquí la sierva. Esta
exclamación muestra la aceptación de la voluntad de Dios. Todo quedó resuelto en
el pensamiento de María tan pronto como comprendió cuál era la voluntad de Dios
e inmediatamente después de que le fuese dada la suficiente información que la
capacitara para realizar inteligentemente su parte.
Hágase conmigo. María deja ver aquí otra vez su espíritu manso y sumiso. La dignidad,
pureza, sencillez y delicadeza con las cuales Lucas relata esta historia, son
muy apropiadas para la presentación de estos hechos históricos de tanta
trascendencia para el creyente en Dios.
39. En aquellos días [ Visita de María a Elisabet, Luc. 1:
39-56. Ver mapa p. 204.] Evidentemente María fue a ver a Elisabet poco después
del anuncio del nacimiento de Jesús, pues se dice que "fue de prisa". El anuncio
le fue hecho a María en el sexto mes del embarazo de Elisabet, y María
permaneció con ella unos tres meses (cf. 1: 26, 56).
De prisa.
Esta expresión no parece referirse tanto a la velocidad con la cual fue
María hacia Judá, como a su gran deseo de estar con Elisabet. María acababa de
recibir uno de los secretos más grandes del tiempo y de la eternidad (Rom. 16:
25), y debe haber estado ansiosa de compartirlo con alguien que pudiera
comprenderla. Y nadie mejor que Elisabet, porque ésta, según dijo el ángel,
también estaba experimentando un milagro. Además, los años que Elisabet había
dedicado a la voluntad revelada de Dios, le permitirían no sólo escuchar con
simpatía sino también podía brindar valiosos consejos para orientar a María,
una, joven que ahora se enfrentaba con un difícil problema y una gran
responsabilidad (Luc. 1: 6). El ángel había presentado el caso de Elisabet como
una señal del cumplimiento de las palabras que dirigió a María (ver com. vers.
7). La madre del Salvador no fue para descubrir si lo que el ángel le había
dicho era cierto, sino porque ya había creído sus palabras.
La comunión
con alguien que puede entender nuestros sentimientos más íntimos es uno de los
preciosos tesoros que la vida nos depara. El valor de la comunión y del
compañerismo cristiano supera todo cálculo. Los padres y las madres de Israel
tienen la solemne obligación de compartir con los más jóvenes sus experiencias
en la voluntad y en los caminos de Dios. Aquellos jóvenes que, como María,
buscan el consejo de sus mayores, tienen una mayor posibilidad de encaminarse de
tal manera que alcancen la felicidad y tengan buen éxito en sus esfuerzos.
Ningún cristiano debiera estar demasiado ocupado como para no comunicarse con
los que puedan necesitar la ayuda que él pueda proporcionarles.
La
montaña.
Ver com. vers. 23. La región montañosa de Judá se extendía
desde Jerusalén, por el norte, hasta Hebrón, por el sur (Jos. 21: 11).
Una ciudad de Judá.
Según la tradición, esta ciudad era Hebrón,
la principal de las nueve ciudades de las tribus de Simeón y Judá asignadas a
los sacerdotes (Jos. 21: 13-16; 1 Crón. 6: 57-59). Aquí se encontraba la primera
tierra cananea que poseyó Abrahán (Gén. 23: 17-19), y aquí David fue ungido como
rey (2 Sam. 2: 1, 4). Algunos han sugerido que "Judá" es una variante de "Juta"
(Jos. 15: 55; 21: 16), otra ciudad sacerdotal, situada a unos 8 km al sur de
Hebrón. Sin embargo, esta identificación no tiene apoyo bíblico, ni histórico ni
arqueológico. Además, Lucas llama a Nazaret "una ciudad de Galilea" (cap. 1:
26), y sería lógico que la expresión paralela "ciudad de Judá" se refiriera a
una ciudad en la provincia de Judea o "Judá".
40. Saludó a Elisabet. María y Elisabet de inmediato se
sintieron ligadas por lazos de simpatía. María vio que la señal que le había
dado el ángel (vers. 36) era cierta, y esto confirmó su fe; también Zacarías aún
estaba mudo, y su mudez, que ya duraba seis meses, era un testimonio de que el
ángel se le había aparecido, y le servía de reprensión continua por su anterior
falta de fe.
41. Saltó. Gr.
skirtáÇ, "saltar", generalmente como manifestación de alegría. Este mismo verbo
se emplea en la LXX, en Gén. 25: 22, al referirse a Jacob y Esaú antes de su
nacimiento. Los movimientos de un niño antes de nacer son normales, pero ahora,
movida por la inspiración, Elisabet interpretó correctamente que este movimiento
tenía un significado fuera de lo común (Luc. 1: 41-43). La suposición de algunos
de que el feto reconoció por inspiración la presencia del Mesías, puede
descartarse como una idea puramente imaginaria.
Elisabet fue llena.
En esta ocasión es Elisabet quien es "llena del Espíritu Santo". El
ángel le había hablado a María de la situación de Elisabet (vers. 36), pero
parece que hasta este momento Elisabet nada sabía del caso de María.
42. Bendita. Gr. eulogéÇ,
"bendecir"; del prefijo eu, "bien" y de lógos, "palabra". Este saludo
corresponde con una forma característica del AT (Juec. 5: 24; Rut 3: 10).
43. Mi Señor. El corazón de
Elisabet no albergaba envidia hacia María, sino humildad y gozo. Más tarde Pedro
hizo una confesión similar de fe (Mat. 16: 16), confesión que le fue revelada.
Pablo declara que sólo "por el Espíritu Santo" un hombre puede "llamar a Jesús
Señor" (1 Cor. 12: 3).
44.
De alegría. Figura de lenguaje que atribuye esta emoción al niño que aún no ha
nacido. 45.
Bienaventurada la que creyó. Aquí se felicita a María por su fe y por el alto honor que le
correspondía. Elisabet quizá pensaba en la incredulidad de su marido y en la
evidencia del consiguiente desagrado divino. Dios se alegra y es honrado cuando
sus, hijos terrenales aceptan sus promesas con fe humilde y plena.
"Bienaventurados los que no vieron, y creyeron" (Juan 20: 29).
Porque.
La palabra griega hóti puede traducirse "que" o "porque". Ambas
traducciones son razonables dentro del contexto.
46. María dijo. El don de la inspiración parece posarse
ahora sobre María, quien se expresa pausada y majestuosamente. Cada idea y aun
las mismas palabras reflejan lo que habían escrito los autores inspirados en
tiempos pasados. El canto de María (vers. 46-55) es considerado como uno de los
himnos más sublimes de toda la literatura sagrada, una poesía de exquisita
hermosura, digna de David, antepasado de María. Está saturado de un espíritu de
humilde adoración y gratitud. Este poema glorifica el poder, la santidad y la
misericordia de Dios. María expresa en este canto su emoción personal y su
experiencia al meditar en el mensaje del ángel Gabriel.
Este cántico de
María con frecuencia se conoce con el nombre de Magnificat, "engrandece".
Magnificat es la palabra latina con la cual comienza este versículo en la
Vulgata. La primera mitad del cántico expresa la gratitud personal de María
(vers. 46-50), y la segunda mitad se refiere a la acción de gracias de la nación
(vers. 51-55). Este canto revela el carácter de Dios y destaca la gracia (vers.
48), la omnipotencia (vers. 49, 51), la santidad (vers. 49), la misericordia
(vers. 50), la justicia (vers. 52-53) y la fidelidad (vers. 54-55) de Dios.
El
poema se divide en cuatro estrofas:
1. (Vers. 46-48.) María piensa
primero en sí misma, en sus profundos sentimientos de adoración y de santo gozo.
Ha sido escogida y honrada por encima de las otras mujeres, y se maravilla de
que Dios la haya tomado en cuenta pasando por alto a otras. No ve ninguna razón
para que haya sido escogida antes 671 que otras. No ve nada que la haga digna
ante Dios.
2. (Vers. 49-50.) En esta estrofa María glorifica el poder,
la santidad, y la misericordia de Dios.
3. (Vers. 51-53.) Aquí descuella
el agudo contraste entre los valores del carácter que estima Dios y los que
estima el hombre. El concepto divino de lo que constituye la verdadera grandeza
es la antítesis de lo que el hombre considera grandeza.
4. (Vers.
54-55.) El canto de María concluye con una nota de gratitud por la eterna
fidelidad de Dios para con su pueblo escogido.
El cántico de María con
frecuencia se ha comparado con el de Ana (1 Sam. 2: 1-10), cántico éste que fue
una oración de acción de gracias por el nacimiento de Samuel. Ambos poemas
irradian fe, gozo y adoración; pero el de María refleja, quizá, un concepto más
elevado de Dios. Las palabras parecen haber sido escogidas de lo mejor que
habían escrito los profetas de los mil años transcurridos entre los dos poemas.
El cántico de María también nos recuerda los cánticos de Moisés (Exo. 15), de
Débora y de Barac (Juec. 5), y tiene una estructura similar a la de los Salmos
113 y 126. Algunos manuscritos atribuyen este cántico a Elisabet y no a María,
pero la evidencia textual establece (cf. p. 147) el texto "María".
El
cántico de María (Luc. 1: 46-55) refleja el pensamiento de los siguientes
pasajes del AT: 1 Sam. 2: 1; Sal. 103: 1 (vers. 46); 1 Sam. 2: 1 (vers. 47);
Gén. 30: 13 y 1 Sam. 1: 11 (vers. 48); Deut. 10: 21 y Sal. 111: 9 (vers. 49);
Sal. 103: 17 (vers. 50); Sal. 89: 10 (vers. 51); 1 Sam. 2: 7-10, Job 5: 11 y 12:
19 (vers. 52); 1 Sam. 2: 5 y Sal. 107: 9 (vers. 53); Sal. 98: 3 e Isa. 41: 8
(vers. 54); 2 Sam. 22: 51 y Miq. 7: 20 (vers. 55).
Engrandece.
Gr. megalúnÇ, "ensalzar", "engrandecer". El hombre nada puede hacer para
aumentar la grandeza y la majestad de Dios, pero cuando comprende con mayor
claridad el carácter, la voluntad y los caminos de Dios, debería estar
consciente, así como lo estuvo María, de esa revelación más gloriosa.
Engrandecer al Señor significa proclamar su grandeza.
Mi alma.
En vista de que el gozoso cántico de María tiene forma poética, y puesto
que la poesía hebrea consiste esencialmente en la repetición de la misma idea
con diferentes palabras, tiene poca validez la afirmación hecha por algunos de
que hay diferencia entre el "alma" del vers. 46 y el "espíritu" del vers. 47. En
ambas expresiones María sencillamente se refiere a su estado mental, emotivo y
espiritual debido al honor que se le ha conferido de ser madre del Mesías.
47. Dios mi Salvador. María, como
todos los demás seres humanos, necesitaba la salvación. Nunca se le ocurrió que
había nacido sin pecado, como algunos lo afirman sin base bíblica.
Los
autores del AT hablan de la "Roca" de la salvación (Deut. 32: 15; Sal. 95: 1),
del "Dios" de salvación (Sal. 24: 5), y con frecuencia se refieren a Dios como
"Salvador" (Isa. 63: 8; etc.).
48.
Ha
mirado. Al corazón humilde le resulta inexplicable que Dios, quien guía
los astros celestiales a través del espacio infinito, se digne habitar con los
humildes y quebrantados "de espíritu" (Isa. 57: 15). Dios no sólo "ha mirado"
nuestra bajeza en el pecado, sino que ha dedicado los recursos ilimitados del
cielo para nuestra salvación.
Bajeza.
Gr. tapéinÇsis,
"humillación", "bajeza". Esta palabra se refiere a la situación económica y
social de María y no a su espíritu de humildad. Pero aun en su "bajeza" o
pobreza, María había "hallado gracia delante de Dios", y esto era para ella de
mucho más valor qué todos los tesoros, y todo el honor y el respeto que el mundo
pudiera ofrecerle.
Me dirán bienaventurada.
O "me considerarán
feliz" y digna de honor. Lea pronunció palabras similares cuando nació Aser
(Gén. 30:13).
49. Santo es su nombre. María expresa aquí una idea que es independiente de las anteriores y de
las que siguen. Esta afirmación refleja el temor y la reverencia que sentían los
judíos por el sagrado nombre de Dios, Yahweh (ver com. Exo. 3: 14-15; cf. t. I,
pp. 179-182). Más tarde, los cristianos estimaron el nombre de Jesús como digno
de igual reverencia y respeto, pero no temieron emplearlo (Hech. 3: 6; 4: 10;
etc.).
50. Su misericordia. Es
decir, su amor y favor abundantes, concedidos, aun cuando no se los merece. Se
ha dicho que la gracia quita la culpa del pecado, y la misericordia aparta la
desgracia que causa el pecado.
Le temen.
Una expresión
típicamente hebrea, común en todo el AT, que denota piedad. En el NT también se
emplea la palabra temor con el sentido de santa reverencia (Hech. 10: 2, 22, 35;
Col. 3: 22; Apoc. 14: 7; 15:4), aunque se usa, además, para referirse al miedo o
al espanto (Mat. 21: 46; Mar. 11: 32; Luc. 12: 4).
51. Hizo proezas con su brazo. Esta es otra expresión
típicamente hebrea. Por medio de la figura de lenguaje llamada metonimia, el
brazo es símbolo de poder (Exo. 6: 6; Sal. 10: 15; 136: 12). Una expresión
similar -"mostrar fuerza" o "fortalecerse"- aparece en obras de autores griegos
clásicos para indicar victoria sobre los enemigos.
Los soberbios.
Dios invalida a los soberbios como si fueran esparcidos y desbarata sus
planes como con un torbellino. La soberbia es el núcleo del pecado. Fue la
soberbia en el corazón de Lucifer lo que causó la rebelión en el cielo (Isa. 14:
12-14). La soberbia impide que Dios socorra a la persona que no siente necesidad
de su ayuda. Para Dios no hay nada más ofensivo que la soberbia, la cual
consiste básicamente en el ensalzamiento propio y el correspondiente desprecio
por otros. No es de maravillarse que las Escrituras afirmen que "antes del
quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu"
(Prov. 16:18). Jesús dijo: "Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y
el que se humilla, será enaltecido" (Luc. 14: 11). La humildad es diametralmente
opuesta a la soberbia, es una característica preciosísima a la vista de Dios
(ver com, vers. 48).
Pensamiento.
Gr. diáznoia, "mente",
"entendimiento". Se refiere a la percepción moral o al entendimiento de lo
moral.
52. Poderosos. Gr. dunást's,
"príncipe", "poderoso", de donde deriva la palabra "dinastía". Dunást's deriva
del verbo dúnamai, "ser capaz", "ser fuerte"; de esta misma raíz deriva la
palabra "dinamita". Aquí se alude especialmente a los opresores. María quizá
pensaba en el cruel tirano Herodes, quien hizo matar no sólo a miles de judíos
sino también a sus parientes más cercanos (pp. 42-44). La literatura judía de
esa época también revela que muchas personas del pueblo sufrían debido a una
opresión económica.
Los humildes.
Gr. tapeinós, "humilde",
"bajo", de la misma familia del sustantivo tapéinÇsis (ver com. vers. 48). Dios
hace justicia, a su debido tiempo, a los que han sido oprimidos.
53. Bienes. Quizá se refiera tanto
al alimento literal como al espiritual. Compárese con la promesa hecha por
Cristo a los que "tienen hambre y sed de justicia" (ver com. Mat. 5:6).
Los ricos.
Los que habían acumulado una gran fortuna lo habían
hecho, por lo general, oprimiendo a sus prójimos, y por eso los pobres los
consideraban impíos. Las riquezas eran consideradas como una señal del favor
divino -sin duda especialmente por quienes las poseían-; sin embargo, eran
identificadas con la impiedad por quienes estaban oprimidos; pero el pobre, que
generalmente no podía oprimir a nadie, se consideraba justo. Este concepto
acerca de las riquezas y la pobreza se refleja en la parábola del rico y Lázaro.
(cap. 16: 19-31).
54.
Su siervo. Gr. páis, "niño" o "siervo". Israel, como pueblo escogido de Dios, es
muchas veces llamado "siervo" de Dios por los autores del AT (ver com. Isa. 41:
8; t. IV, pp. 28-30).
55. De la cual habló. Aquí se hace referencia a las promesas de Dios, repetidas muchas veces
(Gén. 22: 17-18; Deut. 7: 12-14; Miq. 7: 20; etc.). Se trata especialmente de la
ayuda y la misericordia de Dios demostradas en favor de su pueblo escogido de
generación en generación (Luc. 1: 54).
56.
Se quedó María. María quizá se quedó con Elisabet hasta
después del nacimiento de Juan, aunque el relato de Lucas parece insinuar que se
fue antes de ese tiempo. No concuerda con el carácter de María que se haya ido
en el momento preciso cuando Elisabet más necesitaría su simpatía y su tierno
cuidado. Es probable que Lucas mencione aquí la partida de María para completar
la porción del relato referente a la visita de María a Elisabet. Otro caso de
este recurso literario, común en el AT y en el NT, aparece en el cap. 3: 20-21,
donde se habla del encarcelamiento de Juan antes del bautismo de Jesús, aunque
el segundo ocurrió antes. El hecho de que no se mencione a María por nombre en
el cap. 1: 57-58 no indica que no hubiera participado en el episodio aquí
narrado.
Se volvió.
Es probable que los acontecimientos
registrados en Mat. 1: 18-25 -la aparición del ángel a José y el matrimonio de
José con María- tuvieron lugar poco después de que María regresara de la casa de
Elisabet a Nazaret.
57. Se le cumplió el
tiempo. [ Nacimiento de Juan el Bautista, Luc. 1: 57-80. ver mapa p.
204; diagrama p. 217.] Nada se sabe de la fecha del nacimiento de Juan. Se dice
que la antigua iglesia de Alejandría celebraba este acontecimiento el 23 de
abril. En vista de que esta fecha se basa en una antiquísima tradición, podría
haber alguna razón para pensar que coincida al menos con la época aproximada del
año cuando ocurrió tal nacimiento. La iglesia de Alejandría más tarde cambió la
celebración al 24 de junio -fecha fijada en forma arbitraria seis meses antes
del 25 de diciembre- para hacer que armonizara con la práctica de las iglesias
latinas y griegas.
Si Juan el Bautista nació el 23 de abril, el
nacimiento de Jesús habría ocurrido alrededor del 19 de octubre (ver pp.
231-233; com. Mat. 2: 1). Sin embargo, nótese que este cómputo se basa sólo en
una antigua tradición cuyo valor se desconoce.
58. Se regocijaron con ella. Los vecinos de Elisabet se
alegraron con ella. "Se congratularon con ella" (BJ). Sin duda sus parientes y
amigos la felicitaron, pero la afirmación de Lucas en este pasaje no tiene tanto
que ver con las felicitaciones como con el sentimiento genuino de comprensión de
parte de los amigos de Elisabet (cf. Luc. 15: 6, 9; 1 Cor. 12: 26).
Un
interés amable y genuino en los gozos y dolores de otros es una virtud cristiana
fundamental. En realidad, es la base sobre la cual descansan todas las
relaciones correctas con nuestros prójimos. Interesarse por el bienestar de
otros es el resultado práctico de la ley de Dios en el corazón, de esa clase de
amor que es el cumplimiento de la ley (Mat. 22: 39-40; Rom. 13: 10). No podemos
ser seguidores del Maestro a menos que estemos listos y dispuestos a gozarnos
"con los que se gozan" y a llorar "con los que lloran" (Rom. 12: 15). Ver com.
Mat. 5: 43-48.
59. Al octavo día. Los judíos acostumbraban administrar el rito de la circuncisión al
octavo día, es decir cuando el niño tenía siete días, según el cómputo
occidental moderno (Gén. 17: 10-14; 21: 4; ver com. cap. 17: 10-11). La
circuncisión representaba la admisión del niño en la relación con el pacto. El
hecho de que se insistiera en la circuncisión y de que se la exigiera revela su
importancia (Lev. 12: 3). Se la hacía inclusive en día sábado (Juan 7: 22-23;
cf. Fil. 3: 5). En el tiempo de la teocracia, la circuncisión era una señal en
los varones judíos que los identificaba como miembros del pueblo escogido. Dios
escogió a Abrahán y a su descendencia, y el ser descendiente de Abrahán
convertía automáticamente a la persona en súbdita de la teocracia. No tenía otra
alternativa: era israelita e Israel era la nación escogida de Dios. Pero el ser
descendiente de Abrahán no aseguraba la salvación, como se ve claramente por las
declaraciones del NT (Luc. 3: 8; Juan 8: 33-39; Rom. 2: 25-29; 9: 4-8; Gál. 3:
7, 9, 16, 29); sin embargo, ningún judío podía entrar en la relación del pacto
sin cumplir con este rito que Dios había ordenado para Israel.
Así como
la circuncisión fue para el Israel literal la señal de su relación del pacto con
Dios, así también el bautismo es para los cristianos (Col. 2: 10-12; ver com.
Gén. 17: 10) -los descendientes espirituales de Abrahán (Gál. 3: 7, 9, 27-29)-
la señal de su relación con Dios. El pueblo escogido de Dios no se convierte en
heredero de la promesa debido a su linaje, sino por la fe personal en el poder
de Cristo para salvar del poder del pecado y de su castigo (Hech. 2: 38; 3: 19;
8: 36-37).
Le llamaban.
El griego permite la traducción de la
BJ: "Querían ponerle el nombre" de Zacarías su padre. Los amigos y parientes se
reunieron para regocijarse con Zacarías y Elisabet y para compartir con ellos el
gozo de esa ocasión. Aparentemente tomaron la iniciativa en los acontecimientos
de ese día. Sin duda, algunos de ellos eran miembros de familias sacerdotales, y
es probable que uno de estos parientes fuera quien realizó el rito de la
circuncisión. Bien podemos imaginar que discutieron entre ellos el asunto del
nombre, y concordaron en que el niño se llamaría Zacarías. En el AT existe un
precedente según el cual los amigos y parientes participaron en dar nombre a un
niño (Rut 4: 17). Los que se habían reunido en el hogar de Zacarías y Elisabet
seguían el procedimiento acostumbrado al llamar al niño por el nombre de su
padre, y sin duda creyeron que nadie objetaría que de ese modo se honrase a
Zacarías y se le mostrase respeto. La probabilidad de que Zacarías estuviera
sordo, además de estar mudo (ver com. Luc. 1: 62), parece haberlo excluido de
toda discusión y decisión.
60. Respondiendo
su madre. Evidentemente Zacarías había comunicado a Elisabet las
instrucciones del ángel en cuanto al nombre de su hijo (vers. 13). No hay
ninguna prueba de que Elisabet hubiera hablado aquí movida por la inspiración.
61. Parentela. Gr. suggéneia (ver
com. vers. 36). En la familia no había ninguno que se llamara Juan. El hijo
primogénito era el que habitualmente perpetuaba el nombre del padre, o, con
mayor frecuencia, el del abuelo. Esta costumbre no sólo mostraba respeto por los
antepasados, sino también servía para identificar a la persona que llevaba ese
nombre con la familia a la cual pertenecía.
62.
Preguntaron por señas. Mejor "preguntaban por señas"
(BJ), pues el tiempo del verbo griego indica repetidos esfuerzos por comunicarse
con Zacarías. 63. Una tablilla. Gr.
pinakídion, "tablita", una "tablilla" de escribir. Si esta tablilla no era común
en los hogares de Judea, es probable que la condición de Zacarías la haya hecho
necesaria en su hogar durante el período de su aflicción (ver com. vers. 62).
Escribió, diciendo.
Esta expresión, típicamente hebrea, era
empleada para introducir una cita (cf. 2 Rey. 10: 6).
Juan.
Ver
com. vers. 13, 60. Según el griego, Zacarías escribió literalmente: "Juan es el
nombre de él". No había nada que discutir.
Se maravillaron.
Quizá no se maravillaron tanto de la elección del nombre como de que
Zacarías concordara con Elisabet en ponerle a su hijo ese preciso nombre (ver
com. vers. 22, 60, 62). Algunos comentadores, y al menos un manuscrito antiguo
-el Códice de Beza-, relacionan esta afirmación con lo que sigue, es decir, con
el hecho de que Zacarías volviera a hablar (vers. 64), y no con lo que precede.
Esto no tiene mayor importancia, pero lo que sí es cierto es que Zacarías
comenzó a hablar "al momento" de haber escrito el nombre "Juan" (vers. 64). En
ese mismo instante recuperó el habla y sin duda también pudo oír (ver com. vers.
62). El Códice de Beza y algunos manuscritos de la antigua versión latina
cambian el orden en los vers. 63-64: "Al momento [fue] suelta su lengua, y todos
se maravillaron, y fue abierta su boca".
64.
Suelta su lengua. Zacarías fue librado de su
impedimento físico. Este milagro, que ocurrió al ponerle el nombre al niño,
sirvió para confirmar que el nacimiento de Juan era el cumplimiento de la visión
que Zacarías había visto en el templo casi un año antes.
Bendiciendo a
Dios.
Era apropiado que las primeras palabras de Zacarías fueran de
alabanza a Dios. Sus últimas palabras habían expresado duda (vers. 18), pero en
esta ocasión sus primeras palabras demostraron fe. Esto puede indicar que sus
meses de silencio le habían sido de gran beneficio espiritual. Mientras que toda
otra voz quedaba en silencio y aguardaba en quietud y humildad delante de Dios,
Zacarías halló que "el silencio del alma" había hecho "más distinta la voz de
Dios" (cf. DTG 331).
65. Temor. No
era espanto, sino un profundo temor religioso y gran reverencia (ver com. vers.
30).
Las montañas de Judea.
O sea la región que rodeaba el hogar
de Zacarías y Elisabet (ver com. vers. 23, 39).
Se divulgaron.
Esto significa que la gente conversó del asunto por algún tiempo.
66. ¿Quién, pues, será este niño? O
"Pues ¿qué será este niño?" (BJ).
La mano del Señor.
Aquí la
mano representa la providencia divina. En el NT esta expresión es peculiar de
Lucas (Hech. 11: 21; 13: 11), aunque comúnmente aparece en el AT Juec. 2:15; 1
Rey 18: 46, etc.). Sin embargo, otros autores del NT emplean la frase "mano de
Dios" (cf 1 Ped. 5: 6; Rom. 10: 21).
67. Lleno del Espíritu Santo. Este inspirado "cántico de
Zacarías" (vers. 68-79) algunas veces es llamado Benedictus ("Bendito"), pues
esta es la primera palabra del cántico en el vers. 68 de la Vulgata latina. La
declaración del vers. 64 de que Zacarías "habló bendiciendo a Dios" sin duda se
anticipa a estas palabras. El cántico de Zacarías tiene un tono sacerdotal y es
apropiado para un hijo de Aarón, así como el cántico de María es propio de la
realeza y es adecuado para una hija de David. Sus frases sugieren que Zacarías,
antes del nacimiento de Juan, había pasado el tiempo en diligente estudio de lo
que decían los profetas en cuanto al Mesías y a la obra de su precursor.
Todo el himno es típicamente hebreo y mesiánico; es un cántico de
alabanza a Dios por el pronto cumplimiento de las promesas referentes al Mesías
y su reino. Se divide en dos secciones principales: la primera tiene tres
estrofas (vers. 68-69; 70-72 y 73-75) que se refieren a la misión del Mesías; la
segunda tiene dos estrofas (vers. 76-77 y 78-79) que presentan la obra del
precursor del Mesías. El contenido y la redacción de este cántico muestran un
conocimiento íntimo de las Escrituras del AT, especialmente de los profetas:
vers. 68 (Sal. 41: 13; 72: 18; 106: 48); vers. 69 (1 Sam. 2: 10; Sal. 132: 17);
vers. 71 (Sal. 23: 5); vers. 72 (Sal. 105: 8; 106: 45); vers. 73 (Exo. 2: 24;
Sal. 105: 9; Jer. 11: 5; Miq. 7: 20); vers. 76 (Mal. 3: 1; cf. Isa. 40: 3);
vers. 79 (Isa. 42: 7; Sal. 107: 10; cf. Isa. 9:1-2). Además de estas referencias
más o menos directas, hay muchas alusiones al AT.
68. Señor Dios de Israel. Este es el título empleado por
Dios al hacer el pacto, y su uso incluye el reconocimiento de todas las promesas
incluidas en el pacto y el ferviente deseo de que se cumplan.
Ha
visitado.
Gr. episképtomai, "inspeccionar", "examinar", con el sentido
de ocuparse de algo con el propósito de ayudar. En Mat. 25: 36 se emplea el
mismo verbo para referirse a la visita a una persona encarcelada, pero no tanto
como un acto social sino para tratar de ayudar al preso. Zacarías contempla en
este pasaje el cumplimiento de las promesas mesiánicas hechas a "su pueblo" de
generación en generación. Esto era de muy especial importancia porque la voz de
los profetas canónicos había dejado de oírse durante unos cuatro siglos. Es
probable que una gran parte del pueblo se estuviera diciendo: " "Se van
prolongando los días, y desaparecerá toda visión" " (Eze. 12: 22). Dios ahora
visita a su pueblo, no para castigar, sino con misericordia, para librarlo y
redimirlo.
Redimido a su pueblo.
Estas palabras anuncian que el
Redentor pronto aparecerá en persona "para dar su vida en rescate por muchos"
(Mat. 20: 28). Como ocurre muchas veces en las profecías del AT, Zacarías habla
aquí de acontecimientos futuros como si ya se hubieran cumplido (ver t. I, pp.
31- 32). Las promesas de Dios son tan seguras, que Zacarías sin que aún se
hubieran cumplido, podía hablar del plan de redención como de un hecho
realizado.
Israel no era sólo un grupo de individuos que necesitaban que
se los salvara del pecado (Luc. 1: 68, 77), sino también una nación, un "pueblo
escogido" que tenía que ser libertado de sus enemigos (vers. 71). Dios muchas
veces había liberado a los israelitas de anteriores generaciones de los enemigos
de su nación: de Egipto, Madián, Filistea, Asiria y Babilonia. El
establecimiento del reino mesiánico presentado por el profeta Daniel (Dan. 2:
44; 7: 14, 18; 12: 1) comprendía, en verdad, que quedaría liberado completa y
permanentemente de todos sus enemigos; pero en el plan de Dios la liberación del
pecado debía preceder a la liberación del yugo de las naciones vecinas. Sin
embargo, el orgullo nacional había inducido a los Judíos a pensar -casi
exclusivamente- que la salvación consistía en estar liberados de sus enemigos
externos, olvidándose de la necesidad de ser liberados de los enemigos internos
e invisibles.
El concepto popular de que el Mesías sería un salvador
político no estaba totalmente errado, pues el AT está lleno de predicciones de
glorias mesiánicas; el problema consistió, en parte, en que le dieron demasiado
énfasis (DTG 22, 202). Los judíos olvidaron que si no eran librados
individualmente del pecado nunca podrían estar liberados de los enemigos de la
nación. Tanto se fijaron en las recompensas del bien hacer que se olvidaron de
hacer el bien (ver t. IV, pp. 28-35).
69. Poderoso Salvador. Tanto el griego como la RVA dicen
"cuerno de salvación", metáfora común en el AT para denotar fuerza y poder (1
Sam. 2: 10; ver com. 2 Sam. 22: 3), y que se basa en el hecho de que la fuerza
para luchar de los animales cornudos -como los carneros y los toros- se halla en
sus cuernos. También es posible que esta expresión se refiera a los cascos de
los guerreros, los cuales muchas veces estaban adornados con cuernos. El
"cuerno" llegó a representar el éxito personal (Sal. 92: 9-10), el poder de las
naciones (ver com. Dan. 8: 21), y aun la fuerza divina (Sal. 18: 2). Dos maneras
como se traduce este último pasaje son "fuerza de mi salvación" (RVR) y "cuerno
de mi salud" (RVA). En el versículo que estamos comentando "cuerno" se refiere
al Mesías mismo, y así lo traduce la RVR.
La casa.
Es decir, la
familia de la dinastía. El Mesías, como se había prometido, sería descendiente
de David (ver com. Mat. 1: 1).
70.
Sus
santos profetas. Todos los profetas habían dado testimonio de Cristo
(Luc. 24: 25, 27, 44; Juan 5: 39; Hech. 3: 21), e " "inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y
qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos" " (1 Ped. 1:
10-11).
Desde el principio.
Mejor "desde tiempos antiguos" (BJ).
Esta expresión es característica de Lucas (Hech. 3: 21; 15: 18). La primera
profecía sobre el Redentor fue presentada en el jardín del Edén cuando el hombre
pecó (Gén. 3: 15). Enoc habló a los de su generación acerca del Mesías futuro
(Jud. 14-15) y a cada generación sucesiva Dios le envió testigos inspirados para
dar testimonio de la certeza de la salvación. Todos, sin excepción, fueron
testigos de Cristo (Hech. 3: 21; 1 Ped. 1:10-12).
71. Salvación de nuestros enemigos. Como resultado de la
transgresión, Israel había 676 servido a una nación extranjera tras otra:
Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y finalmente Roma. La esclavitud del
opresivo yugo de Roma pesaba fuertemente sobre los judíos, y, sin duda, era
necesario que fueran liberados de las naciones enemigas antes del
establecimiento del eterno reino mesiánico (ver com. vers. 74). La obra del
Mesías culminaría, en verdad, con el establecimiento de su reino (Dan. 2: 44;
12: 1; Mat. 25: 31-34; t. IV, pp. 30-31). Mientras tanto, "el reino de Dios"
debía establecerse en el corazón (Luc. 17: 20-21). Primero debían ser liberados
del poder del pecado (Mat. 1: 21), lo cual, a su vez, haría posible que fueran
finalmente liberados de la paga del pecado: la muerte (Juan 3: 16; Rom. 6: 23).
Sólo entonces los humanos podrían gozar del eterno reino que Cristo vino a
establecer (ver com. Mat. 4:17; 5:3; t. IV, pp. 30-31).
72.
Misericordia. La misericordia de Dios oculta, en cierto
modo, "desde tiempos eternos", ahora debía manifestarse (Rom. 16: 25-26).
Durante incontables generaciones, quienes habían habitado "en tinieblas y en
sombra de muerte" habían esperado la encarnación de la Misericordia de Dios para
que él encaminara sus "pies por camino de paz" (Luc. 1: 79).
Su santo
pacto.
Se trata del "pacto perpetuo" que fue revelado a Adán y Eva en el
huerto del Edén, a Noé después del diluvio, a Abrahán y a su descendencia y a
los fieles de todas las edades (Gén. 9: 16; 17: 19; Lev. 24: 8; Heb. 13: 20).
Aquí se hace principalmente referencia al pacto que fue hecho con Abrahán y sus
descendientes (Gén. 15: 18; 17: 4-7).
73. Juramento. Este "juramento" fue el que Dios hizo al
establecer su pacto con Abrahán (Gén. 22: 16-18; Heb. 6: 13-18). Es una de las "
"dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta" " (Heb. 6:
18); la otra es la promesa que el juramento confirma. Cuando Dios ratificó el
pacto con un juramento, usó una costumbre humana para asegurar a Abrahán que la
promesa divina era segura. El pacto eterno, el plan de salvación, nos da hoy un
"fortísimo consuelo" y "segura y firme ancla del alma" (Heb. 6: 18-19).
74. Sin temor le serviríamos. En el
contexto se ve que este "temor" es principalmente el temor a "nuestros
enemigos", o sea la tiranía de los conquistadores paganos cuya crueldad y
gobierno arbitrario estorbó muchas veces el culto y el servicio de Dios. Cuando
nacieron Juan y Jesús, César y Herodes eran los principales "enemigos" del
pueblo Judío (ver com. Luc. 1: 5; Mat. 2: 1). Es probable que Zacarías también
se refiera al temor obsesivo que llena el corazón e impregna la vida de quienes
no conocen "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento" (Fil. 4: 7). Este
es el temor a las fuerzas misteriosas y desconocidas que controlan el destino de
la vida humana, y el temor al gran día del juicio.
75. En santidad y en justicia. Ver Efe. 4: 24. Puede
decirse que en estos dos términos está comprendido todo el deber del hombre
(Ecl. 12: 13) y todo lo que Dios requiere de él (Miq. 6: 8).
Todos
nuestros días.
Quienes sirven a Dios "en santidad y en justicia" pueden
vivir teniendo confianza en el futuro. A pesar de las incertidumbres y de las
vicisitudes de la vida, pueden gozar de paz mental y de seguridad de ánimo y de
corazón. Viven en medio de las contiendas y de la inquietud como si estuvieran
en la misma presencia de Dios, respirando la atmósfera pura y vigorizante del
cielo.
76. Profeta del Altísimo. Aquí comienza la parte principal del cántico profético de Zacarías.
Después de hablar en la primera sección del favor de Dios, Zacarías se dirige
específicamente a Juan, su hijo recién nacido que sería el precursor del Mesías,
el prometido mensajero del Señor. Con toda corrección llama a Jesús "Hijo del
Altísimo" (vers. 32), y a Juan "profeta del Altísimo". Cristo testificó que Juan
era más que profeta (Mat. 11: 9). En verdad fue, en cierto sentido, el mayor de
todos los profetas (ver com. Luc. 1: 15, 17).
Delante de la presencia
del Señor.
Juan más tarde afirmó que las predicciones específicas de
Isa. 40:3 y de Mal. 3: 1 se aplicaban a él mismo (Juan 1: 23; cf. Mat. 11: 10;
Luc. 3: 4). El "Señor" es aquí evidentemente el Mesías, y por lo tanto se
identifica a Cristo, al menos en este caso, con Jehová, el Señor del AT (ver t.
I pp. 180-182; Isa. 40: 3).
Preparar sus caminos.
Esta fue la
misión de Juan el Bautista. Debía preparar el corazón y la mente de las personas
para que recibieran al Mesías, fomentando el interés en las profecías referentes
a él, afirmando que el tiempo del cumplimiento de estas profecías había llegado,
e instando al arrepentimiento, mediante el cual los hombres pudieran llegar a
ser ciudadanos del reino del Mesías.
77.
Conocimiento de salvación. Lo más natural es que el
conocimiento preceda a la creencia, de otro modo "¿cómo creerán en aquel de
quien no han oído?" (Rom. 10: 14). Para tener fe en Jesús se necesita primero
una comprensión racional de los hechos fundamentales y de los principios del
plan de la salvación. El hombre para poder creer debe tener algo en qué creer, y
el principal propósito del ministerio de Juan era colocar un firme fundamento
para la creencia de que Jesús de Nazaret era ciertamente el Mesías prometido, el
"Cordero de Dios" , el "Hijo de Dios" (Juan 1: 36, 34). El Mesías es quien
perdona los pecados (Mat. 1: 21; 26: 28), y su precursor fue quien proporcionó
el conocimiento del pecado. Lucas dice aquí claramente que la salvación de la
cual habla es la "salvación" personal de cada individuo y no la salvación
política de la nación. El hombre es "destruido" por falta del conocimiento que
salva; no por no haberlo oído, sino por haberlo rechazado (Ose. 4: 6).
78.
La entrañable misericordia. Literalmente, "las entrañas de misericordia" (BJ). Ver Fil. 2: 1; Col.
3: 12. Los griegos pensaban que en las entrañas estaba la sede de las emociones
tales como la ira, la ansiedad, la compasión y el amor.
Nos visitó.
La evidencia textual se inclina (cf. p. 147) por el texto "nos visitará"
(ver com. vers. 68).
La aurora.
Gr. anatol' , "orto", "salida
[de astros]", lugar donde salen los astros, o sea el oriente. En el NT se emplea
comúnmente la palabra anatol' con este sentido de dirección cardinal (Mat. 2: 1;
8: 11; 24: 27; Apoc. 7: 2; 16: 12; etc.). Por su relación con la salida del sol
y de los astros, el oriente quizá era considerado por los antiguos como el más
importante de los puntos cardinales; la influencia de esto se ve en el uso del
verbo "orientar" u "orientarse".
Luc. 1: 78 es el único pasaje del NT en
el cual la traducción normal de anatol' no es adecuada. La traducción literal de
la frase en cuestión es "aurora de lo alto"; la VM interpreta "nos visitará el
Sol naciente, descendiendo de las alturas"; la BJ traduce "una Luz de la
altura"; la RVA traduce literalmente "nos visitó de lo alto el Oriente". Cabe
señalar que en la LXX se emplea la palabra anatol' para traducir la palabra
hebrea tsémaj, "renuevo", "brote", que en Zac. 3: 8 y Jer. 23: 5 se aplica al
Mesías. Si bien en el contexto de Luc. 1: 78 no se habla del crecimiento de una
planta, es relativamente fácil ver el sentido mesiánico de la frase "aurora de
lo alto". Mal. 4: 2 designa a Cristo como "Sol de justicia" (ver DTG 13,
428-429).
79. Para dar luz. La
terminología de este versículo se basa claramente en la profecía mesiánica de
Isa. 9: 2. La luz siempre ha sido el símbolo de la presencia divina (DTG 429),
de Aquel que "habita en luz inaccesible" (1 Tim. 6: 16; ver com. Gén. 3: 24;
Luc. 1: 78). Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8: 12; cf. cap. 12: 36).
Nuestro Salvador es "aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre" (Juan 1:
9). Mateo aplica las palabras de Isa. 9: 1-2 a Cristo (Mat. 4: 14-16). El gozo
de la salvación es para quienes andan "en luz" (1 Juan 1: 7), porque entonces su
senda " "es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es
perfecto" " (Prov. 4: 18; ver com. Juan 1: 4-9).
Habitan en tinieblas.
Quienes "habitan en tinieblas" o "se hallan sentados" (NC) en ellas,
parecen hacerlo porque no pueden ver por dónde caminar. Necesitan la "luz" que
encamine sus "pies por camino de paz". Los hombres esperaban desconsolados, con
ojos anhelantes, la venida de la Luz de la vida, cuya llegada disiparía las
tinieblas y explicaría el misterio del futuro (DTG 24). Durante unos 4.000 años
la atmósfera de la tierra había estado cargada de oscuras y siniestras nubes de
pecado y de muerte. Por siglos no había aparecido en la oscuridad ninguna
estrella profética para guiar en las tinieblas a los que caminaban por los
desiertos del tiempo buscando al Príncipe de paz (DTG 23). Nosotros también nos
hallaremos sentados en tinieblas, desconsolados, sintiendo que nuestra vida está
vacía e incompleta, a menos que nazca en nuestro corazón el lucero de la mañana
e inunde nuestra vida con la luz del día eterno. (2 Ped. 1: 19).
Sombra
de muerte.
Ver com. Sal. 23: 4. Todos los hombres han caído bajo
sentencia de muerte como resultado del pecado (Rom. 6: 23). Pero " "así como en
Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados" " (1 Cor. 15: 22).
"Los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo, . . .
anduvieron perdidos por el desierto, por la soledad sin camino; . . . moraban en
tinieblas y sombra de muerte" hasta que el Salvador "los sacó de las tinieblas y
de la sombra de muerte" y "los dirigió por camino derecho" (Sal. 107: 2, 4, 10,
14, 7).
Encaminar nuestros pies.
Zacarías se incluyó a sí mismo
entre aquellos cuyos pies el Mesías debía encaminar "por camino de paz".
Camino de paz.
Es decir, el camino de la salvación, la senda que
deben recorrer aquellos a quienes el pecado ha enemistado con Dios para que
puedan una vez más estar en paz con él (Rom. 5: 1,10; 2 Cor. 5: 18; Efe. 2: 16).
Cristo, el "Príncipe de paz", logró esto al "expiar los pecados del pueblo"
(Heb. 2: 17). " "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" " (2 Cor.
5: 19). "Mucha paz tienen los que aman tu ley" (Sal. 119: 165). Cristo vino para
darnos una paz que el mundo no conoce ni puede ofrecer (Juan 14: 27). Esta "paz
de Dios, la cual sobrepasa todo entendimiento" guardará nuestros corazones y
pensamientos "en Cristo Jesús" (Fil. 4: 7). Cuando Cristo entra en el corazón,
siempre pronuncia las palabras "paz a vosotros" (Luc. 24: 36). Con esta verdad
tan apropiada concluye el cántico de Zacarías (ver com. Juan 14: 27).
80. Y el niño crecía. Esto se
refiere en primer lugar al crecimiento físico (cf. cap. 2: 40, 52). Se hizo una
declaración similar respecto al niño Samuel (1 Sam. 2: 26).
Se
fortalecía en espíritu.
Es decir, en inteligencia y percepción moral
(cf. 1 Sam. 2: 26; Luc. 2: 40, 52). El desarrollo simétrico de las facultades
físicas, mentales y morales está bien ilustrado en la vida de Juan, porque sus
padres lo criaron en "disciplina y amonestación del Señor" (Efe. 6: 4). Hoy
también tenemos el privilegio de vivir en comunión con Dios, de tal modo que
podamos "esperar que el Espíritu divino amoldará a nuestros pequeñuelos, aun
desde los primeros momentos" (DTG 473; ver com. Luc. 1: 15, 24; 2: 52).
Lugares desiertos.
Los lugares "desiertos" donde Juan pasó la
mayor parte de su tiempo "hasta el día de su manifestación", posiblemente se
encontraban en el "desierto de Judea" (Mat. 3: 1). Esta región despoblada,
semiárida, agreste y montañosa se encuentra entre el mar Muerto y la cumbre de
las montañas del sur de Palestina, o sea la ladera oriental de esa cordillera.
Es probable que esta fuera la región donde más tarde, durante 40 días, Jesús
ayunó y meditó en la misión de su vida. El desierto de Judá se hallaba cerca de
Hebrón, posible hogar de Zacarías y Elisabet (ver com. Luc. 1: 23, 39). Los
esenios, una secta estricta y ascética del judaísmo, tenían colonias aisladas en
esta zona del desierto, pero no hay ninguna evidencia histórica de que Juan
hubiera sido esenio (ver com. Mat. 3: 4). El profeta Amós vivió en las cercanías
de Tecoa, pequeña aldea situada cerca de los límites de esta zona desértica (ver
com. Amós 1:1).
En años posteriores Juan hizo el voto de ser nazareo, de
acuerdo a la dedicación que sus padres habían hecho de él antes que naciera (DTG
76-77). Los padres de Juan, que ya eran de edad avanzada cuando él nació (ver
com. vers. 18), al parecer murieron cuando todavía era joven. Es posible que
poco después de esto Juan se hubiera retirado a los lugares solitarios del
desierto. La soledad fue para Juan un maestro superior al mejor rabino que
Jerusalén pudiera ofrecer, y el desierto fue un aula mejor dotada que el palacio
de Herodes o los atrios del templo. Las escuelas rabínicas habrían preparado mal
a Juan para su misión (DTG 76). Únicamente las aguas tranquilas pueden reflejar
el cielo estrellado, y, de igual manera, sólo el corazón que no está turbado por
las ondas y los remolinos de este mundo puede reflejar perfectamente la luz de
la "estrella de Jacob" (Núm. 24: 17). Juan eligió como domicilio suyo un lugar
donde sólo se escuchaba la voz de Dios, donde en quietud podía aguardar delante
del Señor. Allí, en la soledad del desierto, el silencio de su alma hacía más
clara la voz de Dios (DTG 330-331). Allí transcurrió su vida, relativamente
recluida, hasta que llegó el momento cuando debía iniciar su ministerio público.
Así como el desierto fue la gran aula de Dios para educar a líderes como
Moisés, Amós y Juan el Bautista, así también las vicisitudes del desierto de la
vida pueden proporcionar excelentes oportunidades para poner el alma en armonía
con el cielo. Los que Dios escoge hoy para preparar el camino para la venida de
Jesús, necesitan la ecuanimidad de espíritu que se adquiere con la percepción de
lo invisible. La vida moderna no es propicia para la meditación acerca de la
voluntad y de los caminos de Dios, revelados en su Palabra y en su trato
providencial con los hombres. A menos que encontremos tiempo para escapar del
bullicio del mundo y nos encerremos con Dios, aguardando en silencio ante él,
posiblemente nunca escuchemos el "silbo apacible y delicado" que habla a nuestra
alma (DTG 330-331; cf. 1 Rey. 19: 12). Deberíamos proponernos pasar cada vez
menos tiempo en las cosas terrenas y dedicar cada vez más tiempo a caminar con
Dios como lo hizo el Enoc de antaño. Como Juan, necesitamos poner nuestra "
"mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra" " (Col. 3: 2).
Manifestación.
Gr. anádeixis, "señalamiento", "manifestación
pública". Los autores clásicos muchas veces emplean la palabra anádeixis para
referirse a la iniciación de quienes han sido designados para ejercer puestos
públicos y también para referirse a la dedicación de templos. Lucas emplea el
verbo de la misma raíz, anadéiknumi al referirse a la elección de los setenta
(cap. 10: 1). Juan era de familia sacerdotal, y el sacerdote, como lo estipula
la ley de Moisés, debía iniciar su ministerio alrededor de los 30 años de edad
(ver com. Núm. 4: 3). Es probable que la "manifestación" de Juan ocurrió cuando
tenía aproximadamente 30 años, como fue también el caso de Jesús cuando comenzó
su ministerio (ver com. Luc. 3: 23).
CBA T5
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