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CBA LIBRO DE LUCAS CAPÍTULO 14

CBA Libro de Lucas capítulo 14

1. Un día de reposo. 
[ Jesús come en casa de un fariseo, Luc. 1: 1-15. Con referencia a milagros, ver pp. 198-203.] No hay indicación alguna en cuanto al tiempo ni al lugar cuando ocurrió este hecho, excepto que su contexto en el Evangelio de Lucas da a entender que pudo haber sucedido en Perca, entre la fiesta de la dedicación en el invierno (diciembre-febrero) 30-31 d. C., y la pascua de la primavera siguiente. En los días de Cristo parece que era muy común que los judíos recibieran visitas para comer en sábado. Sin duda el alimento se preparaba el día anterior y se guardaba caliente o se comía frío. Era ilícito encender fuego en día sábado (ver com. Exo. 16: 23; 35: 3), por lo tanto, toda comida debía prepararse la víspera del sábado (ver com. Exo. 16: 23). Solía considerarse que una fiesta a la cual se invitaban amigos era un símbolo de las bendiciones de la vida eterna (ver com. Luc. 14: 15; cf. PVGM 173). 

Un gobernante, que era fariseo. 
Compárese con una ocasión anterior en la que Jesús aceptó una invitación de un fariseo para comer en su casa (cap. 11: 37-54). Este relato sugiere que el anfitrión de Jesús en esta ocasión era un rabino rico e influyente. No se registra en los Evangelios que Jesús rechazara alguna vez una invitación, ya fuera de un fariseo o de un publicano (ver com. Mar. 2: 15-17). 

Estos le acechaban. 
En esta ocasión sin duda había espías presentes (ver com. cap. 11: 54), observando con malas intenciones (ver com. cap. 6: 7). No se sabe si esos acechadores se las habían arreglado para que el hidrópico estuviera allí. Pero sabían, por episodios pasados, que Jesús no vacilaba en sanar a una persona en día sábado, pasando por alto la tradición legal de ellos, y probablemente pensaron que lo haría de nuevo. En los relatos evangélicos se registran siete curaciones hechas en sábado, y ésta es la séptima y última (ver Luc. 4: 33-36, 38-39; 6: 6-10; 13: 10-17; 14: 2-4; Juan 5: 5- 10; 9: 1-14). 

2. Hidrópico. 
Gr. hudrÇpikós , término médico que deriva de la palabra griega húdÇr , "agua". Describe la condición del que tiene una acumulación excesiva de líquido en los tejidos del cuerpo. La palabra sólo aparece aquí en el NT. Este es el único ejemplo registrado de que un caso tal llamara la atención de Jesús. El hombre quizá vino por su propia voluntad con la esperanza e ser sanado, aunque el relato no dice que se presentó a Jesús para que lo sanara. És posible -como algunos lo han sugerido- que algunos fariseos presentes hubieran arreglado todo para que el enfermo estuviera allí, con el propósito de tenderle una trampa a Jesús para que lo sanara en sábado. Parece que la curación ocurrió antes de que los invitados se sentaran a la mesa (vers. 7). 

3. Jesús habló. 
En el griego dice que Jesús "respondiendo, dijo". No había nada a lo cual responder, excepto a los pensamientos de los fariseos que observaban para ver lo que haría. En hebreo se usa el verbo "responder" comúnmente en situaciones en las cuales en nuestro idioma no se emplearía (ver com. cap. 13: 14). 

A los intérpretes de la ley y a los fariseos. 
En el griego sólo aparece un artículo definido para los dos sustantivos. Esto indica que fueron tratados como pertenecientes a un mismo grupo, no a dos (cf. cap. 7: 30, donde aparece el artículo definido dos veces en el griego). Con referencia a los intérpretes de la ley y a los fariseos, ver pp. 53-54, 57. 

¿Es lícito? 
La evidencia textual establece (cf. p. 147) el texto "¿es lícito o no?" (ver BJ, BC y NC). 

4. Callaron. 
Cesó la conversación; nadie respondió. Según parece, comprendieron que nada ganarían hablando y se refugiaron en el silencio, lo cual produjo un ambiente de suspenso. No se atrevían a decir que era "lícito", porque sus reglamentos rabínicos parecían prohibir la curación en un caso como éste, pero tampoco se atrevían a decir que era ilícito. Parece que a Lucas le agrada destacar las ocasiones cuando los enemigos del Evangelio tuvieron que callar (Luc. 20: 26; Hech. 15: 12; 22: 2). 

Le despidió. 
Gr. apolúÇ, "liberar", "despedir", "soltar". Parece que esto ocurrió antes de la comida (cf. vers. 7). Jesús quizá despidió al hombre para evitarle la confusión y dificultad que en una oportunidad reciente los dirigentes judíos le habían ocasionado a otro enfermo curado en día sábado (ver Juan 9). 

5. Su asno. 
La evidencia textual favorece (cf. p. 147) el texto "asno" e "hijo" (ver BJ y NC). 

6. No le podían replicar. 
Los que criticaban a Jesús estaban derrotados. No querían admitir que les importaba más un buey o un asno que una persona. 

7. Primeros asientos. 
Con referencia a las costumbres judías en los banquetes, ver com. Mar. 2: 15-17. Según el Talmud ( Berakoth 46b), los principales asientos eran los que estaban junto al anfitrión. En una ocasión posterior Jesús reprendió a los escribas y fariseos, entre otras cosas, por buscar los primeros asientos (Mat. 23: 6). 

Una parábola. 
Una "parábola" no es necesariamente un relato; puede ser simplemente un dicho corto y significativo (ver pp. 193-194). Es probable que la "parábola" que ahora nos ocupa se basara en lo que Jesús estaba observando: la manera en que se sentaban los invitados. Vio que algunos escogían los mejores asientos. Hubo aquí, según parece, una disputa similar a la de los discípulos durante la última cena (ver com. cap. 22: 24). 

9. Ultimo lugar. 
Los mejores lugares ya habían sido ocupados, y sólo quedaban los menos importantes. 

11. Cualquiera que se enaltece. 
Aquí aparece un dicho repetido por Jesús en varias formas (Mat. 18: 4; 23: 12; Luc. 18: 14; etc.). El principio que aquí se enuncia ataca la raíz del orgullo: el deseo de ensalzarse ante los demás. El orgullo es, junto con el egoísmo, la raíz de todo pecado. Jesús mismo dio el ejemplo supremo de humildad (Isa. 52: 13-14; Fil. 2: 6-10). 

Humillado. 
Aquel cuyo principal objetivo en la vida es favorecer sus intereses personales, se encuentra a menudo con otros que lo obligan a conformarse con una posición inferior. 

Enaltecido. 
Pero el que olvida sus intereses personales y se ocupa de animar y ayudar a otros, es muchas veces aquel a quien sus prójimos se complacen en honrar. Aun más: la humildad es, evidentemente, el pasaporte para entrar en el ensalzamiento en el reino de los cielos; mientras que el deseo de enaltecerse es una infranqueable barrera que impide entrar en el reino (cf. Isa. 14: 12- 15; Fil. 2: 5-8). 

12. Comida. 
Gr. áriston , era originalmente la primera comida del día, o sea el desayuno; posteriormente se designó así al almuerzo. 

No llames a tus amigos. 
En el griego dice: "No tengas por costumbre invitar siempre sólo a tus amigos". Jesús no dice que no se invite a los amigos, sino que amonesta contra los motivos egoístas que inducen a muchos a invitar sólo a aquellos de quienes esperan recibir atenciones similares. Jesús instó a la hospitalidad cuya base es un interés genuino en las necesidades del prójimo, ya sean de alimento o de amistad. Señaló que esta clase de hospitalidad recibirá su galardón en la vida futura, aunque no sea recompensada en esta vida. 

13. Llama a los pobres. 
Según la ley mosaica, atender a los pobres era un deber (ver com. Deut. 14: 29). Los necesitados no debían ser olvidados. 

14. Resurrección de los justos. 
La explícita mención de la resurrección de los justos, sugiere que también habrá una resurrección de los injustos (Juan 5: 29; Hech. 24: 15). 

15. Oyendo esto. 
En cuanto a las circunstancias de la resurección bajo las cuales fueron pronunciadas las palabras del vers. 15, ver com. vers. 1. 

Bienaventurado. 
Feliz o "dichoso" (BJ, BC y NC). Ver com. Mat. 5: 3. El deber poco grato presentado por Jesús en los vers. 12-14, produjo este intento de desviar la conversación hacia temas más agradables (PVGM 174). Es posible que la referencia hecha por Jesús a la resurrección (vers. 14) impulsara a ese invitado a expresarse en esa forma aparentemente piadosa. El fariseo que habló se deleitaba en contemplar la recompensa del proceder correcto, pero no tenía interés en hacer el bien. Deseaba disfrutar de las bendiciones del reino de los cielos, pero no estaba dispuesto a cumplir con sus responsabilidades. No estaba dispuesto a cumplir con las condiciones esenciales para entrar en el reino; pero no parece haber tenido duda alguna de que se le concedería un puesto de honor en la gran fiesta del reino (PVGM 174). 

El que coma. 
Con referencia al significado de la expresión "reino de Dios", ver com. Mat. 5: 2-3; Mar. 3: 14; Luc. 4: 19. El modismo judío "comer en el reino de Dios" significa gozar del cielo (cf. Isa. 25: 6; Luc. 13: 29). Lo que dijo el invitado era, indudablemente, correcto; y todos sabían que lo era, pero el espíritu con que lo dijo y el motivo que lo instó a decirlo eran enteramente erróneos. Lleno de complacencia, el que hablaba daba por sentado que recibiría una invitación. 

16. Una gran cena. 
[ Parábola de la gran cena, Luc. 14: 16-24. Cf com. Mat. 22: 1-14. Con referencia a las parábolas, ver pp. 193-197.] Jesús describe aquí las abundantes bendiciones del reino de los cielos mediante el símbolo de un gran banquete, símbolo que evidentemente era común para sus oyentes (ver com. vers. 15). No contradice la veracidad de la declaración del fariseo (vers. 15), pero sí pone en duda la sinceridad del que la hizo. El fariseo era, en realidad, uno de los que en ese mismo momento estaban rechazando la invitación evangélica (ver com. vers. 18, 24). 

Hay muchas similitudes entre esta parábola y la de la fiesta de bodas del hijo del rey (Mat. 22: 1- 14), pero también hay muchas diferencias; y son también muy diferentes las circunstancias en las cuales fueron pronunciadas. Esta parábola fue presentada en la casa de un fariseo, mientras que la de Mat. 22 fue pronunciada en un momento en que intentaban apresar a Jesús (Mat. 21: 46). 

Convidó a muchos. 
Esta primera invitación a la fiesta evangélica, fue la que extendió a los judíos a través de todo el AT (ver t. IV, pp. 28-34). Se refiere específicamente a los repetidos llamamientos de Dios a Israel, hechos por medio de los antiguos profetas (ver com. vers. 21-23). 

17. Envió a su siervo. 
Puede considerarse que Jesús era, en un sentido especial, el "siervo" enviado a anunciar: "todo está preparado". Evidentemente se acostumbraba que el anfitrión enviara un siervo cuando la fiesta estaba por empezar, para recordar a los convidados su invitación. Según Tristram ( Eastern Customs , p. 82), lo mismo se hacía en su tiempo (1822-1906). Si el invitado se había olvidado o no sabía cuándo debía ir a la fiesta, este recordativo le permitiría prepararse y llegar a tiempo. En el ambiente del Cercano Oriente, donde todavía hoy la hora no tiene tanta importancia como en el mundo occidental, ese recordativo servía para evitar posibles disgustos tanto al invitado como al anfitrión. 

18. Todos a una. 
Da la impresión de que los invitados se hubieran puesto de acuerdo para despreciar a su amable anfitrión. Por supuesto, fueron más de tres los invitados a la fiesta (vers. 16); pero parece que Jesús enumeró estas tres excusas como ejemplo de lo que el siervo oyó dondequiera iba. Hay un ejemplo similar (cap. 19: 16-21) en el cual se presentan varios casos y en el que hay más de tres personas involucradas. 

Comenzaron. 
Cada invitado presentó su propio pretexto, pero ninguno tenía una razón aceptable; en cada caso, la verdadera razón era, indudablemente, que el invitado tenía más interés en alguna otra cosa que tendría que posponer si asistía a la fiesta. Las excusas también denotaban falta de aprecio por la hospitalidad y la amistad del que daba la fiesta. Los que rechazaron la invitación a la fiesta evangélica le daban más valor a los intereses temporales que a las cosas eternas (Mat. 6: 33). 

En muchos países se considera que rechazar una invitación -salvo cuando es realmente imposible aceptarla- es despreciar la amistad que se ofrece (ver com. vers. 17). 

He comprado una hacienda. 
Este pretexto, aunque fuera cierto, era una débil excusa, pues ya había comprado la hacienda. No hay duda de que el comprador había examinado cuidadosamente el campo antes de cerrar el negocio. 

19. Cinco yuntas de bueyes. 
En este caso también ya se había hecho la compra. El comprador sólo desearía asegurarse de que realmente había hecho un buen negocio, y bien podría haber postergado esa comprobación si de veras deseaba asistir a la fiesta. 

20. No puedo ir. 
El que presentó la tercera excusa parece que fue más descortés que los otros. Aquéllos, con aparente cortesía, habían pedido disculpas por no ir; pero éste simplemente dijo que no podía ir. Algunos sugieren que esta negativa se basaba en el hecho de que a un hombre se le concedían ciertas exenciones de los deberes civiles y militares durante el primer año de vida matrimonial (ver com. Deut. 24: 5), y que por lo tanto dijo: "No puedo ir". Sin embargo, esas exenciones no lo eximían de las relaciones sociales normales, y cualquier intento por quedar eximido no era más que un falso pretexto. La excusa de este tercer invitado no tenía realmente mayor valor que la de los dos primeros. 

21. Enojado. 
Mientras el siervo enumeraba, una tras otra, las débiles excusas, el amable anfitrión montó en cólera. En un primer momento todos habían aceptado su invitación y, debido a esa aceptación, había hecho los preparativos para la fiesta. Pero ahora que se habían hecho todos los preparativos y la cena estaba lista, parecía haber una conspiración para avergonzarlo (ver com. vers. 18). Además, había hecho gastos considerables para preparar la fiesta. 

Dios, que prepara la fiesta celestial, sin duda no se enoja como los seres humanos. Sin embargo, con todo lo que ha hecho para proporcionar a la perdida humanidad las bendiciones de la salvación, su amante corazón debe sentirse muy triste cuando los hombres dan poca importancia a su amable invitación para participar de la justicia divina y del favor celestial. Todos los recursos del cielo han sido invertidos en la obra de la salvación, y lo menos que pueden hacer los seres humanos es apreciar y aceptar lo que Dios ha proporcionado. 

Ve pronto. 
Es evidente que el invitador no desea ver que sus costosos comestibles se pierdan. Si sus mejores amigos deciden no aceptar la demostración de su buena voluntad, de buena gana invitará a desconocidos para que la reciban. Nótese también que su acción armoniza con el consejo dado por Jesús inmediatamente antes de presentar esta parábola (vers. 12-14), consejo que no fue bien recibido por los invitados a la fiesta en la cual Jesús se hallaba y que impulsó a uno de ellos a cambiar el tema de la conversación (ver com. vers. 15). 

Las plazas y las calles. 
La invitación evangélica fue primero dada al pueblo judío, representado aquí como habitantes de una "ciudad". Los principales ciudadanos, que habían despreciado la invitación, eran los dirigentes judíos, algunos de los cuales estaban en ese momento reunidos con Jesús en una fiesta en casa de un fariseo (ver com. vers. 1). Los invitados que despreciaron la invitación representaban a la aristocracia religiosa de Israel. Después de este rechazo, el amable anfitrión se alejó de sus amigos preferidos hacia los desconocidos de la "ciudad", los miembros desamparados y algunas veces despreciados de la sociedad. Residían en la misma "ciudad" de los invitados, y por lo tanto eran judíos; pero algunos de ellos eran publicanos y pecadores, hombres y mujeres a quienes los aristócratas de la nación consideraban como parias. Sin embargo, tenían hambre y sed del Evangelio (ver com. Mat. 5: 6). 

Los pobres, los mancos. 
Los judíos suponían comúnmente que quienes sufrían dificultades financieras o corporales no gozaban del favor de Dios; y por lo tanto, esas personas muchas veces eran despreciadas y descuidadas por sus prójimos (ver com. Mar. 1: 40; 2: 10). Se suponía que Dios las había desechado y por eso la sociedad también las consideraba como parias. Jesús niega en esta parábola que tales personas eran despreciadas por Dios, y afirmó que no debían ser despreciadas por sus prójimos, ni aun cuando sus sufrimientos pudieran deberse a su propio pecado o conducta imprudente. Los afligidos por la pobreza y por deficiencias físicas parecen representar aquí principalmente a los que están en bancarrota moral y espiritual. No tienen buenas obras propias que ofrecer a Dios a cambio de las bendiciones de la salvación. 

22. Aún hay lugar. 
El siervo se dio cuenta de que el amable anfitrión sin duda deseaba que fueran ocupados todos los lugares de su banquete; y lo mismo ocurre en el caso de la gran fiesta evangélica. Dios no creó la tierra "en vano" (ver com. Isa. 45: 18), como un desierto vacío, sino que la creó para que fuera habitada como eterno hogar de una raza humana feliz. El pecado ha postergado por un tiempo el cumplimiento de ese propósito, pero finalmente se alcanzará (PP 53). A cada individuo que nace en este mundo se le ofrece la oportunidad de participar en la fiesta evangélica y de vivir para siempre en la tierra renovada. Esta parábola enseña claramente que la oportunidad que rechaza uno será aceptada inmediatamente por otro (cf. Apoc. 3: 11). 

23. Los caminos... y los vallados. 

Los primeros invitados a la fiesta evangélica fueron los judíos (ver com. vers. 16, 21). Dios los llamó primero, no porque los amara más que a los otros hombres ni porque fueran más dignos, sino para que compartieran con otros los sagrados privilegios que les habían sido encomendados (ver t. IV, pp. 27-40). 

Jesús se relacionó muchas veces con publicanos y pecadores, los parias de la sociedad, para consternación de los dirigentes judíos (ver com. Mar. 2: 15-17). Durante su ministerio en Galilea trabajó fervorosamente en favor de los que espiritualmente eran pobres y defectuosos, "por los caminos y por los vallados" de Galilea (ver com. Luc. 14: 21). Pero cuando la gente de Galilea lo rechazó en la primavera (marzo-mayo) del año 30 d. C. (ver com. Mat. 15: 21; Juan 6: 66), Jesús ministró en repetidas ocasiones a gentiles y a samaritanos como también a judíos (ver com. Mat. 15: 21). Sin embargo, la invitación evangélica para los que estaban "por los caminos y por los vallados" se refiere en primer lugar a la presentación de la invitación del Evangelio a los gentiles después que la nación judía rechazó finalmente la invitación evangélica, rechazo que culminó con el apedreamiento de Esteban (ver t. IV, pp. 35-38; Hech. 1: 8). "Los caminos y los vallados" de la parábola estaban fuera de la "ciudad", y por lo tanto representan apropiadamente las regiones que no eran judías, es decir, los paganos (ver com. Luc. 14: 21). Cuando los apóstoles encontraron que sus compatriotas se les oponían en su evangelización al mundo, se volvieron a los gentiles (Hech. 13: 46-48; cf. Rom. 1: 16; 2: 9). 

Fuérzalos. 
Gr. anagkázÇ , "obligar", "imponer", ya sea por fuerza o por persuasión. Algunos han entendido que esta afirmación justifica el uso de la fuerza para convertir a los hombres a Cristo; pero el hecho de que Jesús mismo nunca recurriera al uso de la fuerza para obligar a los hombres a creer en él, y que nunca enseñó a sus discípulos a que así lo hicieran, y que la iglesia apostólica tampoco lo hizo, demuestra que Jesús no quería que sus palabras se interpretaran así. Jesús enseñó muchas veces a sus discípulos, por precepto y por ejemplo, que evitaran controversias y represalias por las injurias que recibieran (ver com. Mat. 5: 43-47; 6: 14-15; 7: 1-5, 12; etc.), ya fuera como individuos o como heraldos autorizados del Evangelio (ver com. Mat. 10: 14; 15: 21; 16: 13; 26: 51-52; Luc. 9: 55). Los discípulos no sólo no debían perseguir a otros (Luc. 9: 54- 56), sino que debían soportar la persecución con mansedumbre (ver com. Mat. 5: 10-12; 10: 18- 24, 28). 

Con la frase "fuérzalos a entrar" Jesús sencillamente quiso destacar la urgencia de la invitación y la fuerza apremiante de la gracia divina; por lo tanto, la bondad y el amor debían ser la fuerza motriz (PVGM 186-187). El verbo anagkázÇ se emplea con un sentido similar cuando Jesús "hizo a sus discípulos entrar en la barca" (Mat. 14: 22). Existe una enorme diferencia entre la constante invitación a la que Jesús se refería, y recurrir a la fuerza física que muchos llamados cristianos en siglos pasados consideraron una medida apropiada, y que algunos que invocan el nombre de Cristo emplearían hoy si tuvieran poder para hacerlo. 

La parábola misma prueba que en ningún momento se recurrió a la violencia para conseguir invitados a la fiesta. Si el invitador hubiera querido utilizar la fuerza la habría usado con el primer grupo de invitados. Las invitaciones a la fiesta evangélica siempre están precedidas de las palabras "el que quiera" (Apoc. 22: 17). Esta parábola no sanciona de ningún modo la teoría de que la persecución religiosa es un medio para llevar a los hombres a Cristo. El uso de la fuerza o de la persecución en asuntos religiosos, en cualquier forma o cantidad es una política inspirada por Satanás y no por Cristo. 

Se llene mi casa. 
Ver com. vers. 22. El dueño de casa había convidado a muchos (vers. 16); y, además, cuando el siervo salió por las plazas y las calles de la ciudad no pudo encontrar suficientes personas para llenar la sala de fiesta (vers. 22). 

24. Ninguno de aquellos. 

El anfitrión de la parábola es quien hace la enérgica declaración de que serán excluidos todos los que originalmente fueron invitados. Pero esto no significa que el cielo excluye arbitrariamente a nadie. El amable anfitrión simplemente anula su invitación original, que había sido tan rudamente rechazada. Evidentemente su casa ahora estaba llena (vers. 23), y no había más lugar. Pero en el reino de los cielos siempre habrá amplio lugar para todos los que quieran entrar (ver com. vers. 22). 

Jesús no enseñó por medio de esta parábola que las riquezas terrenales son necesariamente incompatibles con el reino de los cielos, sino que el desmedido afecto por los bienes terrenales descalifica a una persona para entrar en el cielo; en verdad, la priva del deseo 791 de las cosas celestiales. Una persona no puede servir a "dos señores" (ver com. Mat. 6: 19-24). Quienes dedican sus primeros y mejores esfuerzos para acumular posesiones terrenales y gozar de los placeres mundanos, quedarán fuera porque el anhelo de su corazón está centrado en las cosas terrenales y no en las celestiales (cf. Mat. 6: 25-34). Codiciar las cosas terrenales finalmente mata el deseo por las cosas celestiales (ver com. Luc. 12: 15-21); y cuando se le pide a los codiciosos que compartan su riqueza acumulada, se marchan tristes (ver com. Mat. 19: 21-22). "Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos" (Mat. 19: 23), por la sencilla razón de que generalmente no tiene suficiente deseo de entrar allí. 

Gustará mi cena. 
Nó gustarían de la cena ni aunque cambiaran de parecer. La salvación consiste en la invitación que Dios extiende y la aceptación del hombre. Ambas se complementan. Ninguna de las dos puede ser efectiva sin la otra. Las Escrituras presentan repetidas veces la posibilidad de que quienes hayan despreciado la gracia de Dios, quizá parezcan cambiar de opinión cuando ya es demasiado tarde; es decir, cuando ya no se oye más la invitación evangélica Ver. 8:20; Mat. 25: 11-12; Luc. 13: 25). Esta invitación finalmente concluye, no porque se haya traspuesto algún plazo fijado por la misericordia de Dios sino porque los excluidos ya han llegado a una decisión final y definitiva. Si más tarde cambiaran de parecer, se debería nada más a su comprensión de que han elegido mal en lo que concierne a los resultados finales, pero no a que repentinamente hayan sentido un sincero deseo de vivir obedeciendo a Dios. 

25. Grandes multitudes. 
[Lo que cuesta seguir a Cristo, Luc. 14: 25-35. Con referencia a las parábolas, ver pp. 193-197.] No se registra nada definido en cuanto al momento, al lugar, ni a las circunstancias de la presentación del consejo de esta sección. Es probable que lo que se registra aquí fuera presentado a comienzos del año 31 d. C., quizá en Perea (ver com. vers. 1). Las multitudes de nuevo se agolpaban alrededor de Jesús, como lo habían hecho durante su ministerio público en Galilea (ver com. Mat. 5: 1; Mar. 1: 28, 37, 44-45; 2: 2, 4; 3: 6-10; etc.). En este momento, cerca del fin del ministerio de Jesús, parece que había una convicción creciente en muchos de que Jesús estaba a punto de proclamarse, en rebelión contra Roma, como el caudillo de Israel (ver com. Mat. 19: 1- 2; 21: 5, 9-11). Sin duda muchos le habían seguido con intenciones sinceras, pero es probable que la mayoría lo hacía por curiosidad o por motivos egoístas. 

Volviéndose. 
Mientras la multitud iba un día en pos de Jesús, parece que él se detuvo; se dio vuelta para mirarla de frente, y expuso los principios registrados en los vers. 26-35. Muchos de los que seguían a Jesús eran, más que una ayuda, un estorbo para su causa. Jesús les aconsejó a todos a pensar seriamente en lo que estaban haciendo. 

26. Si alguno. 
Jesús expone ahora los siguientes cuatro principios: (1) que ser su discípulo significa también el llevar la cruz, vers. 26-27; (2) que el costo de ser su discípulo debe calcularse cuidadosamente, vers. 28-32; (3) que todas las ambiciones personales y las posesiones terrenales deben colocarse sobre el altar del sacrificio, vers. 33; (4) que el espíritu de sacrificio debe ser permanente, vers. 34-35. 

No aborrece a su padre. 
El uso bíblico de esta declaración indica claramente que no se ordena aborrecer en el sentido común de la palabra. "Aborrecer" muchas veces debe entenderse como un hebraísmo que significa llamar menos" (Deut. 21: 15-17). Este sentido se ve claramente en el pasaje paralelo donde Jesús dice: "El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí" (Mat. 10: 37). Es evidente que Cristo presentó esta hipérbole para destacar en forma concreta ante sus seguidores que en todo momento deben darle al reino de los cielos el primer lugar en sus vidas. Se repite el principio que debe regir en cuanto a los bienes materiales: a qué le daremos el primer lugar en la vida (ver com. Mat. 6: 19-34). 

No puede ser mi discípulo. 
No es que no quiera serlo; es que "no puede serlo". El que tiene intereses personales que sean superiores a la lealtad a Cristo y a la dedicación a su servicio, le será imposible hacer lo que Cristo pide de él. La invitación del reino debe tener el primer lugar siempre y en todas las circunstancias. El servicio de Jesús pide la renuncia total y permanente al yo. Con referencia a los vers. 26-27, ver com. Mat. 10: 37-38. 

27. Lleva su cruz. 
Mejor "lleva su propia cruz" (ver com. Mat. 10: 38-39). Los oyentes de Jesús sabían lo que era la crucifixión, pues según Josefo ( Antigüedades xii. 5. 4), había 792 sido introducida en tiempos de Antíoco Epífanes (segundo siglo a. C.). 

28. ¿Quién de vosotros? 
Las parábolas gemelas de los vers. 28-32 constituyen una advertencia contra la tendencia de tomar livianamente las responsabilidades de ser discípulo de Cristo. Los invitados que primero aceptaron la invitación a la fiesta para luego cambiar de opinión cuando surgieron otros intereses, no habían considerado seriamente la invitación antes de aceptarla. Estas dos parábolas se aplicaban especialmente a dichas personas. 

Una torre. 
La "torre" podía ser un edificio grande y costoso (cf. cap. 13: 4) o construirse con ramas (cf. 21: 33). En este caso es evidente la referencia a la primera clase. En el lugar donde Jesús estaba enseñando quizá había ocurrido algo similar a lo que él presentaba en la parábola. 

Calcula los gastos. 
No tiene sentido comenzar algo que no se puede completar. Un proyecto semejante absorbería tiempo y energía sin esperanza de ninguna recompensa apropiada. Ser discípulo de Cristo equivale a renunciar completa y permanentemente a las ambiciones personales y a los intereses mundanos. El que no está dispuesto a recorrer todo el camino, ni aun debería comenzar. 

29. Hacer burla. 
La falta de previsión no sólo lleva al fracaso sino a la vergüenza. 

30. Este hombre. 
El adjetivo "este" a veces se usa para manifestar desprecio o sarcasmo al referirse a una persona (ver com. cap. 15: 2, 30). 

31. ¿Qué rey? 
Con referencia al significado de esta parábola y a su relación con el resto del discurso, ver com. vers. 28. La ilustración anterior fue tomada del mundo de los negocios; ésta, del mundo político. Las dos ilustran la misma verdad. 

Veinte mil. 
El rey que tenía sólo diez mil soldados parece estar en desventaja frente al que tenía veinte mil; pero podría haber otros factores, además de la superioridad numérica, que podrían hacer posible la victoria. 

33. Así, pues. 
Jesús presenta claramente, como de costumbre, cuál es la lección que se proponía enseñar mediante sus parabolas. Ser discípulo de él implica colocar completamente sobre el altar todo lo que el hombre tiene en esta vida -planes, ambiciones, amigos, parientes, posesiones, riquezas-, cualquier cosa y todas las cosas que puedan interferir con su servicio para el reino de los cielos 
(cf. cap. 9: 61-62). Tal fue el caso del apóstol Pablo (Fil. 3: 8-10). 

34. Buena es la sal. 
Con referencia a los vers. 34-35, ver com. Mat. 5: 13; cf. Mar. 9: 50. El sabor de la sal representa aquí el espíritu de consagración. Jesús afirma que no tiene sentido ser discípulo suyo sin este espíritu de dedicación. 

CBA T5

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 Lunes 10 de junio | Lección 11 LA CRISIS VENIDERA La profecía de la marca de la bestia en Apocalipsis 13 nos habla de la peor etapa, la más feroz, de la guerra de Satanás contra Dios. Desde que Jesús murió en la Cruz, el enemigo sabe que ha sido derrotado, pero se ha resuelto a hundir junto con él a la mayor cantidad posible de personas. Su primera estrategia en esta campaña es el engaño. Cuando el engaño no funciona, recurre a la fuerza. En última instancia, él está detrás del decreto de que cualquiera que se niegue a adorar a la bestia o a recibir su marca será condenado a muerte. La persecución religiosa, por supuesto, no es nueva. Ha existido desde que Caín mató a Abel por obedecer el mandato de Dios. Jesús dijo que sucedería incluso entre los creyentes. Lee Juan 16:2; Mateo 10:22; 2 Timoteo 3:12; y 1 Pedro 4:12. ¿Qué experimentó la iglesia del Nuevo Testamento y cómo se aplica esto a la iglesia de Cristo del tiempo del fin?  Jua 16:2  Los expulsarán de las sinagogas; y hasta vien

Lección 1| PARA ESTUDIAR Y MEDITAR | Viernes 5 de Julio

  Viernes 5 de Julio | Lección 1 PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: Lee el capítulo 10 de El Deseado de todas las gentes, de Elena de White, titulado “La voz en el desierto” (pp. 72-83), y el capítulo 17 de Los hechos de los apóstoles, de la misma autora, titulado “Heraldos del evangelio” (pp. 137-145). ¡Qué fascinante es el hecho de que el mensaje del primer ángel, en Apocalipsis 14:6 y 7, sea paralelo al mensaje evangélico de Jesús en Marcos 1:15! El mensaje del primer ángel trae el evangelio eterno al mundo en los últimos días en preparación para la Segunda Venida. Al igual que el mensaje de Jesús, el evangelio angélico del tiempo del fin contiene los mismos tres elementos, como ilustra la siguiente tabla: El mensaje del primer ángel anuncia el comienzo del juicio previo al regreso de Cristo predicho en la profecía de los 2.300 días de Daniel 8:14; este comenzó en 1844. El Juicio trae el Reino de Dios a su pueblo perseguido (Dan. 7:22). La exhortación del primer ángel a reverenciar, glorifica

Lección 3 | EL SEÑOR REINA | Lunes 15 de enero

Lunes 15 de enero | Lección 3 EL SEÑOR REINA Estrechamente ligado (mejor dicho, inseparablemente ligado) al concepto del Señor como Creador está el concepto del Señor como Soberano, como Gobernante. La declaración “El Señor reina” se proclama solemnemente en Salmos 93:1, 96:10, 97:1 y 99:1, pero sus ecos se escuchan en todo el libro de Salmos. El Señor está revestido de honor, majestad y fuerza (Sal. 93:1; 104:1). Está rodeado de nubes y tinieblas (Sal. 97:2), pero también se cubre “de luz como de un vestido” (Sal. 104:2). Estas metáforas exaltan el poder y el esplendor del Rey, y fueron cuidadosamente escogidas para expresar la grandeza única de Dios, que está más allá de la comprensión humana. Lee Salmo 97. ¿Qué caracteriza el reinado del Señor? (Sal. 97:2, 10). ¿Cuál es el dominio de su reinado? (Sal. 97:1, 5, 9). Sal 97:1   Jehová reina; regocíjese la tierra,   Alégrense las muchas costas.  Sal 97:2  Nubes y oscuridad alrededor de él;   Justicia y juicio son el cimiento de su trono