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Libro Complementario - Lección 12


CAPÍTULO 12
LOS HÁBITOS DEL MAYORDOMO

Jaime abrió su casilla de correo y sacó un sobre. Abrió la nota y leyó: "Por favor, venga a la oficina de finanzas tan pronto como le sea posible". Estaba firmada por el administrador financiero de la universidad. Jaime suspiró pesadamente. No tenía el dinero para pagar su cuota escolar. Subió las escaleras a su cuarto y se hundió en su silla. El nudo en su garganta amenazaba con ahogarlo.

Jaime había crecido en un hogar dividido en cuanto a religión. Su madre había llegado a ser adventista del séptimo día cuando Jaime tenía doce años, y su padre estaba enojado por ello. Después de eso, había tensión constante en el hogar. Jaime siguió el ejemplo de su madre, y se bautizó también. Su madre consiguió un trabajo para que Jaime pudiera asistir a una escuela adventista y, cuando se graduó, ella lo animó a inscribirse en la universidad adventista, distante unas dos horas.

Pero entonces la madre de Jaime se había enfermado y, unos pocos meses más tarde, falleció. El padre de Jaime rehusó pagarle sus cuotas mensuales e insistió en que se transfiriera a la universidad estatal. Jaime declinó hacerlo, respetuosamente.

"Entonces, encuentra la manera de pagar tus cuotas", le había gritado.

Jaime trabajó parte del tiempo fuera del campus y pudo pagar la mayoría de sus gastos, hasta que la compañía redujo el personal, dejando a Jaime sin trabajo. Aunque encontró un trabajo de tiempo parcial en el campus, sus deudas crecieron rápidamente.

Jaime tomó el mensaje del administrador financiero y se encaminó hacia el edificio de administración. "Señor, obra un milagro para mí", rogó Jaime.

-Hola, ¿puedo ayudarte en algo? -le dijo con tono agradable una señorita estudiante cuando él llegó a su ventanilla.

-Sí -dijo Jaime sin entusiasmo-, recibí una nota donde se solicitaba que viniera a la oficina de finanzas. Creo que tiene que ver con mi cuenta de escolaridad.

La señorita le solicitó su tarjeta credencial y obtuvo de su computadora la hoja con su cuenta. Ella estudió la pantalla por un momento, y luego se dirigió a una pila de recibos en su mesa.

-Ahora recuerdo -dijo ella mientras le pasaba un papel y sonreía-, parece que alguien pagó esto.
Jaime miró la breve nota manuscrita agregada al recibo.
-Pero ¿quién es esta persona? No reconozco este nombre.
-Pero, tú eres Jaime Rodríguez, ¿verdad? -preguntó ella.
-Es que, ¿quién pagaría mi cuenta, sin que yo siquiera lo conozca?

Leyó la nota de nuevo, más cuidadosamente esta vez, y encontró su respuesta. Decía: "Dios me ha estado hablando por años. Hoy me impresionó para enviar este dinero con el fin de ser aplicado a la cuenta de Jaime Rodríguez. Tengo el hábito de escuchar cuando Dios habla, así que yo sé que este joven necesita estos fondos". La nota no tenía firma.

El corazón de Jaime latió con más rapidez en su pecho. [Uau¡ Dios le dijo a esta persona exactamente cuánto debía en mi cuenta escolar! Entonces Jaime leyó el texto que el donante anónimo había escrito al pie de la cartita. "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falte conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Fil. 4:19).

¡Gracias, Señor -oró-, realmente hiciste un milagro para mí hoy! Gracias por tu fidelidad... y por ¡a fidelidad de este donante.

Nuestra actitud hacia Dios define qué clase de decisiones haremos. Las decisiones correctas son importantes (Prov. 3:5, 6), y los hábitos correctos son aún más importantes (2 Cor. 10:5; Luc. 4:16). Como mayordomos que vivimos en un mundo caótico que está ocupado en la indulgencia propia, donde la mayor parte de la gente está persiguiendo sus sueños materialistas, nuestros buenos hábitos se destacarán en agudo contraste con los de quienes nos rodean (Juan 14:23). ¿Tenemos el hábito de escuchar a Dios y de obedecer sus indicaciones?

Carlos Duhigg divide los hábitos en tres partes: i) el gatillo o la señal que pone el cerebro en modo automático para que ocurra la conducta; 2) la rutina, que es la conducta misma; y 3) la recompensa, un sentimiento con el que el cerebro goza. Esto constituye el "ciclo del hábito".1 Cuando el gatillo envía una señal, debe hacerse una decisión: permitir que la conducta ocurra o detenerla. Cuanto mayor sea la frecuencia de la decisión que permite la conducta, tanto más fácil es hacerla. Con cada repetición, el sendero de menor resistencia se hace cargo, y la conducta se vuelve cada vez más profundamente arraigada en los senderos neuronales del cerebro. El vínculo entre el contexto y la acción se fortalece por la repetición.

Por esto es tan difícil cambiar hábitos antiguos. Son parte de quien es usted (Sal. 119:56). Los hábitos nuevos son difíciles de establecer, pero no es imposible hacerlo. Pueden formarse "porque el cerebro está constantemente buscando maneras de ahorrar esfuerzos. Si queda libre a sus designios, el cerebro tratará de formar un hábito de cada rutina, porque los hábitos permiten que nuestra mente descanse más a menudo", dice Duhigg.2 Consideremos lo que él llama "hábitos fundamentales", porque influyen en la formación de otros hábitos.

BUSCAD PRIMERAMENTE A DIOS

El primer hábito que los mayordomos establecen en su vida es poner a Dios primero. Daniel "propuso en su corazón" (Dan. 1:8) y oró "como solía hacerlo" (6:10). Hizo una decisión y mantuvo una costumbre. Buscar a Dios primero, todo el tiempo, revela un estilo de vida: "[.1] en la ley de Jehová está su delicia y en su ley medita de día y de noche" (Sal. 1:2). Esta no es una actividad esporádica, sino constante. Dios mira para ver si lo buscamos (Sal. 53:2).

¿Qué nos hace buscar a Dios primero? Un ansia. "Las ansias son lo que impulsa los hábitos. Y darse cuenta de cómo encender la chispa de un ansia hace más fácil crear un hábito nuevo".3 Dejadas a sí mismas, las decisiones bien intencionadas no sobreviven a las ansias. Tomamos lo que el mundo ofrece, y Satanás arrebata nuestra alma. Ansiamos "el cielo en la tierra".

Jesús buscó la soledad para orar temprano en la mañana y, en otras ocasiones, toda la noche. Oró sobre la Cruz (Luc. 6:12; 23:46). Cuanto más tiempo pasaba con su Padre, tanto más sentía que lo necesitaba. Su discípulo Pedro nos dijo: "Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación" (1 Ped. 2:2). Tomamos y guardamos en la mente lo que produce el ansia. Como la del ciervo que brama por el agua y la del viajero que cruza el desierto sediento de agua (Sal. 42:1, 2; 63:1), esa sed de Dios produce el ansia. ¿Con cuánta fuerza deseamos o ansiamos buscar a Dios?

ESPERAR EL REGRESO DE JESÚS

Esperar el regreso de Jesús es un habito que vincula el contexto -la cercanía de su venida- con la acción: su gloriosa venida. Este hábito nos protege contra dejarnos distraer por los placeres del mundo (Tito 2:12,13). No sabemos el día ni la hora, pero sabemos que es pronto. Cada día nos lleva un día más cerca (Luc. 21:28-31). ¿Tenemos el hábito de esperar la segunda venida de Cristo? (Mat. 24:42-51; Mar. 13:34-37; 1 Tes. 5:6). Si soy un mayordomo que administra las posesiones de Dios, y él está próximo a regresar, entonces quiero estar listo y esperando ese glorioso evento.

Haga una lista de las señales de la venida de Jesús y fíjela en su mente. ¿Están sus libros sobre administración en orden, preparándolo para dar cuenta de lo hecho? ¿Está usted espiritualmente listo para ese día (Mat. 25)? Para este hábito mental, la señal son las posesiones de Dios, la rutina de velar y administrarlas adecuadamente, y la recompensa es estar con Jesús para siempre.

USO SABIO DEL TIEMPO

Dios creó el tiempo (Gén. i). Es un producto perecedero que podemos usar de cualquier manera que queramos, pero una vez que se fue no puede nunca ser recuperado. Es uno de los activos más importantes que los mayordomos tienen que manejar, y es mucho más valioso que el dinero. El sabio rey David dijo: "Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría" (Sal. 90:12). Contar nuestros días significa ser responsables de cómo usamos nuestro tiempo, un talento que Dios nos dio del cual tenemos un suministro limitado. "Nuestro tiempo pertenece a Dios. Cada momento es suyo, y nos hallamos bajo la más solemne obligación de aprovecharlo para su gloria. De ningún otro talento que él nos haya dado requerirá más estricta cuenta que de nuestro tiempo".4

Hacer un hábito de la administración de nuestro tiempo no ha recibido el énfasis que merece (Rom. 13:11). Los exhorto a desarrollar este hábito enfocándose en lo que es importante en esta vida y en la futura. Los hábitos no son máquinas que nuestra mente tiene en marcha en el vacío. Son evidencia de una mente activa que trabaja. "El tiempo es uno de los talentos importantes que Dios nos ha confiado y del cual nos pedirá cuenta. Malgastar el tiempo es malgastar el intelecto".5

Uno de los hábitos más importantes en la administración del tiempo es la observancia del sábado. El sábado es una señal del poder de Dios. Este trasciende al tiempo (Jos. 10:13; Isa. 38:8). Cuando guardamos el tiempo santo, mostramos que lo reconocemos como el Creador y Dueño de todo.

La manera en que consideramos el sábado se relaciona con nuestro reconocimiento de quién es el dueño de nuestras posesiones. "El diezmo es a nuestras posesiones como el sábado es al tiempo".6 El sábado es santo y el diezmo es santo. Para que el sábado llegue a ser un hábito espiritual (Heb. io:25), necesitamos establecer la señal, que es el día de preparación o la puesta del sol, y luego permitir que la rutina espiritual se desarrolle, por lo menos, asistiendo a la Escuela Sabática y al sermón. Como parte de nuestra adoración, llevamos una ofrenda. La recompensa es adorar con creyentes y un día de reposo espiritual que nos ayuda a mirar adelante, hacia el cielo (Isa. 66:23).

El vivir en un mundo donde la cultura empuja nuestras emociones para que gobiernen nuestro intelecto afectará nuestro uso del tiempo. Aunque las emociones son la energía que impulsa nuestro intelecto, no deberían gobernarlo (1 Cor. 2:16). La Escritura enseña que más bien el intelecto debe gobernar nuestras emociones (Jer. 11:20; Sal. 26:2; 1 Cor. 9:27). Para lograr esto, sabemos que el tiempo que tenemos para vivir es corto (Job 14:5) y limitado (Sal. 90:10,12), como una "neblina" (Sant. 4:14). La eternidad no es fácil de captar con solo nuestro intelecto humano. No podemos almacenarlo para el futuro ni apresurarlo. Pero el tiempo gobernado por el intelecto significa tiempo bien gastado que nunca estará perdido.

SALUD

La salud, como reza el dicho corriente, es algo que no apreciamos hasta que no lo tenemos. Nuestros hábitos de salud tienen mucho que ver con nuestra visióri de Dios, como cualquier otra posesión. La salud viene con una responsabilidad especial para el mayordomo. Hemos de presentarnos "como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (Rom. 12:1). "Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo" (1 Cor. 6:19).

Honrar a Dios es nuestro motivo para servirlo. "Nos debería inducir a mantener el cerebro, los huesos, los músculos y los nervios en la condición más sana, para que nuestra fuerza física y nuestra claridad mental nos hagan mayordomos fieles. Si se da al interés egoísta ocasión de actuar, atrofia la mente y endurece el corazón; si se le permite que gobierne, destruye el poder moral. Entonces se produce el chasco".7

Debemos comprender la relación que tiene la mente con el cuerpo. "Satanás es el originador de la enfermedad; y el médico lucha contra su obra y poder. Por doquiera prevalece la enfermedad mental. Los nueve décimos de las enfermedades que sufren los hombres tienen su fundamento en esto".8 Aquello que alimenta nuestras mentes afectará la manera en que funciona nuestro cuerpo.

Tal vez haya oído hablar acerca de cinco Zonas Azules en el mundo. La gente en las Zonas Azules vive, en promedio, una década más que el resto de la población, por causa de un estilo de vida saludable para la mente y el cuerpo. No es solo un hábito, sino una manera de vivir. Loma Linda, California, es la única Zona Azul en los Estados Unidos de Norteamérica.9 No es una coincidencia que el estilo de vida de esa ciudad predominantemente adventista del séptimo día dé forma a su testimonio al mundo. Es imperativo que, si "coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Cor. 10:31).

DOMINIO PROPIO

Alguien dijo una vez que el dominio propio ocurre cuando nuestro corazón nos dice que hagamos algo y nosotros no le contestamos. Estamos en una gran lucha por el dominio del yo (Rom. 7:15-20). El dominio propio, o disciplina propia, adiestra la voluntad y refina el carácter, al reflejar a Cristo (2 Cor. 7:1). La disciplina es para el mayordomo cristiano lo que el entrenamiento para el corredor pedestre o el boxeador (1 Cor. 9:26,27). El filósofo del mundo de los negocios Jim Rohn declaró: "Debemos todos sufrir una de dos cosas: el dolor de la disciplina, o el dolor del lamento y del chasco". Cristo es nuestro ejemplo en esto. En el Getsemaní, Jesús transformó la lucha del dominio propio en el mayor don alguna vez dado (2 Ped. 1:4-7). Cuando reconocemos, por medio de Cristo, una debilidad espiritual, el dominio propio nos ayuda a introducir una rutina de hacer lo que es correcto. La recompensa es una mejora personal del caminar con Dios por fe.

¿Estamos dispuestos a hacer de la disciplina un hábito? "El mayordomo cristiano ya no es un siervo, sino un amigo y un hermano de su Señor. Es un embajador al universo, de buena voluntad, libre. Ha contado la historia del amor redentor a los hombres; ahora la cuenta a los ángeles".101 Charles Duhigg, "Habits: HowThey Form and How to Break Them", National Public Radio (5 de marzo de 2012. http://www.npr.org/2012/03/05/147192599/ habits-how-they-form-and-how-to-break-them).



2 Charles Duhigg, The Power ofHabit (Nueva York: Random House, 2012), pp. 17,18.

3Ibíd., p. 59.

4 Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), p. 277.

5 White, Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 163.

6 Pete Wilson, Founding and sénior pastor of Cross Point Church, Nashville, TN, una declaración expresada en una presentación hecha en la Conferencia de Mayordomía Dave Ramsey, 18 de mayo de 2016.

7White, Mensajes para los jóvenes (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2002), p. 148.

8White, Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 419.

9 Dan Buettner, The Blue Zones, 2a ed. (Wáshington, D.C.: National Geo-graphic Society, 2012).

10Walter M. Starsky, Principies ofChristian Stewardship, p. 326.

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