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SALVACIÓN Y ESPERANZA - Libro Complementario - Lección 4


SALVACIÓN Y ESPERANZA

En este capítulo estudiaremos un poco los temas de la Trinidad y la seguridad de nuestra salvación.
Veremos el terrible precio que le costó a la Trinidad salvarnos y darnos esperanza para el presente
y el futuro.

La Trinidad

La Trinidad es eterna. Nunca tuvo un comienzo. Nunca hubo un momento en el que no estuviera
enterada del gran conflicto cósmico que se avecinaba. Por lo tanto, nunca hubo un tiempo en el que
no supiera de la terrible angustia, del trato criminal por parte de seres humanos malvados y el
enorme peso del pecado humano que aplastaría la vida de Cristo. Pero cuando el pecado entró en el
universo, la Trinidad activó el plan de contingencia que había ideado, a pesar del enorme precio
que tendría que pagar: Jesús se haría uno de nosotros para salvarnos del pecado.

Se necesitaba que Dios se hiciera humano para salvar a los seres humanos Cuando Dios se hizo hombre, se unieron dos naturalezas. La divinidad de Dios y la humanidad de la raza humana crearon a un Dios humano único, como ningún otro individuo en el universo. Nunca, ni antes ni después,
existirá alguien como Jesucristo. Él se convirtió en un bebé y permaneció en el vientre de María
durante nueve meses, para luego nacer. Los seres humanos jamás entenderemos este misterio divino.

Nuestra total incapacidad para comprender este misterio se asemeja a una hormiga que intenta
comprender las teorías de la relatividad de Einstein. Es imposible. Aunque sin pecado, Cristo se
hizo un ser humano, vivió una vida humana, desarrolló un perfecto carácter humano y se ofreció como sacrificio perfecto. Su humanidad le permitió comprender la experiencia humana y empatizar con un mundo de sufrimiento (Heb. 4: 14-16; 5: 7-9).

La salvación en el Antiguo y el Nuevo Testamento

Aunque el sacrificio de Cristo tuvo lugar durante los tiempos del Nuevo Testamento, el poder
perdonador y salvífico de Dios estuvo disponible desde el principio de la historia humana y ha
continuado desde entonces (Miq. 7: 18, 19; ver Isa. 61: 10). Esto significa que el Dios de la ley
en el Antiguo Testamento no es diferente al Dios de la gracia en el Nuevo Testamento, ya que la
salvación siempre ha incluido el perdón por la transgresión de la ley cada vez que ha sido
necesario a lo largo de la historia. Esto se llama misericordia. No es de extrañar, entonces, que
el Dios del Antiguo Testamento haya sido llamado el Dios de la misericordia (Éxo. 34: 6, 7; Sal.
86: 15; Joel 2: 13).

Aunque los sacrificios en el Antiguo Pacto no podían borrar los pecados o violaciones de la ley (1
Juan 3: 4), el Salvador sí podía hacerlo (Heb. 10: 1-14). «Cuanto está lejos el oriente del
occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal. 103: 12), porque él es «un Dios
perdonador» (Sal. 99: 8; ver Jer. 50: 20; Eze. 18: 22). Él trata los pecados de la misma manera en
ambos pactos, basándose en el pago futuro o pasado que hizo por los pecados en el Calvario (Isa.
53: 5).

El plan de salvación es entonces el mismo a lo largo de la historia, debido a que Dios no cambia:
“Desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios”; “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los
siglos” (Sal. 90: 2, NTV; Heb. 13: 8; ver Mal. 3: 6). El evangelio fue predicado a Abraham (Gál. 3:
8) y a la nación de Israel (Heb. 4: 6) y es llamado el “evangelio eterno” (Apoc. 14: 6).

Pero ¿por qué Jesucristo, el “Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo” (Apoc. 13:
8, NVI), tenía que morir? Porque “la paga del pecado es muerte” (Rom. 6: 23). Si Cristo murió por
nuestra transgresión de la ley, pero el pecado hubiera podido ser expiado de cualquier otra forma,
entonces la muerte de Cristo hubiese sido un gran error.

La vida humana de Cristo
Ningún ser humano ha tenido que cumplir una misión tan difícil como la de Cristo: un solo pecado
habría frustrado las esperanzas de salvación de toda la humanidad y lo habría separado para siempre
de la Divinidad. Mientras él llevaba a cabo su misión en la Tierra, los líderes judíos conspiraban
para apresarlo y matarlo. Pero sobre todo, Satanás y sus demonios nunca dejaron de acosarlo. A pesar de ello, Cristo vino a vivir como humano de la forma más humilde posible con el propósito de identificarse con el peor de los pecadores y el más desesperado de los adictos.

El Getsemaní

Durante la mayor parte de su vida, Jesús supo que tenía que morir, y eso le causaba gran preocupación. “De un bautismo tengo que ser bautizado. ¡Y cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Luc. 12: 50). Cuando estaba en Getsemaní, Cristo sintió “que el pecado lo estaba separando de su Padre. La sima era tan ancha, negra y profunda que su espíritu se estremecía ante ella. No debía ejercer su poder divino para escapar de esa agonía. Como hombre, debía sufrir las consecuencias del pecado del hombre. Como hombre, debía soportar la ira de Dios contra la transgresión”.1

“Satanás le decía que, si se hacía garante de un mundo pecaminoso, la separación sería eterna”.2 Sufrió una “agonía sobrehumana … agotado …” «fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra»”.3 “La humanidad del Hijo de Dios temblaba en esa hora penosa”.4

Las oraciones de Cristo en el Getsemaní expresan su horror y profunda angustia como nunca. El Portador del Pecado le rogó a su Padre que, si era posible, lo liberara de su misión. Estaba muy entristecido y angustiado, y exclamó: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”. Luego avanzó un poco y cayó a tierra, lo que mostraba que la angustia que llevaba era abrumadora (Mar. 14: 33-35). Tres veces dudó de su misión (vers. 34-41), pero agregó tres veces: “Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mat. 26: 39, 42, 44; ver Mar. 14: 36; Luc. 22: 42). Él había venido a hacer la voluntad de su Padre (Heb. 10: 5-7). Elena G. de White dice que Cristo decidió que salvaría “al hombre, sea cual fuere el costo”.5

Juicios

Nadie ha sido tratado de forma tan horrible como nuestro Salvador. En su juicio ante Anás, “Cristo sufrió intensamente bajo los ultrajes y los insultos. En manos de los seres a quienes había creado y en favor de los cuales estaba haciendo un sacrificio infinito, recibió toda indignidad ... El ser interrogado por hombres que obraban como demonios, le era un continuo sacrificio. El estar rodeado por seres humanos bajo el dominio de Satanás le repugnaba. Y sabía que, en un momento, con un fulgor de su
poder divino podía postrar en el polvo a sus crueles atormentadores. Esto le hacía tanto más
difícil soportar la prueba”.6

“El Sanedrín había declarado a Jesús digno de muerte; pero era contrario a la ley judaica juzgar a
un preso de noche. Un fallo legal no podía pronunciarse sino a la luz del día y ante una sesión
plenaria del concilio. No obstante, esto, el Salvador fue tratado como criminal condenado, y
entregado para ser ultrajado por los más bajos y viles de la especie humana. ... Mientras estaba en
la sala de guardia aguardando su juicio legal, no estaba protegido. El populacho ignorante había
visto la crueldad con que había sido tratado ante el concilio, y por tanto se tomó la libertad de
manifestar todos los elementos satánicos de su naturaleza. La misma nobleza y el porte divino de
Cristo lo enfurecían. Su mansedumbre, su inocencia y su majestuosa paciencia, lo llenaban de un
odio satánico. Pisoteaba la misericordia y la justicia. Nunca fue tratado un criminal en forma tan
inhumana como lo fue el Hijo de Dios”.7

Luego, en la corte de Herodes, Cristo permaneció callado ante sus exigencias de que probara su
divinidad. Con una rabia apasionada, Herodes le gritaba:

“«Si eres un impostor (o no estás dispuesto a demostrar tu divinidad), la muerte en sus manos (de
la multitud) es lo único que mereces; si eres el Hijo de Dios, sálvate haciendo un milagro». Apenas
fueron pronunciadas estas palabras la turba se lanzó hacia Cristo. Como fieras se precipitaron
sobre su presa. Jesús fue arrastrado de aquí para allá, y Herodes se unió al populacho en sus
esfuerzos por humillar al Hijo de Dios. Si los soldados romanos no hubieran intervenido y rechazado
a la turba enfurecida, el Salvador habría sido despedazado”.8

Finalmente, de regreso frente a Pilato, “Jesús fue tomado, extenuado de cansancio y cubierto de
heridas, y fue azotado a la vista de la muchedumbre”.9 Entonces, los soldados lo vistieron “de
púrpura; y poniéndole una corona tejida de espinas, comenzaron luego a saludarle: ¡Salve, Rey de los judíos!” (Mar. 15: 17, 18, RVA). Lo escupieron. “Una multitud enfurecida” rodeaba al Salvador. “Las burlas y los escarnios”  dominaban el ambiente, además de “groseros juramentos de blasfemia”. El “humilde nacimiento y vida” de Cristo y su «pretensión de ser Hijo de Dios» eran motivos de burla, “y la broma obscena y el escarnio insultante ... (pasaban) de labio a labio”.10

En medio de sus terribles pruebas, e incluso antes, Cristo fue “burlado y rechazado. Allí (en Jerusalén) las ondas de la misericordia, que volvían aun con fuerza siempre mayor, habían sido rechazadas por corazones tan duros como una roca”.11 Él permitió que Satanás y sus demonios tuvieran la libertad de hostigarlo, burlarse y asesinarlo. Mientras un caudal de amor fluía de Cristo, el odio total controlaba al diablo y a sus desalmados demonios. Estos atributos revelan y exponen vívidamente los lados opuestos de la controversia cósmica. Oh, ¡qué maravilloso Salvador tenemos, dispuesto a someterse a tales pruebas por nosotros!

El Calvario

Después de haber sido condenado a la crucifixión, Cristo fue clavado en una cruz que fue luego introducida violentamente en un agujero en el suelo, rasgando su carne y produciéndole un dolor insoportable. Su espalda lacerada y al rojo vivo después de los azotes que había recibido, lucía cubierta en sangre cuando se inclinó hacia adelante para respirar en la cruz, para luego volver a caer sobre la madera rugosa (Mat. 27: 26). Él colgó de la cruz para salvar a todos los seres humanos, incluyendo a los desalmados que lo torturaron (1 Juan 2: 2). Él colgó de la cruz para perdonarnos a todos, incluyéndolo a usted y a mí. ¡Qué Dios tan maravilloso!

Él colgó de la cruz con un dolor inhumano, pero más allá del terrible dolor físico, pesaba enormemente sobre él la culpabilidad del mundo en su mente y corazón sin pecado. Nunca los seres creados comprenderán la magnitud de la culpa que él llevó por nosotros: “El cielo contempló con pesar y asombro a Cristo colgado de la cruz, mientras la sangre fluía de sus sienes heridas ... Su jadeante aliento se fue haciendo más rápido y más profundo, mientras su alma agonizaba bajo la carga de los pecados del mundo”.12 El cargó con nuestras culpas.

A él le costó todo salvarnos. El precio del pecado fue tan grande, que desconectó a la Trinidad: el que no conoció pecado se convirtió en pecado por nosotros (2 Cor. 5: 21), porque el pecado separa (Isa. 59: 2). Por eso fue por lo que Cristo clamó en alta voz en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27: 46).

 Pero Dios no había abandonado a Cristo en la cruz. El peso abrumador delpecado lo había separado del Padre y del Espíritu Santo. El Padre y el Espíritu Santo estaban afligidos por el sufrimiento extremo de Cristo en sus últimos días. Sus corazones estaban embargados de angustia por su agonía. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5: 19).

El Cristo sin pecado no solo sufrió como un pecador que estaba perdido, sino como todos los
pecadores. Él tomó el lugar de los miles de millones de seres humanos que han vivido y vivirán a lo
largo de la historia humana. No solo un pecado, sino miles de millones de pecados. Todos los
pecados de la historia de la humanidad pesaron sobre sus hombros, así que él sintió lo que es estar
irremediablemente perdido.

Las horas transcurrían lentamente mientras Jesús colgaba impotente en la cruz. Finalmente, clamó:
“¡Consumado es!” (Juan 19: 30). ¡Qué exclamación! Luego de una ardua batalla de muchos años, ¡su
misión había sido completada! ¡Cristo había vencido! Su victoria afectó a todos los seres creados
en el universo: «El clamor "Consumado es" tuvo profundo significado para los ángeles y los mundos
que no habían caído. La gran obra de la redención se realizó tanto para ellos como para nosotros.
Ellos comparten con nosotros los frutos de la victoria de Cristo».13 Oh, ¡qué amor incomparable!
¡Es imposible no amarlo eternamente!

Pero la historia de la redención no termina con la muerte de Jesús. ¡Cristo resucitó de entre los
muertos! Él había dicho: “Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de
mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10: 17, 18).
Fue su decisión morir por los seres humanos y resucitar para interceder por ellos en el santuario
celestial.

Cristo prometió el Espíritu Santo

Cristo prometió que luego de su ascensión, «otro Consolador» vendría para estar con los discípulos
(Juan 14: 16). Este Consolador, también llamado «Abogado Defensor» (NTV) o «Consejero» (PDT), es el Espíritu Santo, que es más que una influencia. De hecho, es “la tercera persona de la Divinidad”,
así como Cristo es la segunda persona de la Deidad.14 El Espíritu Santo es una persona con un rol
específico que cumplir en el conflicto cósmico, así como Cristo también tenía su rol específico en
la Divinidad. “El Espíritu Santo es el representante de Cristo, pero despojado de la personalidad
humana e independiente de ella. Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuera al Padre y enviara el Espíritu como su sucesor en la tierra”.15 Analicemos esta declaración:

1.    Cristo y el Espíritu Santo son dos personas diferentes.
2.    Ambos forman parte de la Divinidad.
3. Una de las funciones del Espíritu Santo desde el Pentecostés es representar a Cristo y ser su
sucesor entre nosotros.
4.    El Espíritu Santo también hace a Cristo Omnipresente en la tierra.
5.    Pero el Espíritu Santo no añade a la obra salvadora de Cristo.
6. Esto se debe a que el Espíritu Santo aplica la obra expiatoria de Cristo a las vidas de los
seguidores de Jesús (Rom. 8:11,14).
7. El Espíritu Santo convence al mundo de pecado, justicia y juicio. Guía a los seres humanos hacia
toda verdad, basada en la Escritura, la cual inspiró (Juan 16:8-13; 2 Ped. 1: 21).
8. Solo hay un Salvador, Jesucristo, aunque todos los miembros de la Divinidad aman al mundo, y
cada uno contribuye al plan de salvación.
9.   Así como Cristo trajo gloria al Padre, el Espíritu Santo trae gloria a Cristo, y el Padre trae
gloria a Cristo (Juan 17: 4; 16:14; 17:1,22, 24).

El rol de la tercera persona de la Divinidad es representar y ser el sucesor de Cristo [la segunda
persona de la Divinidad] en la tierra. Esto debido a que Cristo ascendió al Santuario Celestial
para ministrar en nuestro nombre, lo cual discutiremos en el próximo capítulo.

El evangelio

Este estudio del sacrificio de Cristo nos ayuda a tener una idea de lo que él experimentó para poder salvarnos. Dos versículos en especial resumen su oferta de salvación. Aceptar su regalo nos asegura la vida eterna, paz en el presente y esperanza para el futuro. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mat. 11: 28-30). El segundo es: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; ... separados de mí nada podéis hacer”
(Juan 15: 4, 5).



1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 74, p. 652.
2. Oíd., p. 653.
3. lbíd., p. 655.
4. lbíd., p. 656.
5. lbíd.
6. lbíd., cap. 75, p. 663.
7. Iba., p. 670.
8. Ibíd., 692, 693.
9. lbíd., p. 695.
10. lbíd., p. 696.
11. lbíd., cap. 87, pp. 785, 786.
12. Ibid., cap. 79, p. 721.
13. Ibíd., p. 719.
14. ibíd., cap. 73, pp. 640, 641.
15. Ibíd., p. 638.


















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