Lunes 30 de abril: El cordero de Dios
Al rodearle [a Jesús] la gloria de Dios y oírse la \oz del cielo, Juan reconoció la señal que Dios le había prometido. Sabía que era al Redentor del mundo a quien había bautizado. El Espíritu Santo descendió sobre él, y extendiendo la mano, señaló a Jesús y exclamó: "I le aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
Nadie de entre los oyentes, ni aun el que las pronunció, discernió el verdadero significado de estas palabras, “el Cordero de Dios”. Sobre el monte Moría, Abraham había oído la pregunta de su hijo: “Padre mío. ¿Dónde está el cordero para el holocausto?” El padre contestó “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío” (Génesis 22:7, 8). Y en el carnero divinamente provisto en lugar de Isaac, Abraham vio un símbolo de Aquel que había de morir por los pecados de los hombres. El Espíritu Santo, mediante Isaías, repitiendo la ilustración, profetizó del Salvador: “Como cordero fue llevado al matadero”. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6. 7): pero los hijos de Israel no habían comprendido la lección. Muchos de ellos consideraban los sa- crificios de una manera muy semejante a la forma en que miraban sus sacrificios los paganos, como dones por cuyo medio podían propiciar a la Divinidad. Dios deseaba enseñarles que el don que los reconcilia con él proviene de su amor (El Deseado de todas las gentes, p. 87).
El ceremonial de los sacrificios que había señalado a Cristo pasó pero los ojos de los hombres fueron dirigidos al verdadero sacrificio por los pecados del mundo...
“Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25) Aunque el ministerio había de ser trasladado del templo terrenal al celestial, aunque el Santuario y nuestro gran Sumo Sacerdote fuesen invisibles para los ojos humanos, los discípulos no habían de sufrir perdida por ello. No sufrirían interrupción en su comunión, ni disminución de poder por causa de la ausencia del Salvador. Mientras Jesús ministra en el Santuario celestial, es siempre por su Espíritu el ministro de la iglesia en la tierra. Está oculto a la vista, pero se cumple la pro- mesa que hiciera al partir: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20) Aunque delega su poder a ministros inferiores, su presencia vivificadora está todavía con su iglesia (El Deseado de todas las gentes, p. 138).
Nuestro precioso Redentor está delante del Padre como nuestro intercesor... Los que quieran alcanzar la norma divina, escudriñen por si mismos las Escrituras para que tengan un conocimiento de la vida de Cristo y la comprensión de su misión y obra. Contémplenlo como a su Abogado, que está dentro del velo, teniendo en su mano el incensario Je oro, del cual asciende a Dios el santo incienso de los méritos de su justicia en favor de los que oran a él. Si ellos pudieran contemplarlo, experimentarían la seguridad de que tienen un Abogado poderoso y celestiales, y que su caso está ganado ante el trono de Dios (A fin de conocerle, p. 77).
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