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"Yo Hago Nuevas Todas Las Cosas" - Libro Complementario - Lección 13

CAPÍTULO 13

"Yo hago nuevas todas las cosas"

Finalmente, llegamos a la conclusión, o más bien, al nuevo comienzo del mundo como era el plan que fuera. La conclusión del Apocalipsis es la culminación de la historia del mundo.

La cena de bodas del Cordero

En Apocalipsis 19, la cena de bodas refleja las antiguas prácticas judías en los casamientos. El novio en perspectiva iba a la casa del padre de la novia pretendida para el compromiso matrimonial. Después de que el novio hubo pagado la dote, el novio y la novia se consideraban legalmente casados, aunque todavía no podían vivir juntos. El novio, entonces, retornaba a la casa de su padre para preparar el lugar donde vivirían él y la novia. La novia quedaba en la casa de su padre a fin de prepararse para la boda. Cuando las preparaciones estaban completadas, el novio volvía a la casa del padre de la novia, y se realizaba la fiesta de bodas. Después de eso, él llevaba a la novia al lugar que había preparado, y allí vivían juntos.

De manera similar, Cristo dejó la casa de su Padre en el cielo con el fin de venir a la Tierra para el compromiso con su novia, la iglesia. Después de pagar la dote con su vida en el Calvario, regresó a la casa de su Padre con el propósito de preparar el lugar para su novia. Prometió volver y tomar a la novia para sí (Juan 14:2,3). Su novia permaneció en la Tierra, preparándose. Al final de la historia, Cristo volverá, y la boda por largo tiempo esperada se realizará. El finalmente se unirá con su novia, la iglesia, y la llevará a la casa de su Padre.

Durante este período, su pueblo se prepara para ese evento por tanto tiempo esperado. De acuerdo con Pablo, cuando Cristo venga, él desea ver que su iglesia no tenga "[...] mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que [sea] santa y sin mancha" (Efe. 5:27). Aquí, en Apocalipsis 19:7 y 8, la novia de Cristo está lista para la boda. Ella está vestida "de lino fino, resplandeciente y brillante" (vers. 8). Su vestimenta contrasta agudamente con el vestido lujoso de púrpura y escarlata que adorna a la Babilonia prostituta (Apoc. 17:4). El pueblo de Dios se ha mantenido sin contaminarse con la impureza de Babilonia y es completamente fiel a Cristo. Ahora participa en la cena de bodas del Cordero.

La vestimenta de la novia de Cristo representa las "acciones justas de los santos" (Apoc. 19:8). Sin embargo, esto no significa que el pueblo de Dios debe vestirse con sus propias acciones. El texto declara que a la novia "se le dio" lino fino y brillante para vestirse, que representa las acciones justas (vers. 8). En otras partes Apocalipsis, Cristo suministra mantos al pueblo de Dios (Apoc. 3:18; 6:11), que se lavan en la sangre del Cordero (Apoc. 7:14; 22:14).

La novia que se prepara ilustra tanto la responsabilidad humana como la actividad divina en las vidas humanas. Pablo señala la relación entre ambas: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12, 13). Las acciones justas del pueblo de Dios son el resultado de la actividad divina en su vida (Isa. 61:10).

En este punto, es importante recordar que Apocalipsis 19 no describe las verdaderas bodas del Cordero; solo anuncia que el tiempo para el evento por largo tiempo esperado finalmente ha llegado. El evento de las bodas ocurrirá cuando el pueblo de Dios esté en la Nueva Jerusalén, mencionada como "la novia, la esposa del Cordero" (Apoc. 21:9). La Nueva Jerusalén y el pueblo de Dios son considerados idénticos porque en esa ciudad el pueblo de Dios finalmente se unirá con su Señor por la eternidad.

Termina Armagedón
De regreso en la Tierra, ha llegado el tiempo para que la confederación satánica reciba su merecido juicio. Juan ve a un ángel que llama a gran voz a las aves del cielo, que se junten para comer la carne de los ejércitos de la tierra, "la gran cena de Dios" (Apoc. 19:17). Esto contrasta agudamente con la invitación anterior a la cena de bodas del Cordero (vers. 9). Los llamados a la cena de bodas del Cordero son bendecidos, mientras que los no arrepentidos son amenazados con llegar a ser la horrible cena de estas aves. A los lectores de Apocalipsis se les ofrece una elección: o aceptan la invitación a la cena de bodas del Cordero o a estar entre los adversarios de Cristo, que serán devorados por las aves de rapiña.

El menú de las aves carroñeras incluye a personas de todo nivel sociopolítico: reyes, comandantes de miles, personas fuertes, caballos y sus jinetes, libres y esclavos; los pequeños y los grandes (vers. 18). Todas estas personas recibieron la marca de la bestia (Apoc. 13:16) y se pusieron del lado de Babilonia en la batalla final. Se los pinta en la escena del sexto sello como "los reyes de la tierra y los magistrados y los comandantes militares y los ricos y los poderosos y todo esclavo y todo libre" que está tratando de esconderse de Dios y del Cordero (Apoc. 6:15-17). El paralelo entre los dos pasajes muestra que la destrucción de los impíos ocurre en el contexto de la Segunda Venida.

Juan ve ahora la confederación mundial de poderes políticos pelear contra Cristo y sus santos (Apoc. 19:19). En ese punto, aparece Cristo, y derrota completamente la confederación global. Su venida en gloria y poder destruye la confederación política.
Apocalipsis 6:15 al 17 muestra que los reyes y los poderosos corren en pánico y tratan de esconderse de la ira del Cordero. Además, dos miembros del triunvirato satánico -la bestia del mar y la bestia de la tierra- son capturados y echados en el lago de fuego (Apoc. 19:20). El lago de fuego no es un infierno que arde para siempre, sino una descripción de la Tierra mientras es destruida por fuego. Aquí está la conclusión definitiva de la rebelión contra Dios, la misma que en Apocalipsis 20:14.

El resto de la gente muere con la espada que procede de la boca de Cristo. Como afirma Pablo, ellos son destruidos por la gloria del poder de Cristo (2 Tes. 1:8-10). Toda la Tierra parece ahora un campo de batalla, llena de cuerpos muertos. Esta horrenda escena concluye con la declaración de que "todas las aves se saciaron con la carne de ellos" (Apoc. 19:21). La derrota de la confederación mundial rebelde será final y completa.

La descripción de la batalla de Armagedón, comenzada en Apocalipsis 16, está ahora completa. Babilonia es vencida cuando los dos aliados de Satanás son arrojados al lago de fuego.

Aquellos que apoyaron a Babilonia son muertos y esperan el Juicio Final. El único ser que queda sobre la Tierra es Satanás, quien espera su destino como se describe en Apocalipsis 20.

El milenio (20:1-10)

La batalla de Armagedón resulta en la desolación y la despoblación de la Tierra. Los vientos destructores de las siete últimas plagas han causado mucha destrucción y han convertido la Tierra en un desierto árido (Apoc. 7:1). Según lo describe Elena de White, toda la Tierra parece "un desierto desolado. Las ruinas de las ciudades y las aldeas destruidas por el terremoto, los árboles desarraigados y las filosas rocas despedidas por el mar o arrojadas de la misma Tierra yacen esparcidas por la superficie de esta, al paso que grandes cavernas señalan el sitio donde las montañas fueron desgarradas desde sus cimientos".1 La venida de Cristo trae la destrucción de los malvados, y sus cuerpos cubren la Tierra entera. La condición de la Tierra es muy similar a la de la Tierra en su forma caótica antes de la Creación (cf. Gén. 1:2). En tal estado, este planeta llega a ser el lugar del encarcelamiento de Satanás durante los mil años, hasta que él reciba su castigo final en el lago de fuego (Apoc. 20:10).

Entretanto, los santos glorificados se sientan sobre tronos y están autorizados para juzgar. Aunque el texto no afirma explícitamente dónde están los redimidos resucitados durante el milenio, Apocalipsis 7:9 al 17 y 19:1 al 10 muestran que están en el cielo. Anteriormente, Juan usó un lenguaje que corresponde a las costumbres hebreas de las bodas para describir el regreso de Jesús a la Tierra (Apoc. 19:7-9). Después del compromiso con su novia, él regresó a la casa de su Padre en el cielo a fin de preparar un lugar para su pueblo. Después de preparar este lugar, Cristo volverá para llevar a su pueblo a su hogar celestial (Juan 14:3). Pedro también habla acerca de esta herencia imperecedera reservada para el pueblo de Dios en el cielo (ver 1 Ped. 1:4). Todo esto muestra que el pueblo de Dios pasará el milenio en el lugar celestial preparado para él por Cristo.

El juicio ejercido por los santos durante el milenio tiene que ver con la pregunta que levantó Satanás al comienzo del Gran Conflicto con respecto a la equidad de las acciones de Dios en el Universo. Desde el principio, Satanás ha cultivado dudas con respecto al carácter de Dios y su trato con la humanidad. Durante el proceso, Dios "aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones" (1 Cor. 4:5). Los santos redimidos también estarán capacitados para encontrar respuestas a preguntas sobre la conducción de Dios en su vida personal.

La Tierra Nueva (21:1-8)
La descripción del mundo nuevo en Apocalipsis 21 y 22 se da en el lenguaje de Génesis 1 al 3. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gén. 1:1). En la Tierra recién creada, Dios les dio a Adán y a Eva el Jardín del Edén. Sin embargo, con la llegada del pecado, el Edén se perdió. La Tierra quedó sujeta a la corrupción y la decadencia (Rom. 8:19-22). El dolor, las lágrimas y la muerte ocuparon el lugar del gozo, la felicidad y la vida.

Pero Dios prometió: "Yo crearé nuevos cielos y nueva tierra. De lo pasado no habrá memoria, ni vendrá al pensamiento" (Isa. 65:17). En Apocalipsis 21 y 22, esta promesa se cumple cuando Dios restaura el Jardín del Edén. Todo lo que se había perdido por causa del pecado se restaura ahora por medio de Jesucristo. De tal forma, el plan original de Dios para la raza humana se cumple finalmente.

La presencia de Dios garantiza una vida libre de dolor y muerte para su pueblo en la Tierra restaurada. Con la destrucción del pecado, la presencia de Dios entre su pueblo sobre la Tierra ha sido restablecida. Esta presencia se cumple cundo la Nueva Jerusalén "desciende del cielo de Dios" (Apoc. 21:2). El descenso de la Santa Ciudad ocurre al final del milenio (Apoc. 20:7-9). El hecho de que viene del cielo muestra que la ciudad no es una Jerusalén reconstruida en Palestina, sino una ciudad celestial diseñada y construida por Dios (Heb. 11:10).

No hay templo en la Nueva Jerusalén porque la presencia de Dios hace de la ciudad el templo de la Tierra Nueva (Apoc. 21:22). El templo simbolizaba la presencia de Dios entre su pueblo (Éxo. 25:8; 29:45; Lev. 26:11, 12); pero por causa de la infidelidad de Israel, Dios quitó su presencia de él (Mat. 23:37, 38). No obstante, Dios prometió que él haría su morada una vez más con su pueblo y sería su Dios, y que ellos serían su pueblo (Eze. 37:27). La Nueva Jerusalén no necesita un símbolo de la presencia de Dios, por cuanto su presencia será real en la ciudad.

La presencia permanente de Dios define la vida de su pueblo en la Tierra Nueva. Apocalipsis describe la vida sobre la Tierra Nueva en términos de lo que estará ausente: no más lágrimas, muerte, tristeza, llanto ni dolor (Apoc. 21:4; cf. Apoc. 7:15-17). Todas estas cosas son consecuencias del pecado, que ya no existe más, porque "las primeras cosas han pasado" (Apoc. 21:4).

En este punto, hay una proclama desde el Trono de Dios: "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" (vers. 5). Esta declaración es reafirmada por la sentencia: "Estas palabras son fieles y verdaderas" (vers. 5). Son tan fieles y verdaderas como Dios es fiel y verdadero. La promesa de una vida libre del pecado y del sufrimiento viene de Dios, quien es "el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último". Esta afirmación comienza y concluye el libro (Apoc. 1:8; 22:13). Así como Dios en el principio creó el mundo de la nada, así, al final de la historia, él lo restaura a su estado original.

El exterior de la Nueva Jerusalén (21:10-21a)
La referencia a "un monte grande y alto" (Apoc. 21:10) sugiere, hablando figuradamente, que todo lo que se relaciona con la Nueva Jerusalén trasciende a Babilonia. Reconstruir una ciudad sobre el montículo de una ciudad previamente destruida era una práctica bien conocida en los tiempos antiguos (Jos. 11:23; Jer. 30:18).2 Esta escena aparece para afirmar el triunfo definitivo sobre el sistema apóstata del tiempo del fin (ver Isa. 2:2).

La ciudad irradia la gloria de Dios y le parece a Juan como una piedra de jaspe resplandeciente como el cristal (Apoc. 21:11). La Nueva Jerusalén está rodeada por un alto muro con tres puertas en cada uno de sus cuatro lados y ángeles junto a ellas (vers. 12, 13; cf. Eze. 40:5; 48:30-35). Las puertas en cada costado permiten la entrada desde todas direcciones. Jesús predijo que muchos vendrían del este, del oeste, del norte y del sur para sentarse a la mesa en el Reino de Dios (ver Luc. 13:29). Esta predicción se cumple en la Nueva Jerusalén, donde todos tienen acceso ilimitado a la presencia de Dios.

Las puertas de la Nueva Jerusalén están hechas de enormes perlas (Apoc. 21:21). Como en la visión de Ezequiel (Eze. 48:30-35), los nombres de las doce tribus de Israel están inscritos en ellas (Apoc. 21:12). La Nueva Jerusalén tiene doce cimientos decorados con piedras preciosas, similares al pectoral del sumo sacerdote (Éxo. 28:17-20). Pero, estas piedras tienen grabadas en ellas los nombres de los doce apóstoles, en lugar de las doce tribus. Esta combinación simboliza la unión y la solidaridad entre pueblo de Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento en la Nueva Jerusalén.

De manera significativa, la forma cúbica de la Nueva Jerusalén es similar a la forma cúbica del Lugar Santísimo del Templo del Antiguo Testamento (1 Rey. 6:20). En el Santuario terrenal, el Lugar Santísimo albergaba el Arca del Pacto, que representaba el Trono de Dios. El Trono de Dios y del Cordero está ubicado en la Nueva Jerusalén (Apoc. 22:3). Jeremías profetizó que, en la era mesiánica, la gente no hablaría acerca del Arca del Pacto porque Jerusalén sería llamada "el Trono de Jehová" (Jer. 3:17). En el Templo terrenal, solo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo para encontrarse con Dios; pero en la Nueva Jerusalén, este privilegio se otorga a todos los redimidos (Apoc. 22:3, 4).

El interior de la ciudad (21:21b-22:5)
La visión de la Santa Ciudad concluye con un río de la vida, que fluye del Trono de Dios y del Cordero (Apoc. 22:1). I sio recuerda el río que fluía desde el Edén, que regaba el Jardín y lo hacía fructífero (Gen. 2:10). I .os profetas del Antiguo Testamento .i menudo hablaron del río de aguas vivas que fluía del Templo restaurado en Jerusalén y que daba vida a todo (Eze. 47:1-12; Joel 3:18; Zac. 14:8).

Sobre las márgenes del río está el árbol de la vida (Apoc. 22:2). El árbol de la vida simboliza la vida eterna (Gén. 3:22). Por culpa de la maldición causada por el pecado, los humanos perdieron el acceso al árbol de la vida en el Jardín del Edén y llegaron a estar sujetos a la muerte (ves. 22-24). Ahora los redimidos una vez más tienen acceso al árbol de la vida y comparten el don de la vida eterna que Adán gozó antes de la entrada del pecado (Apoc. 22:3).

El árbol de la vida produce frutos cada mes, y sus hojas son para "la sanidad de las naciones" (ves. 2). La Nueva Jerusalén está habitada por personas de toda nación, tribu y lenguas (Apoc. 7:9), así como lo profetizó Zacarías: "Muchas naciones se unirán ajehová en aquel día, y me serán por pueblo" (Zac. 2:11). Todas las barreras que separaban a las naciones son eliminadas. Las hojas curativas del árbol de la vida sanan las heridas causadas por barreras raciales, lingüísticas y sociales que dividieron a la gente.

Ninguna nación alzará la espada contra otra nación ni se preparará más para la guerra. Se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien les infunda temor. (Miq. 4:3,4.)

Sobre las márgenes del río de la vida, cada persona invita "a su vecino a sentarse" bajo el árbol de la vida (Zac. 3:10). Los redimidos en la Tierra restaurada son ahora un pueblo, pertenecientes a la gran familia de Dios.

En la Nueva Jerusalén ya no habrá más ninguna maldición (ver Apoc. 22:3). Por causa de la maldición que el pecado trajo sobre el mundo, los humanos fueron expulsados del Jardín del Edén. Con la erradicación del pecado, el pueblo de Dios es traído de regreso al Edén restaurado. Zacarías profetizó: "Morarán en ella y no habrá nunca más maldición, sino que morarán confiadamente en Jerusalén" (Zac. 14:11).

El mayor de todos los privilegios que los redimidos gozarán en la Nueva Jerusalén es ver a Dios cara a cara (Apoc. 22:4), así como lo hacía Adán antes de pecar. El deseo perenne de los humanos a lo largo de la historia ha sido ver el rostro de Dios, algo que hasta a Moisés le fue negado (Exo. 33:18-20). Esto ahora se cumple en la Nueva Jerusalén. Los redimidos ven a Dios tal como es (1 Juan 3:2). Lo sirven y lo adoran en su Templo (ver Apoc. 7:15). Su nombre está en sus frentes como recompensa por rehusar la marca de la bestia (Apoc. 14:1; 15:2). La conclusión del Gran Conflicto marca el comienzo de su compañerismo íntimo con Dios. "Y reinará por los siglos de los siglos" (Apoc. 22:5).

El libro de Apocalipsis se cierra con una bendición final: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros" (vers. 21). Esta frase es más que solo una bendición final acostumbrada. Es la seguridad de Dios de que la única esperanza de las personas está en la gracia de Cristo. Cristo es la respuesta a todas las esperanzas y los anhelos humanos en medio de los enigmas y las in-certidumbres de la vida. El futuro puede parecer atemorizador y sombrío, pero Dios estará con su pueblo hasta el mismo fin (Mat. 28:20). El tiene el futuro en sus manos. Promete su gracia a todos los que tomen en serio el mensaje de Apocalipsis, y equipará a su pueblo para soportar los tiempos tumultuosos de la crisis final. Es por medio de la gracia de Cristo que las promesas de Apocalipsis se hacen realidad. Él pronto regresará, buscará a su pueblo fiel y lo conducirá a su hogar eterno.


Referencias
1 Elena de White, Elcotijliilo df los siglos (Florida, Buenos Aires: ACES, 2008), cap. 42, p. 715.
: Roberto Badcnas, "Nueva Jenisalén -la Santa Ciudad", en Symposium on Revelatiun-Book 2, ed. Frank B. llolbmok, Daniel and Revelation Committcc Series 7 (Silver Spring, Maryland: Bililiial Research Institute, 1992), p. 255.

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