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Cómo reconciliarse en el tiempo del fin - Sección maestros - 13

Lección 13- MATERIAL AUXILIAR PARA EL MAESTRO
El sábado enseñaré...

RESEÑA
Ya sea que estemos leyendo las maldiciones del Pacto expuestas en la Torá (Deut. 28) o las reprensiones punzantes de los profetas (de Isaías a Malaquías), surge un patrón determinado. Es similar a este: 

A. Yo, Dios, te salvé y te traté bien.
B. Tú me rechazaste.
C. Una destrucción terrible vendrá como consecuencia de tu rebelión.
D. Finalmente, te perdonaré, te salvaré y te restauraré.

La parte C a veces es tan sombría y gráfica (Deut. 28; Eze. 23) que lo pensaríamos dos veces antes de usarla para una devoción familiar. Pero, si seguimos pasando las páginas, aparece una luz de esperanza: la esperanza de que volverán los profetas (Mal. 4:5), de que volverá el corazón (Mal. 4:6) y de que Dios restaurará todas las cosas. 

¿Podemos aplicar esta esperanza a las familias que se están desintegrando, a los cónyuges que no creen o a los hijos que decidieron salir a experimentar el mundo? La lección de esta semana nos anima a hacer justamente eso. La restauración de este planeta caído por el pecado, por parte de Dios, es una promesa irrevocable. No podemos aplicar esa promesa de una manera que socave el libre albedrío. Pero si hay alguien que puede persuadir un corazón es el Espíritu de Dios. En esta esperanza ponemos nuestra confianza. 

La experiencia de Elías testifica que Dios hará todo lo posible para recuperar la lealtad de su pueblo. Una sequía, la resurrección del hijo muerto de una viuda y un enfrentamiento con el dios tribal opuesto, Baal, muestran que Dios no se da por vencido fácilmente con Israel (1 Rey. 17:1; 17:22; 18:19). 

¿Te imaginas la conversación familiar a la hora de la cena la noche en que Israel vio descender fuego del cielo? Cuando Dios ve a Israel, lo que realmente ve son personas y familias. Desde este ángulo, todos los intentos de Dios para atraer nuevamente a Israel a sí mismo son un intento de alcanzar a la familia. 

Juan el Bautista es el Elías del Nuevo Testamento (Mat. 11:13, 14). Según Jesús, él es más que un profeta y no tiene parangón “entre los que nacen de mujer” (Mat. 11:11). Su mensaje y su vida deberían llamarnos la atención, especialmente en el sentido de animar a los demás (y quizás a nosotros mismos) a volver al Señor. 

COMENTARIO 

Texto bíblico 
La vida y las palabras de Juan el Bautista proporcionan un material valioso para algunas lecciones sobre el tema de volver al Señor que podrían usarse en diversos contextos, incluida la familia. Los siguientes pasajes y comentarios sirven como puntos de partida para ti, como maestro, para un estudio posterior o para los debates en clase. 

“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2). 

Esta orden de Juan es la frase idéntica que Jesús pronunció en su ministerio (Mat. 4:17). Quizás hoy nos parezca una falta de tacto ordenarle a la gente que se arrepienta, pero es importante recordar que Juan fue relativamente exitoso. La gente se bautizaba, “confesando sus pecados” (Mat. 3:6). ¿Qué le dio tanto ímpetu a este mensaje? Fue el hecho de que algo grande estaba a la vuelta de la esquina: el Reino de Dios. El hecho de que el Reino de Dios finalmente irrumpiera en la historia era el punto culminante del Pacto, la esperanza y el sueño de todo judío. “¡La venida del Reino de Dios es lo que hemos esperado durante toda la vida, por generaciones!”, se podía escuchar decir a la gente. Juan y Jesús aprovecharon la expectativa de Israel y la esperanza en el Reino de Dios (Luc. 11:20; 17:21). El mensaje de ellos, en general, se aplica a nosotros hoy. La revolución que inició Jesús y el reino que inauguró todavía están en pleno apogeo. El Espíritu ha sido derramado, es accesible y transforma corazones ahora así como lo hizo en los tiempos del Nuevo Testamento. Se acerca la consumación del Reino de Cristo en su segunda venida. “¿Qué estás esperando?”, podríamos preguntar. 

“¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Mat. 3:7). 

Obviamente, la orden de arrepentirse no era suficientemente fuerte para un fariseo o un saduceo (Mat. 3:7). Por lo general, cuando pensamos en “volver el corazón” de familiares o amigos hacia el Señor, pensamos en quienes no están interesados en Dios o en aquellos que descaradamente abandonan cualquier similitud con la ética cristiana. Pero ¿qué pasa con el corazón de los feligreses que se han vuelto fríos y críticos? ¿Quién les advierte que están en peligro? La respuesta a menudo es: nadie. Los fariseos y los saduceos son los líderes religiosos de su época que, junto con otros en puestos respetables, desparramaban críticas hacia los demás, pero no podían tolerar que hicieran lo mismo con ellos. De ellos, Juan pide más que un arrepentimiento verbal. Las palabras son fáciles; estos son maestros de la palabrería religiosa. El imperativo de Juan para ellos es relativamente oscuro en las traducciones más antiguas: “Haced pues frutos dignos de arrepentimiento” (Mat. 3:8). ¿Qué quiere decir eso exactamente? Significa que debemos prescindir de la jerga religiosa y en su lugar hacer prácticas (frutos) que sean dignas de arrepentimiento, que den evidencias de arrepentimiento, o que prueben que nos hemos arrepentido, que hemos cambiado y nos hemos vuelto a Dios. Las acciones autentican nuestras palabras, nuestras creencias y nuestro amor. El hipócrita no puede pasar laprueba de esta demostración externa de una conversión interna, a menos que se haya transformado. 

“Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos” (Mat. 11:18, 19). 

Las camarillas y políticas desafortunadas que a veces se encuentran en algunas iglesias pueden obstaculizar los esfuerzos sinceros de un creyente para animar a un amigo o a un ser querido a volver a Jesús. ¿Cuántas veces se ha dicho: “¿Cómo puedo invitar a tal o cual a la iglesia con todo lo que está sucediendo aquí?” Hay un espectro de creencias y prácticas dentro de nuestra iglesia que puede causar tensiones. Sin embargo, el hecho de que Jesús y Juan hayan sido condenados porque aparentemente estaban en extremos opuestos dentro de ese espectro debería ofrecer alguna perspectiva. El estricto estilo de vida de Juan lo definía como poseído por el demonio. Las relaciones preferidas de Jesús dieron como resultado que lo etiquetaran como un glotón indulgente. No obstante, el Mesías, Jesús, y su precursor profético, Juan, estaban en sintonía. Existía una profunda armonía entre ellos, así como también un profundo compromiso con Dios. 

Esta armonía es una noticia alentadora para alguien que vuelve al Señor y comienza a asistir a la iglesia nuevamente. Significa que los diferentes “bandos” dentro de determinada iglesia, aunque parezcan muy diferentes, quizás estén esforzándose por complacer al mismo Dios. Significa que Dios acepta su adoración, aunque sea imperfecta. También significa que no tenemos que descubrir cuál bando es el “correcto” para luego sentirnos obligados a sumarnos a él. Nunca podrás equivocarte al unirte a Jesús, si examinas todo y retienes lo bueno (1 Tes. 5:21). Esta perspectiva no significa que todos los grupos sean igual de correctos en lo que afirman. Pero debería servir para recordarles a los miembros que regresan que las facciones intraeclesiásticas no tienen autoridad para crear el marco para la experiencia eclesiástica de una persona. Siempre busca la tercera opción entre dos extremos y recuerda estas sabias palabras de G. K. Chesterton: 

“Todo el mundo moderno se ha dividido en conservadores y progresistas. El trabajo de los progresistas es seguir cometiendo errores. El trabajo de los conservadores es evitar corregir los errores” (Illustrated London News). 

Tanto Juan como Jesús llevaban estilos de vida que otros señalaron para desacreditar su relación con Dios. Recuérdales a los que vuelven al Señor que si las personas en los días de Jesús le hicieron eso al Hijo de Dios y al más grande “entre los que nacen de mujer”, la gente en nuestros días también podría hacérselo a ellos. Prepárate y considera un privilegio ponerte en los zapatos de esos hombres. 

“Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). 

Juan el Bautista fue la primera voz profética en cuatrocientos años desde Malaquías. A través de él, el regreso de Elías se cumplió. Juan tenía discípulos que lo llamaban Rabí. Recibió el más alto aval del mismo Mesías. Su fama era real y generalizada en todo Jerusalén. Pero su influencia y su popularidad estaban a punto de caer en picada en contraste con la fama de su primo, más joven. Su respuesta a eso fue: “Así pues, este mi gozo está cumplido” (Juan 3:29). Si vale la pena imitar una característica del carácter de Juan, esta es su humildad. Volver al Señor, y tal vez a una iglesia a la que perteneciste una vez, puede ser una experiencia humillante. Pero la humildad es algo hermoso. Se la puede adoptar en la experiencia de volver a Cristo. 

APLICACIÓN A LA VIDA 

José invitó a una “oveja perdida” a volver a la iglesia, y entonces observó que esta persona se quedaba parada, amargada e indiferente mientras que los miembros de iglesia y los viejos amigos lo recibían cordialmente con una sonrisa. Después, José le preguntó cómo había sido su experiencia, y él dijo: “Nadie fue amable conmigo. Solo se quedaban mirándome. Probablemente me estaban juzgando”. Lo que realmente sucedió fue que él proyectó sobre todos los demás sus propios sentimientos de amargura y resentimiento, mientras que los miembros hicieron todo lo posible por ser amables. Pero sucumbir a esta perspectiva le permitió alejarse de la iglesia y de Dios sintiéndose justificado porque “esa ‘gente de la iglesia’ piensa que es mejor que todos los demás”. 

Ah, ¡quién tuviera la humildad de Juan el Bautista en estos casos! Un hombre que podía ver que sus discípulos y su influencia migraban a otro. Un hombre cuya mayor alegría no fue estar en el centro de atención de la admiración de los demás, sino ver a su Señor exaltado. La iglesia es un lugar para adorar. Es un lugar para cantarle a Dios, para orar a Dios, para estudiar de Dios y entregarle nuestra vida a Dios. Si asistimos a la iglesia, pero ignoramos el propósito por el que vamos, si ignoramos a Dios, entonces nuestros egos heridos ocuparán el lugar de Dios. 

1. Cuéntale esta historia a tu clase. ¿Qué tipo de trabajo previo se puede o se debe hacer antes de invitar a la “oveja perdida” a pasar por las puertas de la iglesia? 

2. Pide a la clase que comparta testimonios de algún conocido que haya vuelto a la iglesia. ¿Cuáles fueron los comportamientos que surgieron? ¿Qué nos pueden enseñar? ¿Cómo pueden ayudarnos a ser tener más éxito en nuestros esfuerzos para atraer miembros y retenerlos?

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