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CBA - Primer Libro de Los Reyes Capítulo 21


CBA Primer Libro de Los Reyes Capítulo 21
1. Una viña.

La ciudad de Jezreel estaba en la planicie de Esdraelón, al norte del monte Gilboa. Estaba en una cumbre rocosa que desciende rápidamente hacia el norte y el este. Puesto que las antiguas viñas parecen haber estado al este de la ciudad, probablemente el palacio de Acab estaba al mismo lado (ver com. cap. 18: 45), y dominaba un espléndido panorama hasta el mismo Jordán.

2. Acab habló a Nabot.

Este relato revela el temperamento ambicioso, irritable y egoísta del rey y la fría y calculadora crueldad de la reina.

3. Guárdeme Jehová.

Para Nabot hubiera sido una falta desprenderse de su viña. El código levítico disponía que "la heredad de los hijos de Israel" no fuera " "traspasada de tribu en tribu" sino que "cada uno" poseyera "la heredad de sus padres" " (Núm. 36: 7-9). Si por alguna razón la propiedad era vendida, se promulgaron leyes específicas para su retorno a la familia que la poseyó originalmente (Lev. 25: 13-28). Nabot creía que iba contra el propósito espiritual de la ley levítica si él transfería su heredad al rey.

4. Triste y enojado.

Ya antes Acab había vuelto a casa " "triste y enojado" al saber que su proceder con Ben-adad no estaba de acuerdo con el propósito del Señor (cap. 20: 43). No pudiendo conseguir la viña que le agradaba, otra vez regresó a casa "triste y enojado". Su proceder era como el de un niño mimado y egoísta que sólo se interesa en sí mismo. Cuando no pudo hacer lo que quería, quedó hosco y enojado, rehusó comer y se acostó en su cama. Parecía que todo su reino no significaba nada para él si no poseía la viña de Nabot.

7. ¿Eres tú ahora rey?

Las palabras de Jezabel estaban llenas de amargura y sarcasmo. Un hombre que es el señor de un reino, ¿debe admitir que no puede lograr una parcelita de terreno? ¿Permite el rey Acab que su voluntad sea frustrada por uno de sus súbditos insignificantes? El asunto tenía una fácil solución; ella misma se encargaría de eso y le mostraría cómo se hacían las cosas.

8. Cartas.

Es evidente que no le importaba a Acab la forma en que Jezabel obtuviera la viña. No le impidió que escribiera cartas en su nombre y que les pusiera su sello. Así se convirtió en coautor del cobarde hecho.

9. Ayuno.

Esto debe haber sido para encubrir el odioso crimen con un manto de santidad religiosa, y para dar la impresión de que se había cometido algún pecado secreto que atraería la ira divina sobre toda la ciudad si no se lo expiaba. Así se prepararía el camino para la falsa acusación y la muerte de la víctima.

Poned a Nabot.

No para que recibiera honores sino para que fuera juzgado.

10. Dos hombres.

Dos hombres, de acuerdo con los requisitos judiciales (Núm. 35: 30; Deut. 17: 6).

Perversos.

Hijos de iniquidad, despreciables e impíos, viles truhanes, de quienes podía esperarse cualquier maldad (ver Juec. 19: 22; 20: 13; 1 Sam. 1: 16; 2: 12; 10: 27; 25: 17, 25; 30: 22; 2 Sam. 16: 7; 20: 1; etc.). Es muy triste que en Israel -el profeso pueblo de Dios- hubiera hombres de tal calaña.

11. Conforme a lo escrito.

El presto consentimiento de los gobernantes de la ciudad para llevar a cabo este sucio complot es característico de lo peor que podía encontrarse en el despotismo oriental. La palabra del rey era ley. Aun podía realizarse un vil asesinato con la apariencia de justicia. Esta pronta sumisión de los ancianos y de los nobles implicaba una profunda degradación moral entre el pueblo.

13. Lo apedrearon.

Parece por 2 Rey. 9: 26 que no sólo Nabot fue apedreado, sino también sus hijos. Cuando fue muerto Acán, se apedreó a sus hijos e hijas junto con él (Jos. 7: 24, 25). Desapareciendo los hijos de Nabot, no quedarían herederos que reclamaran la viña. Así fue el crimen doblemente atroz.

15. Toma la viña.

Nabot fue muerto con sus hijos, y toda su propiedad ahora pertenecía al dominio real. Sin importarle las consecuencias, Acab inmediatamente tomó posesión de la propiedad.

17. Vino . . . a Elías.

Jezabel pensó que había arreglado todas las cosas perfectamente, pero no tuvo en cuenta a Dios. El Señor del cielo vio todo lo que estaba sucediendo. No podía permitirse que quedara impune el terrible crimen de Acab. Dios envió a Elías para dar su mensaje, pues cuando el Señor tiene una obra que hacer, encuentra al que está dispuesto a realizarla.

18. Samaria.

No la ciudad, sino el distrito de Samaria, como en el cap. 13: 32.

19. ¿No mataste?

En el encuentro de Elías con Acab no debía haber preliminares de cortesía. El profeta fue directamente al punto, llamando la atención al atroz acto de bandolerismo y asesinato en que había incurrido el rey de Israel. No se dio la oportunidad para que Acab se excusara ni presentara subterfugios; inmediatamente fue desenmascarado el terrible crimen y el rey se presentó tal como era: un descarado asaltante y asesino que mataba sin piedad y luego se apropiaba de los bienes de su víctima.

Lamerán también tu sangre.

La sentencia fue completamente justa. " "Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará" " (Gál. 6: 7).

20. ¿Me has hallado?

Fue su propia conciencia culpable la que arrancó esas palabras de los labios de Acab. El hombre a quien menos deseaba ver se le había presentado y lo había sorprendido en el sitio de su crimen. Elías no era enemigo de Acab, sino su amigo. El peor enemigo de Acab era él mismo, y Elías trataba de que se salvara de sí mismo. El mensaje de Dios, aunque era condenatorio, todavía estaba mezclado con misericordia. Se le mostró a Acab el terrible fruto de la semilla que estaba sembrando, pero no se quitó la oportunidad para que se arrepintiera.

21. Yo traigo mal.

Ver com. cap. 16: 12.

22. Como la casa.

En la destrucción de la casa de Jeroboam, Acab tenía una lección objetiva que no podía contradecir. Esa casa había desaparecido. Pereció debido a la impiedad. Acab seguía el mismo camino y sufriría la misma suerte.

23. Los perros.

En el Cercano Oriente de esa época había perros semisalvajes que se alimentaban de carroña. Si se tiraba el cuerpo de Jezabel a la intemperie, pronto sería devorado por esos animales.

24. El que fuere muerto.

La suerte predicha para Jezabel también fue predicha para sus hijos.

25. Ninguno fue como Acab.

Los vers. 25 y 26 forman un paréntesis que presenta la razón de la terrible suerte que sobrevino a la casa de Acab.

Lo incitaba.

El pecado era como un fuego que ardía en el corazón de Acab, pero Jezabel se encargaba de avivar continuamente esa llama para que brillara en su intensidad máxima. La influencia de Jezabel indujo a Acab a rendir culto a Baal (cap. 16: 31), a permitir la muerte de los profetas de Dios (cap. 18: 4), a tolerar que Elías fuera desterrado (cap. 19: 2) y finalmente a asesinar a Nabot y a apropiarse de su viña (cap. 21: 7, 15).

26. Conforme a todo lo que hicieron los amorreos.

Sólo mediante las investigaciones recientes, ahora se sabe cuán completamente abominables fueron las prácticas de la antigua idolatría. Significaban vicio e inmoralidad en sus formas más viles, crueldad y derramamiento de sangre, así como culto a los demonios ofrecido con los ritos más repugnantes y degradantes. Por todas estas cosas, los amorreos y otros pueblos de Canaán debían ser raídos de la faz de la tierra. Sin embargo, Acab se había entregado a esas mismas prácticas abominables.

27. Cuando Acab oyó.

Fue una terrible acusación la que pronunció Elías contra la conducta del rey, y las palabras se le hundieron como un puñal en lo más hondo del corazón, que no era enteramente malo. Podía ser conmovido. Entonces Acab se vio a sí mismo como era en realidad, y tembló de temor ante el pensamiento de su condenación venidera.

Rasgó sus vestidos.

Ante la severa censura de Elías, Acab se humilló hasta el polvo y se vistió de cilicio. Era extraño que el orgulloso y tiránico rey se pusiera la vestimenta de un enlutado y se portara como un suplicante.

29.  Acab se ha humillado.

Acab se vistió de cilicio no sólo para que lo vieran los hombres, pero ellos lo vieron y también lo vio Dios. Ese proceder habría tenido una gran influencia en el pueblo si tan sólo el rey se hubiera vuelto al Señor en años anteriores de su reinado. Eso podría haber provocado un gran reavivamiento que se habría difundido por todo el país. Tal como se efectuó, es probable que el arrepentimiento hubiera sido demasiado tardío o que mayormente se hubiera debido al temor. Sin embargo -no importa cuál hubiera sido su naturaleza- Dios vio la aflicción de la conciencia, por débil que hubiera sido, y no desdeñó el remordimiento y el dolor del rey. Dios tuvo en cuenta el cilicio y el ayuno de Acab, como más tarde también tuvo en cuenta el cilicio y el ayuno del rey de Nínive y de su pueblo (Jon. 3: 5-10).

En sus días.

Cuando el cielo pronuncia un juicio, con frecuencia éste es condicional. Si el hombre se arrepiente con sinceridad, Dios perdona y se puede evitar el castigo (Jer. 18: 7, 8; Jon. 3: 4, 5, 10). Acab tuvo la satisfacción de saber que la condenación predicha por lo menos sería pospuesta por un tiempo.

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