1. Nehemías el gobernador.
" Nehemías, cuya influencia sin duda respaldaba el largo discurso de los levitas registrado en el capítulo anterior, puede haber sido el padre espiritual del pacto que se formula en este pasaje. Dio el ejemplo al ser el primero en firmar el documento. "
Sedequías.
" Quizá algún encumbrado dignatario. No hay otra mención de él. De acuerdo con lo que se relata en Esd. 4: 9, 17, se supone que era secretario del gobernador. "
2. Seraías.
" Los 21 nombres que siguen a los de Nehemías y su secretario corresponden a personas con el cargo de "sacerdotes" " (vers. 8). Entre ellos figura correctamente en primer lugar la casa del sumo sacerdote Seraías. De los 21 nombres, 15 aparecen en el cap. 12: 2-7, como principales sacerdotes que habían regresado de Babilonia con Jesúa y Zorobabel, y después figuran como jefes de las casas sacerdotales (cap. 12: 12-21). Es pues evidente que estos 21 que firmaron el acuerdo lo hicieron como jefes de sus respectivas familias y turnos (ver com. Neh. 12; Luc. 1: 5).
9. Los levitas.
Jesúa, Binúi y Cadmiel representan las tres principales familias de levitas que habían regresado con Zorobabel (Esd. 2: 40; 3: 9; Neh. 7: 43; 9: 4, 5; etc.). En este pasaje, Binúi, que parece haber sustituido a Cadmiel, ocupa el segundo lugar. De los nombres restantes, los de Hasabías y Serebías representan familias que regresaron con Esdras (Esd. 8: 18, 19). Es probable que los otros nombres también fueran nombres de familias.
14. Los cabezas del pueblo.
Desde el ves. 14 hasta el nombre de Harif (Inclusive) del vers. 19, los nombres personales corresponden con los de las familias de laicos que regresaron con Zorobabel (Esd. 2: 30; Neh. 7: 8-33). Los de estos 18 nombres personales (vers. 17) debieran ir unidos, pues representan a una sola familia, "Ater, de Ezequías", mencionado en Esd. 2: 16 y Neh. 7: 21. Después de Harif siguen nombres de lugares: Nebai (vers. 19) corresponde con Nebo (cap. 7: 33); Anatot; Magpías (vers. 20) corresponde con Magpis (Esd. 2: 30). El resto de la lista (desde Mesulam hasta Baana, Neh. 10: 20- 27) son los nombres de los Jefes de las difrentes casas en que se dividían estas familias o de los ancianos de las aldeítas de Benjamín y Judá. El que no aparezcan todas las familias enumeradas en Esdras 2 puede deberse a que algunas familias se fusionaron, aunque también hay evidencia de que en el transcurso de los años se habían sumado nuevas familias a los repatriados.
28. El resto del pueblo.
La enumeración de los de los diferentes grupos humanos es igual a la de Esd. 2: 70. Puesto que no falta ninguna clase de gente, es evidente que el acuerdo de la nación con las disposiciones del pacto celebrado fue general, quizá total.
Los que se habían apartado.
Esta gente pudo haber descendido de los israelitas que habían quedado en el país en el tiempo del cautiverio, y que ahora se unieron con la nueva comunidad (ver com. Esd. 6: 21).
Todo el que tenía comprensión.
Es interesante notar que, contrariamente a la usanza oriental, las mujeres y los jóvenes maduros también firmaron el pacto. Se permitió que participaran del rito sagrado todos los que tuvieran suficiente edad para comprender la naturaleza del pacto. Difícilmente pueda entenderse que fue firmado solamente por la gente culta, como algunos comentadores lo han sostenido.
29. Se reunieron.
La gente común brindó su apoyo a los dirigentes que habían sellado el documento. Así aprobaron y ratificaron lo que ellos habían hecho.
Para protestar.
"Por imprecación" (BJ). "Con maldición" (Heb.). Es posible que se hubieran incluido en la lectura de los pasajes de la ley las maldiciones y las bendiciones de Deut. 27 y 28. Es posible que se le hubiera tomado juramento a la gente cada vez que se confirmaba el pacto entre Dios y su pueblo (ver Debut. 29: 12; 2 Rey. 23: 3).
Siervo de Dios.
Este título es especialmente apropiado para Moisés. Dios lo llamó "mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa" (Núm. 12: 7). Desde ese tiempo, éste fue su título especial (Jos. 1: 2; 8: 31, 33; 1 Crón. 6: 49; 2 Crón. 24: 9; Dan. 9: 11; Heb. 3: 5).
30. No daríamos nuestras hijas.
Es evidente que la reforma instituida por Esdras (Esd. 9, 10) no resultó duradera (ver com. Neh. 13: 23).
31. En día de reposo.
La prohibición de comerciar en día sábado, aunque no se menciona específicamente en el cuarto mandamiento, está implícita en él, y sin duda está comprendida en las órdenes relacionadas con ese día. Amós 8: 5 implica esta prohibición, así como también Isa. 58: 13 y Jer. 17: 19-27. La prueba, ajena a la Biblia, más antigua de la observancia del sábado semanal entre los judíos, data del siglo V AC y proviene de Elefantina, en Egipto. Esta mención del sábado se encuentra en ostracas, es decir pedazos de alfarería comúnmente empleados como material barato para escribir.
El año séptimo.
Se presenta aquí una declaración abreviada de la ley concerniente al año sabático (Exo. 23: 10, 11), según la cual debía dejarse sin cultivar ni sembrar la tierra durante ese año. Con frecuencia durante la monarquía, se había descuidado esa ley, y ese descuido era uno de los pecados que trajeron como castigo el cautiverio (2 Crón. 36: 21). Por este pasaje se deduce que después de la repatriación otra vez se había desobedecido este mandamiento.
Deuda.
Ver com. cap. 5: 2-13.
32. La tercera parte de un siclo.
No se dice quiénes debían dar esa contribución para el sostén del servicio del templo, para una costumbre bien conocida. Esta contribución evidentemente era la reaparición del precepto mosaico (Exo. 30: 13), de que todo hombre de más de 20 años debía dar medio siclo como ofrenda para el Señor. Ese tributo todavía era obligatorio en los días de Cristo (Mat. 17: 24). Debido a la pobreza de la mayor parte de la comunidad, se rebajó esa contribución a un tercio de siclo. El texto no apoya la opinión de lbn Ezra, gran comentador judío de la Edad Media, de que se debía pagar un tercio de siclo además del medio siclo que mandaba la ley.
Para la obra.
Ese dinero no era para gastos de construcción, ni para reparación del templo, sino para mantener los servicios religiosos habituales del templo. El vers. 33 indica que ese tributo debía usarse para el pan de la proposición, la ofrenda continua, el holocausto continuo (Núm. 28: 3-8), los sacrificios del día sábado y de las nuevas lunas (cap. 28: 9-15), y otras fiestas (caps. 28: 16 a 29: 40).
33. Las cosas santificadas.
Tal vez se refiera a las "ofrendas mecidas" y "ofrendas de paz" (Lev. 23: 10, 17, 19), pues ellas eran "cosa sagrada a Jehová para el sacerdote" (Lev. 23: 20). Este impuesto incluía, además, las ofrendas por el pecado de Núm. 28: 15, 22, 30; 29: 5, 11, 16, 19; etc. y cualquier otra cosa que pudiera hacer falta. Esa contribución no significa necesariamente que los fondos prometidos por Artajerjes en su edicto (Esd. 7: 20-22) ya no se recibían más, y que la congregación se veía obligada ahora a sufragar los gastos con sus propios recursos. Además de la ayuda proporcionada por el rey, era preciso hacer frente a las necesidades del templo que iban en aumento.
34. La ofrenda de la leña.
La ley de Moisés sólo prescribía que siempre hubiera leña ardiendo en el altar y que el sacerdote debía colocar leña allí todas las mañanas (Lev. 6: 12, 13). Sin embargo, no se dio ninguna instrucción en cuanto a la manera de conseguir leña. Con este pacto, la responsabilidad de conseguir la leña necesaria recayó sobre la congregación. Las diversas casas se hacían responsables, una tras otra, de proporcionar lo que hacía falta. El orden se decidía echando suertes. Según Josefo ( Guerras ii. 17. 6) se traía toda la leña para el uso del año en un día fijo, el 14 del 5.º mes, que era celebrado como fiesta, la fiesta del "acarreo de la leña".
35. Las primicias.
Hay referencia a los frutos de la tierra en Exo. 23: 19; 34: 26; Deut. 26: 2. En cuanto a los frutos de los árboles, 438 la hay en Lev. 19: 23.
36. Los primogénitos de nuestros hijos.
Ellos debían redimirse conforme a la estimación del sacerdote (Núm. 18: 16). Lo mismo debía hacerse con los animales inmundos (Núm. 18: 15). Los primogénitos de los rebaños y de las majadas debían ofrecerse en el altar (Núm. 18: 17).
37. Las primicias de nuestras masas.
Ver Núm.15: 18-21.
Nuestras ofrendas.
Literalmente, "ofrendas mecidas" (Núm. 15: 20; Lev. 23: 11, 17).
Las cámaras de la casa.
Los depósitos que formaban parte del predio del templo (cap. 13: 4, 5).
El diezmo de nuestra tierra.
Al parecer muchos habían descuidado la devolución del diezmo, y como resultado los sacerdotes y levitas no podían atender debidamente sus tareas en el templo porque se veían obligados a ganarse la vida de otro modo (cap. 13: 10). En esta ocasión, el pueblo prometió solemnemente entregar otra vez sus diezmos. Malaquías, que profetizó por esta misma época, considera el mismo problema y recuerda a la gente las desventajas de retener el diezmo, y las bendiciones que acompañan a la fidelidad (Mal. 3: 812). En cuanto a la ley que regía el pago del diezmo en una comunidad agrícola, ver Lev. 27: 30.
En todas las ciudades.
Al parecer los diezmos de los productos agrícolas no se llevaban a Jerusalén, sino que se los almacenaba en los centros donde se los producía hasta que los levitas los reclamaran. No queda claro si en las ciudades comunes había almacenes para este propósito, o si se habla de las ciudades levíticas.
38. El sacerdote.
Debía haber un sacerdote presente cuando los levitas tomaran el diezmo, no tanto para garantizar que los levitas recibieran su parte, como lo han interpretado algunos comentadores, sino para asegurar la parte de los sacerdotes, el diezmo del diezmo de los levitas (Núm. 18: 26). Según este versículo, el diezmo debía ser transportado a Jerusalén por cuenta de los que lo recibían, y era tan sólo justo que el sacerdote participara del trabajo de llevarlo allí. Este reglamento también debe haber tenido el propósito de garantizar el debido manejo de los fondos sagrados. La presencia de representantes de las dos órdenes eclesiásticas cuando se recibía y repartía el diezmo, ayudaría a evitar la malversación de esos fondos.
CBA T3
" Nehemías, cuya influencia sin duda respaldaba el largo discurso de los levitas registrado en el capítulo anterior, puede haber sido el padre espiritual del pacto que se formula en este pasaje. Dio el ejemplo al ser el primero en firmar el documento. "
Sedequías.
" Quizá algún encumbrado dignatario. No hay otra mención de él. De acuerdo con lo que se relata en Esd. 4: 9, 17, se supone que era secretario del gobernador. "
2. Seraías.
" Los 21 nombres que siguen a los de Nehemías y su secretario corresponden a personas con el cargo de "sacerdotes" " (vers. 8). Entre ellos figura correctamente en primer lugar la casa del sumo sacerdote Seraías. De los 21 nombres, 15 aparecen en el cap. 12: 2-7, como principales sacerdotes que habían regresado de Babilonia con Jesúa y Zorobabel, y después figuran como jefes de las casas sacerdotales (cap. 12: 12-21). Es pues evidente que estos 21 que firmaron el acuerdo lo hicieron como jefes de sus respectivas familias y turnos (ver com. Neh. 12; Luc. 1: 5).
9. Los levitas.
Jesúa, Binúi y Cadmiel representan las tres principales familias de levitas que habían regresado con Zorobabel (Esd. 2: 40; 3: 9; Neh. 7: 43; 9: 4, 5; etc.). En este pasaje, Binúi, que parece haber sustituido a Cadmiel, ocupa el segundo lugar. De los nombres restantes, los de Hasabías y Serebías representan familias que regresaron con Esdras (Esd. 8: 18, 19). Es probable que los otros nombres también fueran nombres de familias.
14. Los cabezas del pueblo.
Desde el ves. 14 hasta el nombre de Harif (Inclusive) del vers. 19, los nombres personales corresponden con los de las familias de laicos que regresaron con Zorobabel (Esd. 2: 30; Neh. 7: 8-33). Los de estos 18 nombres personales (vers. 17) debieran ir unidos, pues representan a una sola familia, "Ater, de Ezequías", mencionado en Esd. 2: 16 y Neh. 7: 21. Después de Harif siguen nombres de lugares: Nebai (vers. 19) corresponde con Nebo (cap. 7: 33); Anatot; Magpías (vers. 20) corresponde con Magpis (Esd. 2: 30). El resto de la lista (desde Mesulam hasta Baana, Neh. 10: 20- 27) son los nombres de los Jefes de las difrentes casas en que se dividían estas familias o de los ancianos de las aldeítas de Benjamín y Judá. El que no aparezcan todas las familias enumeradas en Esdras 2 puede deberse a que algunas familias se fusionaron, aunque también hay evidencia de que en el transcurso de los años se habían sumado nuevas familias a los repatriados.
28. El resto del pueblo.
La enumeración de los de los diferentes grupos humanos es igual a la de Esd. 2: 70. Puesto que no falta ninguna clase de gente, es evidente que el acuerdo de la nación con las disposiciones del pacto celebrado fue general, quizá total.
Los que se habían apartado.
Esta gente pudo haber descendido de los israelitas que habían quedado en el país en el tiempo del cautiverio, y que ahora se unieron con la nueva comunidad (ver com. Esd. 6: 21).
Todo el que tenía comprensión.
Es interesante notar que, contrariamente a la usanza oriental, las mujeres y los jóvenes maduros también firmaron el pacto. Se permitió que participaran del rito sagrado todos los que tuvieran suficiente edad para comprender la naturaleza del pacto. Difícilmente pueda entenderse que fue firmado solamente por la gente culta, como algunos comentadores lo han sostenido.
29. Se reunieron.
La gente común brindó su apoyo a los dirigentes que habían sellado el documento. Así aprobaron y ratificaron lo que ellos habían hecho.
Para protestar.
"Por imprecación" (BJ). "Con maldición" (Heb.). Es posible que se hubieran incluido en la lectura de los pasajes de la ley las maldiciones y las bendiciones de Deut. 27 y 28. Es posible que se le hubiera tomado juramento a la gente cada vez que se confirmaba el pacto entre Dios y su pueblo (ver Debut. 29: 12; 2 Rey. 23: 3).
Siervo de Dios.
Este título es especialmente apropiado para Moisés. Dios lo llamó "mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa" (Núm. 12: 7). Desde ese tiempo, éste fue su título especial (Jos. 1: 2; 8: 31, 33; 1 Crón. 6: 49; 2 Crón. 24: 9; Dan. 9: 11; Heb. 3: 5).
30. No daríamos nuestras hijas.
Es evidente que la reforma instituida por Esdras (Esd. 9, 10) no resultó duradera (ver com. Neh. 13: 23).
31. En día de reposo.
La prohibición de comerciar en día sábado, aunque no se menciona específicamente en el cuarto mandamiento, está implícita en él, y sin duda está comprendida en las órdenes relacionadas con ese día. Amós 8: 5 implica esta prohibición, así como también Isa. 58: 13 y Jer. 17: 19-27. La prueba, ajena a la Biblia, más antigua de la observancia del sábado semanal entre los judíos, data del siglo V AC y proviene de Elefantina, en Egipto. Esta mención del sábado se encuentra en ostracas, es decir pedazos de alfarería comúnmente empleados como material barato para escribir.
El año séptimo.
Se presenta aquí una declaración abreviada de la ley concerniente al año sabático (Exo. 23: 10, 11), según la cual debía dejarse sin cultivar ni sembrar la tierra durante ese año. Con frecuencia durante la monarquía, se había descuidado esa ley, y ese descuido era uno de los pecados que trajeron como castigo el cautiverio (2 Crón. 36: 21). Por este pasaje se deduce que después de la repatriación otra vez se había desobedecido este mandamiento.
Deuda.
Ver com. cap. 5: 2-13.
32. La tercera parte de un siclo.
No se dice quiénes debían dar esa contribución para el sostén del servicio del templo, para una costumbre bien conocida. Esta contribución evidentemente era la reaparición del precepto mosaico (Exo. 30: 13), de que todo hombre de más de 20 años debía dar medio siclo como ofrenda para el Señor. Ese tributo todavía era obligatorio en los días de Cristo (Mat. 17: 24). Debido a la pobreza de la mayor parte de la comunidad, se rebajó esa contribución a un tercio de siclo. El texto no apoya la opinión de lbn Ezra, gran comentador judío de la Edad Media, de que se debía pagar un tercio de siclo además del medio siclo que mandaba la ley.
Para la obra.
Ese dinero no era para gastos de construcción, ni para reparación del templo, sino para mantener los servicios religiosos habituales del templo. El vers. 33 indica que ese tributo debía usarse para el pan de la proposición, la ofrenda continua, el holocausto continuo (Núm. 28: 3-8), los sacrificios del día sábado y de las nuevas lunas (cap. 28: 9-15), y otras fiestas (caps. 28: 16 a 29: 40).
33. Las cosas santificadas.
Tal vez se refiera a las "ofrendas mecidas" y "ofrendas de paz" (Lev. 23: 10, 17, 19), pues ellas eran "cosa sagrada a Jehová para el sacerdote" (Lev. 23: 20). Este impuesto incluía, además, las ofrendas por el pecado de Núm. 28: 15, 22, 30; 29: 5, 11, 16, 19; etc. y cualquier otra cosa que pudiera hacer falta. Esa contribución no significa necesariamente que los fondos prometidos por Artajerjes en su edicto (Esd. 7: 20-22) ya no se recibían más, y que la congregación se veía obligada ahora a sufragar los gastos con sus propios recursos. Además de la ayuda proporcionada por el rey, era preciso hacer frente a las necesidades del templo que iban en aumento.
34. La ofrenda de la leña.
La ley de Moisés sólo prescribía que siempre hubiera leña ardiendo en el altar y que el sacerdote debía colocar leña allí todas las mañanas (Lev. 6: 12, 13). Sin embargo, no se dio ninguna instrucción en cuanto a la manera de conseguir leña. Con este pacto, la responsabilidad de conseguir la leña necesaria recayó sobre la congregación. Las diversas casas se hacían responsables, una tras otra, de proporcionar lo que hacía falta. El orden se decidía echando suertes. Según Josefo ( Guerras ii. 17. 6) se traía toda la leña para el uso del año en un día fijo, el 14 del 5.º mes, que era celebrado como fiesta, la fiesta del "acarreo de la leña".
35. Las primicias.
Hay referencia a los frutos de la tierra en Exo. 23: 19; 34: 26; Deut. 26: 2. En cuanto a los frutos de los árboles, 438 la hay en Lev. 19: 23.
36. Los primogénitos de nuestros hijos.
Ellos debían redimirse conforme a la estimación del sacerdote (Núm. 18: 16). Lo mismo debía hacerse con los animales inmundos (Núm. 18: 15). Los primogénitos de los rebaños y de las majadas debían ofrecerse en el altar (Núm. 18: 17).
37. Las primicias de nuestras masas.
Ver Núm.15: 18-21.
Nuestras ofrendas.
Literalmente, "ofrendas mecidas" (Núm. 15: 20; Lev. 23: 11, 17).
Las cámaras de la casa.
Los depósitos que formaban parte del predio del templo (cap. 13: 4, 5).
El diezmo de nuestra tierra.
Al parecer muchos habían descuidado la devolución del diezmo, y como resultado los sacerdotes y levitas no podían atender debidamente sus tareas en el templo porque se veían obligados a ganarse la vida de otro modo (cap. 13: 10). En esta ocasión, el pueblo prometió solemnemente entregar otra vez sus diezmos. Malaquías, que profetizó por esta misma época, considera el mismo problema y recuerda a la gente las desventajas de retener el diezmo, y las bendiciones que acompañan a la fidelidad (Mal. 3: 812). En cuanto a la ley que regía el pago del diezmo en una comunidad agrícola, ver Lev. 27: 30.
En todas las ciudades.
Al parecer los diezmos de los productos agrícolas no se llevaban a Jerusalén, sino que se los almacenaba en los centros donde se los producía hasta que los levitas los reclamaran. No queda claro si en las ciudades comunes había almacenes para este propósito, o si se habla de las ciudades levíticas.
38. El sacerdote.
Debía haber un sacerdote presente cuando los levitas tomaran el diezmo, no tanto para garantizar que los levitas recibieran su parte, como lo han interpretado algunos comentadores, sino para asegurar la parte de los sacerdotes, el diezmo del diezmo de los levitas (Núm. 18: 26). Según este versículo, el diezmo debía ser transportado a Jerusalén por cuenta de los que lo recibían, y era tan sólo justo que el sacerdote participara del trabajo de llevarlo allí. Este reglamento también debe haber tenido el propósito de garantizar el debido manejo de los fondos sagrados. La presencia de representantes de las dos órdenes eclesiásticas cuando se recibía y repartía el diezmo, ayudaría a evitar la malversación de esos fondos.
CBA T3
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