1. Cuando Nabucodonosor.
Este capítulo comienza
relatando los acontecimientos que evidentemente transcurrieron al principio del
último asedio contra Jerusalén, mientras el profeta estaba aún en libertad,
porque la profecía aquí dirigida a Sedequías (vers. 2-3) fue citada por el rey
como motivo para que se encarcelara a Jeremías (ver com. cap. 32: 2).
3. Verán los ojos.
Ver com. cap.
32: 4.
4. No morirás a espada.
Sin
duda se le dio esta promesa a Sedequías para que dejara de resistir a los
babilonios e hiciera paz con Nabucodonosor. Aunque Sedequías fuera llevado
cautivo a Babilonia, si se sometía a sus captores, aseguraría una vida pacífica
y una sepultura honorable.
5. Quemaron
especias por tus padres.
Sin duda ésta es una referencia a los inciensos
y las especias que se quemaban en los funerales de reyes y personas de alta
jerarquía (2 Crón. 16: 14; 21: 18-19).
Te endecharán.
Nótese el
contraste entre esta predicción y, la que hizo Jeremías concerniente al entierro
de Joacim (cap. 22: 18-19). Se le asegura a Sedequías que no sufriría la misma
deshonra que aquél en su muerte, si tan solo se sometía a Babilonia.
7. Laquis.
Esta ciudad es
mencionada porque, después de Jerusalén, era una de las más fortificadas de Judá
(2 Rey. 18: 13-14, 17; 2 Crón 32: 9), y porque, junto con Azeca, fue la que
resistió por más tiempo a Nabucodonosor. En 1935 y 1938 se descubrieron en las
ruinas de Laquis 21 cartas escritas en tinta sobre fragmentos de alfarería (ver
t. I, PP. 130-132; t. II, PP. 99-100). Varias de éstas fueron escritas por
Yoshayahu, evidentemente un oficial del ejército, destacado en algún lugar
vecino a Laquis, y fueron dirigidas a Yaosh, comandante de Laquis, poco antes de
las invasiones babilónicas. Estas cartas revelan nítidamente la situación
inestable del país en vísperas de la caída de Judá. Una carta dice: "Y sepa [mi
señor] que estamos observando para ver las señales de Laquis, según todas las
indicaciones que mi señor ha 509 dado, porque no podemos ver a Azeca" (Armando
Rolla, La Biblia frente a los últimos descubrimientos, Carta IV, [Buenos Aires:
Ediciones Paulinas, 1961], p. 41). Una evidencia de la intensidad de la
destrucción que poco después sufriera la ciudad de Laquis la encontramos en el
hecho de que cuando la ciudad se incendió muchos de los ladrillos del muro
quedaron de un color rojo vivo. Estos hallazgos de Laquis quizá reflejen el
rigor de la destrucción que también sufrió Jerusalén en ese tiempo. Las ruinas
se conocen ahora con el nombre de Tell ed-Duweir.
Azeca.
Esta
era otra de las "ciudades fortificadas" de Judá (2 Crón. 11: 5-12). El lugar
lleva ahora el nombre de Tell ez-Zakariyeh.
8. Para promulgarles libertad.
La ley mosaica permitía que
los israelitas fueran vendidos como esclavos, por un tiempo limitado nada más
(ver com. Exo. 21: 2), pero muchos se habían excedido en sus derechos. Los
nobles de Judá, como los de Atenas antes de Solón, se valían de la ley contra
las deudas para poder esclavizar a buen número de sus semejantes. Y ahora, ante
el inminente peligro de un ataque babilonio, bien para asegurarse la cooperación
voluntaria de hombres libres en vez de la ayuda forzada de esclavos, o bien por
alguna otra razón, Sedequías prometió la libertad a todos los esclavos de
Jerusalén.
10. Obedecieron.
En
vista de los peligros externos, y de la posibilidad de un levantamiento de la
clase oprimida que pudiera ayudar al invasor (Exo. 1: 10), la orden de Sedequías
fue bien recibida y acatada por los príncipes y el pueblo.
11. Después se arrepintieron.
Cuando los caldeos levantaron transitoriamente el asedio, para hacer
frente al ejército egipcio que se aproximaba (vers. 21; cap. 37: 5), la mayoría
de los habitantes de Jerusalén creyó, equivocadamente, que el peligro que
amenazaba a su ciudad había desaparecido, y otra vez "los sujetaron como siervos
y siervas".
14. Al cabo de siete años.
Esta era la ley (ver com. Exo. 21: 2) que el pueblo había violado (Jer.
34: 8-11; cf. Isa. 58: 6).
15. Pacto en mi
presencia.
Este acuerdo de liberar a los esclavos había sido
solemnemente suscrito por el rey y por "todos los príncipes, y todo el pueblo"
(vers. 8-10) en los atrios del templo, por lo cual, en cierto sentido, había
sido hecho con Dios mismo (Neh. 5: 8-13). Por lo cual, al quebrantar este
"pacto" el pueblo no sólo pecaba contra su prójimo sino también contra su Dios.
Es invocado mi nombre.
Cf. Jer. 7: 10-11; ver com. Deut. 12: 5.
17. Yo promulgo libertad.
La
libertad que Dios había ordenado (Lev. 25: 10) -y que el pueblo había negado a
sus prójimos, sería transformada, por medio del castigo de Dios, en "libertad"
que dejaría a los transgresores entregados a "la espada y a la pestilencia y al
hambre", también al cautiverio.
18. Dividiendo en dos partes el becerro.
Ver com. Gén. 15:
10 respecto al significado de este ritual.
19. Los oficiales.
Heb., "los eunucos". Muchos de éstos
eran extranjeros (ver com. cap. 38: 7), que una vez que entraban al servicio del
rey se hacían prosélitos. En las cortes reales del antiguo Cercano Oriente era
común que los eunucos ocuparan elevados cargos. Los que se mencionan aquí, como
los príncipes de Judá e Israel, quizá se habían enriquecido prestando dinero a
los israelitas más pobres, y luego los esclavizaban a fin de obtener
compensación.
20. Comida.
Este
ultraje era considerado como un castigo extremo debido a una culpa (cap. 16: 4;
19: 7).
21. Se ha ido de vosotros.
Literalmente, "ha subido de en contra de vosotros". Esto muestra, como
ya se dijera (ver com. vers. 11), que los babilonios habían levantado el asedio
de Jerusalén, dando así a los príncipes de Jerusalén la falsa idea de que el
peligro había pasado y la esperanza equivocada de que recibirían ayuda de Egipto
(cap. 37: 5-10).
22. Con fuego.
Ver
cap. 52: 12-14.
Hasta no quedar morador.
Ver com. cap. 32: 43.
CBA T4
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