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EL SÁBADO: CÓMO EXPERIMENTAR Y VIVIR EL CARÁCTER DE DIOS - Libro complementario


EL SABADO: EXPERIMENTAR Y VIVIR EL CARÁCTER DE DIOS


Todos los aspectos de la vida son sensibles al tiempo. Nuestro corazón nos da una sensación de tiempo y de ritmo, y nos sentimos seguros con la regularidad de los acontecimientos. El sol sale y se pone con regularidad. La luna nos da los meses. El sol nos da los años. Sin embargo, el ser humano no ha quedado satisfecho con el sentido biológico del tiempo y se ha dedicado a inventar relojes. Al principio, eran relojes de agua y de arena. Las velas también se usaban para medir los minutos, y en el siglo XVII los relojes de péndulo medían los segundos. Las piezas para medir el tiempo dependían de la duración del día, que depende de la rotación de la tierra.

Hoy, tenemos un reloj atómico que usa el átomo de cesio para medir el tiempo. Tiene 9.192.631.770 oscilaciones por segundo. La rotación de la tierra ya no es la norma para medir el tiempo. Cada tantos años, se agrega un segundo al año, porque la tierra se está desacelerando y mantenemos el tiempo con mayor precisión que la rotación de la tierra. El reloj atómico de cesio tiene una precisión de i segundo en 100 millones de años.1

Vivimos en la época del microsegundo y el reloj de pulsera digital. Nuestra sociedad altamente informatizada depende de las horas, los minutos y los segundos para su propia existencia. Pero toda esta precisión en las horas, los minutos y los segundos nos ha convertido en esclavos del tiempo. Sabemos cuando llegamos tarde y sabemos cuando estamos a tiempo. Sabemos cuándo ir a trabajar y cuándo salir del trabajo. Registramos récords de tiempo para todo. Hemos dividido, cortado, fraccionado y administrado el tiempo. Pero, de alguna manera, tendemos a perder el significado de la vida que medimos con tanta precisión.

UN BOCADO DE LA ETERNIDAD

¿Te sientes identificado con Macbeth, de Shakespeare?

La vida es una sombra tan solo, que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa.2

Salomón también se sintió así. "Miré todas las obras que se hacen debajo del sol, y vi que todo ello es vanidady aflicción de espíritu" (Ecl. 1:14). ¿Alguna vez has sentido como que eres solo la posición de las manecillas de un reloj eterno que va marcando lentamente el final? Las semanas llegan y se van. La vida se desvanece y, ¿a dónde se fue el tiempo?

Algunos podrían sugerir que, si tan solo pudieran saborear la eternidad, si tan solo pudieran pasar un momento allí, serían capaces de soportar cualquier cosa en esta tierra. Bueno, Dios nos dio un regalo para que podamos entender la eternidad. Nos dio una muestra de la eternidad. "El séptimo día concluyó Dios la obra que hizo, y reposó el séptimo día de todo cuanto había hecho. Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación" (Gén. 2:2,3).

Experimentar el sábado es saborear la eternidad. ¿Lo has experimentado? Los judíos intentaban guardar el sábado con muchas reglas. Algunos adventistas del séptimo día, tratando de guardar legalmente el sábado, usan computadoras para determinar el minuto exacto en que se pone el sol. Sabemos cuándo se pone el sol, sabemos cuándo comienza el sábado y memorizamos el cuarto mandamiento. "Acuérdate del sábado, para consagrarlo al Señor. Trabaja seis días y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el séptimo día es de reposo consagrado al Señor tu Dios. No hagas ningún trabajo en ese día, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que viva contigo. Porque el Señor hizo en seis días el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y descansó el día séptimo. Por eso el Señor bendijo el sábado y lo declaró día sagrado" (Éxo. 20:8-11, DHH).

Pero con todo nuestro conocimiento del sábado, ¿cuánto sabemos sobre su origen? Abraham Joshua Heschel, un famoso autor judío, escribió: "El significado del sábado es celebrar el tiempo en lugar del espacio. Seis días a la semana vivimos bajo la tiranía de las cosas del espacio; en el sábado tratamos de sintonizarnos con la santidad en el tiempo. Es un día en el que somos llamados a compartir aquello que es eterno en el tiempo, a pasar de los resultados de la creación al misterio de la creación, del mundo de la creación a la creación del mundo".2

¿Qué tipo de educación estamos impartiendo sobre el significado del sábado en nuestras Escuelas Sabáticas? Un joven de veintiún años ha vivido tres años de su vida en sábado, y un hombre de setenta años ha vivido diez años de vida en sábado. ¿Cómo fueron esos años, todo ese tiempo que pasaron con Jesús durante el sábado? ¿Nos educaron para amar a Jesús y experimentar el sabor de la eternidad con él? ¿O pasábamos las horas esperando a que se pusiera el sol para poder hacer lo que quisiéramos? Si estamos ansiosos por que termine el sábado, ¿estaremos ansiosos por que termine el cielo?

EL SÁBADO MEJORA LA VIDA

El tiempo es vida y la vida es tiempo. Nuestra vida y nuestro tiempo encuentran sentido cada sábado que pasamos en la presencia de Dios. La frustración que sentimos con cada segundo que se va de nuestra vida encuentra consuelo durante el sábado con Jesús. El mensaje del sábado es que es posible encontrarle sentido a la vida, no midiendo nuestras acciones, nuestros logros o nuestras ocupaciones, sino manteniéndonos en sintonía con Dios. Dejando que Dios llene nuestra vida en lugar de tratar de llenarla nosotros mismos con objetos y el yo. 
 
El interminable avance sin dirección de la vida encuentra respuesta en la declaración del sábado de que no es lo que hacemos lo que nos da identidad: es lo que somos lo que da sentido a lo que hacemos. Heschel añade: "Hay un ámbito de tiempo en el que el objetivo no es tener sino ser, no es poseer sino dar, no es controlar sino compartir, no es someter sino estar de acuerdo. La vida no funciona bien, el control del espacio y la adquisición de cosas del espacio se convierten en nuestras únicas preocupaciones".4

La continua sensación de que la vida no tiene sentido se resuelve en el tiempo del sábado como hijos de Dios y no como la simple posición de las manecillas de un reloj eterno que pronto nos llevará a la inexistencia. El sábado nos une en una relación con el Señor de la vida. ¿Se puede guardar el sábado sin conocer a Cristo? Elena de White dice: "Con el fin de santificar el sábado, los hombres mismos deben ser santos".5

Cuando nuestra fe se convierte en un credo y nuestra adoración en un simple hábito, cuando nuestra iglesia se convierte en un edificio en lugar de un instrumento de servicio, cuando nuestra religión se convierte en una serie de formulaciones .doctrinales en lugar de un estilo de vida compasivo, entonces es, como dice Shakespeare, "una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa".6

Cualquiera puede limpiar la casa el viernes e ir a la Escuela Sabática y a la iglesia. La observancia del sábado es una relación con Jesús. Si no es eso, no es observancia del sábado.

Si dejas de profanar el sábado, y no haces negocios en mi día santo; si llamas al sábado "delicia", y al día santo del Señor, "honorable"; si te abstienes de profanarlo, y lo honras no haciendo negocios ni profiriendo palabras inútiles, entonces hallarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar, y haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob. El Señor mismo lo ha dicho (Isa. 58:13,14, NVI).

EL SÁBADO ES EL CIELO EN LA TIERRA

Cuando Jesús dijo: "El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado" (Mar. 2:27), le estaba quitando la carga en la que se había convertido e iluminando su propósito original. Los adventistas del séptimo día se preocupan por las futuras leyes dominicales, a través de las que se intentará prohibir la observancia del sábado. ¿Cuántos de nosotros amamos tanto el sábado en este momento que estaríamos dispuestos a morir por él? Una futura ley dominical no nos hará amar el sábado. Los cristianos están sellados, no porque creen que el séptimo día es el sábado, sino porque han experimentado a Jesús en ese día sin permitir que nada los separe de él y de esa experiencia.

El sábado es como el cielo, y el cielo no es glorioso porque tiene calles doradas. El oro es valioso porque es escaso. Cuando no sea escaso, no será valioso. El cielo no es glorioso por su belleza, aunque sin duda será hermoso. No queremos llegar al cielo porque allí no habrá enfermedades, aunque eso obviamente será extraordinario.

¿Cuál es el atractivo del cielo? ¿Cuál es el atractivo del sábado? El cielo es glorioso porque nuestro Señor estará allí. El cielo deriva su significado de la presencia de Jesús. El sábado es el tiempo que pasamos por adelantado con él. Las horas del sábado son el cielo en la tierra. Las horas del sábado son tiempo para compartir con Jesús. Estar ansiosos por pasar menos tiempo con él es como declarar nuestro amor por nuestra esposa y no encontrar tiempo en la agenda para estar con ella. El tiempo del sábado le da sentido a nuestra vida porque nos pone cara a cara con Aquel que nos creó, que nos justifica y que nos santifica. La vida no tiene sentido afuera de Aquel que la creó. No es posible comprender la vida aparte de Aquel que nos da una vida nueva.

El tiempo, todo el tiempo, no es más que la medida de movimientos sin sentido, el tictac interminable del reloj cósmico, de una sombra que avanza, de olas que se desvanecen en una orilla de guijarros. La única excepción a esta regla es nuestra relación con nuestro Creador Jesucristo. Todo el tiempo, toda la vida sin una relación con Jesús, "es breve [...] y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos, todavía, al igual que tambores sordos, tocan marchas fúnebres hacia la sepultura".3

El sábado es una vislumbre de la eternidad. ¿Qué no debemos hacer en sábado? Cualquier cosa que hagamos que destruya esa relación es transgredir el sábado. Todo lo que hagamos para mejorar esa relación con Jesús es guardar el sábado.

SÁBADO, UN REGALO PARA DISFRUTAR

Había una vez un pueblo situado al pie de una gran montaña, y un rey sabio era su gobernante. Un día, el bondadoso rey tuvo que irse, pero le dijo a su gente que regresaría y que, cuando lo hiciera, los llevaría a la cima de la montaña, donde vivirían para siempre. Sin embargo, como se iría durante mucho tiempo, les dijo que les dejaría un regalo especial para que lo recordaran durante su ausencia. Cuando el rey sabio se fue del bosque, dejó en el centro de este un hermoso árbol frutal como regalo, di-ciéndoles que protegieran el árbol y disfrutaran de su fruto hasta que él regresara.

Al principio, todos felizmente protegieron el árbol y disfrutaron de él. Cortaban toda la maleza a cierta distancia y se aseguraban de que recibiera un suministro generoso de agua. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba desde la partida del rey, más pensaban en el árbol y olvidaban al rey. Pronto, lo consideraban un árbol demasiado sagrado para que las aves pudieran anidar, así que lo protegieron para que las aves no hicieran nidos. El árbol también estaba cercado para que ningún oso se frotara la espalda contra él. Se desarrollaron muchas reglas sobre el cuidado del árbol. Tan empeñados estaban en su preservación, que nadie comió el fruto del árbol. En cambio, tomaban la fruta, la preservaban en plástico y la vendían plastificada como recuerdo. Muchos se llevaban la fruta plastificada a sus hogares, donde la colocaban en lugares especiales para mirarla. Solo personas especiales podían vender y empaquetar la fruta, y la demanda era muy alta. Se olvidaron de cómo era el rey. Parecía, en lo que a ellos concernía, ser un rey duro y exigente debido a todas las reglas que creían que había establecido sobre su árbol.

Lentamente, el árbol daba cada vez menos fruto y, por mucho que se esforzaban sus cuidadores, no podían lograr que diera más. La situación empeoró tanto, que después de varias generaciones se olvidaron del árbol por completo. Era demasiado complicado cuidarlo y algunos habían abusado de él y comercializado tanto, que decidieron que no lo necesitaban para recordar al rey. Tenían su fruta plastificada y, después de todo, cada árbol podía recordarles al rey, y no solo este árbol.

Un día, se corrió la voz de que el rey regresaría pronto. Algunos recordaron el regalo del rey, pero les fue difícil encontrarlo. La maleza había crecido y estaba casi muerto, salvo por un poco de fruta que aún quedaba. Cuidadosamente, aquellos que se enteraron del regreso del rey, nutrieron el árbol y le dieron nueva vida. Al principio, algunos no comieron del árbol debido a las viejas tradiciones que recordaban. Pero finalmente algunos, recordando que era un regalo para ellos y para su bien, decidieron comerlo. La fruta era buena y energizante. Estaban tan entusiasmados con su degustación del regalo del rey, que lo compartieron con todos los que pudieron encontrar para que lo probaran. Descubrieron que el árbol, que había estado produciendo muy poca fruta, comenzó a producir abundantemente. Cuanto más regalaban, más producía.

Emocionados, corrieron por la comunidad dando la fruta a otros. Instalaron puestos de frutas en todo el bosque para que otros experimentaran el regalo del rey. Algunos no aceptaban la fruta, y otros desconfiaban de los que la habían encontrado. Algunos decían que no les gustaba en absoluto. Pero muchos comieron y, a través de esa experiencia, anticipaban el momento en que el rey, el dador del regalo, regresaría. Pronto, tal como lo había prometido, el rey regresó y llevó a todos al hermoso bosque en la cima de la gran montaña. Todos estaban emocionados, pero cuando llegaron después del viaje de siete días, tenían mucha hambre. Fue entonces cuando descubrieron que la única comida disponible en la cima de la montaña era el mismo tipo de fruta que el rey les había dado como regalo en el otro bosque al pie de la montaña.

Todos los que disfrutaron de la fruta al pie de la montaña disfrutaron de la fruta en la cima de la montaña, así como el rey que se las había dado. Pero algunos no pudieron soportar el sabor de la fruta y expresaron su deseo de irse. Tristemente, el rey aceptó su pedido y permitió que, los que no disfrutaban de la fruta, se fueran. Hubo llanto y crujir de dientes.

Las horas del sábado son un anticipo de la eternidad, una muestra del tiempo con Jesús. ¿Te gusta el sabor? ¿Tienes hambre de más?


1 Konstantin Bikos y Anne Buckle, "The Science Behind Leap Seconds", Timeanddate.com, consultada el 30 de enero de 2020, disponible en: https://www.timeanddate.com/time/leap-seconds-background.html

2 Abraham Joshua Heschel, The Sabboth (Nueva York: Farrar, Straus and Giroux, 2005), p. 10.

3 Henry Wadsworth Longfellow, "El salmo de la vida", disponible en: https://www.epdlp.com/texto.php?¡d2=856
 
4 MI, p. 3.

5 Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 250.

6 Shakespeare, Macbeth, acto 5, escena 5.

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