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JESÚS, EL DADOR DEL DESCANSO - Libro complementario


Capítulo 5

JESÚS, EL DADOR DEL DESCANSO

En los últimos años de la década de 1990, mis padres hicieron un viaje a Israel y regresaron con regalos para nosotros. El regalo que más recuerdo fue para mi hijo. Era una hermosa honda y una bolsa de pastor, ambos hechos de cuero. En el interior, mi madre colocó cinco piedras que había recogido del arroyo en el valle de Ela, entre la antigua Soco y Azeca, donde tuvo lugar la famosa batalla entre David y Goliat unos tres mil años antes (1 Sam. 17:1 -3,40).

Este regalo fue especial por varias razones. Primero, si bien es posible comprar una honda y una bolsa de pastor en otros lugares, las piedras, absolutamente comunes y ordinarias, eran una representación visual y tangible de la tierra que acababan de visitar. Eran más que una representación; eran un pedazo de esa tierra. En segundo lugar, mi madre le explicó al niño de cuatro años que quería que creciera para ser fuerte y "¿aliente como el pastorcillo cuya historia ya se sabía de memoria. El regalo fue una muestra de las esperanzas de mi madre para su nieto mayor. Y tercero, era un regalo con el que mi hijo podía jugar. En ese momento, yo era el director de Jóvenes de la Asociación Central en la Ciudad de México, y a menudo le pedía a mi hijo que usara la bolsa de cuero y la honda como ilustración para el sermón que predicaría. Disfrutaba interpretando el papel del niño David y la atención que recibía. Pero, aún más disfrutaba jugando con sus regalos. Lo dejamos jugar con la honda, pero "confiscamos" las piedras, preocupados de que golpeara con entusiasmo a algunos "Goliat" alrededor de la casa o dañara el complejo de departamentos en el que vivíamos.

£1 sábado como señal de salvación

Como la honda regalada, el sábado se trata de una relación especial. La Biblia dice que Dios estableció el sábado como una señal de la relación de pacto entre él y el pueblo de Israel.1 La palabra hebrea oth, traducida como "señal" en nuestra Biblia, es muy significativa. Un oth, o señal, "es un objeto, un suceso, un evento mediante el cual una persona debe reconocer, aprender, recordar o percibir la credibilidad de algo" (énfasis añadido).2 Las señales cumplen principalmente una función epistémica: ellas imparten conocimientos. Sirven como evidencia concreta de la verdad y la confiabilidad de Dios y de las afirmaciones y las promesas que ha hecho.

Las señales cumplen varias funciones en la relación entre Dios y su pueblo. En la mayoría de los casos, tienen la intención de impartir conocimiento sobre la credibilidad de Dios. Por ejemplo, Dios usó las plagas como señales para que el faraón y los egipcios supieran que su demanda de que liberaran a los hijos de Israel estaba respaldada por su poder incomparable y su autoridad suprema como gobernante de todas las naciones y sus dioses (por ejemplo: Éxo. 8:22; 12:12). También tenían la intención de ser señales para recordar a los israelitas "que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él" (Deut. 4:35). Entonces, por medio de las plagas milagrosas, tanto los egipcios como los israelitas supieron que Jehová está por encima de todo y de todos, porque experimentaron su poder incomparable.

El conocimiento experiencial que proporciona una señal tiene consecuencias legales, porque no se puede negar. Por lo tanto, cuando Dios juró por medio de Jeremías que castigaría a los israelitas que habían regresado a Egipto, les dio una señal (oth). Les dijo que cuando el faraón Ofra, rey de Egipto, fuera entregado en manos de sus enemigos, los israelitas que habían puesto su confianza en él sabrían que su catástrofe había sido sellada (Jer. 44:26-30). En este caso, la señal que se les había dado a los israelitas era un hecho histórico concreto que funcionó como una notificación legal e innegable de que se había fijado su destino.

Las señales también tienen otras funciones. Las señales pueden proteger, porque proporcionan una identificación concreta de aquellos cuya vida está protegida por Dios. Por lo tanto, Caín recibió una señal que advertía a otras personas que no lo mataran (Gén. 4:15), y la sangre del cordero pascual en los postes de las puertas y el dintel protegió del ángel destructor la vida de los primogénitos (Éxo. 12:13). Las señales pueden cumplir una función mnemotécnica, para mantener en la mente verdades importantes. Por lo tanto, Dios le explicó a Israel que la Pascua y las fiestas de los panes sin levadura debían servir como "señal" en su mano y como "memorial" entre sus ojos de que el Señor los había liberado de Egipto con mano fuerte (Éxo. 13:9; ver también Jos. 4). Por lo tanto, Dios a menudo dio señales para promover la fe y la confianza en él (por ejemplo, Isa. 7:1-11). De manera similar, los profetas a veces realizaban actos simbólicos peculiares que funcionaban como señales de eventos que sucederían en el futuro.1 Finalmente, los pactos también tenían marcas visuales y concretas para identificar a aquellos que eran parte detin pacto. Por ejemplo, la circuncisión sirvió como una marca externa del pacto entre Dios y Abraham (Gén. 17), e igualmente, la observancia del sábado es una señal externa de la relación entre Dios y su pueblo (Éxo. 31:13,17; Eze. 20:12, 20).

El descanso y el sábado en Hebreos

En el argumento de Hebreos, la observancia del sábado funciona como una señal o símbolo de la promesa de reposo que Dios le dio a su pueblo. En Hebreos 3 y 4, se afirma que el Salmo 95 contiene una invitación permanente a entrar en el reposo de Dios. En el Antiguo Testamento, el concepto de reposo se refiere al sábado que Dios guardó al final de la Creación, o a la tierra que le dio a su pueblo como herencia, liberándolo de la amenaza de los enemigos, o al Templo donde Dios reposaba.2 Estos tres elementos están íntimamente conectados tanto en Hebreos 3 y 4 como en el resto de la carta. Hebreos 4:3 al 5 explica que el reposo al que Dios nos invita a entrar es el reposo al que Dios entró en el día de reposo de la Creación y que ha estado disponible para nosotros desde entonces. Hebreos 4:8 compara ese reposo con el reposo que Dios le prometió a Israel en la tierra de Canaán, un reposo que Josué no pudo proporcionar. Finalmente, la invitación a entrar en el reposo en Hebreos 4 culmina con la invitación a acercarse con confianza al Trono de la gracia en el Santuario celestial (vers. 14-16).

Algo parecido ocurre en la macroestructura de la carta a los Hebreos. Hebreos 4 nos exhorta a entrar en el reposo sabático que Dios puso a nuestra disposición por medio de Jesús (vers. 9-11). Hebreos 5 al 10 nos invita a acercarnos a Dios con confianza a través del velo del Santuario celestial, porque la sangre de Jesús ha purificado del pecado nuestra conciencia (Heb. 10:19-23). Finalmente, los capítulos 10 al 13 nos invitan a correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, para que podamos entrar en la Patria celestial, la herencia prometida (Heb. 11:10-16, 39,40).

Sin embargo, ten en cuenta que la Tierra Prometida, el Templo y el sábado no son en sí mismos el reposo; son las estructuras geográficas y temporales que hacían disponible el reposo. El reposo es algo que ocurre dentro de esas estructuras temporales y geográficas. Esto explica por qué Hebreos 4:8 dice que Josué no le dio a Israel el reposo que Dios había prometido.

Es cierto que Josué condujo al pueblo a la Tierra Prometida y obtuvo dominio sobre ella.3 Pero la posesión de la tierra no era lo mismo que el reposo. Deuteronomio 12:1 al 14 declara que, para entrar en el reposo, Dios quería que el pueblo poseyera toda la tierra, "desde el desierto hasta el Líbano, desde el río Éufrates hasta el mar occidental" (Deut. 11:24).4 Además, los instruyó para que purificaran la tierra de la idolatría y adoraran a Dios en el lugar que él elegiría para que habitara su nombre. Pero Israel no conquistó toda la tierra en el tiempo de Josué ni la purificó de la idolatría.

La tierra, la purificación y el lugar para la morada de Dios eran condiciones necesarias para que Dios tuviera una relación íntima y cercana con su pueblo. El plan de Dios era atraer a Israel a sí mismo y vivir en medio de ellos (Éxo. 19:4; 25:8). La tierra y el Templo eran las estructuras geográficas y físicas que harían posible una relación íntima con Dios. Lo mismo ocurre con el sábado. La abstención del trabajo en sábado facilita una relación íntima con Dios. La abstención del trabajo, sin embargo, no es lo mismo que el reposo que Dios tiene en mente; solo lo hace posible. Por lo tanto, el reposo en Hebreos se refiere al beneficio del Nuevo Pacto del acceso íntimo y confiado a Dios mismo (Heb. 10:19-23). Este beneficio ha sido puesto a nuestra disposición por medio de la sangre de Jesucristo. Implica la restauración del ideal edénico de una relación íntima y segura con Dios que existió el sábado de la Creación.

La observancia del sábado como señal del reposo de Dios

Hebreos se refiere al reposo al que Dios nos invita a entrar como un descanso sabático (Heb. 4:9), porque el descanso sabático funciona como la señal de la promesa del Nuevo Pacto de confiada intimidad con él. De hecho, encarna o personifica esa promesa. El sábado como señal del Pacto incluye los siguientes elementos:

Primero, el sábado tiene la función de comunicar conocimiento. Cuando Dios dio el sábado a su pueblo como señal de su relación de pacto, explicó su propósito de la siguiente manera: "Para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico" (Éxo. 31:13, énfasis añadido). La observancia del sábado proporciona el conocimiento experimental de que, por medio de nuestra santificación, hemos sido separados de otras naciones. La intimidad que experimentamos con Dios en el sábado nos revela que somos especiales. Este conocimiento no se puede transferir a otros. Hay que vivirlo personalmente. Sin intimidad, no hay revelación; no hay conocimiento. La intimidad con Dios en el día de reposo es un anticipo, una muestra del tipo de intimidad que experimentaremos con Dios en el cielo por toda la eternidad. Este anticipo de la intimidad futura proporciona la seguridad de nuestra futura redención.

En segundo lugar, el sábado tiene una función protectora. Es una identificación visual y concreta del pueblo de Dios que lo reconoce como el Creador de todas las cosas y, por lo tanto, el Gobernante y Juez de todas las cosas (Apoc. 14:6,7). Esa identificación hace posible la protección de Dios (Apoc. 7:1-3).

En tercer lugar, la observancia del sábado tiene una función mnemotécnica que promueve la fe. Recuerda a los creyentes que Dios creó todas las cosas y tiene el poder de satisfacer todas sus necesidades (Éxo. 20:8-11). También les recuerda que Dios los redimió y que puede satisfacer todas sus necesidades espirituales (Deut. 5:12-15). En comunidad, el sábado permite que los creyentes se reúnan para exhortarse y animarse unos a otros a la fe y las buenas obras (Heb. 3:12,13; 10:23-25). La observancia del sábado protege al pueblo de Dios contra el olvido que conduce a la apostasía.

Quinto, la observancia del sábado es un acto simbólico. Es la manifestación externa y concreta de una realidad interna. Nos preparamos limpiando nuestros hogares porque también hemos limpiado el templo del alma, preparándonos para la visita de Dios. Dejamos de trabajar porque reconocemos que somos salvos por gracia mediante la fe. El sábado es una afirmación de que nuestra fe no está en nuestro trabajo, nuestras relaciones sociales o familiares, ni siquiera en nuestros esfuerzos y habilidades. La observancia del sábado declara que nuestra fe se pone en Dios y él tiene prioridad. Adoramos en sábado porque ningún otro día recuerda a Dios como Creador y Redentor. Nos vestimos con nuestras mejores ropas y comemos las comidas más selectas porque el sábado es un día de celebración, un anticipo del momento en que disfrutaremos de la cena del Cordero y nos vestiremos del cuerpo glorioso e inmortal. Cuando guardamos el sábado, les decimos algo a Dios y a los demás. Decimos que estamos en una relación de pacto con él. Ningún otro acto religioso puede expresar la profundidad y la amplitud de ese compromiso.

El descanso sabático entre Dios y nosotros funciona de manera similar al regalo que mi madre le trajo a mi hijo de Tierra Santa. Es un pedacito de cielo que podemos disfrutar aquí y ahora. En el Día de Reposo, Dios comparte sus deseos más profundos para con nosotros, y cuando observamos el Día de Reposo comunicamos nuestra gozosa aceptación de sus promesas.

Entonces, hagamos todo lo posible por entrar en ese descanso

Es importante señalar que Hebreos 3 y 4 no son una invitación al descanso sino una súplica para entrar en ese reposo (Heb. 4:11). Jesús explicó en Mateo.'11:2811 30 cómo podemos entrar en el reposo. Necesitamos tornar su yugo y obrar con él. Jesús también nos invita a seguir su ejemplo y disfrutar de la intimidad personal con él. Él es el que da descanso. Explicó lo que Dios le había dicho a Moisés: "Mi presencia irá contigo, y te daré descanso" (Éxo. 33:14).

Hace muchos años, un amigo me invitó a jugar frontenis (similar al racquetball) con él en las canchas públicas un domingo por la mañana. Al principio, dudé en aceptar la invitación porque apenas sabía cómo jugar. Me aseguró que mi inexperiencia no sería un factor determinante, porque se uniría a mí en un equipo de dobles. Había sido un jugador profesional en el ámbito nacional y era un excelente jugador. Cuando llegamos a la cancha, me sentí intimidado por el elevado nivel de juego del otro equipo, pero me dijo: "No te preocupes, solo tienes que hacer bien el saque y yo haré el resto". Y eso es lo que hizo. Saqué durante todo el juego y él se enfrentó a los tiros difíciles que nos venían en respuesta a mis saques débiles y fáciles. Estuvo espectacular, devolviendo sus tiros difíciles e incluso algunos que me parecieron incontestables. No perdimos un juego.

Hoy, Jesús te invita a unirte a su equipo. Es el mejor compañero de dobles. Para aquellos que aceptan la invitación a llevar su yugo, las cargas aplastantes de la vida se vuelven livianas, y el viaje se vuelve fácil, ligero y gozoso.

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1  Por ejemplo, Isaías 20; Ezequiel 4.

2 Tierra: Deuteronomio 12:10; Éxodo 33:14; Deuteronomio 25:19; Josué 1'.13, 15; 21:44; 22:4; 23:1. Santuario: 1 Reyes 8:56; 2 Crónicas 6:41; Salmo 132:8,13,14; Isaías 66:1. Sábado: Éxodo 35:2; Génesis 2:2; Éxodo 20:11; Deuteronomio 5:12-15.

3  Deuteronomio 25:19; Josué 1:13,15; 21:44; 22:4.

4  Esta es la tierra que Dios le había prometido a Abraham y le había confirmado a Moisés: Génesis 15:18; Éxodo 23:31; Números 34:1-15; Deuteronomio 1:7, 8.

 

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