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TODAS LAS NACIONES Y BABEL - Libro complementario


 Capítulo 5

TODAS LAS NACIONES Y BABEL

De la diversidad a la unidad

Después del Diluvio universal el ritmo de la vida regresa.

Génesis 8:22 describe ese momento: "Mientras la tierra permanezca no cesarán la cementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche".

Este poema, que celebra el regreso a la vida, es un recordatorio para la humanidad sobre la fidelidad de Dios.

Dios inmediatamente comienza a volver a crear la tierra. La Biblia señala que Dios "dijo en su corazón: [...]" (vers. 21). Esta frase precede a su decisión de "nunca más" (vers. 21, DHH) destruir la tierra con un Diluvio, lo cual nos recuerda nuevamente cuánto "le dolió en su corazón" (Gén. 6:6) cuando se arrepintió de haber creado a los seres humanos.

Al comienzo de esta nueva creación, Dios pronuncia una bendición prolífica y una promesa (Gén. 9:1). Las primeras palabras que Noé oye después de su largo confinamiento son la ratificación de la vida por parte de Dios. La genealogía resultante de Noé, el padre de las naciones de la tierra (Gén. 9:19; 10:32) representa el cumplimiento de esa promesa y proyecta un rayo de esperanza. Sin embargo, las naciones que surgieron de esta genealogía de la promesa estaban decididas a revisar los planes de Dios. La historia de la torre de Babel expone sus intenciones: querían hacer las cosas a su manera, querían ser Dios. Esta mentalidad, la mentalidad de Babel, tendría graves consecuencias en la historia, al punto de ser uno de los ingredientes centrales de las denuncias proféticas posteriores.

¡A vivir!

"Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra" (Gén. 9:1, NTV). Estas son las primeras palabras que Dios dirige a los seres humanos inmediatamente después de que los redime del Diluvio, al igual que las primeras palabras que Dios dirigió a los humanos inmediatamente después de crearlos a la imagen de Dios (Gén. 1:28). En ambos casos, el llamado a expandir la vida humana se establece en relación con los animales. Los dos pasajes son paralelos, sin embargo, contrastan entre sí. En el relato de la creación, donde el hombre y los animales comparten los mismos alimentos vegetales, la relación entre ellos se describe en términos de "dominio", lo que implica el cuidado y la responsabilidad amorosa (Gén. 1:28). En el relato del Diluvio, donde los seres humanos tienen que matar a los animales para alimentarse, la relación entre ellos se describe en términos de "temor" y "miedo" (Gén. 9:2). '

Ambos pasajes subrayan el valor de la vida, y ambos se relacionan con los alimentos. Sin embargo, incluso en esto contrastan. Mientras que en el relato de la creación los seres humanos y los animales comparten la misma comida a base de plantas; en el relato del Diluvio los seres humanos y los animales se comen unos a otros. De esta forma, se agrega un nuevo elemento a la segunda instrucción alimenticia. Aunque se permite el consumo de animales, la sangre está prohibida. Tengamos en cuenta que la prohibición de consumir la sangre solo es válida en el caso de las aves y los animales, no para los peces o la sangre de las langostas (Lev. 7:26), ya que son criaturas con diferentes sistemas circulatorios. Este mandamiento confirma una vez más que Noé observaba las mismas leyes dietéticas que luego se enunciarán más adelante en la legislación mosaica (Lev. 3:17; 7:26). Cabe resaltar que esta directiva no existía en ninguna otra sociedad del antiguo Cercano Oriente. Es exclusiva de la Biblia.

Dentro del sistema bíblico, esta es la única ley dietética que también explica el razonamiento detrás de ella. La sangre se excluye de la dieta del hombre "porque en la sangre está la vida" (Gén. 9:4; cf. Lev. 17:11, DHH). De esta forma, la Biblia señala la reverencia por la vida. Este tema nos lleva nuevamente al contexto de la creación donde la muerte aún no era una realidad y solo prevalecía la vida.

La abstinencia del consumo de sangre expresa un gran respeto por la vida y, por ende, una alta estima por la salud, que es un aspecto esencial de la visión bíblica de la santidad (Lev. 21:23). La ciencia moderna ha demostrado que el consumo de sangre puede conducir a enfermedades y padecimientos. La relación que hay entre la sangre y la vida también se explica en el libro de Levítico en lo que respecta a la función expiatoria de la sangre: "La misma sangre es la que hace expiación por la persona" (Lev. 17:11).

Abstenerse de consumir sangre no solo se debe hacer por razones de salud; también está relacionado con la fe en el Dios de la salvación, el cual nos perdonó mediante el derramamiento de su sangre. Estas dos razones, salud y religión, están relacionadas. Tanto la creación como la expiación producen vida. El fundamento en el que se apoya el sistema dietético es más que una simple preocupación por la salud o una mera obediencia legalista: tiene que ver principalmente con la reverencia por la vida, así formo la afirmación de la santidad de la vida y su relación con el deber de la santidad (Éxo. 22:31; Lev. 11:44, 45; Deut. 14:4-21).

Cabe destacar que los primeros cristianos aún consideraron la prohibición de la sangre como algo universal y vinculante, probablemente debido a diversas razones teológicas y de salud. Mientras que los cristianos gentiles que se unieron a la iglesia estaban exentos de la circuncisión, todavía se instaba a abstenerse de la sangre (véase Hech. 15:20, 29).

El problema con esta prohibición radica en la dificultad de eliminar la sangre del animal antes de consumirlo. Para ese propósito, se han recomendado una serie de prácticas tradicionales o formas especiales de matar a los animales (como la shejitá o la halal), en las tradiciones judías y musulmanas. Debido a todas estas complicaciones, y la teología asociada con este tema, y dado que es prácticamente imposible eliminar toda la sangre del animal, la única manera efectiva de evitar el consumo de sangre es descartar la carne por completo. Esto era lo que defendía Abraham Kook, el primer gran rabino de Hogar Nacional Judío. Kook respaldaba la adopción de una dieta vegetariana y argumentaba que todas las elaboradas regulaciones en torno al sacrificio de animales y la preparación exigida fueron hechas por Dios para desalentarnos de esta práctica dietética y, en cambio, llevarnos de nuevo a la dieta original vegetariana (Gén. 1.29)?

Debemos también tener en cuenta que esta prohibición no tiene nada que ver con las transfusiones de sangre. Está estrictamente limitada al consumo oral, es decir, a las comidas y las bebidas. El proceso de ingerir sangre, que va directamente al estómago, es fisiológicamente diferente a inyectar sangre directamente en las venas. Además, el contexto bíblico de la prohibición tiene que ver con sus significados espirituales y éticos (1 Sam. 14:32) y no con padecimientos médicos.

El fascismo de Babel

La intención de Dios cuando creó a los seres humanos a su imagen era que poblaran la tierra (Gén. 1:28; cf. Gén. 9:1). Sin embargo, los habitantes de Babel trabajaron en la dirección opuesta. En lugar de moverse a lugares distantes y separarse unos de otros para llenar la tierra, decidieron detener el viaje y quedarse todos en el mismo lugar y "se establecieron allí" (Gén. 11:2). En lugar de alentar las diferencias, todos compartían un mismo discurso: "Se dijeron unos a otros: "Vamos, hagamos [...] edifiquémonos" (vers. 3, 4).

Cuando el poder se centraliza hoy en día, se cataloga como totalitarismo. El proyecto de Babel podría parecerle hermoso e ideal a muchas personas ingenuas: la totalidad de la humanidad en un solo lugar, sin opiniones diversas y, por lo tanto, sin conflictos. Sin embargo, está demostrado que donde no hay espacio para otras opiniones o tolerancia a las excepciones, se convierte en un lugar espantoso con una existencia aburrida. Sin duda, para que un proyecto como el de la torre de Babel sea factible se requeriría de violencia y opresión. Los Gulags* y los campos de concentración son ejemplos de la historia moderna que nos advierten sobre este ideal de Babel en el que el individuo ya no existe y se reduce a solo un número a favor de la causa mayor.

Una antigua obra literaria judía que nos habla sobre la mentalidad de los trabajadores de la torre de Babel, dice: "Si un hombre caía y moría, no les importaba, pero si un ladrillo caía, se lamentaban y buscaban otro ladrillo para reemplazarlo".1 El ser humano se había vuelto menos importante que la torre y menos valioso que un ladrillo. El Midrash2 denuncia estas ideologías distorsionadas. Cuando la búsqueda de la unidad política, militar, financiera e incluso religiosa se logra a expensas del amor, la justicia y la atención a la persona humana, el resultado es catastrófico. ¿No fueron las torturas de la Inquisición y los asesinatos del Holocausto cometidos "por el bien de la unidad"? 

La blasfemia de Babel

El empeño de los habitantes de Babel, capaces de llevarse cualquier cosa por delante con tal de llegar al cielo, esconde otra iniquidad. Los constructores de Babel querían ser como Dios. La Biblia sugiere esta usurpación del puesto de Dios caracterizándolos como 'ajad, "uno" (vers. 1, 6). Esta palabra es precisamente la que define a Dios mismo en el mandamiento más grande: "Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es" (Deut. 6:4).

El texto que nos habla sobre la construcción de la torre de Babel alude al deseo de los constructores de ser como Dios, y cita actividades que tienen paralelismos con el relato de la creación. Cuando los constructores de Babel dicen: "Hagamos" (Gén. 11:3,4), está repitiendo las mismas palabras usadas por Dios cuando decidió crear al hombre a su imagen (Gén. 1:26). No solo imitan a Dios en su plan de trabajo (hablan como Dios), sino que apuntan al mismo proyecto, o al menos eso es lo que creen. Como Dios, quieren crear a otros a su imagen. Sin embargo, en lugar de producir individuos nuevos y diferentes, como en el proyecto de Dios, su plan es la reproducción de ellos mismos. La usurpación de Dios está en la raíz de su mentalidad fascista. Como piensan que son Dios, obligan a otros a ser como ellos forzando así una unidad abusiva.

El objetivo de los constructores era edificar una torre que llegara al shamayim, "el cielo", y hacerse un shem, un "nombre" para ellos mismos (Gén. 11:4). Esto revela su intención de reemplazar a Dios, ya que Dios no solo mora en el cielo (Gén. 19:24; 21:17) sino que también es el único que puede engrandecer un nombre (véase Gén. 12:2) y el único que puede hacerse un nombre (Isa. 63:12,14; Jer. 32:20). En la cultura bíblica, los nombres están ligados a la existencia (Gén. 27:36), por lo que dar un nombre viene a ser un acto creativo y, por lo tanto, propio del Creador (Gén. 1:5, 8, 10; cf. Isa. 40:26). Incluso cuando Adán lej^ puso los nombres a los animales, el proceso fue iniciado y supervisado por Dios. De esta forma, Dios escogió a Adán como su colaborador, y le dio el poder de gobernar a los animales (Gén. 1:26, 28).

Cabe señalar que esta intención de "rivalizar con los cielos" se mantenía en la tradición babilónica durante los tiempos de la construcción de Babilonia.3 El recuerdo de lo ocurrido en el Diluvio también puede haber jugado un papel en la decisión de los constructores de edificar una torre. Irónicamente, eligieron la llanura e ignoraron las montañas, que estaban asociadas en su memoria con el Diluvio y la presencia de Dios. Por un lado, pueden haber construido la torre con la intención de protegerse de otro Diluvio, una creencia que aún permanecía en la tradición de los constructores de los zigurats. Por otro lado, buscaron reemplazar la montaña natural creada-por Dios por una artificial, creada por ellos mismos. El trabajo ascendente de la obra también traicionaba su teología. Querían subir cada vez más, buscando reemplazara Dios, porque querían controlar sus propios destinos y asegurar su propia salvación. Se negaron a confiar en el Dios invisible y sus promesas. Se negaron a creer en el Dios que desciende, así que Dios demostró su poder descendiendo hasta ellos (Gén. 11:5, 7).

La ironía de Babel

A pesar de todos los esfuerzos de los constructores para llegar a los cielos, Dios tuvo que bajar para reunirse con ellos (vers. 5). Esta ironía la plasma el poeta del Salmo 2, quien probablemente tenía en mente a los constructores de Babel cuando escuchó al Señor riéndose de la insensatez de las naciones que se reunieron en su contra (Sal. 2:1 -4). La imagen del -Dios que baja también expresa la ironía de Dios: Él es quien tiene la última palabra y descenderá contra el orgulloso y arrogante Babel del tiempo final.

De esta forma, los profetas le confieren un tinte escatológico a la historia de la torre de Babel. Isaías, por ejemplo, al referirse al futuro día del Señor (Isa. 2:12-21), describe el panorama escatológico de la reunión de las naciones como el último síntoma de la historia humana que generará el descenso de Dios (Dan. 2:43,44; cf. Gén. 11:4, 5).

La confusión de Babel

El hecho de que Dios repite las palabras de los constructores raya en lo irónico. Dios les responde a los constructores de Babel, que dicen na'aseh, "vamos" (Gén. 11:4), que es la misma palabra "hagamos" que Dios usó durante la creación (Gén. 1:26); con la misma forma plural "descendamos" (Gén. 11:7). Su intención es recordar la prerrogativa divina. Solo Dios puede decir na'aseh con resultados efectivos. Dios le responde a los constructores de Babel, que dicen haba riilbená lebenim, "vamos, hagamos ladrillo" (Gén. 11:3) para describir su intención de elevarse por medio de su construcción, con las palabras habá nerdá wenabelá, "descendamos y confundamos" (vers. 7). La palabra que Dios usa, nabelá, "confundir", suena como nebalá, "necedad" (2 Sam. 13:13, DHH; Sal. 53:1).

Este juego de palabras revela que la necedad que los constructores demuestran, venía arrastrándola desde que comenzaron su obra. La incapacidad que tenían de valorar la humanidad y las diferencias de los demás los llevó a la imposibilidad de comunicarse mutuamente. Dios bajó y de repente su discurso ya no tuvo sentido. Comenzaron a sonar como unos tontos al hablar. Hablaban, pero no se podían comunicar. El texto no dice si estaban hablando nuevos idiomas o si el juicio divino simplemente sancionó un estado que habían creado ellos mismos. El hecho es que su comunicación ya no funcionaba. Las mismas viejas •palabras que solían pronunciar ahora tenías significados diferentes, y las nuevas palabras que escuchaban no tienen ningún significado. Los buenos tiempos en los que eran uno bajo un mismo idioma habían llegado a su fin. Con un poco de humor, la tradición judía nos dice: "En vez de un idioma, un discurso y un dialecto, comenzaron a hablar diferentes idiomas y dialectos. Y entonces se generó una gran confusión. ••«Nadie entendía lo que el otro decía. Si uno pedía un hacha, el otro le entregaba una pala; enojado, terminaba arrojando la pala al que se la había dado y lo mataba. Así las cosas, dejaron de construir la torre y Dios los dispersó por la faz de la tierra".4

El nombre de la ciudad, "Babel" (Gén. 11:9), resume adecuadamente toda la historia de Babel y las lecciones que podemos extraer de ella. Los habitantes de la ciudad entendían el significado del nombre Babel como Bab-ili, "la puerta de Dios". Su deseo de alcanzar "la puerta de Dios" traicionó la ambición de los constructores de Babel de controlar a Dios y ocupar el territorio divino, ocupar su lugar.

En un juego de palabras, el autor del Génesis también relaciona a Babel, "la puerta de Dios", con la palabra balal, que significa "confusión", y alerta a los lectores sobre la insensatez y el riesgo de su emprendimiento. Babel lleva a la confusión. La ironía del proyecto de la torre de Babel se revela ahora por medio de su reversión: "En contraste con su pretendida elevación, Dios baja; en contraste con su un idioma, Dios confunde su lengua; en contraste con su conglomeración, Dios los dispersa".5

 

 

1  Pirkei de Rabbi Eliezer, cap. 24

2  Una Antigua interpretación o comentario judío sobre el texto bíblico, que aclara o expone los puntos de la ley o desarrolla o ilustra algún principio moral. Dictionary.com

*Es la forma abreviada para denominar a la Dirección general de Campos de Trabajo, mejor conocidos como Campos de Concentración de la antigua Unión Soviética. N. del E.

3 Véase Ephraim A. Speiser, "Word Plays on the Creation Epic's Versión of the Founding of Babylon", Oríentalia 25, n° 4 (1956), p. 319.

4 Menahem G. Glen Jewish Tales and Legends (Nueva York: HebrewPub., 1929), p. 31.

5  Abi Doukhan, Biblical Portraits ofExile: A Philosophical Reading (Abingdon, Reino Unido: Routledge, 2016), p. 78.

 

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