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13 ISRAEL EN EGIPTO - Libro complementario


 Capítulo 13

ISRAEL EN EGIPTO

Esto también es para bien

Hay una leyenda en el Talmud sobre un hombre santo cuyo nombre era Gam zu Letová, que significa "Esto también es para bien". Se le dio ese nombre porque ante cualquier cosa mala que sucediera, él respondía diciendo: "Esto también es para bien".1 Un día, los habitantes de su ciudad lo enviaron al emperador romano para que le ofreciera un cofre lleno de joyas y perlas. Él fue y se alojó en una posada. Durante la noche, los residentes de la posada abrieron el cofre, robaron las joyas y las sustituyeron por un poco de polvo de la posada. Ajeno a lo sucedido, a la mañana siguiente Gam zu Letová fue al palacio real y entregó el cofre al emperador. Cuando este lo abrió y vio el polvo, se enfadó. Sintiendo que el pueblo se burlaba de él, decidió hacerlos matar a todos. Gam zu Letová pensó: "Esto también es para bien"

La historia continúa diciendo que Elías, el profeta, apareció entonces ante el gobernante bajo la forma de uno de sus ministros, y le sugirió que ese polvo era mágico, pues tenía el poder de garantizar la victoria en la guerra. Entonces, los soldados tomaron un poco del polvo y lo arrojaron al campo de batalla, y el polvo obró un milagro. Obtuvieron la victoria y los romanos pudieron conquistar la tierra. Cuando el emperador vio lo sucedido, hizo llenar el cofre de Gam zu Letová con joyas y perlas preciosas. Ya de regreso, Gam zu Letová se quedó en la posada, donde le preguntaron cómo le había ido. Él les contó la historia de los milagros. Al escuchar la historia del polvo mágico, los residentes derribaron la posada, tomaron todo el polvo y se lo llevaron al rey, explicándole que se trataba del mismo polvo que lo había ayudado a ganar la batalla. El rey tomó el polvo y lo probó en otra batalla. Desafortunadamente, el milagro no ocurrió. El emperador, enojado, castigó a los residentes de la posada con una sentencia de muerte.

Algo parecido al milagro de Gam zu Letová se registra al final del libro de Génesis. Mientras que los primeros capítulos del libro cuentan la trágica historia del mal que alejó a los seres humanos de lo bueno que Dios había creado para ellos; en los últimos capítulos se revierte la maldición: Dios transforma lo malo en algo bueno. De hecho, queda demostrado que todo el mal que nos sucede es para bien. Un pequeño clan de inmigrantes se convierte en una gran nación. Un Jacob de luto va a Egipto para ver el rostro de José. La maldad de los hermanos de José resulta en un bien. El ataúd de José representa la esperanza del regreso al Edén.

De unos pocos inmigrantes a una gran nación

La "casa de Jacob", que incluye al patriarca, a José y sus dos hijos, está conformada por "setenta" personas (Gén. 46:27). En la introducción al relato del Éxodo, la repetición del número "setenta" para caracterizar a la "descendencia de Jacob" (Éxo. 1:5), señala el cumplimiento de la promesa de Dios de regresar a la Tierra Prometida. El número setenta también tiene un significado espiritual, que expresa totalidad. La totalidad de Israel va a Egipto y de allí volverá convertido en "una gran nación" (Gén. 46:3), tan numerosa "como las estrellas del cielo" (Deut. 10:22). El hecho de que el mismo número setenta caracterice a las naciones de la tierra (Gén. 10:1 -32) sugiere que Israel es visto como la humanidad en el microcosmos. También es una forma de sugerir la misión de Israel frente a las naciones de la tierra.

La partida de Jacob a Egipto nos recuerda la partida de Abram a Egipto (Gén. 12:9,10). Tanto Jacob como Abram abandonan Canaán debido al hambre, y ambos movimientos se indican con la misma forma verbal wayyisa' "emprendió el viaje" (Gén. 46:1, NVI) que se usó con Abram por primera vez. Pero existe una diferencia fundamental entre los dos viajes. Mientras que Abram va a Egipto sin buscar el apoyo de Dios, Jacob preludia su viaje con un intenso momento de adoración.

La manera en que Dios se dirige a Jacob: "Jacob, Jacob" (vers. 2; cf. Gén. 22:11) nos recuerda cómo repitió el nombre de Abraham dos veces en Moriah. Jacob responde con las mismas palabras hinneni, "aquí estoy" (Gén. 46:2; cf. Gén. 22:11). Asimismo, la promesa divina dada a Abram reaparece en el caso de Jacob: Dios hará de él "una gran nación" (Gén. 46:3; cf. Gén. 12:2). El pasaje de Génesis 46:1-7, también recuerda el relato del pacto con Abram registrado en Génesis 15. Allí Dios fortalece a Abram con las mismas palabras de consuelo: "No temas" (Gén. 15:1; cf. Gén. 46:3) y le hace la misma promesa de descendencia (Gén. 15:4, 5; cf. Gén. 46:3).

La experiencia de los dos patriarcas es similar. Ambos tienen visiones nocturnas (Gén. 46:2; cf. Gén. 15:1, 5) y participan en sacrificios (Gén. 46:1; cf. Gén. 15:9, 10). Ambos reciben la misma profecía referente a su futuro como esclavos y extranjeros en una tierra extraña durante cuatrocientos años, después de los cuales saldrían (Gén. 46:3,4; cf. Gén. 15:13,14). Para Jacob, al igual que para Abram (Abraham), la promesa de fecundidad está asociada con el concepto de la tierra prometida (Gén. 46:4; cf. Gén. 12:1; 15:18; 22:17). De esta manera, se describe a Jacob como un segundo Abraham. Dios no solo acompañará a Jacob a Egipto, sino que también lo traerá de regreso a la tierra prometida. La promesa de Dios sobre el futuro es respaldada por la confirmación de que José está vivo, y será él "quien te cierre los ojos" (Gén. 46:4, NVI).

Del luto al abrazo

Aunque se suponía que Judá sería el primero en reunirse con José (vers. 28), el autor ignora este acontecimiento y se enfoca en el encuentro entre José y su padre. El uso del verbo wayyera' en "se manifestó a él" (vers. 29, RVA) es intrigante. Esta forma verbal normalmente se usa cuando Dios se aparece a los humanos (Gén. 12:7; 17:1; 18:1; 26:2, 24; 35:9). El uso del mismo lenguaje sugiere que cuando Jacob vio a José, fue como si viera a Dios, de la misma manera que "vio" a Dios cuando se encontró de nuevo con Esaú, el hermano del que había huido (Gén. 33:10). En ambas ocasiones ocurre un milagro.

El giro que experimentan los acontecimientos es casi comparable con una resurrección de entre los muertos. Jacob piensa en la resurrección cuando se refiere tanto a la vida como a la muerte (Gén. 46:30). José expresa la intensidad de su emoción. Se funde con su padre en un abrazo, y durante "un largo rato" lloró sobre su hombro (vers. 29, NVI). La palabra hebrea 'od normalmente expresa la noción de repetición y permanencia (2 Sam. 3:35), lo que sugiere que José debió llorar una y otra vez. Pero llama la atención que Jacob permanece mudo. Quizás está paralizado o abrumado por la emoción. Ninguna palabra o lenguaje corporal podía expresar adecuadamente sus sentimientos.

Del mal al bien

Inmediatamente después del funeral de Jacob, los hermanos de José se preocupan. Sienten temor porque su padre ya no estará presente para intervenir en su favor. Tienen tanta incertidumbre sobre lo que puede suceder que se ofrecen a José como esclavos, con la esperanza de salvar su propia vida (Gén, 50:18). Una vez más, la imagen de los hermanos inclinándose ante José y mostrándose dispuestos a servirlo recuerda el sueño del que se habían burlado. José vuelve a tranquilizarlos diciéndoles que no les hará ningún daño. Sus palabras "No teman" (vers. 19, RVA15), son las mismas que Dios usó para asegurarle a Abram su futuro (Gén. 15:1). Para aliviar la tensión, José desciende al nivel de sus hermanos; él es humano como ellos: "¿Acaso estoy yo en lugar de Dios?" (Gén. 50:19). José restaura su conexión con ellos, usando la misma frase que Jacob usó con Raquel cuando ella se quejó por no tener hijos (Gén. 30:2). Pero en el caso de Jacob, estas palabras fueron una expresión de su enojo, con cierta acusación solapada hacia Raquel, que en su opinión, debería sentirse culpable por su esterilidad. En el caso de José, estas mismas palabras son una expresión de su amor por sus hermanos y están destinadas a aliviarlos de cualquier preocupación. Esta repentina y explícita referencia a Dios es apropiada en este contexto, no solo porque el perdón divino está involucrado en el perdón humano, sino también porque, aunque los hermanos pensaban hacerle un mal a José, "Dios cambió todo para bien" (Gén. 50:20, RVC). Lo que hicieron, que con razón reconocen como "mal" (vers. 15), Dios lo encaminó para "mantener con vida a mucha gente" (vers. 20).

José no solo se complace en perdonar a sus hermanos, sino que también les alivia el sentimiento de culpa. Dado que su mala acción resultó en algo bueno, ahora pueden enfrentar a José y enfrentar el futuro. José repite las mismas palabras que apuntan al futuro: "No tengan miedo" (vers. 21, RVC; cf. vers. 19) y concluye con la promesa de que él proveerá para ellos y para sus hijos. Solo cuando les informa sobre la realidad concreta de su futuro, sus palabras los reconfortan. Se sienten consolados y su corazón se conmueve (vers. 21). Los buenos sentimientos no preceden ni reemplazan la acción, sino que la acompañan como una respuesta natural.

De la maldición a la bendición

La historia de Jacob comienza con el robo de una bendición y termina con el regalo de abundantes bendiciones. Se trata de la bendición más larga de la Biblia (Gén. 49:1-28). De hecho, Jacob bendice a todos sus hijos. Curiosamente, la larga bendición de Jacob comienza con una maldición (vers. 1 -7). A partir de ella, Jacob pasa a Judá, quien recibe la mayor bendición, que finalmente dará lugar a la bendición de todas las naciones (vers. 10; cf. Gén. 12:3).

La bendición de Judá contiene una de las profecías mesiánicas más significativas:

"No será quitado el cetro de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies, hasta que llegue Siloh;a él se consagrarán los pueblos" (Gén. 49:10).

Según esta profecía, el Mesías tendría las siguientes características: Mesías de paz. El nombre hebreo Siloh se relaciona etimológicamente con la palabra hebrea shalwá o shalom, que significa "paz" (Sal. 122:7), y se refiere a un Mesías de paz. Esta descripción encaja en el contexto de la profecía que asocia al Mesías con el pollino (Gén. 49:11), que es un símbolo de paz (cf. Zac. 9:9, 10). "Shiloh" ha sido identificado como el Mesías de la paz en las tradiciones judías y cristianas más antiguas.2

Mesías universal. El Mesías ejerce su influencia en todas las naciones. Note que en hebreo, la palabra 'amim, "pueblos", se usa en plural: "A él sea dada la obediencia de los pueblos" (Gén. 49:10, LBLA; cf. RVC, NVI, NTV). El Mesías establecerá un nuevo pacto de alcance universal (Dan. 9:27).

Hora de venir. La frase "hasta que llegue Siloh", implica que habrá reyes en Israel hasta la venida del Mesías, el cual traerá un mensaje de paz a los pueblos. El hecho de que actualmente no hay reyes en Israel podría considerarse como una señal indicativa de que el Mesías ya vino. La interpretación mesiánica de la bendición a Judá está respaldada por las Escrituras. Primero, se repite en la profecía paralela de Balaam (Núm. 24:17): se ve al rey mesiánico como saliendo de Jacob (Judá) y ambos pasajes contienen la imagen de un cetro. "Saldrá estrella de [mí] Jacob; se levantará cetro [shevet] de [m/] Israel" (Núm. 24:17). "No será quitado el cetro [shevet] de [m/]Judá, ni el bastón de mando de [mí] entre sus pies, hasta que llegue Slloh; a él se congregarán los pueblos" (Gén. 49:10).

En segundo lugar, la "Estrella" que sale de Jacob en la profecía de Balaam (Núm. 24:17) se interpreta en el Nuevo Testamento como una profecía mesiánica (Mat. 2:2). El Shiloh, la "Estrella" de Jacob, es Jesucristo.

De regreso al Edén

Aunque José vive mucho tiempo en Egipto y se adapta muy bien allí, siempre piensa que está en el exilio, esperando la tierra prometida. La frase "habitó José" (Gén. 50:22) evoca la frase "habitó Jacob" (Gén. 37:1, RV60; cf. Gén. 47:27). Pero hay una diferencia importante entre las dos situaciones. Mientras que Jacob habita en Canaán, José habita en Egipto. El eco entre las dos frases relaciona las dos experiencias. José habita en Egipto con el recuerdo de Jacob habitando en Canaán. Sin embargo, José disfruta plenamente de su vida en Egipto; los "ciento diez años" de vida que se le atribuyen lo atestiguan. A sabios egipcios tan famosos como Ptahhotep; Amenhotep hijo de Hapu; y muchos otros de la época del Reino Antiguo (ca. 2700-2200 a.C.) se le atribuye ese mismo número de años. Pero, que este número sea importante para los egipcios no significa que sea un número simbólico. José no es el único bendecido con una vida tan larga, ya que Josué también vivió 110 años (Jos. 24:29).

Habiendo alcanzado ese límite ideal, José sabe que la muerte está cerca. No se limita a pensar en su muerte futura, sino también en el Éxodo y en el regreso a la Tierra Prometida. Su esperanza se basa en el recuerdo de la promesa, de la tierra que Dios "juró a Abraham, a Isaac y a Jacob" (Gén. 50:24). Esta es la primera vez que se usa en las Escrituras la frase clásica que asocia a los tres patriarcas (cf. Éxo. 3:6). El juramento que José pide a sus hermanos, de transportar sus huesos a la Tierra Prometida, se hace eco del juramento de Dios.

Como dato curioso, note que el registro bíblico no menciona una tumba donde se enterraran o preservaran los restos de José en Egipto. José fue embalsamado y colocado en un ataúd, pero no fue enterrado, por la esperanza del regreso a la tierra prometida. José no ordena que sus huesos sean enterrados cuando muera. Quiere que los lleven a Canaán, pero solo en el contexto de un retorno universal, junto con todo el pueblo de Israel. Esto constituye más que una simple referencia al acontecimiento del Éxodo, que tendrá lugar cuatrocientos años después (Gén. 15:13; cf. Éxo. 12:40, 41). La mención de "huesos" (Gén. 50:25; cf. Eze. 37:11-14) en relación con la tierra prometida y con su evocación del jardín del Edén (Gén. 15:18), sugiere el acontecimiento cósmico de la resurrección de los muertos y el regreso del pueblo de Dios al Edén original.

De esta forma, el libro de Génesis termina de la misma manera que todo el Pentateuco: con la muerte pero sin una tumba visible (Deut. 34:6) y con la expectativa de la tierra prometida (vers. 1-4). El libro de Génesis, al igual que todo el Pentateuco, comienza con la creación y el huerto del Edén (Gén. 1; 2) y termina con la perspectiva de la tierra prometida y la esperanza de la resurrección de los muertos (Deut. 34:6; cf. Jud. 9). Esta coincidencia literaria no es accidental. El patrón de asociación reaparece en la estructura canónica de toda la Biblia: las primeras páginas de la Biblia hablan de la creación, y sus últimas páginas hablan de la esperanza de la venida del Señor (Gén. 1; 2; Apoc. 22:20; cf. Mal. 4:5).

Es significativo que el autor de Hebreos defina la fe en torno a estos dos polos: "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Heb. 11:1). El libro de Génesis es, por tanto, la Biblia en un microcosmos, una puerta abierta al resto de las Escrituras. Pero también es una puerta que se abre a un recorrido de fe con el Dios de la creación; el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, el Dios de José; así como el Dios que ha de volver. "Pero ninguno de ellos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, recibió lo prometido, porque Dios tenía reservado algo mejor para nosotros, para que no fueran ellos perfeccionados aparte de nosotros" (vers. 39,40).

 

1 'Ver b. Taanit 21a.

Ver Qumran 4Q252 5; Tárgum de Onquelos en 49:10; Midrash Génesis Rabbah 98:5; b. Sanhedrin 98b; Rashi en Mikraot Gedoloten 49:10; ver Adolf Posnanski, Schiloh: Ein Beitrag zur Geschichte der Messiaslehre (Leipzig: J. C. Hinrichs'sche Buchhandlung, 1904). Para consultar autores más recientes que respaldan este punto de vista, ver Joseph Klausner, The Messianic Idea ¡n Israel: From Its Beginning to the Completion of the Mlshnah (Nueva York: Macmillan, 1955), pp. 29-31; A. Caquot, "La parole sur Juda dans le Testament lyrique de Jacob (Genése 49, 8-12)", Semítica 26 (1976): pp. 5-32.

 

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