Capítulo 10
"Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros" (1 Ped. 4:14).
Quizás el mayor desafío que afrontamos como cristianos sea el de la humildad y la mansedumbre. La voz de Jesús ha seguido sonando a lo largo de los siglos: "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" (Mat. 5:5). Sin embargo, siendo sincero, me doy cuenta de que es una de las cualidades de Jesús que más falta en mi vida. Esto me causa temor.
Pero, tal temor no carece de fundamento. Un diccionario dice que mansedumbre es "soportar la injuria con paciencia y sin resentimiento". ¿Quién es capaz de eso?
Recuerdo una vez en que sentí agudamente la necesidad de mansedumbre. Durante los primeros años de mi ministerio, había pasado por un largo período de enfermedad. Cuando caí enfermo por primera vez, me internaron en una sala aislada del hospital de enfermedades tropicales de Londres. No tenía ni siquiera suficiente energía para hablar. Entonces, recibí una carta de otro pastor en la que me criticaba a mí y a mi trabajo. No llevaba ninguna introducción o explicación inicial y, al parecer, había enviado copias a muchas personas, incluyendo al presidente de mi Asociación. Pronto recibí un citatorio de la Asociación para presentarme en las oficinas a responder las acusaciones. Me sentía muy mal, porque yo estaba muy sensible a causa de mi enfermedad. Pero también me sentía profundamente herido por aquella injusticia. No fue difícil relacionar este hecho con la casualidad de que al mes siguiente no me llegó el cheque de mi salario.
¿Cómo reacciona uno ante una situación como esta? Te diré lo que hice. Archivé la carta cuidadosamente. Luego, tan pronto como pude levantarme de la cama, comencé a hacer consultas con respecto a la situación legal de mi empleo. Fue bueno saber que podía poner una demanda por daños y perjuicios. Las heridas que yo había recibido ciertamente justificaban una compensación financiera.
Pero ¿en verdad se justificaba? Si yo interponía aquella demanda, no alcanzaría ni siquiera el nivel de mansedumbre que da la definición del diccionario: "Soportar la injuria con paciencia y sin resentimiento". Mucho menos alcanzaría la norma bíblica. Yo tenía que tomar la decisión, a pesar de mis sentimientos, de vivir mi vida conforme a la Biblia y no conforme a mi propio sentido de justicia.
Mis sentimientos heridos por la injuria no se tranquilizaron ni pronto ni fácilmente. La primera reunión de pastores a la que asistí, después de haber sido empleado de nuevo, constituyó un desafío. Al otro lado del salón de reuniones estaba quien había escrito la carta, bebiendo jugo de naranja. Sí, doce años después todavía recuerdo que era jugo de naranja. Una vez más, tenía que tomar una decisión, porque la Escritura me impulsaba, como el que había recibido la injuria, a iniciar el proceso de construir el puente (Juan 3:16; Mat. 5:23, 24). No fue fácil. Finalmente, me dirigí hacia él, sonreí, y le di la mano. Y, en el momento que hice aquello, el peso emocional que había yo cargado durante los últimos meses se disolvió completamente.
Me gustaría decir que este fue el fin de la historia. Fue, quizá, el fin público de la historia, pero yo sabía que todavía tenía aquella carta archivada en mi escritorio. Un día, me dije a mí mismo: "Puede ser que algún día necesite esta carta para una batalla futura".
Unos tres años más tarde, me encontré con la carta otra vez, y otra vez tuve que librar una batalla interior. Yo quería vivir como Cristo, pero todavía sentía que mi deseo de protegerme contra futuras injusticias era razonable. Después de pensar durante varios minutos, rompí la carta y la eché al cesto de la basura.
Esta experiencia me enseñó muchas cosas. Lo más importante fue que me explicó por qué la mansedumbre no es fácil de practicar. Lo que pasa es que la mansedumbre amenaza mi orgullo y mi yo. La mansedumbre amenaza con minar mi ambición natural de tener éxito. Por eso, la humildad y la mansedumbre muchas veces nos llenan de temor. Yo quiero tener éxito, lo quiero en mis propios términos. Consecuentemente, no me va muy bien con la mansedumbre.
Mientras más pienso en la mansedumbre, más rápidamente llego a la conclusión de que esta, que es una de las gracias más difíciles del Espíritu, puede ser la marca más grande del verdadero cristiano, porque una vida señalada por esta virtud no se puede vivir sin estar totalmente lleno del poder divino.
Es imposible fingir la mansedumbre. Podemos intentarlo, pero siempre seremos atrapados por una generación que anda analizando el horizonte en busca de cualquier vislumbre de autenticidad. Pero, este mismo hecho me da la razón para tener esperanza. Creo que, cuando aprendamos cómo imitar la mansedumbre de Cristo, tendremos el testimonio más poderoso y convincente de la verdad de que Dios realmente existe, y que su poder está obrando en nosotros.
Características de la mansedumbre
¿Cómo es esta, la más difícil de las gracias del Espíritu? Para mí, no es fácil de explicar, pero permítame intentarlo, al construir un cuadro con cuatro diferentes facetas.
1. La mansedumbre busca continuamente gracia y misericordia para los impíos. La Biblia nos dice que Moisés fue el más manso de los hombres que hayan vivido alguna vez (Núm. 12:3). ¿Por qué fue considerado el más manso de todos los hombres?
Al leer toda su historia, veo que Moisés hace algo una y otra vez: ora por los impíos. Pidió a Dios que fuera misericordioso con ellos, aunque sus quejas injustas eran dirigidas contra él personalmente. Aquí están seis ocasiones en las que ocurrió esto.
Primera, el pueblo se quejó de que su dirigente (Moisés) le estaba haciendo la vida muy difícil (Núm. 11:1-3). Dios envió fuego del cielo y consumió algunos de los extremos del campamento.
¿Qué dijo Moisés? "¡Bravo, Señor! ¡Castiga a estos rebeldes!" En lo absoluto. "Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió" (vers. 2).
Segunda, el celo consume a los familiares y los colaboradores más cercanos de Moisés, y comienzan a criticarlo (Núm. 12). Dios vio que era justo castigar a María con lepra. ¿Dijo Moisés: "Sé que esto es duro, Señor, pero todos sabemos que ella lo merece"? De ninguna manera. "Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora".
Tercera, el pueblo se enojó tanto que decidió reemplazar a Moisés (Núm. 13,14). "Entonces Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hijos de Israel" (Núm. 14:5). Mientras el pueblo de Dios hablaba de apedrear a su líder, Dios le hizo un ofrecimiento a Moisés: "Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos" (Núm. 14:12). Después de la farsa con el becerro de oro, Dios le ofreció por segunda vez a Moisés matar a los revoltosos y ponerlo a él como líder de una nación más grande y más fuerte. ¿Qué hizo Moisés? ¿Dijo: "Sí, Señor, después de pensarlo bien esta segunda vez, creo que tienes toda la razón; comencemos de nuevo"? Este pensamiento ni siquiera cruzó por la mente de Moisés. Lo que hizo fue orar, recordándole a Dios que él es amante y perdonador: "Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí" (Núm. 14:19). Así que, Dios prodiga su misericordia y su perdón sobre el pueblo, una vez más.
Cuarta, poco tiempo más tarde, todos los asistentes de Moisés en el liderazgo se rebelaron contra él (Núm. 16). ¿Qué haces cuando tus colaboradores más cercanos se unen para derribarte de tu posición?
"Cuando oyó esto Moisés se postró sobre su rostro" (vers. 4). Mientras Coré se esforzaba para dar más poder a la rebelión, Dios les dijo a Moisés y Aarón, una vez más: "Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros, y dijeron: Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?" (vers. 20-22).
Quinta, gracias a las oraciones de Moisés, Dios perdonó al pueblo, pero mató a Coré y a sus asociados en la rebelión. Pero el pueblo al que Moisés acababa de salvar mediante sus oraciones inmediatamente comenzó a culparlos a él y a Aarón por la muerte de los líderes rebeldes. Una vez más, Dios anunció: "Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento" (vers. 45). Pero Moisés se puso entre Dios y la gente culpable, y él y Aarón "se postraron sobre sus rostros". Mientras Moisés oraba, ordenó a su hermano que corriera y se pusiera entre los vivos y los muertos, porque una plaga de origen divino había comenzado a hacer estragos entre el pueblo. "Entonces tomó Aarón el incensario, como Moisés dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí que la mortandad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, he hizo expiación por el pueblo. Y se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la mortandad" (yers. 47,48). ¿No oía Moisés bien? ¿No escuchaba lo que este, pueblo decía de él?
Sexta, al parecer, no importaba lo que Moisés hiciera, el pueblo todavía seguía quejándose. Cuando ya estaban a punto de entrar en la Tierra Prometida, Dios decidió probarlos para ver si habían aprendido algo más que sus padres, que habían Sido exterminados durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto (Núm. 20). Cuando la columna de nube deliberadamente se detuvo en un lugar donde no había agua, el pueblo clamó: "¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová"! (vers. 3). Tan pronto como Moisés escuchó esto, él y su hermano fueron "de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros" (vers. 6). Fracasaron en la prueba.
Moisés pasó cuarenta años orando y pidiendo gracia y misericordia por un pueblo que no se preocupaba en lo más mínimo por él. Frente a la justicia de Dios, una justicia que todo el Universo se complace en honrar, Moisés suplicó que se le concediera al pueblo rebelde gracia y misericordia. Más de una vez Moisés ignoró la tentación de convertirse en el padre de una nueva nación en lugar de los impíos israelitas. Fue un verdadero intercesor; reflejó la mansedumbre de Cristo.
Por desgracia, lo inesperado ocurrió. Moisés se descuidó y se enojó por la rebelión del pueblo, y en lugar de hablar a la roca, para que saliera agua, como Dios había dicho, la golpeó dos veces. Pero, como Dios es misericordioso, salió agua de la roca para apagar la sed de los impíos, y a Moisés, que había dejado de ser manso, al menos en este caso, se le prohibió la entrada en la Tierra Prometida.
La mansedumbre es una virtud inapreciable. La persona llena de mansedumbre siempre tiene los ojos llenos de gracia, porque ha hallado fortaleza sobre sus rodillas. Y tal fortaleza vence la justicia, incluso la justicia de Dios; es decir, la misericordia se gloría contra el juicio. Aunque el pueblo Impío no lo sabía, fue esa gracia la que los introdujo en la Tierra Prometida.
2. La mansedumbre hace obras de misericordia por los rebeldes. Recuerdo algo que ocurrió durante mi primer año como estudiante en el Newbold College, de Inglaterra. Mientras caminaba por el plantel, noté a una señorita, sentada sobre una banca, que conversaba con su amiga. Pero, esta no era una señorita común. Yo sabía que todos los viernes por la noche se iba al pueblo a algún baile, o se emborrachaba en una taberna que estaba muy cerca del colegio. ¡Qué necia!, pensé.
Al instante, un conocido texto bíblico me reprendió: "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:17). Me sentí justamente reprendido y humillado. Dios no nos ha llamado a criticar, sino a salvar. Y salvar es una palabra activa.
Notamos que Moisés intercedió continuamente por los rebeldes e impíos, pidiendo gracia para quienes no la merecían. Sin embargo, llevemos esto un poco más lejos; podemos vernos tentados a pensar que la mansedumbre solo ora. Pero, la mansedumbre también tiene manos y piernas.
Para ver la mansedumbre en acción, Jesús nos pone el ejemplo de su Padre:
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publícanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros, perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat. 5:43-48).
La perfección, en este pasaje, no solo consiste en albergar pensamientos agradables acerca de los enemigos, sino hacer algo práctico por ellos. El Padre no solo piensa bien de los pecadores que lo han herido profundamente, les envía la lluvia para apagar su sed y hacer crecer y madurar sus cosechas. Jesús nos dice lo mismo a nosotros: Realicen actos de amor en favor de aquellos que se oponen a ustedes, pues solo así reflejarán el carácter del Padre. Pero, estas acciones de amor deberán hacerse con frecuencia en favor de personas que están criticándonos, atacándonos y minando nuestra autoridad. El amor, si es un amor puro y piadoso, tendrá que ejercerse bajo presión.
3. La mansedumbre inicia el proceso de la reconciliación. Podemos orar por nuestros enemigos, e incluso hacerles algún bien. Pero, un aspecto de la mansedumbre que con frecuencia se ignora es que inicia el proceso de reconciliación.
¿Cuántas veces has escuchado decir: "¡Bueno, ella me ha herido profundamente, y no la volveré a ver hasta que vuelva aquí y se disculpe"? Hay muchas variaciones sobre este tema, probablemente porque parece justo. ¿No es justo que venga el ofensor a pedir disculpas a la persona a quien golpeó? Pues, la Biblia ve las cosas en una forma completamente diferente.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito" (Juan 3:16). Nuestro mundo rebelde no pidió ayuda a Dios. Dios inició el proceso de ayudarlo.
Esto lo explicó Jesús claramente cuando habló sobre el problema de violar el sexto Mandamiento con las palabras, en el Sermón del Monte. Jesús dijo: "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda" (Mat. 5:23, 24). Nota cuidadosamente lo que Jesús dice: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, anda, reconcíliate primero con tu hermano. Puede ser que yo no tenga un problema con mi hermano, pero si siento que alguien tiene un problema conmigo, debo ir e iniciar el proceso de reconciliación.
Es muy fácil maniobrar y escabullirse de este problema. Yo no tengo problemas con él; él tiene problemas conmigo. Gracias a que Dios no ve las cosas como nosotros las vemos, tenemos la oportunidad de tener vida eterna. En el mismo sentido, es posible que nosotros seamos el único vehículo que nuestro agresor tenga para obtener la vida eterna; y solo nosotros podemos abrir el camino.
4. La mansedumbre no trata de defenderse de la injusticia, sino que confía todo el asunto al Padre. Un poco antes, en este mismo capítulo, consideramos la idea de que el orgullo es el enemigo número uno de la mansedumbre. Por lo general, reconocemos que el orgullo es la raíz del pecado y un enemigo que debe ser vencido. El orgullo, cuando lo llamamos por su nombre, es un enemigo obvio. Sin embargo, el orgullo con frecuencia se pone una máscara de justicia. Nadie puede oponerse a un llamado a la justicia. Lo erróneo debe corregirse, ¿verdad? La injusticia debe detenerse. El-problema es que, si nos volvemos a la justicia en vez de la mansedumbre, otros enemigos, parientes cercanos del orgullo, pueden entrar en nuestro corazón. Se llaman amargura y falta de misericordia y perdón.
Visité a una mujer que había sido despedida de su empleo varios años antes. Había sido un doloroso problema en todos los sentidos, especialmente para ella. Mientras hablábamos, su dolor y su ira hervían bajo la superficie de nuestra conversación. Ella exigía justicia. Exigía que algo se hiciera para corregir los errores que se habían cometido en su agravio. Y, sí, yo sentía que se habían cometido errores. Y no dudo de que la injusticia también había intervenido.
Después de un momento, le pregunté directamente:
-¿Ha perdonado usted a las personas que le hicieron esto?
Hizo una larga pausa, y después respondió un poco más lentamente:
-No estoy segura.
Creo que lo que realmente quiso decir era "No".
Salí de su casa sintiéndome muy triste. Creo que la paz y el contentamiento podrían haber llegado a su corazón, incluso en medio de la injusticia, si tan solo hubiera elegido la mansedumbre. Si no tenemos cuidado, la amargura y el. resentimiento coexistirán con nuestra demanda de justicia y envenenarán nuestra alma hasta la muerte.
David declara: "En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio" (Sal. 62:7,8). Recuerdo haber leído parte del texto una y otra vez: "En Dios está mi salvación y mi gloria". ¿Mi honor depende de Dios?
Comprendí que en el mismo centro de mis ludias en favor de la justicia estaba la creencia de que mi honor dependía de mí. En una época en que creía que mi reputación estaba siendo mancillada, sentía que yo debía restaurar "la verdad". Pero David dijo algo completamente diferente y ligeramente arriesgado. Dijo que Dios era responsable de mi reputación. Cuando digerí esto, me sentí aliviado. Ya no tengo que librar mis propias batallas, sino estar en paz. Debo confiar en Dios.
Pedro utiliza la vida de Jesús como modelo para sus lectores. "Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente" (1 Ped. 2:23). Del mismo modo, no permanecemos en silencio porque no hay nada que podamos decir, Jesús no permaneció en silencio por no tener algo que decir. Más bien, permanecemos en silencio porque Dios está obrando en nuestro favor. Él nos vindicará.
La injusticia nos rodeará cada vez más, incluso en la iglesia. Elena de White destaca esto con toda claridad, pero también nos dice que no deberíamos alarmarnos por ello:
Vivimos en tiempos de peligro. Nuestra única seguridad está en caminar en las huellas de Cristo y llevar su yugo. Tiempos turbulentos están delante de nosotros. En muchos casos, los amigos se enemistarán. Sin causa alguna, los hombres llegarán a ser nuestros enemigos. Los motivos del pueblo de Dios serán tergiversados, no solamente por el mundo, sino también por sus propios hermanos. Los siervos del Señor serán colocados en situaciones difíciles. A fin de justificar la conducta egoísta e injusta de los hombres, se hará una montaña de una insignificancia. La obra que los hombres han hecho fielmente será desacreditada y desestimada, debido a que sus esfuerzos no son acompañados por una aparente prosperidad. Por medio de tergiversaciones, estos hombres serán vestidos con los oscuros ropajes de la deshonestidad debido a que circunstancias que están más allá de su control confundieron su obra. Se los señalará como hombres en quienes no se puede confiar. Y esto lo harán los miembros de la iglesia. Los siervos de Dios deben armarse con la mente de Cristo. No deben esperar que escaparán del insulto y la tergiversación. Se los tildará de excéntricos y fanáticos. Pero, nadie debe desanimarse. La mano de Dios está sobre el timón de su providencia, guiando su obra para la gloria de su nombre.'
Ser exprimidos por causa de la mansedumbre
Hemos considerado cuatro facetas de la mansedumbre, pero ¿cómo llegamos a ser mansos? Como ya hemos notado, si deseamos aprender la mansedumbre, Dios, en vez de crear un milagro en nuestro corazón de la noche a la mañana, mediante una obra del Espíritu Santo, puede decidir meternos en el crisol. Cuando se trata de desarrollar la mansedumbre, los crisoles con frecuencia son encendidos por otras personas.
Oswald Chambers usa en sus escritos la frase "ser hechos pan quebrantado y vino derramado" Si hemos de convertirnos en vino útil para Dios, en algún momento seremos exprimidos, como la uva. El problema es que Dios raramente nos exprime con sus propios dedos.
Chambers explica:
Dios nunca podrá convertirnos en vino si le ponemos objeciones a los dedos que él utiliza para exprimirnos. Decimos: '¡Si Dios pusiera su mano sobre mí de una manera especial para volverme pan partido y vino derramado!' Sin embargo, nos negamos á que él utilice como exprimidor a alguien que nos desagrada, o a ciertas circunstancias sobre las cuales dijimos que jamás nos someteríamos. Nunca debemos tratar de elegir el escenario de nuestro propio martirio. Si nos vamos a convertir en vino, tendremos que ser exprimidos. Las uvas no se pueden beber y solo se vuelven vino cuando se trituran.1
Ezequiel, ciertamente, fue exprimido. De repente, Dios interrumpió la rutina de su vida al anunciarle la muerte inminente de su esposa.
"Vino a mi palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, he aquí que yo te quito de golpe el deleite de tus ojos; no endeches, ni llores, ni corran tus lágrimas. Reprime el suspirar, no hagas luto de mortuorios; ata tu turbante sobre ti, y pon tus zapatos en tus pies, y no te cubras con reboso, ni comas pan de enlutados" (Eze. 24:15-17).
¿Te has sentido alguna vez tentado a protestar? Ya me imagino la amarga queja saliendo a borbotones de la boca de muchas personas: "¡Pero, eso es totalmente injusto!" Sin embargo, todo lo que escuchamos de Ezequiel fue: "Hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado" (vers. 18).
¿Recuerdas la definición que da el diccionario de mansedumbre?: "Soportar la injuria con paciencia y sin resentimiento". Ezequiel logra, con la gracia de Dios, soportar su dolor, pero no quiero ni imaginarme lo que había en sus pensamientos.
Ser exprimido sin convertirte en una bebida amarga no es posible, a menos que tengamos total confianza en la soberanía del Señor en todos nuestros asuntos. Tenemos que creer que Dios, de alguna manera, está utilizando todas las cosas para bien, aunque nuestro corazón se sienta quebrantado.
Creer que la soberanía de Dios nos capacita para soportar la injuria con paciencia y sin resentimiento significa que tenemos que creer que Dios es soberano sobre todas las cosas. Sin embargo, como estudiante universitario, se me enseñó que Dios estaba a cargo de las cosas grandes, pero me deja las cosas pequeñas para que yo las maneje. Todos estábamos familiarizados con la declaración de Jesús: "¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones" (Mat. 10:29-31, NVI). Y, sin embargo, de alguna manera, esto había sido tomado metafórica, no literalmente.
Esa idea me molestaba, porque yo siempre había creído que Dios estaba íntimamente involucrado en todo. Me tomó cierto tiempo aceptar que lo que me habían enseñado era erróneo. Con el paso del tiempo, he quedado asombrado al comprobar que Dios está íntimamente involucrado en los más pequeños detalles de mi vida.
Un día, mientras esperaba un vuelo a las Islas Weestman, que están cerca de la costa de Islandia, donde debía predicar, se me recordó que Dios tiene completa soberanía sobre mi vida. Llegué al aeropuerto temprano y deseaba ocupar el tiempo que debía esperar haciendo algo útil. "¿Qué hago, Padre?", dije en mi mente. Según yo, había sido una pregunta retórica, pero sentí fuertemente la impresión de que debía hacer una lista escrita de todo aquello por lo que estaba agradecido.
Me quedé confuso. ¿Por qué tenía que hacer una lista escrita cuando las tenía en mi mente y podía repetirlas de memoria? Sentí que aquello no era una opción y, casi a regañadientes, tomé lápiz y papel y comencé a escribir. Gracias, Señor:
• Por tu amor, que me sostiene fuertemente.
• Por tu soberanía, que sostiene todas las cosas en armonía.
• Por la constante seguridad de tu continua y bondadosa presencia y dirección. t
• Por tu paz en medio de la tormenta.
• Porque algún día te veré cara a cara y comprenderé que todo ha valido la pena.
Cuando llegué a la iglesia, inmediatamente comencé a buscar un cesto de basura. Comenzaba a brillar en mi mente la idea de que, si tenía que hacer una lista escrita, tendría que haber un momento en que debía leerla de nuevo. Lo que hacía que este pensamiento fuera más inquietante era que mi lista de cosas por las que estaba agradecido debía leerla cuando no tuviera nada por lo que estar agradecido. Era un pensamiento inquietante.
Cuando, finalmente, encontré el cesto de basura, no podía decidirme a tirar mi lista. Me detuve mirándola, y finalmente la puse en mi Biblia. Tenía varios papeles en mi Biblia, así que la puse en medio de todos ellos. No deseaba leerla de nuevo. Cuando volví a mi casa, puse los papeles en un lugar donde no pudiera verlos.
Tres días más tarde, uno de los crisoles de Dios se encendió, y me sentí devastado. Fue uno de aquellos terribles chascos que parece que ocurren de repente y le quitan a uno el aliento. Un par de días después de aquello, se me pidió que diera la lección de la Escuela Sabática en una de las iglesias. Al comenzar a estudiar el tema, me di cuenta de que trataba sobre la oración y la desilusión. Mis ojos se quedaron fijos en el papel. Era irónico. Y era también la última cosa que quería enseñar.
Cuando llegó el viernes, comprendí que tenía que prepararme para la lección. No pude encontrar papel para escribir en ningún lugar, pero al fin encontré algunas hojas puestas en una esquina de la oficina. Tomé mi lápiz y una hoja de papel. La volteé para comenzar a escribir, cuando mis ojos se volvieron a quedar fijos en el papel: allí, mirándome fijamente, estaba mi lista. Si en algún momento había necesitado que se me recordara lo que Dios había hecho por mí en mi vida, y cuánta gratitud sentía yo hacia él, era en ese momento.
Cuando estamos bajo presión, ya sea por alguna persona o por las circunstancias, somos tentados a pensar que Dios no conoce nuestra situación. Pero ¿qué ha dicho Dios?
¿Por qué murmuras, Jacob? ¿Por qué refunfuñas, Israel: Mi camino está escondido del Señor; mi Dios ignora mi derecho? ¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable. Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán (Isa. 40:27-31, NVI).
Una clara conexión con el Cielo
La mansedumbre no es fácil, porque siempre opera en un crisol. Pero, en medio del remolino y la tempestad que produce el crisol, la mansedumbre tiene el potencial de dar paz a nuestra alma, así como gracia a quienes nos están causando dolor. A través de la mansedumbre, podemos presentar a Cristo y su salvación al mundo.
Mientras considera el llamado a la mansedumbre, piense en esto:
Las dificultades que hemos de arrostrar pueden ser muy disminuidas por la mansedumbre que se oculta en Cristo. Si poseemos la humildad de nuestro Maestro, nos elevaremos por encima de los desprecios, los rechazos, las molestias a las que estamos expuestos diariamente; y esas cosas dejarán de oprimir nuestro espíritu. La mayor evidencia de nobleza que haya en un cristiano es el dominio propio. El que bajo un ultraje o la crueldad no conserva un espíritu confiado y sereno despoja a Dios de su derecho a revelar en él su propia perfección de carácter. La humildad de corazón es la fuerza que da la victoria a los seguidores de Cristo; es la prenda de su conexión con los atrios celestiales.2
Padre:
Cuando alguien me insulte, o encuentre oposición, que yo pueda mantenerme en silencio, y permitir que tú me juzgues.
Quítame el deseo de vengarme, aunque sienta que la venganza sería justificada.
Pero reemplaza la venganza con tu amor, tu amor que yo muestre a través de mis acciones y a través de mi
intercesión, pidiendo el mayor bien para aquellos que se me oponen. En el nombre de Jesús, amén.
1 Oswald Chambers, En pos de lo supremo, lectura del 30 de septiembre.
2 Elena de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 268,269.
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