Capítulo 13 EL CRISOL Y LA GLORIA
"Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti" (Juan 17:1).
En los primeros seis capítulos de este libro, consideramos la difícil verdad de que nuestro Padre no solo permite que suframos; puede ser que también nos conduzca a situaciones donde él sabe con anticipación que sufriremos. Esta no es la obra de un Dios maligno que desea enajenarnos de él. Es, más bien, el plan de un Padre amante que responde a nuestro deseo de ver su carácter reflejado en el mismo núcleo de lo que somos. Fuimos diseñados para reflejar el carácter de Dios; por lo tanto, hasta que esto ocurra, nunca daremos el glorioso testimonio de la bondad y el amor de Dios para los cuales fuimos originalmente creados. Pero, para personas desesperadamente pecaminosas, que viven en un mundo desesperadamente pecaminoso, este proceso muy raramente es placentero o fácil.
Luego, en los últimos seis capítulos, hemos considerado seis gracias, o características de Dios mismo, que, con frecuencia, maduran dentro del ardiente crisol del refinamiento.
En este último capítulo vamos a volver a un tema que hemos tocado muy brevemente hasta aquí: la gloria de Dios. Creo que el deseo de honrar y glorificar al Padre es el mayor deseo que un ser humano puede poseer. Esta es la motivación que nos mantiene dedicados a la tarea de reflejar a Jesús, a pesar de los sufrimientos que a veces requiere.
Sin embargo, ahora me gustaría sugerir que la gloria y el honor de Dios son tan importantes y preciosos que vale la pena morir por ellos: no solo en un sentido espiritual, sino en la realidad física también. De hecho, me gustaría sugerir que la entrega de la vida a la providencia de Dios puede reportarle más honor y gloria al Señor que cualquier cosa que podríamos decir o hacer. Por lo tanto, vivir para la gloria de Dios siempre conlleva el llamado a ofrecernos totalmente a él, no importa el costo.
Comencemos a ver por qué.
El Gran Conflicto en la biblioteca de una escuela secundaria
La tragedia de Columbine no comenzó como una historia a ocho columnas acerca de la batalla entre el bien y el mal. Pero se ha estado moviendo hacia allá -escribió Nancy Gibss en la revista Time- Con cada día de asombro y espanto que pasa, usted casi puede escuchar las campanas de la iglesia en el fondo, invitando al país aún debate diferente, una cuidadosa conversación en la que incluso el presidente y los prohombres de la Nación se comporten como si estuvieran en presencia de algo mucho más grande que ellos, y quizá deberían bajar sus voces un poco y hablar con menos autoridad [...]. Pero, para quienes tienen los ojos fijos en batallas más grandes, los asesinos no eran malos en sí mismos; eran instrumentos del mal, de las fuerzas oscuras que conocimos en Narnia y en las cuales tratamos de no pensar una vez que crecimos, hasta el día en que ya no pudimos elegir.1
Los padres de Rachel Scott y Cassie Bernall, dos de las víctimas de Columbine, creen con absoluta certeza que lo que ocurrió en la escuela secundaria de Columbine fue obra directa de este mal. Ambas familias creen que, cuando Dylan Klebol y Eric Hartis v .k m .iioim sus hijas, la pregunta fue la misma: -¿Crees en Dios? Se informa que Cassie replicó:
-Sí.
También Rachel dijo sí, a lo que la respuesta fue:
-Entonces ve a reunirte con ella ahora.
El padre de Cassie, Brad Bernall, considera que Columbine no fue un lugar elegido al azar ni tampoco un acto de locura, sino un acto deliberado de Satanás contra los cristianos. En una entrevista, Brad dijo:
-Sinceramente creo que lo que ocurrió en Columbine aquel día fue una batalla espiritual. Fue un climax, y Satanás estaba tratando de tomar su posición, y Dios iba a responderle, y lo hizo. Luego Brad contó la historia de un muchacho que con el tiempo quedó paralítico de la cintura para abajo. La madre del muchacho le dijo que, después de que su hijo recibió el disparo, un enorme ángel apareció ante él, miró hacia abajo, y dijo:
-No te muevas, simplemente actúa como si estuvieras muerto. Segundos después, uno de los asesinos pasó al lado de él, se detuvo, y luego se alejó caminando.
Brad continuó:
-Creo que puedo decir con cierta autoridad que, en realidad, fue una batalla espirjtual, porque pude ver la videocinta que contenía la grabación que Eric y Dylan hicieron antes de cometer su crimen. En la videocinta era claro que odiaban a los cristianos y a Dios. De eso hablaron en esencia. Y algo que dijeron que, de verdad, captó mi atención, fue que iban a dispararles a los cristianos en la cabeza.2
Menos de doce meses antes de su muerte, Rachel pareció tener la premonición de algo extraño en el horizonte. Ella escribió en su diario: "Este será mi último año, Señor. He logrado lo que quería. Gracias".
A pesar del dolor y la angustia que aferraban como tenazas su corazón, la madre de Cassie creía que Dios todavía estaba obrando para llevar a cabo sus propósitos. Pocos días después de los asesinatos, ella creía que Dios le había dicho claramente: "Cassie nació para esto".3 Este fue el mensaje que comenzó inmediatamente a comunicarles a los demás.
¿Nació Cassie para morir? ¿Nacieron algunos para ser testigos ante el mundo, y luego apagarse, algunos demasiado brevemente, muriendo como mártires?
El problema para nosotros es que la muerte siempre parece tan definitiva, final y no negociable. ¿Cómo podría, entonces, la muerte, la que es la paga del pecado, tener un valor redentor?
Es el problema que confrontamos en la muerte de Lázaro. Jesús amaba a Lázaro, y amaba también a Marta y a María. Pero después de saber que Lázaro estaba enfermo, Jesús se quedó dos días más, hasta que supo que Lázaro había muerto.
Esto fue muy extraño. ¿Cómo pensaba Jesús que responderían las hermanas? Él sabía que derramarían muchas lágrimas y que serían oprimidas por una profunda tristeza y sentido de pérdida que clavarían sus garras en sus corazones, así como las amargas preguntas que les dirigirían a él y al Padre. Sabía que quedarían absolutamente devastadas. Y, cuando ocurrió el evento, incluso Jesús estalló en lágrimas.
Cuando Jesús escuchó por primera vez que Lázaro estaba enfermo, supo que la enfermedad tenía el propósito supremo de glorificar a Dios; que era necesaria aquella demora: "Cuando Jesús oyó esto, dijo... 'Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la gloria de Dios, para que por ella el Hijo de Dios sea glorificado'" (Juan 11:4, NVI). Jesús iba a demostrar a todos que produciría un gozo en sus vidas que transformaría los más profundos y amargos chascos del corazón humano: porque él es la Resurrección.
La tragedia de la muerte de Lázaro tuvo el propósito final de revelar la gloria de Dios. Para aquellos que todavía se preguntan acerca de la posibilidad de un futuro después de la muerte, la historia de Lázaro revela que hay alguien en el Universo que tiene la capacidad para alcanzar nuestras mayores tragedias y devolverle a la vida su significado y propósito. Pero, en última instancia, no se trata de hallar sanidad para nosotros. Se trata de la grandeza del Dios que puede hacer que esto ocurra. Todo señala hacia él.
Sin embargo, entre el tiempo de espera entre la muerte y la resurrección, mientras Jesús actúa para la gloria de su Padre, asume riesgos. Se arriesgó a perder el afecto y el cariño que María y Marta sentían por él a causa del calor del crisol al que fueron sometidas. Y puede correr los mismos riesgos con nosotros.
Dios no esconde el costo potencial para nosotros mientras procuramos vivir una vida que lo glorifique. Para algunas personas, Dios prepara el sacrificio total de la muerte como mártires. Quizás a Pedro, como a Raquel Scott, se le dio una oscura advertencia, cuando Jesús le dijo: "De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir" (Juan 21:18, NVI).
¿Puedes imaginar el inrpacto de saber esto a medida que pasaban los meses y los años? Según las palabras de Jesús, Pedro siempre vislumbró una crucifixión literal en el futuro.
Quizás antes de continuar, necesitemos aclarar lo que significa la gloria de Dios. Es una de esas palabras que suenan importantes, pero quizá no estemos muy seguros de su verdadera sustancia. La gloria de Dios podría tener, al menos, tres significados. Podría referirse a la gloria o brillantez física de la presencia personal de Dios. Podría usarse como sinónimo de su carácter. Y podría referirse también al honor que Dios recibe de otros. En este capítulo consideraremos (aunque, por desgracia, en forma muy breve) la gloria de Dios en términos del tercer significado: el honor de Dios.
Un modelo para glorificar a Dios
Jesús vino a la Tierra con el único propósito de glorificar al Padre. Considere cómo se desenvuelve esta misión en los siguientes textos:
La llegada de Jesús a la Tierra hizo que los ángeles cantaran para la gloria del Padre: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" (Luc. 2:14).
La obra de Jesús hizo que la gente diera gloria al Padre: "Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!" (Luc. 19:37, 38).
Cuando los discípulos de Jesús producen frutos, el Padre es glorificado. "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos" (Juan 15:8).
La completa obediencia de Jesús a la voluntad de Dios le trajo gloria al Padre: "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese" (Juan 17:4).
La muerte de Jesús glorificó al Padre. "Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti" (Juan 17:1).
Cuando Jesús salvó a los seres humanos, el Padre fue glorificado. "En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según. el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria" (Efe. 1:11-14).
Cuando Jesús sea adorado por todos los seres creados, el Padre será glorificado. "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil. 2:9-11).
En cada etapa del plan de salvación, el Padre fue glorificado por la vida de Jesús. Jesús glorificó al Padre porque su senda descendente se caracterizó en todo tiempo por un amor abnegado que se manifestó en servicio, sin importar el costo.
Sin embargo, yo sugeriría que la disposición de Jesús a ofrecerse a sí mismo para servir a otros no fue algo que tuvo que aprender para poder resolver el problema del pecado. Yo creo que el servicio a los demás ha sido un principio que glorifica a Dios que ha guiado a la Trinidad misma y al gobierno del cielo desde la eternidad. Y, ciertamente, este principio continuará guiando al cielo entero durante toda la eternidad porque vivir para servir a otros, no importa el costo, es un principio que emana de la misma naturaleza del Padre. Sin embargo, en el contexto de un mundo alienado de Dios por causa del pecado, la aplicación de este principio de servicio abnegado que glorifica a Dios fue lo que hizo que Jesús abandonara el cielo y bajara a la oscuridad de esta Tierra para dar su propia vida por nosotros.
Si bien Jesús le reportó gloria a su Padre al cumplir su misión como Hijo de Dios, no es el único que tiene el privilegio de glorificarlo. Israel fue considerado como hijo de Dios. Dios le ordenó a Moisés que le dijera a Faraón: "Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito" (Éxo. 4:22,23). El propósito de Israel, como hijo de Dios, era reportarle gloria al Padre. Dios reveló estas intenciones cuando le prometió a Abraham: "Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Gén. 12:3).
Nosotros somos parte de esta promesa y las bendiciones resultantes, porque también nosotros somos hijos de Dios, como confirma San Pablo: "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gál. 3:26). Al parecer, nuestro objetivo como hijos e hijas de Dios es también procurar la gloria de Dios. Pablo dice también: "Pero el Dios de la paciencia y la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 15:5, 6). En realidad, "el amor por Dios, el celo por su gloria y el amor por la humanidad caída trajeron a Jesús a esta Tierra para sufrir y morir. Tal fue el poder dominante en su vida. Y él nos invita a adoptar este principio".2 Que un celo como este por la gloria del Padre nos impulse a ofrecernos con todo lo que somos para el bien de otros.
El Padre es, claramente, el centro de nuestra glorificación, y Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro modelo en la forma de honrarlo. Pero, volvamos de nuevo a la razón por la que es tan importante glorificar a Dios a lo largo toda la Biblia.
¿Por qué es tan importante glorificar a Dios?: La historia detrás de la historia
En un sentido, la respuesta más sencilla es porque el Padre no tiene rival como Creador del Universo. Como explica David: "Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable" (Sal. 145:3). Pero, creo que hay otra razón, más específica, por la cual Dios debe ser glorificado.
En el capítulo 4, comenzamos a considerar el sufrimiento en el contexto de la gran batalla entre Satanás y Jesús. Muchas veces vemos esta batalla simplemente como una lucha entre el bien y el mal, pero es, ciertamente, mucho más que eso. Con el propósito de entender la dinámica de esta batalla, debemos comprender lo que ocurrió en el mismo principio, mucho antes que los eventos de Génesis 1 se desarrollaran.
El problema es que la Biblia no da muchos detalles acerca de lo que ocurrió en el cielo cuando se declaró la guerra. Sabemos que el orgullo estaba en el mismo centro de la rebelión de Satanás porque aspiraba a ser como el Padre, que nunca fue creado (Isa. 14:12-15). Como consecuencia, hubo una guerra, y Satanás y sus ángeles fueron echados del cielo (Apoc. 12:7-9). También sabemos que, como consecuencia de esta expulsión, enfrentamos a un enemigo invisible y sobrenatural (Efe. 6:11, 12) que algún día será totalmente destruido (Apoc. 20). Pero ¿hay algo más que sería útil saber?
John Milton escribió, en el siglo XVIII, acerca de la caída de Lucifer del cielo, en su poema épico El paraíso perdido. En un ensayo de Harvard, Gary Anderson destaca las principales razones para la caída de Satanás como Milton la describe.
Anderson sostiene que Milton vio una historia distintiva emerger de textos como Colosenses 1:16; Salmo 2:6 y 7; y Filipenses 2:9 y 10. La trama de Milton comienza cuando Satanás escuchó el rumor de que el Padre y el Hijo estaban planificando crear al hombre. El orgullo de Satanás, que era el ser creado más elevado en el cielo, quedó herido porque no había sido incluido en las deliberaciones. Consciente de este, el Padre convocó a todos los ángeles a una reunión y exaltó a Jesús sobre todos para demostrar que nadie más podía compararse con él.
Con referencia a la exaltación de Jesús, Anderson observa: Si Satanás halló objetable esto, y lo hizo causa de una rebelión, entonces, no puede ser ociosa especulación decir que halló también bastante objetables las figuras de Adán y Eva. En cierto sentido, la elevación de Cristo tuvo el propósito de darle a Satanás la oportunidad de que ventilara su hostilidad hacia los más grandes designios de Dios para su Universo. La elevación de Cristo dio ocasión para que se manifestara el secreto odio de este poderoso ángel y enemigo.3
En la edición de 1870 del libro Spirit of Prophecyí tomo 1, publicado doscientos años después del poema de Milton, Elena de White también describe los orígenes de esta rebelión, y lo hace en una forma muy similar. Dice que Satanás estaba celoso de la posición que ocupaba Jesús, y comenzó a asumir y ejercer algo de la autoridad del Hijo de Dios. El Padre, entonces, reunió a toda la hueste celestial para honrar a Jesús y para afirmar su igualdad con él. Todos los ángeles se postraron ante él, incluyendo a Satanás.
Luego describe lo que ocurrió después. Satanás dejó la presencia del Padre, consumido por los celos contra Jesús. Inmediatamente comenzó a sugerirles a los ángeles que el Padre prefería a Jesús y que lo ignoraba a él. Afirmó que sus derechos como dirigente de los ángeles habían sido pisoteados y que el resultado podría ser que los ángeles inevitablemente sufrirían bajo el liderazgo de Jesús. Pero que él, Satanás, se opondría a esa posibilidad. Y así [...] "se rebelaron contra la autoridad del Hijo.
"Los ángeles leales trataron de reconciliar con la voluntad de su Creador a ese poderoso ángel rebelde. [...] Le mostraron claramente que Cristo era el Hijo de Dios, que existía con él antes que los ángeles fueran creados, y que siempre había estado a la diestra del Padre, sin que su tierna y amorosa autoridad hubiese sido puesta en tela de juicio hasta ese momento; y que no había dado orden alguna que no fuera ejecutada con gozo por la hueste angélica. [...]
"Lucifer no quiso escucharlos. Se apartó entonces de los ángeles leales acusándolos de servilismo. [...] Satanás manifestó con osadía su descontento porque Cristo había sido preferido antes que él. Se puso de pie orgullosamente y sostuvo que debía ser igual a Dios y participar en los concilios con el Padre y comprender sus propósitos. El Señor informó a Satanás que solo revelaría sus secretos designios a su Hijo, y que requería que toda la familia celestial, incluido Satanás le rindiera una obediencia absoluta e incuestionable, pero que él (Satanás) había demostrado que no merecía ocupar un lugar en el cielo. Entonces, el enemigo señaló con regocijo a sus simpatizantes, que eran cerca de la mitad de los ángeles, y exclamó: ¡Estos están conmigo! ¿Los expulsarás también y dejarás semejante vacío en el Cielo?' Declaró entonces que estaba preparado para hacer frente a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la fuerza de su poder, fuerza contra fuerza"4
Este trasfondo histórico enfoca nuestra atención en algunos de los más finos detalles de la historia del Gran Conflicto. Más importante aún, nos ayuda a entender la relación que hay entre nuestros sufrimientos al pasar por el crisol y la gloria de Dios, mientras caminamos la, por lo general, escarpada senda que conduce a la casa del Pastor. Aquí están dos asuntos que emergen con alta significación para aquellos que desean vivir su vida de tal modo que glorifique al Padre.
Primero, glorificamos al Padre por medio del discipulado de su Hijo. La rebelión que surgió en el cielo comenzó con la animosidad personal de Satanás hacia Jesús, Jesús mismo es el centro de la irritación y la rebelión de Satanás. Como fuimos creados originalmente a la imagen del Padre y del Hijo, hemos llegado a ser el objetivo secundario de la ira de Satanás. Por lo tanto, si Satanás nos induce a separarnos de Dios, hiere al Padre y al Hijo. Cuando decidimos permanecer como discípulos de Cristo, honramos al Padre. Mientras más imitamos al Hijo, más glorificamos al Padre. No es coincidencia, por lo tanto, que nuestro discipulado sea el foco de la animosidad y los celos de Satanás. Nuestro discipulado es lo que más le gustaría destruir. Mientras más reflejamos el carácter de Cristo, más demostramos que lo elegimos a él, no simplemente como una buena manera de vivir, sino por aquel que es el Señor de nuestra vida.
Segundo, glorificamos al Padre mediante la obediencia a su gobierno. Como consecuencia de la animosidad personal de Satanás contra Jesús, trata de desacreditar la autoridad del Padre y la ley sobre la que se basa su gobierno. Por lo tanto, nosotros glorificamos al Padre por nuestra forma de vivir. La Biblia nos revela los principios, las leyes y los valores del Reino de los cielos. A medida que los incorporamos a la vida real, no estamos simplemente siguiendo instrucciones para vivir bien la vida. Obedecemos porque estamos haciendo una decisión consciente de honrar el gobierno del Padre, y rechazar las así llamadas "libertades" que Satanás ofrece.
Aquí es donde las cosas se ponen desafiantes. La cultura se vuelve cada vez más hostil al verdadero carácter de Dios y trata cada vez más de oponerse al verdadero gobierno de Dios en la Tierra. Aquellos que quieren vivir una vida verdaderamente consagrada a glorificar a Dios descubrirán que el servicio leal al Padre puede requerir el sacrificio de su vida.
Glorificar a Dios en el futuro
Darrel, el padre de Rachel Scott, le dijo a un grupo en Little Rock: "Dios está usando esta tragedia para despertar, no solo a los Estados Unidos, sino a todo el mundo. [...] Dios está usando a Rachel como un medio".5 Según el News Report, el asesinato de estos cristianos en Columbine parece haber dado origen a un reavivamiento entre millones de jóvenes evangélicos. Y, al final, Dios está siendo glorificado.
Al describir el progreso de la historia, Juan habla de los mártires del pasado y de los del futuro.
Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos (Apoc. 6:9-11).
Cuando leemos textos como estos, nos acordamos de los nobles hombres y mujeres que murieron heroicamente hace centenares de años, no de jovencitas adolescentes que llevaban en sus mochilas computadoras portátiles. Pero, el Apocalipsis ciertamente cree que mucho más de esto vendrá todavía.
¿Te asusta esto? Del mismo modo que la presencia del Padre cubría a Jesús cuando moría en la Cruz, así Cristo está con nosotros cuando tenemos que pasar por el crisol.
Cuando Juan Hus, el gran reformador bohemio, hacía frente a la posibilidad de morir quemado en la hoguera, le escribió a un amigo en Praga: "Entonces, ¿por qué no habríamos de padecer nosotros también, y más cuando sabemos que la tribulación purifica? Por tanto, amados míos, si mi muerte ha de contribuir a su gloria, oren para que ella venga pronto y que él me pueda capacitar para soportar con serenidad todas mis calamidades".6
Juan Hus sufrió el martirio, pero él no tenía temor: Cuando las llamas comenzaron a arder en torno de él, principió a cantar: "Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí", y continuó hasta que so voz enmudeció para siempre.
Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica conducta. Un celoso partidario del Papa, al describir el martirio de Hus, y deJerónimo, que murió poco después, dijo: "Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para la hoguera como si estuvieran yendo a una boda. No dejaron oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, comenzaron a cantar himnos; y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos".9
¿Puedes imaginar una forma más grande de glorificar al Padre y al Hijo que bajo el mayor crisol que Satanás pueda concebir? Pero, Dios dará a su pueblo un himno que dé testimonio de su bondad y su grandeza por todos los siglos.
En busca de una vida que glorifica a Dios
Rachel Scott, Cassie BernalI Juan Hus, y los miles de mártires a lo largo de toda la historia sabían que honrar al Padre era más importante que la vida misma. Yo creo que Dios nos ha dado a todos el instinto de glorificarlo. Procuramos comprender el grande y misterioso poder celestial que obra alrededor de nosotros, pero con frecuencia fracasamos en el intento. En un artículo altamente personal, titulado "A Note for Rachel Scott" [Una nota para Rachel Scott], el periodista Roger Rosemblatt parece reflejar esa búsqueda.
Rosemblatt se refiere a una de las entrevistas que el padre de Rachel concedió después del crimen. En la entrevista, Darrel Scott declaró que las muchas preguntas gubernamentales y legales que se le plantearon después de Columbine no tocaron "los profundos asuntos del corazón". Luego, en su escrito Rosemblatt le pide a Rachel:
El profundo asunto que quiero tocar tiene que ver conmigo y con mis colegas periodistas, quienes, por todo nuestro recurrente y por lo general falta de atractivo despliegue de autosuficiencia del que todo lo sabe, de vez en cuando nos encontramos con una historia como la tuya y reconocemos nuestra impotencia ante ella. [...] Por lo tanto, Rachel, cuando escribo: "Esto es lo que quiero decirte", por favor lee "esto es lo que quiero preguntarte ¿Dónde podemos, nosotros que desempeñamos nuestro en esta revista y en otras, encontrar el conocimiento de lo incognoscible? ¿Cómo podemos aprender a confiar en lo incognoscible como noticia, aquellos profundos asuntos del corazón?
El problema nos pertenece tanto a nosotros como a aquellos a quienes esperamos servir. Los periodistas somos muy buenos para desenterrar los asuntos poco profundos. Que se nos dé un escándalo presidencial, incluso una guerra, y podremos hacer un excelente trabajo, al explicar lo explicable. Pero, cuando se nos da la matanza en Columbine, en un esfuerzo por cubrir las posibilidades, pasaremos por alto lo que la gente está pensando y sintiendo en su más secreta cámara, acerca de sus propios amores y odios, acerca de la necesidad de ser atentos con otros, acerca de sus propios hijos: acerca de ti, Rachel".7
Yo creo que Rosemblatt sea el único que anda en busca de respuestas con respecto a aquellas "profundas cosas". Las tragedias con frecuencia nos dejan mudos, como si hiciéramos una pausa para recuperar el aliento. Pero, las buenas nuevas son que los cristianos tienen una respuesta ante los más ardientes crisoles que puede, con el tiempo, procurarles la paz y la esperanza y la madurez espiritual que necesitan.
Yo no creo que exista otro que haya articulado mejor la redención de la esperanza perdida que Pablo. Cuando escribe a los corintios, toca muchas de las cosas que nosotros hemos tocado: los abrumadores crisoles por los que tenemos que pasar en nuestra senda, y también la capacidad de volver a la calma que es posible a causa de las profundas cosas de Dios que están en nuestro interior. A pesar de nuestro quebrantamiento, el objetivo del Espíritu de Dios es que siempre conservemos nuestros ojos fijos en Jesús, para que su carácter, su oro, encuentre un lugar en nosotros, y sea un testimonio que glorifique a un amante Padre celestial, a un compasivo Salvador, y a un estilo de vida que está marcado por la impronta del Cielo.
Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también Su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte, por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal. [...) Con ese mismo espíritu de fe también nosotros creemos, y por eso hablamos. Pues sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitó también a nosotros con él y nos llevará junto con ustedes a su presencia. Todo esto es por el bien de ustedes, para que la gracia que está alcanzando a más y más personas haga abundar la acción de gracias para la gloria de Dios. Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno" (2 Cor. 4:7-18, NVI).
Padre:
Concédeme una mente que solo busque tu gloria,
Un corazón que anhele honrarte,
no importa lo que la vida ponga en mi camino;
Ojos que busquen continuamente al Cristo resucitado,
para que yo pueda reflejarte más y más.
En el nombre de Jesús, amén.
1 Time, "Noon in the Garden of Good and Evil", 17 de mayo de 1999.
Time, "A Surge of Teen Spirit", 31 de mayo de 1999.
2 Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 297.
3 GaryA. Anderson, "The Fall ofSatan ¡n theThought of St. Ephrem and John Milton, Hugoye: Journal ofSyriac Studies, t. 3, N° 1, enero de 2000.
4 Esta cita apareció primero en el primer tomo del libro Spirit ofProphecy, y luego en La historia de la redención, pp. 18-20.
5 Time, "An Act of God?", 20 de diciembre de 1999.
6 Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 113.
lbíd., p. 117.
7 Time, "A Note for Rachel Scott", 10 de mayo de 1999.
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