Lección 14: “YO HAGO NUEVAS TODAS LAS COSAS” | La vida eterna: La muerte y la esperanza futura - Libro complementario
Capitulo 14
"NUEVAS TODAS LAS COSAS"
A lo largo de los siglos, "el cielo" siempre ha intrigado a la imaginación humana, generalmente visto desde un punto deísta existencial. Antes de la Guerra Civil de Estados Unidos (1861-1865), por ejemplo, diversos reformadores estadounidenses promovieron cambios sociales y experimentos comunitarios con la esperanza de crear el cielo en la Tierra.17' Para el naturalista1/filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862), "el cielo está bajo nuestros pies y sobre nuestras cabezas".172 En la canción popular alemana "Tausend kleine Himmel" (Mil cielos), la cantante Stefanie Hertel recuerda que cuando era una niña pequeña, miraba una alta escalera que estaba junto a un manzano, e imaginaba que el cielo estaba en la parte superior de la escalera.3
Aunque hay momentos felices en la vida que se sienten como pequeños anticipos del cielo, el cielo mismo es mucho más que esos momentos. En términos bíblicos, el cielo es un lugar real y estamos encaminados hacia ese lugar maravilloso. Este último capítulo repasa algunas imágenes poco claras del cielo y luego destaca algunas vislumbres bíblicas de su asombrosa realidad. Entender lo que la Biblia dice sobre el cielo nos ayudará a prepararnos para vivir en él.
Conceptos poco claros del cielo
La filosofía griega no solo Influyó sobre las doctrinas cristianas de la naturaleza humana y el estado de los muertos, sino también en la noción del cielo mismo. En la Odisea, Homero afirma que las almas de las personas especiales son llevadas por los dioses "a la llanura Elisia, al extremo de la tierra [...]. Allí [...] no hay nevadas y el Invierno no es largo; tampoco hay lluvias, sino que Océano deja siempre paso a los soplos de Céfiro, que sopla sonoramente para refrescar a los hombres".1 En el Fedón de Platón, Sócrates se refiere a "la morada pura" donde "los que se han purificado suficientemente en el ejercicio de la filosofía viven completamente sin cuerpos para todo el porvenir".5
Algunos objetan que la cosmología griega se expresa mediante imágenes mitológicas que no se pueden tomar literalmente. Sin embargo, no podemos olvidar que esos mismos mitos dieron forma a gran parte de la cosmovlsión occidental y la comprensión cristiana del cielo y el más allá. J. Edward Wright nos dice que la "noción de un alma que asciende al reino celestial [...] se introdujo en el judaismo y, por ende, en el cristianismo, como resultado de que los judíos absorbieron las creencias persas y griegas durante el período helenístico".3 Robert Freeman Butts acertó cuando afirmó: "Pensamos de la forma en que lo hacemos en gran medida porque los griegos pensaban de la forma en que lo hacían".'77 Incluso hoy en día, la mayoría de los cristianos mantienen la noción griega de que las almas "sin cuerpo" están en el cielo hasta la resurrección final, cuando esas almas supuestamente volverán a encarnar en este mundo y luego regresarán al cielo para vivir en forma corporal durante toda la eternidad.
De hecho, la dicotomía
griega entre la materia (que es tangible) y el espíritu (que es intangible) ha
empañado gran parte de la descripción bíblica del cielo. En un afán de evitar
el extremo literalista, muchos cristianos se han movido a la posición opuesta,
pero igualmente peligrosa: espiritualizar el Jardín del Edén original (Gén.
2:2-25), así como también el futuro cielo nuevo y la Tierra Nueva (Apoc.
21:1-22:5). Bajo su posición, se hace difícil imaginar que puede haber una
ciudad real en el cielo, con un Santuario o Templo real, casas y árboles
reales. Por lo tanto, si no se abandona la creencia en la cosmovisión dualista
occidental por la enseñanza bíblica, integral, lo que enseña la Biblia sobre el
cielo no tiene ningún sentido.
Un cambio de punto de vista
El libro de Apocalipsis describe "una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Estaban delante del trono" de Dios y sirviéndole "día y noche en su templo" (Apoc. 7:9,15). Pero el apóstol Juan también declara que novio ningún templo en la Nueva Jerusalén, "porque el Señor Dios Todopoderoso es su templo, y el Cordero" (Apoc. 21:22). ¿Cómo pudo Juan decir primero que vio la gran multitud de los redimidos sirviendo constantemente a Dios "en su templo", y luego decir que no vio un templo en la Nueva Jerusalén?
La mayoría de los comentaristas de la Biblia simplemente conjeturan que la presencia de Dios finalmente reemplazará su propio Templo. Pero esta suposición no resuelve el problema, ya que la misma presencia del Trono de Dios presupone la existencia de un templo o palacio que lo albergue. En el Antiguo Testamento, la palabra que se traduce como "palacio" (he/al en hebreo) se aplica al Tabernáculo y el Templo de Dios (1 Sam. 1:9; 2 Rey. 18:16; etc.). Laszlo Gallusz afirma: "En los palacios seculares, el salón del trono se consideraba la sala más importante, y su elemento central era, sin duda, el trono, que simbolizaba la autoridad del gobernante. Este principio se aplica también al Templo o palacio de Dios. Por lo tanto, cuando uno se refiere a la presencia de Dios en el Templo (sea terrenal o celestial), lo hace en referencia al trono. El trono, por lo tanto, implica un templo que lo albergue".8
Richard M. Davidson señala que (1) el Santuario o Templo celestial es el hogar de Dios, "un lugar donde él invita a sus criaturas a tener comunión con él"; (2) con la aparición misteriosa del pecado en el universo, se convierte en el lugar desde donde se ofrece la salvación a los pecadores (Heb. 4:14-16); pero (3) "cuando el problema del pecado termine, el Santuario celestial volverá una vez más a tener su función original".179 De esta forma, aunque la función soteríológica del Santuario celestial cesará (Apoc. 21:22), su función litúrgica continuará durante toda la eternidad (Apoc. 7:15).
En Ezequiel 37:26 y 27, Dios prometió que haría "un pacto perpetuo" con el pueblo de Israel: "Pondré mi santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi tabernáculo; yo seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo". Pero Israel no estuvo a la altura de las expectativas del pacto, por lo que esta promesa se cumplirá con la gran multitud que saldrá de ia gran tribulación (Apoc. 7:9-17). De hecho, el privilegio supremo para un ser humano redimido por la sangre del Cordero será adorar a Dios en su Santuario celestial (el Templo) y contemplar su rostro (Mat. 5:8; 1 Juan 3:2; Apoc. 22:3, 4).
Otro privilegio maravilloso que tendremos será el de conocer a las huestes angelicales, especialmente a nuestro propio ángel guardián (Sal. 34:7; Heb. 1:13, 14). Elena de White declaró:
Todo redimido comprenderá la obra de los ángeles en su propia vida. ¡Qué sensación le producirá conversar con el ángel que fue su guardián desde el primer momento; que vigiló sus pasos y cubrió su cabeza en el día de peligro; que estuvo con él en el valle de la sombra de muerte, que señaló su lugar de descanso, que fue el primero en saludarlo en la mañana de la resurrección, y conocer por medio de él la historia de la intervención divina en la vida individual, de la cooperación celestial en toda obra en favor de la humanidad!10
También tendremos una extraordinaria vida social en el cielo. Jesús dijo: "Les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (Mat. 8:11, NVI). Esto incluye a los llamados héroes de la fe (Heb. 11:1-12:2), cuyo ejemplo también nos desafía a correr "con paciencia la carrera que tenemos por delante" (Heb. 12:1). Veremos y volveremos a abrazar a nuestros seres queridos ahora desaparecidos (Mat. 22:23-32). Al describir la escena conmovedora de la primera resurrección, Elena de Whlte nos dice: "Santos ángeles llevan nlñitos a los brazos de sus madres. Amigos, a quienes la muerte separó por largo tiempo, se reúnen para no separarse nunca más, y con cantos de júbilo ascienden juntos a la ciudad de Dios".13! Y: "Los redimidos encontrarán y reconocerán a aquellos cuya atención dirigieron al ensalzado Salvador. ¡Qué bendita conversación tendrán con estas almas!"12
Dios incluso prometió:
"He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" (Apoc. 21:5).
"Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más
muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya
pasaron" (vers. 4; ver también Apoc. 7:16, 17). El consuelo de Dios a su
pueblo incluye a todos los habitantes redimidos de la Nueva Jerusalén. Ahora,
¿habría Dios prometido que haría "nuevas todas las cosas" si tenía
planeando mantener un infierno que ardiera eternamente en algún lugar del
universo? ¿Qué consuelo podrían tener los redimidos, sabiendo que algunos de
sus seres queridos sufrirían por toda la eternidad? Tal noción pagana del
infierno es contraria al carácter amoroso de Dios y está en oposición directa a
sus planes.
El triunfo del amor de Dios
Después de haber examinado la lucha de la humanidad con la muerte y la esperanza de la vida eterna, debemos estar agradecidos con Dios por la asombrosa manera en que ha tratado con nosotros. Desde la perspectiva humana, Dios pudo haber destruido a Lucifer y a sus ángeles poco después de su rebelión en el cielo, pero no lo hizo. ¡Él también pudo haber borrado el recuerdo del pecado! En cambio, "en su gran misericordia, Dios soportó pacientemente a Lucifer por mucho tiempo" antes de expulsarlo del cielo. Él pudo haber aniquilado a Adán y a Eva después de la Caída; sin embargo, estableció un asombroso plan de redención para rescatar a tantos pecadores como fuera posible y otorgarles la vida eterna (Gén. 3:15; Juan 3:16).
A estas alturas, hay quienes se preguntan por qué Dios ha extendido su salvación misericordiosa durante tanto tiempo. No tenemos acceso a los planes ocultos de Dios, pero, aun así, sabemos que "en realidad no es que el Señor sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Al contrario, es paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan" (2 Ped. 3:9, NTV). Él todavía está esperando que asumamos una posición decidida de parte suya, porque no quiere perdernos por la eternidad. "El cielo es de mayor valor para nosotros que cualquier otra cosa, y si perdemos el cielo, hemos perdido todo".14 ¡De ninguna manera podemos correr el riesgo de quedar fuera de ese espléndido banquete escatológico en las cortes celestiales (cf. Mat. 22:1-14)!
En estos "tiempos difíciles" (2Tim. 3:1, NVI), en los que sopla "todo viento de doctrina" (Efe. 4:14), necesitamos una sólida comprensión bíblica de la naturaleza humana y el estado de los muertos, y debemos compartirla con otros también. Pero todo esto pierde sentido si no tenemos nuestra propia vida eterna asegurada en Cristo. En las palabras del apóstol Juan: "Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Les he escrito estas cosas a ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna" (1 Juan 5:11-13, RVC).
Por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, debemos estar entre aquellos que adorarán a Dios en su Templo celestial. Allí disfrutaremos para siempre de la comunión, acompañados de Dios y de los redimidos de todos los tiempos.
1. Ronald G. Walters,
American Reformers, 1815–1860, ed. rev. (Nueva York: Hill and Wang, 1997).
2. Henry D. Thoreau, Walden, edición del 150 aniversario (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2004), p. 283; publicado originalmente en 1854.
3. «Tausend kleine Himmel», Genius, visitada el 15 de noviembre de 2021, https://genius.com/Stefanie-herteltausend-kleine-himmel-lyrics
4. Homero, Obras clásicas de siempre: La Odisea (Ciudad de México: Biblioteca digital del ILCE), p. 92, visitada el 18 de abril de 2022 en http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Odisea.pdf
5. Platón, Phaedo, trad. David Gallop, Oxford World’s Classics (Oxford: Oxford University Press, 1993), p. 74, par. 114c.
6. J. Edward Wright, The Early History of Heaven (Nueva York: Oxford University Press, 2000), pp. 139, 140.
7. R. Freeman Butts, A Cultural History of Western Education: Its Social and Intellectual Foundations (Nueva York: McGraw-Hill, 1947), p. 45; la cursiva figura en el original.
8. Laszlo Gallusz, The Throne Motif in the Book of Revelation, Library of New Testament Studies 487 (Londres: Bloomsbury T & T Clark, 2014), p. 26.
9. Richard M. Davidson, «The Sanctuary: “To Behold the Beauty of the Lord”», en The Word: Searching, Living, Teaching, t. 1, ed. Artur A. Stele (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2015), pp. 30, 31.
10. Elena G. de White, La educación, cap. 35, p. 274.
11. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, cap. 41, p. 628.
12. Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 535.
13. White, El conflicto de los siglos, cap. 30, p. 486.
14. Elena G. de White, Hijos e hijas de Dios, p. 351.
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