09 "GUÁRDENSE DE TODA AVARICIA" | Administrar para el Señor... Hasta que él venga | Libro complementario
Lección 9:
“GUÁRDENSE DE TODA AVARICIA”
"¡Cuidado! Guárdense de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Luc. 12:15).
Lucas 12:15 cita las palabras del mismo Jesús. En la mente de Dios, la codicia es un gran problema. Está prohibido en el décimo Mandamiento del Decálogo, y la Biblia registra "la terrible suerte" de aquellos que se negaron a cumplirlo.1 Elena de White señala algunos ejemplos bíblicos: "Tenemos ante nosotros la terrible suerte que corrieron Acán, Judas, y Ananías y Safira. Y antes de esos casos tenemos el de Lucifer, el 'hijo de la mañana' que, codiciando una posición más elevada, perdió para siempre el resplandor y la felicidad del cielo. Y no obstante, a pesar de todas estas advertencias, la codicia reina por todas partes".2 Aquí podríamos echarle un vistazo al "misterio de iniquidad" (2 Tes. 2:7).
La codicia se ha definido como un deseo desmesurado de riqueza o la posición o la propiedad de otro. La avaricia es una palabra que se asocia frecuentemente con la codicia y se define como la codicia insaciable de riquezas. "Vivir para sí es perecer. La codicia, el deseo de beneficiarse a sí mismo, separa al alma de la vida. El espíritu de Satanás es obtener, tomar para sí. El espíritu de Cristo es dar, sacrificarse para el bien de los demás".3
El décimo Mandamiento dice: '"No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo" (Éxo. 20:17). De este Mandamiento se desprende que la codicia puede abarcar una amplia gama de objetos. La codicia es tan dañina espiritualmente que Dios decidió advertir sobre ella en su gran Ley moral. En el Nuevo Testamento, Jesús advirtió sobre la codicia en la parábola del rico insensato. "¡Cuidado! Guárdense de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Luc. 12:15).
La codicia con frecuencia está en la lista de los pecados atroces que nos dejarán fuera del Reino de Dios. "¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No yerren, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores heredarán el reino de Dios" (1 Cor. 6:9, 10). En este capítulo, aprenderemos cómo detectar y vencer la codicia al estudiar cómo arruinó la vida de Lucifer y otras personas de la Tierra.
La Biblia nos dice que Lucifer ocupaba un puesto elevado en el cielo.
"Fuiste ungido querubín grande, protector. Yo te puse en el santo monte de Dios; allí estabas, en medio de piedras de fuego andabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. [...] Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor. Yo te arrojé por tierra, para que los reyes te vean" (Eze. 28:14,15, 17).
En Isaías 14 se encuentran ideas adicionales sobre el misterio de iniquidad:
"Tú [Lucifer] que decías en tu corazón: 'Subiré al cielo, en lo alto, por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono, en el Monte de la Reunión, al lado norte me sentaré. Sobre las altas nubes subiré, y seré semejante al Altísimo'" (vers. 13,14).
Elena de White explica:
"Lucifer podría haber seguido gozando del favor de Dios, amado y honrado por toda la hueste angélica, empleando sus nobles facultades para bendecir a los demás y glorificar a su Hacedor. [...] Poco a poco Lucifer se fue entregando al deseo de la exaltación propia. [...] i En lugar de procurar que Dios fuese supremo en los afectos y la lealtad de sus criaturas, Lucifer se esforzó por ganarse el servicio y homenaje de ellas. Y, codiciando el honor con que el Padre Infinito había investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiró al poder que solo Cristo tenía derecho a ejercer.
"En lugar de buscar hacer a Dios supremo en los afectos y la lealtad de sus criaturas, Lucifer se esforzó por ganar su servicio y homenaje para sí mismo. Y codiciando el honor que el Padre infinito había otorgado a su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiró al poder que era prerrogativa de ejercer únicamente a Cristo"4
Los resultados de la codicia de Lucifer se han convertido en lo que ahora llamamos el Gran Conflicto. Las consecuencias incluyen la caída de un tercio de los ángeles celestiales, que ahora están reservados para el fuego del infierno (ver Apoc. 12:3, 4; Jud. 6, 7).
Miles de millones de impíos se unirán a estos ángeles caídos en la conflagración final. Satanás todavía está tentando a la humanidad con codicia hoy. "Al ver Satanás que su tiempo es corto, induce a los hombres a ser cada vez más egoístas y codiciosos, y luego se regocija cuando los ve encerrados en sí mismos, estrechos, mezquinos y egoístas. Si los ojos de los tales pudieran abrirse, verían a Satanás en un triunfo infernal, regocijándose sobre ellos y riéndose a carcajadas de la locura de quienes aceptan sus sugerencias y entran en sus trampas".2
No sabemos cuánto tiempo vivieron Adán y Eva en el Jardín del Edén antes de ese fatídico día en que comieron del fruto prohibido. Pudieron haber sido varios años, porque se nos dice que el Edén era una escuela. Los ángeles eran sus maestros y tenían encuentros cara a cara con Dios. Adán puso nombre a los animales. Ellos cuidaban el Jardín. Vivían en un entorno hermoso, sin enemigos ni nada que temer. Solo había una restricción. "Y Dios el Señor mandó al hombre: 'Puedes comer de todo árbol del huerto, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás. El día que comas de él, de cierto morirás'" (Gén. 2:16,17).
Lucifer, también conocido como diablo, Satanás, dragón y engañador, aparentemente pensó para sí: "Si quiero tentar a Adán y Eva para que desobedezcan a Dios, debo probar con lo que me atrapó a mí y a un tercio de los ángeles. Usaré la codicia. Les diré que Dios les está ocultando información. Hay mucho más para ellos".
"Entonces la serpiente replicó a la mujer: 'No es cierto. No morirán; sino que Dios sabe que el día que ustedes coman de él se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal'. Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y codiciable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió. Y también dio a su esposo, que comió igual que ella" (Gén. 3:4-6).
"Satanás deseaba hacer creer que este conocimiento del bien mezclado con el mal sería una bendición, y que al prohibirles que tomasen del fruto del árbol Dios los privaba de un gran bien. Argüía que Dios les había prohibido probarlo a causa de las maravillosas propiedades que tenía para impartir sabiduría y poder; que de ese modo trataba de impedir que alcanzaran un desarrollo más noble y hallasen mayor felicidad. Declaró que él había comido del fruto prohibido y que el resultado había sido la adquisición de la facultad de hablar, y que si ellos también comían de ese árbol alcanzarían una esfera más elevada de existencia, y entrarían en un campo más vasto de conocimiento.
"Aunque Satanás decía haber recibido mucho bien por haber comido del fruto prohibido, ocultó el hecho de que a causa de la transgresión había sido arrojado del cielo. Esa mentira estaba de tal modo escondida bajo una apariencia de verdad que Eva, infatuada, halagada y hechizada, no descubrió el engaño. Codició lo que Dios había prohibido; desconfió de su sabiduría. Echó a un lado la fe, la llave del conocimiento".3
Los resultados de ese acto codicioso se registran en la historia: Adán y Eva fueron expulsados de su hogar en el Jardín; Caín mató a Abel; y los habitantes de la Tierra se volvieron tan malvados y violentos que Dios los destruyó a todos, menos a ocho, en un diluvio mundial. Desde entonces, millones han muerto en guerras y enfermedades. Pero lo peor de todo es que ese pecado causó la muerte del Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Salvador.
Balaam, el hombre del asna que habló
Los cuarenta años de Israel de deambular por el desierto estaban llegando a su fin. Aunque los israelitas eran unos dos millones, no estaban preparados para la guerra. Pero Dios los ayudó a derrotar a Sehón, rey de los amorreos, y así ganar el control de la tierra de Galaad. El siguiente y último obstáculo entre ellos y el río Jordán era la nación de Basán. Era una nación de gigantes. Og, su rey era el más grande de todos ellos, y tenía sesenta ciudades fortificadas. Una vez más, Dios derrotó a este enemigo, e Israel obtuvo el control total del lado este del valle del río Jordán. Aquí acamparon en perfecto orden durante algún tiempo, mientras Moisés se preparaba para la ocupación de Canaán.
Fue en este momento y en este escenario que el rey moabita, Balac, pudo ver el gran campamento de Israel desde el monte Peor en el este. Balac consultó con sus vecinos madianitas, y decidieron enviar a un grupo de hombres para llamar a Balaam, del que se rumoreaba que tenía poderes sobrenaturales, para que fuera a maldecir a Israel. A Balaam le ofrecieron oro y plata y una posición de honor.
"Balaam había sido una vez un hombre bueno y profeta de Dios; pero había apostatado, y se había entregado a la codicia; no obstante, aun profesaba ser un siervo del Altísimo. No ignoraba la obra de Dios en favor de Israel; y cuando los mensajeros le dieron su recado, sabía muy bien que debía rehusar los presentes de Balac y despedir a los embajadores. [...] Balaam sabía que su maldición no podía perjudicar en manera alguna a Israel. Dios estaba de parte de ellos; y siempre que le fueran fieles, ningún poder terrenal o infernal adverso podría prevalecer contra ellos. [...] El soborno de los regalos costosos y de la exaltación en perspectiva excitaron su codicia. Ávidamente aceptó los tesoros ofrecidos, y luego, aunque profesando estricta obediencia a la voluntad de Dios, trató de cumplir los deseos de Balac.
"Balaam 'amó el premio de la maldad' (2 Ped. 2:15). El pecado de la avaricia, que según Dios declara es idolatría, le hacía buscar ventajas temporales, y por ese solo defecto Satanás llegó a dominarlo por completo. Esto ocasionó su ruina".4
Balaam se negó a ir con los mensajeros. Con la esperanza de sobornarlo, regresaron por segunda vez con mayores regalos y más honores. Esta vez el Señor le permitió ir con los hombres, con el acuerdo de que no podría maldecir a Israel.
Balaam ensilló su burra y partió hacia la tierra de Moab. En el camino, el Ángel del Señor le salió al encuentro con una espada desenvainada. La burra vio al Ángel y se salió del camino hacia un campo. La segunda vez que apareció el Ángel, la burra se asustó y aplastó el pie de Balaam contra la pared. Cuando la burra vio al Ángel por tercera vez, simplemente se echó en el camino. Cada vez que la burra respondía al Ángel, Balaam la golpeaba con su vara. La Biblia dice: "Entonces el Señor abrió la boca del asna, que dijo a Balaam: ¿Qué te hice, que me has azotado tres veces?' Balaam respondió al asna: 'Te has burlado de mí. ¡Ojalá tuviera espada en mi mano, que ahora te mataría!'" (Núm. 22:28, 29). Embriagado por la codicia y consumido por la perspectiva de las riquezas y el honor, quedó enceguecido ante la presencia del Ángel y maltrató a su burra fiel.
Esta historia no termina bien. Balaam solo bendijo a Israel, y no pudo maldecir al pueblo de Dios. Así que, Balac lo envió de vuelta a su casa. Pero Balaam, todavía encaprichado con la posibilidad de enriquecerse, ideó un plan para retirarle la bendición de Dios a Israel. Compartió su plan con Balac:
"Por sugerencia de Balaam, el rey de Moab decidió celebrar una gran fiesta en honor de sus dioses, y en secreto se concertó que Balaam indujera a los israelitas a asistir. Ellos lo consideraban profeta de Dios, y no le fue difícil alcanzar su propósito. Gran parte del pueblo se unió a él para asistir a las festividades. Se aventuraron a pisar terreno prohibido y se enredaron en los lazos de Satanás. Hechizados por la música y el baile, y seducidos por la hermosura de las vestales paganas, desecharon su lealtad a Jehová. [...]
"Los jefes y hombres principales fueron los primeros en violar la ley, y fueron tantos los culpables que la apostasía se hizo nacional. 'Acudió el pueblo a Baalpeor' [Núm. 25:3], Cuando Moisés se dio cuenta del mal, la conspiración de sus enemigos había tenido tanto éxito que no solo estaban los israelitas participando del culto licencioso en el monte Peor, sino también comenzaban a practicarse los ritos paganos en el mismo campamento de Israel. El anciano líder se llenó de indignación y la ira de Dios se encendió.
"Las prácticas inicuas hicieron por Israel lo que todos los encantamientos de Balaam no habían podido hacer: ser separados de Dios. Debido a los castigos que los alcanzaron rápidamente, muchos reconocieron la enormidad de su pecado. Estalló en el campamento una terrible pestilencia, de la cual decenas de millares cayeron prestamente víctimas. Dios ordenó que quienes encabezaron esa apostasía fuesen ejecutados por los magistrados".5
Como resultado de la codicia de Balaam, Israel sufrió grandes pérdidas en la frontera de la Tierra Prometida. Muchos de los líderes fueron ejecutados, y 24.000 personas murieron por una plaga (Núm. 25:4, 5, 9). Moisés envió 12.000 hombres armados a la tierra de los madianitas, y mataron a todos los hombres, a los cinco reyes madianitas y a muchas de las mujeres. Allí encontraron a Balaam y lo mataron también (Núm. 31:7, 8).
Acán y el hermoso manto babilónico
Fue una época de gran regocijo porque Israel había entrado en la Tierra Prometida. Habían cruzado en seco el río Jordán en temporada de inundaciones. Si bien el maná había cesado, los israelitas ahora estaban comiendo los productos de Canaán. Las bendiciones de Dios habían continuado. Jericó, esa ciudad grande y sumamente fortificada, había sido reducida a un montón de escombros.
Inmediatamente después de esta victoria, el pueblo se entusiasmó cuando Josué envió a 3.000 hombres para conquistar el pequeño pueblo de Hai. Pero el ejército de Israel fue derrotado, y 36 de sus hombres murieron; 36 familias estaban de luto por la pérdida de un ser querido.
Cuando Josué escuchó la triste noticia, cayó sobre su rostro delante del arca y permaneció allí el resto del día. Entonces Dios le dijo que había algo maldito en el campamento, y que debía levantarse y solucionar el problema. Antes de que cayera Jericó, Josué les había dicho a los hombres: "Guárdense de las cosas condenadas, no toquen ni tomen cosa alguna de ellas, para no traer destrucción sobre ustedes y turbar el campamento de Israel. Pero toda la plata, el oro, los objetos de bronce y de hierro serán consagrados al Señor. Ingresarán al tesoro del Señor" (Jos. 6:18,19). La mayoría de los hombres llevaban cosas a la tesorería del Señor, pero Acán se detuvo en su tienda y escondió su botín.
Josué echó suertes y descubrió que Acán era el culpable. Cuando se le preguntó, Acán dijo: "Es verdad, he pecado contra el Señor Dios de Israel. Esto es lo que hice: vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, doscientos siclos (2,3 kg) de plata y un lingote de oro de cincuenta siclos (570 g), que codicié y tomé. Y los escondí bajo tierra en medio de mi tienda, y la plata debajo" (Jos. 7:20, 21).
Entonces, según las indicaciones del Señor, apedrearon a muerte a Acán y a toda su familia, colocaron todas sus posesiones sobre los cuerpos y quemaron el montón (vers. 15, 24, 25).
"El pecado mortal que condujo a Acán a la ruina tuvo su origen en la codicia, que es, entre todos los pecados, el más común y el que se considera con más liviandad. Mientras otras ofensas se averiguan y se castigan, ¡cuán raro es que se censure siquiera la violación del décimo Mandamiento! La historia de Acán nos enseña la enormidad de ese pecado y cuáles son sus terribles consecuencias.
"La codicia es un mal que se desarrolla gradualmente. Acán albergó avaricia en su corazón, hasta que esta se hizo hábito en él y lo ató con cadenas casi imposibles de romper. Aunque fomentaba ese mal, le habría horrorizado el pensamiento de que pudiera acarrear un desastre para Israel; pero el pecado embotó su percepción, y cuando le sobrevino la tentación cayó fácilmente.
"[...] A cambio de un buen manto babilónico, muchos sacrifican la aprobación de la conciencia y su esperanza del cielo".6
Podríamos dedicar el capítulo entero a la caída de Judas. Pero la siguiente declaración nos da una presentación resumida.
"Satanás se aprovechó de la disposición codiciosa y egoísta de Judas y lo indujo a murmurar cuando María derramó el costoso ungüento sobre Jesús. Judas
lo consideró un gran desperdicio, y declaró que se podría haber vendido el ungüento y dado a los pobres [el producto de la venta]. No le interesaban los pobres, pero consideraba extravagante la liberal ofrenda a Jesús. Judas apreciaba a su Señor tan solo lo suficiente como para venderlo por unas pocas monedas de plata. Y vi que hay algunos como Judas entre los que profesan estar esperando a su Señor. Satanás los controla, pero no lo saben".7
Judas, posiblemente el personaje más trágico de las Escrituras, perdió su amistad con Jesús por unas pocas monedas. Sin embargo, no fue este acto solitario lo que lo condenó; fueron las decisiones cotidianas de llenarse los bolsillos a expensas de los pobres las que endurecieron su corazón. Persiguió el sueño imposible de una participación en ambos reinos. Con este fin, hablaba en forma convincente y astuta, pero no pudo ser. El mundo lo ganó y la codicia selló el trato. Resulta que los asuntos del corazón realmente importan.
Después del gran derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, la iglesia comenzó a crecer rápidamente. En una ocasión, en la puerta del Templo, Pedro y Juan sanaron a un hombre que había sido cojo de nacimiento. El Sanedrín pidió a Pedro y a Juan que dieran una razón para la curación de este hombre. Ellos respondieron que fue el poder de Cristo el que restauró al hombre lisiado. Les advirtieron y los amenazaron para que no enseñaran en el nombre dejesús, y luego los liberaron. Los discípulos se reunieron y oraron pidiendo valentía para continuar con su ministerio. Dios contestó su oración. "Después de haber orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con valentía la palabra de Dios" (Hech. 4:31).
Muchos creyentes comenzaron a apoyar la obra con más generosidad, vendiendo sus propiedades y donando las ganancias. Es en este contexto que se nos habla de Ananías y Safira.
"Frente al ejemplo de benevolencia mostrado por los creyentes, contrastaba notablemente la conducta de Ananías y Safira, cuyo caso registrado por la pluma de la inspiración dejó una mancha oscura en la historia de la iglesia primitiva. Juntamente con otros, estos profesos discípulos habían compartido el privilegio de oír el evangelio predicado por los apóstoles. Habían estado presentes con otros creyentes cuando, después que los apóstoles hubieron orado, 'el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo'. Todos los presentes habían sentido una profunda convicción, y bajo la influencia directa del Espíritu de Dios, Ananías y Safira habían hecho una promesa de dar al Señor el importe de la venta de cierta propiedad.
"Más tarde, Ananías y Safira agraviaron al Espíritu Santo cediendo a sentimientos de codicia. Empezaron a lamentar su promesa, y pronto perdieron la dulce influencia de la bendición que había encendido sus corazones con el deseo de hacer grandes cosas en favor de la causa de Cristo. Pensaban que habían sido demasiado apresurados, que debían considerar nuevamente su decisión. Discutieron el asunto, y decidieron no cumplir su voto. [...] Decidieron deliberadamente vender la propiedad y pretender dar todo el producto al fondo general, cuando en realidad se guardarían una buena parte para sí mismos.
"Pero Dios odia la hipocresía y la falsedad. Ananías y Safira practicaron el fraude en su trato con Dios; mintieron al Espíritu Santo, y su pecado fue castigado con un juicio rápido y terrible".8
Elena de White hace una seria aplicación de esta historia a los que viven en nuestros días.
"Cada uno ha de ser su propio asesor, y se le deja dar según se propone en su corazón. Pero hay algunos que son culpables del mismo pecado que cometieron Ananías y Safira, pues piensan que, si retienen una porción de lo que Dios pide en el sistema del diezmo, los hermanos no lo sabrán nunca. Así pensaba la pareja culpable cuyo ejemplo se nos da como advertencia. En este caso, Dios demostró que escudriña el corazón. No pueden ocultársele los motivos y propósitos del hombre. Dejó a los cristianos de todas las épocas una amonestación perpetua a precaverse del pecado al cual los corazones humanos están continuamente inclinados.
"Aunque no haya ahora indicios visibles del desagrado de Dios a la repetición del pecado de Ananías y Safira, este es igualmente odioso a su vista, y el transgresor será castigado con toda seguridad en el día del juicio; y muchos sentirán la maldición de Dios aun en esta vida".9
Debemos pedir a Dios que nos dé un espíritu de contentamiento.
"Sin embargo, grande ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y nada podremos llevar. Así, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y perniciosas, las cuales hunden a los hombres en ruina y perdición. El amor al dinero es la raíz de todos los males; y algunos, por esa codicia, se desviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores. Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas y corre en busca de la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre" (1 Tim. 6:6-11).
Se nos dice que la fidelidad en nuestros diezmos y ofrendas nos alejará de la codicia.
"Nuestro Redentor, que conocía el peligro del hombre respecto a la codicia, ha provisto una salvaguardia contra este terrible mal. Ha dispuesto el plan de salvación de tal modo que comience y termine con benevolencia. Cristo se ofreció a sí mismo, un sacrificio infinito. Esto, en sí y por sí, va directamente en contra de la codicia y exalta la benevolencia.
"La benevolencia constante y abnegada es el remedio de Dios para los pecados ulcerosos del egoísmo y la codicia. Dios ha dispuesto que la benevolencia sistemática sostenga su causa y alivie las necesidades de los sufrientes y menesterosos. Ha ordenado que la dadivosidad se convierta en un hábito que puede contrarrestar el pecado peligroso y engañoso de la codicia. Dar continuamente da muerte a la codicia. La benevolencia sistemática está concebida en el plan de Dios para arrancarle los tesoros al codicioso tan pronto como son ganados y consagrarlos al Señor, a quien le pertenecen".10
Ahora podemos ver la sabiduría en las palabras de advertencia de 1 Juan 2:15 al 17: "No amen al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la soberbia de la vida- no procede del Padre, sino del mundo. Y el mundo y sus deseos se pasan; en cambio, el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre".
1 White, Patriarcas y profetas, p. 530.
White, El conflicto de los siglos, p. 548.
2 White, Primeros escritos (Florida, Buenos Aires: ACES, 2014), p. 294.
3 White, La educación, p. 24.
4 White, Patriarcas y profetas, pp. 468,469.
5 White, Patriarcas y profetas, pp. 484,485.
6 Wh¡te, Patriarcas y profetas, pp. 530, 531.
7 White, Primeros escritos, p. 294.
8 White, Los hechos de los apóstoles, pp. 60,61.
9 White, Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 460.
10 White, Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 601.
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