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12 LAS RECOMPENSAS DE LA FIDELIDAD | Administrar para el Señor... HASTA QUE ÉL VENGA - Sección maestros


Lección 12:

LAS RECOMPENSAS DE LA FIDELIDAD

RESEÑA

Dios promete recompensas tanto terrenales como eternas para su pueblo (Deut. 28:1-6; Sal. 58:11; Mal. 3:10-12; Rom. 2:6, 7) según sus obras (Rom. 2:6, 7; Tito 2:13, 14). Esas recompensas nos proporcionan una amplia motivación para ser fieles (Apoc. 2:10; 21:1-7).

Los muertos en pecado (Efe. 2:1-6) no pueden prestar fidelidad, ni son capaces de buenas obras (Isa. 64:10). Pero Dios nos resucita a una vida nueva en Cristo (Efe. 2:5, 6), trayendo salvación por gracia a quienes se entregan a él (Tito 2:11). Él obra en nosotros el querer y el hacer por su buena voluntad para la salvación de nuestra alma (Fil. 2:12, 13) y para la salvación de los demás.

Los que son justificados por la fe en Cristo (Rom. 5:1, 2) reciben la vida eterna (Tito 3:7) al margen de cualquier obra que hagan (Rom. 3:28; Efe. 2:8, 9). Sin embargo, la gracia nos hace nuevas criaturas en Cristo, transformados "para" buenas obras (Efe. 2:10). En este sentido, todas las buenas obras son frutos de la fe que Dios da (Efe. 2:8); y, por cierto, Dios mismo (Isa. 26:12) produce en nosotros las obras de salvación (Sant. 2:14).

La mayordomía está presente en las bendiciones materiales y en las espirituales, porque "tú eres el dueño de todo, y lo que te hemos dado, de ti lo hemos recibido'' (1 Crón. 29:14, NVI); incluida la obediencia que redunda en salvación. Todos los que son fieles en el uso de su tiempo, sus dones, su cuerpo y sus posesiones materiales son deudores de la gracia de Dios, porque son instrumentos voluntarios transformados por su amor (1 Cor. 13:1-3; Gál; 5:6). En última instancia, el mérito necesario para que los redimidos obtengan la recompensa eterna también es de Dios, quien obra "todas las cosas en todos'' (1 Cor. 12:6, NVI; leer también Fil. 2:13).

COMENTARIO

Recompensados por lo que Dios ha hecho

La Biblia utiliza diferentes palabras con distintos significados para la salvación. Uno de los términos es ''recompensa'' (en hebreo: shakar), en el sentido de pago de un contrato, salario, tarifa, mantenimiento o compensación (Isa. 62:11; 40:10). Otra palabra (en hebreo: eqeb) significa "una consecuencia de'', "una recompensa", como resultado de la obediencia a los mandamientos de Dios (Sal. 19:7-11).

En el Nuevo Testamento, al Señor se lo identifica como el que recompensa (en griego: misthapodotes), el remunerador y el que paga el salario (Heb. 11:6). Él dará su recompensa a los redimidos (Apoc. 22:12). Esta recompensa será conforme a la obra que hayan hecho en esta vida (en griego: ergon). Obra, aquí, puede significar nuestro negocio u ocupación, así como un acto, hecho o iniciativa (Apoc. 22:12).

En cambio, el don (en griego: karisma), que es el don de la vida eterna, es contrario a la paga (en griego: opsonion) del pecado (Rom 6:23). Originalmente, "paga" se refería a la ración, estipendio o pago de un soldado (Rom. 6:23). Karisma indica que la salvación es un regalo (Rom. 6:23) y que las buenas obras son de Dios (Efe. 2:10). Sin embargo, la muerte es la retribución que se paga por las obras (de pecado) realizadas sin Dios.

Asimismo, la salvación como recompensa o pago es karisma (un regalo). Este regalo no proviene de las obras personales (en griego: ergon), sino de la gracia que recibimos para hacer buenas obras (ergon) (Efe. 2:8-10). Al contrario, las obras humanas son pecado, y su paga (opsonion) es la muerte (Rom. 6:23; Gál. 5:19-21). Cabe la pregunta: ¿Quién produce las buenas obras? Indudablemente, Dios mismo, por su gracia. La gracia de Dios produce la obra de una mayordomía fiel en la vida del creyente; sin embargo, la carne solo produce obras de perdición.

Recompensados porque son hijos

La fidelidad de los santos deriva del hecho de que son hijos, nacidos de nuevo mediante la conversión. Adán y Eva eran hijos de Dios en el Edén, donde solo eran mayordomos de la tierra que Dios les había mandado cultivar (Gén. 2:5). Este arreglo siguió en vigencia después de que el pecado entró en el mundo (Gén. 3:23), porque la Tierra realmente pertenece al Señor (Gén. 14:19, 20; Sal. 24:1). Como hijos de Dios, Adán y Eva fueron creados originalmente para ser mayordomos fieles, libres de la condenación del pecado.

Sin embargo, el pecado nos ha hecho hijos de ira (Efe. 2:3). La filiación divina se restaura (Juan 1:12) por la gracia de Jesús, y volvemos a ser hijos e hijas de Dios (2 Cor. 6:18). La palabra griega diatheke (testamento) enfatiza la relación unilateral de un testamento (Heb. 9:15), en el que los que llegan a ser hijos reciben, por la fe, la salvación como herencia del Padre (Rom. 8:16, 17). Reciben esta herencia no como extraños (Efe. 2:12; Col. 1:21) ni por las obras de la carne, sino por la fe (Rom. 4:4, 5). Así, la mayordomía fiel de nuestros dones, tiempo, diezmos y ofrendas, y nuestra energía, surge de una experiencia relacional entre el Señor y nosotros, sus mayordomos. Esta relación de pacto entre el Padre y sus hijos comienza con el nuevo nacimiento y continúa en comunión con Dios.

Además, en griego, el concepto de mayordomo (oikonomos) (Luc. 12:42; 1 Cor. 4:1, 2; 1 Ped. 4:10) denota a alguien que se ocupa de los negocios o las propiedades de otro y debe rendir cuentas para recibir su debida recompensa. También hay obligaciones, bendiciones o maldiciones en esta relación de pacto (en hebreo: berith). La fidelidad al Pacto depende de la gracia de Dios, y no de los seres humanos. Al renovar el Pacto mediante la conversión, Dios vuelve a escribir su Ley en nuestra mente y nuestro corazón, y llegamos a ser su pueblo (Jer. 31:31-34).

El premio y la corona son regalos

La recompensa de los redimidos se presenta en la Biblia como un "premio" (en griego: brabeion) que se otorgaba a los ganadores en los antiguos juegos en estadios públicos (1 Cor. 9:24; Fil. 3:14), y como una "corona" que se ganaba en una competencia (1 Cor. 9:25). El logro de esta recompensa implica perseverancia y abnegación por parte del cristiano (1 Cor. 9:26, 27).

La seguridad de nuestra victoria no evita la aflicción durante el recorrido. Como Jesús, quien, siendo Hijo, escogió hacer la voluntad del Padre a pesar de las tribulaciones y los sufrimientos (Heb. 5:8), también nosotros, siendo hijos de Dios, sufriremos pesares en esta vida (Fil. 1:29; Juan 16:33). Hacemos esto sin apartar la vista del premio, aunque eso signifique resistir y abstenernos de todo lo dañino, como lo hace un atleta.

La Biblia también enseña que todo lo que tenemos en el mundo natural pertenece a Dios. Podemos vivir, movernos y existir solo en él (Hech. 17:28). Además, todo don perfecto proviene de él (Sant. 1:17). Asimismo, debido a que todos los dones materiales provienen de Dios, toda buena obra en el ámbito espiritual también proviene de él (Efe. 2:10).

Por ende, el mérito de la recompensa que reciben los redimidos pertenece únicamente a Dios, quien obra en los fieles el querer y el hacer por su buena voluntad (Fil. 2:13). Se recompensa a los redimidos por aceptar la obra de Dios en su vida y no darse por vencidos, porque creen que Jesús (Juan 6:28, 29) es ''la plenitud del que llena todas las cosas en todos" (Efe. 1:23).

La mayordomía perfecta como recompensa

La mayordomía cristiana es espiritualidad práctica y fidelidad (1 Cor. 4:2), como lo demuestra la obra de Adán y de Eva en su estado no caído en el Edén. El Edén -que se perdió por la mayordomía infiel de Adán y de Eva- fue restaurado por la mayordomía perfecta y fiel de Jesús, quien buscó primeramente hacer la voluntad del Padre (Mat. 26:42; Juan 5:30). Jesús vio el resultado de su obra y quedó satisfecho (Isa. 53:11). Como el segundo Adán, Jesús restaura la imagen celestial en la humanidad, así como la mayordomía perdida por el primer Adán (1 Cor. 15:45-58).

Los redimidos también estarán satisfechos de ver, no sus propias obras, sino la obra de Jesús en ellos. De ahora en adelante sirven al Señor, con los ojos puestos en el premio (Fil. 3:14). Este premio nos ayuda a comprender cuán insignificante, pequeño y vano es todo en esta vida, en comparación con la recompensa de los redimidos (Mat. 25:23). La vida es corta, las alegrías a menudo son pocas, y hay mucha vanidad y aflicción de espíritu (Ecl. 2:17). Pero las promesas para los fieles transmiten grandeza, gozo, paz y novedad sin fin (Isa. 35:10). Solo los fieles (en griego: piste) que son incondicionales y dignos de confianza (1 Cor. 4:2) heredarán, por la fe, la plenitud de la mayordomía (''Sobre mucho te pondré"), la felicidad (en griego: karan), el vigor y el deleite apacible prometidos a los santos (Mat. 25:21). El Señor nos invita a ser fieles hasta en lo más pequeño e imperfecto de esta vida (Luc. 16:9-11), para que, como hijos, recibamos la recompensa eterna. ¡Qué solemne es la invitación divina a la fidelidad como expresión de nuestra entrega a Jesús, quien vive en nosotros (Gál. 2:20)!

Finalmente, al igual que la aguja de la brújula que siempre apunta al norte, independientemente de su posición, así también la gracia será siempre el punto de referencia para el premio de los santos. Cualquier buena obra que hagamos proviene únicamente de la gracia de Dios, para que nadie se gloríe (Efe. 2:8-10)

APLICACIÓN A LA VIDA

Tras leer las siguientes citas analicen las preguntas que aparecen a continuación.

El capital y la habilidad vienen de Dios

Dios mantiene un registro fiel de cada ser humano en nuestro mundo. Y cuando llega el día del ajuste de cuentas, el mayordomo fiel no se atribuye ningún crédito a sí mismo. No dice: “Mi talento”; sino: “Tu talento ha ganado” otros talentos. Él sabe que sin el capital que le fue confiado no habría podido conseguir ningún aumento. Piensa que al haber cumplido fielmente su responsabilidad como mayordomo no ha hecho más que cumplir con su deber. El capital era del Señor, y mediante su poder pudo negociar con él con éxito. Tan sólo el nombre del Señor debe ser glorificado. Sin el capital confiado, él sabe que habría estado en bancarrota para la eternidad. (CMC 113,114)

1.      Las expresiones bíblicas como “obra”, “no se conformen”, “transfórmense”, “niéguese así mismo”, y “vuélvanse a mí” (Fil 2:12-14; Rom. 12:1-2; Luc. 9:23; Mal. 3:7-8), ¿Qué te enseñan sobre la función de la planificación y del testamento personal en el ejercicio de una mayordomía cristiana fiel (1 Cor. 4:2)

Los talentos son espirituales y materiales

“Se me mostró que la parábola de los talentos no ha sido plenamente comprendida. (…) La parábola se aplica también a los recursos temporales que Dios ha confiado a su pueblo” (TI 1:181)

1.      ¿Qué relación existe entre la fidelidad en la vida espiritual y en la vida material (Mat. 25:14-30)?

 

 

 

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