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05 LA BUENA NOTICIA DEL JUICIO | Los Tres Mensajes Cósmicos | Libro complementario


Lección 5:

LA BUENA NOTICIA DEL JUICIO

El Apocalipsis, el último libro de la Biblia, gira en torno al desenlace del dilatado conflicto entre el bien y el mal. Lucifer, un ángel rebelde, desafió la justicia, la equidad y la sabiduría de Dios. Afirmó que Dios era injusto en su administración del universo. El juicio final de Apocalipsis está en el centro mismo de este conflicto sobre el carácter de Dios.

En capítulos anteriores, vimos que Dios envió un mensaje sobre los últimos días para la humanidad, representado con tres ángeles que vuelan simbólicamente en medio del cielo para llevar el mensaje final hasta los confines de la tierra. El fundamento de este mensaje es "el evangelio eterno" (Apoc. 14:6). Son las buenas nuevas de la gracia de Dios las que nos cambian, nos transforman y nos libran de la condenación y la esclavitud del pecado. Cuando somos transformados por la gracia y nos regocijamos en la salvación que Cristo proporciona tan gratuitamente, nos motivamos a cooperar con él para compartir el mensaje de su amor eterno.

Fijémonos que en Apocalipsis 14:6 y 7, las buenas nuevas de Dios del "evangelio eterno" vienen acompañadas de la frase "la hora de su juicio ha llegado". ¿La hora del juicio de quién ha llegado? El texto es claro. Se trata de la hora del juicio de Dios. Esta es la hora de que todo el universo vea la bondad de nuestro Dios. De una vez por todas, los seres de los mundos no caídos verán, a la luz de la hora del juicio, que Dios ha hecho todo lo posible para salvar a todos los seres humanos. La vida y la muerte de Cristo revelaron su carácter de amor abnegado. El juicio revela a todo el universo cómo el amor infinito de Cristo procuró alcanzar a cada habitante de la Tierra. Revela sus acciones llenas de gracia para salvar a todo aquel que responda con fe. Muestra que el evangelio tiene el poder de transformar las vidas humanas.

Hay cuatro elementos del juicio del tiempo del fin del Apocalipsis que debemos recordar.

1. El juicio revela la justicia y la misericordia de Dios. 

En el gran conflicto universal entre el bien y el mal, Dios finalmente responde en el juicio final las acusaciones de Satanás de que él es un Dios injusto. En la cruz, Cristo reveló su amor ante todo el universo. Hay un precio a pagar por el pecado, y Jesús mismo lo pagó. Como dijo la autora de un conocido himno: "Todo debo a él, pues ya lo pagó".1 En el juicio, él revela su justicia y su amor al tratar con el problema del pecado.

Cuando nuestros nombres aparezcan en el juicio ante Dios, Jesús preguntará en presencia de todo el universo: "¿Podría haber hecho algo más para salvar a este individuo?". Se abrirán los registros infinitos y detallados del cielo. Somos tan valiosos para Dios, que todo el universo hace una pausa para analizar nuestras elecciones a la luz de la obra del Espíritu Santo y la redención provista gratuitamente por Cristo en la cruz del Calvario.

El universo entero y los mundos no caídos serán testigos de las innumerables veces que Dios envió a su Espíritu Santo para que tocara nuestro corazón. Verán cómo envió ángeles para hacer retroceder a las fuerzas de Satanás. Verán cómo dispuso las providencias en nuestra vida. Verán cómo se reveló en el mundo natural. Y verán cómo nos dio oportunidad tras oportunidad de responder a sus amorosos llamados.

Todo esto con un solo propósito: salvarnos. En el análisis final, cada habitante del universo verá que el Calvario es suficiente, que la cruz es suficiente. Jesús no pudo hacer nada más.

El juicio de Apocalipsis revela el amor insondable de Dios y su justicia al tratar el conflicto entre el bien y el mal. Muestra de una vez por todas, ahora y siempre, en el presente y por toda la eternidad, que el cielo no podría haber hecho nada más para salvarnos.

El juicio y la cruz son la intersección de la justicia y la misericordia. La transgresión de la ley exige la muerte del pecador. La justicia declara: "La paga del pecado es muerte", pero la misericordia responde: "La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom. 6:23). Si la ley de Dios pudiera ser cambiada o abolida, no habría sido necesario que Jesús muriera. La muerte de Cristo establece la naturaleza eterna de la ley, sobre la cual de paso se fundamenta el juicio. Apocalipsis 20:12 aclara esta verdad eterna: "Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras". Nuestras obras revelan nuestras elecciones. Nuestras obras revelan nuestra lealtad. Estas buenas obras, impulsadas por el Espíritu Santo, no nos salvan, pero testifican que nuestra fe es genuina. El juicio final de Dios elimina toda pretensión, toda hipocresía y toda falsedad y penetra en lo más profundo de nuestro ser. Cristo revela que ha hecho todo lo posible para salvarnos, y el juicio revela cómo hemos respondido a la gracia salvadora de Cristo.

Hay una segunda verdad eterna en los mensajes de los tres ángeles sobre el juicio que no podemos pasar por alto.

2. El juicio ha llegado. Es un juicio en tiempo presente. 

La hora del juicio de Dios está aquí. En Apocalipsis 14:7, el ángel declara en términos inequívocos que "la hora de su juicio ha llegado". Se trata del mensaje urgente de la verdad presente para el mundo entero. El texto no dice que "la hora del juicio de Dios vendrá"/ En cambio, anuncia enfáticamente que "la hora de su juicio ha llegado", está en tiempo presente.

Esto es lógico. Según Mateo 16:27, "el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras".

Durante su exilio en la isla de Patmos, mientras el apóstol Juan escribía el último capítulo del libro del Apocalipsis, destaca este anuncio de Jesús: "¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra" (Apoc. 22:12).

Prestemos atención a esto: si Cristo viene a dar recompensas, debe haber un juicio antes de que venga a entregar la recompensa de cada persona. Esto conduce a varias preguntas lógicas: ¿Podríamos estar viviendo en la hora del juicio ahora? ¿Se está acabando el tiempo? ¿Estamos al borde de la eternidad? Si ha llegado la hora del juicio de Dios, ¿cuándo comenzó este juicio?

Podemos encontrar respuestas a estas preguntas en el libro profético de Daniel, que es un volumen complementario del libro de Apocalipsis. El libro de Apocalipsis anuncia que ha llegado la hora del juicio de Dios. El libro de Daniel revela cuándo comenzó este juicio (en este capítulo presentamos la conexión entre las profecías de Daniel y Apocalipsis sobre el juicio. En el próximo capítulo, estudiaremos el momento exacto del comienzo del juicio).

En Daniel 7, después de describir a Babilonia, medos y persas, Grecia, Roma, la disolución del Imperio Romano y la unión de la iglesia y el estado a lo largo de los siglos, Dios enfoca la atención de Daniel en un glorioso acontecimiento celestial que arreglará todas las cosas. Esto fue lo que Daniel vio en visión:

Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos y se sentó un Anciano de días. Su vestido era blanco como la nieve; el pelo de su cabeza, como lana limpia; su trono, llama de fuego, y fuego ardiente las ruedas del mismo. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; miles de miles lo servían, y millones de millones estaban delante de él. El Juez se sentó y los libros fueron abiertos (Dan. 7:9, 10).

El destino de toda la humanidad se decide en el tribunal del cielo. Los poderes opresores que persiguen al pueblo de Dios son juzgados. Prevalece la justicia. La verdad triunfa. Pero esta escena celestial continúa en Daniel 7:13: "Miraba yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de hombre; vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse delante de él".

Esta es una de las escenas más sorprendentes, maravillosas y espectaculares de las Escrituras. Jesús se acerca a su Padre celestial en presencia de todo el universo. Los seres celestiales se agolpan alrededor del trono de Dios. Todo el universo de seres no caídos se asombra ante esta escena del juicio. El largo conflicto que se ha librado durante milenios pronto terminará. La batalla por el trono del universo se decidirá total y completamente. Daniel declara en el versículo 14: "Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca será destruido".

Jesús es digno de recibir el reino. El amor ha vencido. La gracia es mayor que el pecado: el bien triunfa sobre el mal.

3. El juicio revela la justicia salvadora de Jesús y su triunfo sobre los principados y potestades del infierno. 

"Después de esto miré, y vi que había una puerta abierta en el cielo. La primera voz que oí era como de una trompeta que, hablando conmigo, dijo: '¡Sube acá y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas!'" (Apoc. 4:1).

Jesús nos invita a mirar a través de la puerta abierta del santuario celestial para que presenciemos las escenas eternas del gran conflicto entre el bien y el mal. Nos da una vislumbre del plan eterno de salvación a medida que se desarrolla en el cielo.

¿Qué vemos cuando miramos a través de la puerta abierta del cielo? ¿Qué oímos cuando dirigimos nuestros oídos hacia el cielo? ¿Qué asuntos se están decidiendo en la corte celestial? Vemos en Apocalipsis 4:4 que 24 ancianos rodean el trono de Dios. ¿Quiénes son estos 24 ancianos? En el antiguo Israel, había 24 órdenes en el sacerdocio levítico. Estos sacerdotes representaban al pueblo delante Dios. En 1 Pedro 2:9, el apóstol declara que los creyentes del Nuevo Testamento son "linaje escogido, real sacerdocio". Estos 24 ancianos representan a todos los redimidos que algún día se gozarán alrededor del trono de Dios. Son personas de épocas pasadas que resucitaron en el momento de la resurrección de Cristo y ascendieron al cielo con él (Mat. 27:52).

Estas son buenas noticias. Algunos de los redimidos de la tierra están alrededor del trono de Dios. En cada generación ha habido quienes, por la gracia de Dios, han vencido por el poder del Espíritu Santo.

¿Quiénes son los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4:6 y 7? La tradición judía nos dice que Israel marchó en el desierto bajo cuatro estandartes: un león, un becerro, la cara de un hombre y un águila en vuelo. Estos estandartes indicaban la protección continua y la guía eterna de Dios e ilustraban los papeles que Jesús desempeñaría a nuestro favor.

Jesús, el León de la tribu de Judá, dejó las glorias del cielo y, al convertirse en hombre, aceptó el papel de un animal de sacrificio, el becerro; pero resucitó y ascendió al trono de su Padre, ascendiendo al cielo como un águila que se eleva. Estos cuatro seres vivientes alaban a Jesús por toda la eternidad por su amor sacrificial.

Vemos un trono en el cielo con Dios sentado sobre él. Hay seres divinos alrededor del trono. Pronto todo el cielo comienza a cantar y la alabanza crece cada vez más: "Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (Apoc. 4:11).

Todo el cielo alaba a Jesús, nuestro Creador todopoderoso, pero en Apocalipsis 5, la escena cambia drásticamente. Al principio, deja de ser de alabanza. En Apocalipsis 5:1 aparece el trono una vez más y se nos presenta un rollo escrito por ambos lados. Está sellado con sellos divinos y nadie en el cielo ni en la tierra puede abrirlo.

En el versículo 2, se plantea la pregunta: "¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?" (NVI). Los seres celestiales tiemblan. El asunto es serio. Toda la humanidad se perderá si nadie en el cielo puede abrir el rollo del juicio. Ningún ser angelical puede representar a la humanidad en el juicio final de la Tierra. El apóstol Juan, al contemplar la escena, reconoce su terrible significado.

En Apocalipsis 5:3 Juan declara: "Nadie en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra podía abrir el rollo y leerlo" (NTV). ¡Pero esperen! Hay Uno que puede abrir el rollo. Hay Uno que es digno de redimir a la humanidad. Hay Uno que cargó con la condenación, la vergüenza, la culpa y la maldición del pecado.

Juan contempla la respuesta definitiva al problema del pecado en Apocalipsis 5:5 y 6. Aquí, al anciano profeta se le muestra la única forma en que cualquiera puede pasar el juicio final ante el trono de Dios. "Pero uno de los ancianos me dijo: "No llores más, pues el León de la tribu de Judá, el retoño de David, ha vencido y puede abrir el rollo y romper sus siete sellos" (vers. 5).

Jesús, el Cordero de Dios que sacrificó su vida por la salvación de toda la humanidad, toma el rollo del juicio y lo abre. Todo el cielo estalla en alabanzas jubilosas. Su victoria sobre las tentaciones de Satanás, su muerte en la cruz del Calvario, su resurrección y su ministerio sumo sacerdotal brindan salvación a todos los que elijan responder a su gracia por medio de la fe.

La justicia exige que se pague la pena por la ley transgredida. La Escritura es clara. Romanos 3:23 declara que "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios". Romanos 6:23 agrega que "la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro".

Es imposible salvarnos a nosotros mismos. No hay forma de que podamos salir airosos del juicio por nuestra cuenta. A la luz del juicio de Dios, la deuda que debemos es demasiado alta para pagarla.

4. El juicio es una excelente noticia para el pueblo de Dios. Señala el fin del reinado del pecado y la liberación del pueblo de Dios. 

La escena del juicio en Daniel 7 que vimos, es complementaria a las escenas del juicio de Apocalipsis 5 y 14. En Daniel 7, Babilonia, Medopersia, Grecia y Roma surgen y caen. El cuerno pequeño surge de Roma como un poder político-religioso que falsifica la verdad divina y persigue al pueblo de Dios.

Luego, la atención de Daniel se dirige de la Tierra al cielo, donde Dios se sienta a juzgar. Como leímos anteriormente en

Daniel 7:9,10, todo el cielo espera ansiosamente el veredicto en el juicio de los cielos. Los seres celestiales estallan en un canto entusiasta y se regocijan cuando el reino le es entregado a Jesús. Pero entonces, ¡maravilla de maravillas!, ¡maravilla de maravillas!, miremos lo que sucede a continuación. Leemos sobre esto en Daniel 7:22 y 27:

Vino el Anciano de días, y se hizo justicia a los santos del Altísimo; [...] y que el reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo sean dados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios lo servirán y obedecerán.

Jesús recibe el reino y lo entrega a sus fieles seguidores. Con la alabanza más sublime y excelsa, nos postramos a sus pies y lo adoramos a lo largo de las edades de la eternidad. ¿Puede haber algo más emocionante que esto? Jesús está de nuestro lado en el juicio. Su vida perfecta y justa cubre nuestras imperfecciones. Su justicia obra dentro de nosotros para hacernos nuevos. Su gracia nos perdona, nos transforma y nos capacita para vivir una vida consagrada.

El miedo se ha ido y el infierno es derrotado. Por toda la eternidad, cantaremos alabanzas y daremos gloria a Jesús. Él nos redimió. Él derramó su sangre por nosotros. Él sacrificó su vida por nosotros. Él es nuestro Salvador, Redentor, Cordero inmolado, Sumo Sacerdote intercesor, Cristo viviente y Rey venidero. Cristo es todo lo que necesitamos y todo lo que nuestro corazón desea.

 

1  Elvina M. Hall, "Me dice el Salvador", himno N° 284 en el Himnarío adventista.

 

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