Lección 1:
Efesios 1:1,2; 6:21-24; Hechos 18:18; 19:41
¿Cómo reaccionó Pablo al recorrer por primera vez las calles a I de Éfeso? Gracias al relato de Lucas sobre el ministerio de Pablo en Atenas (Hech. 17:16-34), podemos conocer la actitud del apóstol cuando entraba a una ciudad. Como muchos visitantes, recorrió las calles de la ciudad, inspeccionó sus edificios y examinó su arte público (vers. 22, 23). Sin embargo, no es un turista típico, con guía de viaje y cámara. Lo mueven convicciones profundas, un propósito misionero que arde en su corazón. Examina la ciudad desde un punto de vista específico, deseoso de comprender su devoción espiritual. Le interesan especialmente los "monumentos de [...] culto" de la ciudad y, entre todos los templos, ídolos y altares, busca cualquier indicio de hambre del único y verdadero Dios Creador (vers. 23).
Cuando Pablo entra en Éfeso, la ciudad a la que escribirá la Epístola a los Efesios (ver el recuadro "El libro de Efesios, ¿fue escrito a los creyentes de Éfeso?"), encuentra templos y santuarios en cada esquina y en cada manzana. Son testigos mudos de la fe idólatra y sincrética de los habitantes de Éfeso, que adoran a todas las divinidades de la A a la Z: Afrodita, Apolo, Asclepio, Atenea, Augusto (el emperador romano, adorado como un dios), los Cabiros, Concordia, Cibeles, Deméter, Dionisio, Eros, [...] Pan, Peón, Plutón, Poseidón, Roma, Serapis, Theos Hypsistos, Tyche Soteria y Zeus.
El libro de Efesios, ¿fue escrito a los creyentes de Éfeso?
¿Quién escuchó por primera vez la lectura de Efesios en voz alta en el culto cristiano? En Efesios 1:1, la frase "en Éfeso" (en Epheso) está ausente en los primeros manuscritos importantes, y algunos padres de la Iglesia Primitiva conocían una forma del texto sin esta frase. Las palabras se incluyen en los textos griegos modernos del Nuevo Testamento, pero se consideran de autenticidad dudosa.
Sin embargo, la omisión de "en Éfeso" deja tras de sí una anomalía gramatical, ya que la frase "siendo también fieles" (toís ousin kai pistois) resulta rara en griego, y el uso del participio "siendo" (ousin) sin predicado va contra la práctica habitual de Pablo (Rom. 1:7; Fil. 1:1; cf. 1 Cor. 1:2; 2 Cor. VI). Además, la presencia de "en Éfeso" tiene un apoyo significativo entre los manuscritos. Incluso los manuscritos que suprimen "en Éfeso" incluyen el título de la carta, PROS EPHESIOUS("a. los efesios"), lo que no deja evidencia directa de que la carta circulara sin ser identificada con Éfeso.
En vista de ello, lo mejor es afirmar que la epístola es, en efecto, "la Epístola a los Efesios", escrita por Pablo a los creyentes de Éfeso. Sin embargo, Pablo se dirige a una iglesia muy distinta de la que había dejado varios años antes. La carta trata temas generales, pero contiene pocos detalles locales. Esto sugiere que Pablo la escribió para ser leída en los diversos hogares-iglesia que habían surgido en el área metropolitana de Éfeso, y en la red de congregaciones establecidas en la región.
Éfeso, situada en la costa occidental de lo que hoy conocemos como Asia Menor, estaba ubicada en la intersección del río Caístro y el mar Egeo. En la época de Pablo, era la "ciudad madre" y capital de la provincia romana de Asia, una de las regiones más ricas del Imperio Romano. Contaba con una población de entre 200.000 y 250.000 habitantes, lo que la convertía en la tercera o cuarta ciudad más populosa del Imperio. Al ser una importante ciudad portuaria, Éfeso era también un centro de transporte para el tráfico interno. Atraía a residentes de Anatolia (Asia Menor), Grecia, Egipto y Roma,
por lo que era una ciudad cosmopolita y multiétnica, y que contaba con una importante población judía desde hacía mucho tiempo. La ciudad contaba con muchos servicios, como calles espaciosas y stoas (paseos con columnas cubiertos), ágoras comerciales y estatales (mercados), gimnasios (instalaciones de entrenamiento atlético), un estadio (utilizado para carreras de carros y otros eventos), el Prytaneion (ayuntamiento, que también servía como centro de culto), baños y sanitarios públicos, y un gran anfiteatro con capacidad para 24.000 personas (donde se realizaban representaciones teatrales y eventos religiosos, cívicos y deportivos).
Al recorrer la ciudad, durante su primera y breve visita (Hech. 18:18-21), Pablo pudo comprobar que los efesios reservaban un lugar especial de honor para la diosa Artemisa. "Diana de los efesios" (Hech. 19:28; una versión modificada de la antigua diosa griega Artemisa y de la romana Diana) dominaba la política, la cultura y la economía de Éfeso, y la ciudad era el centro de su difundido culto. Su templo, el Artemision (vers. 23-41), profusa y bellamente ornamentado, estaba situado fuera de las murallas de la ciudad. Era el templo más grande de la antigüedad y una de las siete maravillas del mundo antiguo. El Artemision era el principal centro bancario de la región, y el punto de partida y de llegada de las procesiones quincenales en las que se exhibían imágenes de Artemisa. Las monedas mostraban su imagen. También se organizaban regularmente juegos atléticos (conocidos como los Artemisia) en su honor. Cada año se celebraba ostentosamente su nacimiento, y un mes del año llevaba su nombre (coincide aproximadamente con el mes de abril).
Artemisa era venerada en rituales de culto complejos en el Artemision, como "reina del cosmos", "dios celestial", "señor" y "salvador" que controlaba el cielo, la tierra, el inframundo, y los espíritus que los habitaban. Las estatuas la muestran con un atuendo elaborado que presentaba diversos símbolos del poder que ofrecía a sus adoradores. Llevaba el zodiaco como collar o guirnalda, símbolo del poder sobre lo sobrenatural y sobre los poderes astrológicos que determinaban el destino. También vestía una falda ajustada con cabezas o bustos de animales reales y míticos, anunciando su poder sobre los animales y los demonios. Las tan discutidas hileras de objetos bulbosos sobre su pecho probablemente no sean senos, como se ha supuesto a menudo. Pueden representar huevos, testículos de buey, armaduras o pequeñas bolsas de cuero llenas de palabras mágicas (las "letras efesias" o Efesia Grammata), que se creía que ofrecían poder espiritual y protección. Se la adoraba como guardiana y protectora de la ciudad y de sus ciudadanos.
La visita inicial de Pablo impulsa su sueño de que la adoración en Éfeso experimente una transformación, en la que el culto al Señor Jesucristo monopolice la lealtad de los habitantes de la ciudad. Él imagina una nueva sociedad -la iglesia- plantada, en crecimiento y que transforme la ciudad. Los creyentes, con sus vidas moldeadas conforme al ejemplo de abnegación de Jesús, introducen una nueva ética impulsada por el amor, un nuevo modelo de desarrollo humano.
Cuando Pablo regresa a Éfeso, pone manos a la obra para hacer realidad esa visión. Comienza en su lugar habitual, la sinagoga, donde "discute" durante tres meses (Hech. 19:8, NVI). Cuando es expulsado, alquila la sala de conferencias de Tirano (vers. 9; "el Tirano", apodo que sin duda le pusieron sus alumnos). Pablo comienza sus días fabricando artículos de cuero y tiendas. Luego, durante la parte más calurosa del día, cuando muchos están disponibles para asistir, se dirige a la sala de conferencias, donde enseña y sirve de mentor a los nuevos creyentes. "Esto duró dos años. Así, todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, pudieron oír la palabra del Señor Jesús" (vers. 10).1
Durante este tiempo, "Dios obraba milagros extraordinarios por medio de Pablo, de tal manera que aun aplicaban a los enfermos los pañuelos y lienzos que habían tocado el cuerpo de Pablo, y las enfermedades se curaban y los malos espíritus salían de ellos" (vers. 11,12). Uno de los dioses más venerados en el mundo grecorromano era el dios griego de la curación, Asclepio. Éfeso tenía su Asclepion. Más tarde, Pablo afirma que su estadía en Éfeso duró tres años (Hech. 20:31).
Efesios debe leerse no solo como un repositorio de verdades que se extraen para dar estudios bíblicos y elaborar declaraciones de fe, sino también como un relato dramático de una historia de alcance cósmico. Este relato presenta, como argumenta Timo-thy Gombis, las acciones de Dios en Cristo para redimir a los seres humanos y crear la iglesia como muestra especial de sus nuevos planes para la familia humana. Espero que los capítulos de este libro, que presentan comentarios narrativos sobre segmentos de la carta, te ayuden a adentrarte en el drama de Pablo como parte del cuerpo de Cristo, el templo de Dios, la esposa de Cristo y el ejército pacificador del Señor.
Agradezco a los colegas que han reflexionado conmigo sobre capítulos específicos: Andreas Beccai, Deirdre Benwell, Darold Bigger, Volker Henning, Pedrito Maynard-Reid, Steve Rose y Ken Vyhmeister. Estoy especialmente agradecido a dos personas que han leído cada palabra: Larry Hiday y Bam McVay.
Al escribir este libro, he tenido muy presente al grupo de profesores del Nuevo Testamento que me han enseñado y orientado: Frank Holbrook, Ron Springett, Ivan Blazen, Kenneth Strand, Abra-ham Terian, Nancy Vyhmeister, Sakae Kubo, Steve Thompson, Gail R. O'Day, Douglas Parrott, Loveday Alexander, Andrew Lincoln y, especialmente, Ralph P. Martin. Estas personas asombrosas han sido para mí regalos del Cristo exaltado.
Templo a Asclepio. Estos templos eran lugares de culto, pero también servían como gimnasios y restaurantes, centros sociales que facilitaban el acercamiento a personas influyentes. Los enfermos acudían a rezar a Asclepio para que los curara. Hacían votos al dios; y, si se curaban, regresaban trayendo una imagen de terracota de la parte curada y la dejaban como pago del voto. Ahora, en los comedores y baños del Asclepion, no se habla de los poderes de Asclepio. Se habla de un hombre llamado Pablo y del Dios al que sirve. Las arcas de Asclepio comienzan a vaciarse, ¡pero hay una gran demanda de pañuelos y delantales!
En Éfeso había un grupo de judíos astutos y arteros que se había aprovechado de la reputación de su fe. La Biblia los llama "exorcistas judíos ambulantes" (vers. 13). A cambio de un precio, recitaban largos y complicados conjuros que invocaban a todas las deidades, de la A a la Z. La recompensa debía de ser muy generosa, pues siete hijos de un autodenominado "sumo sacerdote" llamado Esceva se dedicaban a esta ocupación. Atentos a las tendencias de las creencias religiosas, deseaban mantenerse a la vanguardia de su oficio. Sus ingresos dependían de complacer a sus clientes. Por eso, cuando oían pronunciar los nombres de "Pablo" y "Jesús" en tono honorífico, los incluían entre sus conjuros.
Con su "abracadabra" recién adaptado, su mumbo jumbo recién formulado, hacen una visita a domicilio a un hombre poseído por el demonio: "Algunos exorcistas judíos ambulantes intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían malos espíritus. Decían: 'Les conjuro por Jesús, el que predica Pablo'. [...] Pero el mal espíritu replicó: 'Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes, ¿quiénes son?'" (vers. 13-15). Hay que admitir que se trata de una estrategia evangelizados creativa. En lugar de presentaciones pulidas en los medios de comunicación y evangelistas bien presentados, tenemos a siete hombres desnudos y heridos corriendo por las calles. La estrategia es tan exitosa como extraña: "Y esto fue conocido por todos los habitantes de Éfeso, tanto judíos como griegos. Y el temor se apoderó de todos, y magnificaban el nombre del Señor Jesús" (vers. 17). He aquí una Deidad que no tolera rival alguno. He aquí un Dios que no conoce igual. He aquí un Dios celoso que se niega a renunciar a la reivindicación única de su amor por sus criaturas.
De todos los fascinantes giros de la historia del ministerio de Pablo en Éfeso, las siguientes líneas son especialmente fascinantes. Pero hay que leerlas con atención: "Muchos de los que habían llegado a la fe se presentaron para confesar y admitir sus prácticas. Una buena cantidad de los que practicaban la magia reunieron sus libros y los quemaron en público. El valor de estos libros se estimó en 50.000 monedas de plata" (vers. 18,19).2 Eran personas que se habían hecho cristianas... hasta cierto punto. Confesaban a Jesucristo como un señor y un salvador. Elevaban sus oraciones a Cristo y entonaban sus conjuros. Se arrodillaban al pie de una vieja cruz y llevaban un talismán. Conducían su vida con la sabiduría de las Escrituras y el galimatías de sus manuales de magia.3
La visión de siete hombres desnudos, heridos y presas del pánico, huyendo por las calles, resultó ser un tónico único para su maltrecha espiritualidad. Estos cuasi creyentes reconocieron que compartían un defecto común con los siete hijos de Esceva. Habían honrado el nombre de Jesús con todos los demás; habían mezclado su devoción a Cristo con la práctica de la magia. Pero no cabía duda de que, ahora, eran totalmente devotos del Señor resucitado. A la hoguera fueron a parar sus caros manuales de magia, que valían 50.000 monedas de plata. Dado que una moneda de plata era el salario de un trabajador por un día, esto representaría una gran suma.1 Los dioses de Éfeso habían caído.
Incluso los dioses de la riqueza, la fortuna y el materialismo habían doblado sus rodillas.
Los antecedentes de la Epístola a los Efesios -los relatos que repasamos en el capítulo 19 de Hechos- son una precuela de la propia carta. No solo nos introducen en la historia, sino también en la infraestructura teológica de la carta. Sus grandes temas -que Jesús, exaltado sobre todo poder y nombre, creó la iglesia para exhibir su poder reconciliador y unificador- aparecen en el capítulo 19 de Hechos en forma de convincente relato. Vemos cómo la economía y la política de una ciudad grande y sofisticada se ven sacudidas por la historia de Jesús. Vemos la manera en que la vida de las personas es transformada.
Los había probado a todos. Había depositado mis ofrendas sobre el altar de Eros. Había ofrecido mis alabanzas bañadas en alcohol ante la estatua de Dionisio. Había participado en los misterios de Cibeles, la "Gran Madre", descendiendo a su fosa subterránea, con la sangre de un toro sacrificado goteando sobre mí, destinada a darme acceso al poder cósmico de Cibeles. Sin embargo, cada nueva experiencia, peregrinación, sacrificio, fiesta y ceremonia termina de la misma manera: vuelvo a mirarme en mi espejo corintio y veo la misma triste imagen, unos ojos vacíos que reflejan un corazón vacío.
Demetrio es bueno conmigo. Me instaló una tienda en una de las principales vías de acceso al gran templo de Artemisa. Allí vendo el souvenir característico de nuestra ciudad: pequeños santuarios de plata dedicados a la diosa. Cuando las cosas se ponen un poco flojas, Demetrio habla en voz baja con uno o dos guías turísticos y pronto el negocio comienza a florecer nuevamente.
Sin embargo, llega un momento-en que las ventas caen en picada. Ni siquiera Demetrio puede mejorar mis mermados beneficios. Convoca una reunión de emergencia de los fabricantes y vendedores de las baratijas de Artemisa y pronuncia este discurso: "Compañeros, ustedes saben que de este oficio tenemos buena ganancia; y ven y oyen que ese Pablo, no solo en Éfeso, sino en casi toda Asia, ha persuadido y apartado a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se hacen con las manos. No solo hay peligro de que este negocio se desacredite, en perjuicio nuestro, sino también que el templo de la gran diosa Diana sea desestimado y su majestad empiece a derrumbarse, a quien toda Asia y el mundo honra" (Hech. 19:25-27).
En respuesta, todos empezamos a gritar: "¡Grande es Diana de los efesios!" Casi instantáneamente, esto atrae a una enorme multitud, que se dirige al anfiteatro, arrastrando consigo a dos ayudantes de Pablo: Cayo y Aristarco. Allí, los gritos se prolongan durante dos horas: "¡Grande es Diana de los efesios!"
Cuando el secretario municipal nos dispersa, vuelvo a casa para frotarme la dolorida garganta y mirarme profundamente en mi espejo corintio. Al ver de nuevo mi propia frente preocupada, recuerdo a Gayo y Aristarco. Había una determinación en su rostro, un nuevo sentido de propósito. Sé que debo encontrarlos. Así que, cuando cae la noche, me abro paso por las calles de la ciudad. Pregunto aquí y allá y, al final, me llevan a una habitación donde los dos están curando sus heridas del día.
No soy tímido en mi petición. Lo digo sin rodeos: "El propósito, la decisión, la alegría que veo en el rostro de ustedes, ¿cómo puedo conseguirlos?".
Las horas siguientes son las más increíbles de mi vida. Aprendo que hay un Dios que me ama y me llama a adorar a su Hijo. Soy llamado a adorar a Dios y a nadie ni a nada más. Estoy llamado a doblar la rodilla ante Uno solo y a servirlo solo a él.
A la mañana siguiente, sé lo que tengo que hacer. Encuentro a Demetrio. Le doy las gracias por todo lo que ha hecho por mí, saco las llaves de la tienda y se las entrego. Su cara se pone roja de cólera. Me pregunta qué demonios estoy haciendo. Rápidamente, le digo que ya no puedo vender los santuarios de Artemisa. Mientras su ira hierve, suelto las llaves y corro. Por primera vez en mucho tiempo, no tengo ni idea de dónde vendrá mi próxima comida. Pero, mientras huyo de Demetrio, siento que se extiende por mi rostro una amplia y alegre sonrisa.
Si el Señor Jesús resucitado apareciera por las veredas de tu ciudad de forma tan evidente como lo hizo en las calles de Éfeso... ¿Qué industrias quebrarían? ¿Qué baratijas quedarían sin ser vendidas? ¿Qué templos mendigarían peregrinos? ¿Quién exigiría una reunión en el anfiteatro? ¿Qué necesidades profundas de los corazones humanos se verían satisfechas?
¿Qué pasaría si, una vez más, los dioses se derrumbaran?
2 Traducción de EckhardJ. Schnabel, Acts, Zondervan Exegetical Commentary on the NewTestament (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 2012), pp. 798,799.
5 Elena de White también menciona esto en su libro Los hechos de los apóstoles (Florida, Buenos Aires: ACES, 2009), p. 237.
1 A 100 dólares por día, serían 5 millones de dólares. Sin embargo, basándonos en el valor actual del metal del que estaban hechas las monedas (plata), el valor sería mucho más modesto: unos 140.000 dólares (a 20 dólares por onza hoy). Ver Schnabel, Acts, p. 799.
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