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Lección 9: MISIÓN EN FAVOR DE LOS PODEROSOS | La misión de Dios: Mi misión | Libro complementario


 Lección 9:

MISIÓN EN FAVOR DE LOS PODEROSOS

La obra misionera en favor de los poderosos

En el capítulo 2, vimos que la muerte de Judas dejó solo once discípulos. Poco después de que Jesús partiera hacia el Cielo, los discípulos que quedaron se reunieron para discutir su futuro. ¿Qué iban a hacer? ¿Cómo lo harían? ¿Cuál debería ser su primer paso? Ahora que Jesús se había ido, ¿Cómo debían proceder para echar la iglesia adelante?

Se pusieron manos a la obra inmediatamente. Su prioridad era elegir a un líder que dirigiera el nuevo movimiento. Estaba claro que necesitaban un líder excepcional, con una visión sólida y experiencia demostrada en la formación de un equipo. Pero lo más importante era que necesitaban a alguien que pudiera conectar eficazmente con los ricos y poderosos. Necesitaban desesperadamente credibilidad e influencia. Y eso requería de un líder muy respetado que pudiera conseguir que el nuevo movimiento fuera aceptado y registrado oficialmente por el gobierno.

El desafío al que se enfrentaban resultaba evidente cuando miraban el grupo y el puñado de creyentes. Nadie estaba cualificado. La mayoría procedían de entornos humildes, y pocos habían terminado la secundaria. Ninguno tenía contactos influyentes y poderosos.

Finalmente, por una escasa mayoría, eligieron a Pedro. Todos sabían que no era un gran candidato, aunque nadie lo dijera públicamente. Para nadie era un secreto que había negado a Jesús justo antes de su crucifixión. También sabían que era un simple pescador. Pero debían tener a alguien.

De igual manera, necesitaban un director de mercadeo. Para iniciar un movimiento fuerte, era sumamente urgente juntar fondos para obtener recursos, pagar a los misioneros, construir iglesias, dirigir ministerios infantiles y juveniles y financiar la literatura. Además ¿cómo iban a lanzar una campaña de relaciones públicas sin dinero? La lista de necesidades era larga. Por unanimidad, eligieron a José de Arimatea. José, o "Joe", como le decían sus amigos, era rico y tenía experiencia como negociante. Ahora que Judas no estaba, era la única persona que dominaba el tema.

También necesitaban consolidar la unidad del equipo. Mientras Jesús estuvo con ellos, mantuvo la unidad. Sabía exactamente cómo manejar sus quejas y ambiciones. Pero ahora que se había ido, algunas de las viejas rencillas estaban resurgiendo y había disputas.

Afortunadamente, Nicodemo tenía buenos contactos en el mundo de los negocios que le debían favores, así que organizaron una serie de ejercicios para fomentar el espíritu de equipo. Los asesores llevaron a los discípulos por distintas situaciones. Una de ellas fue la siguiente: imaginen que celebran una convención a la que asisten varios miles de personas. Llega la hora de comer y descubren que alguien se olvidó de organizar el servicio de catering. ¿Qué harían? En la hora siguiente, trabajen juntos y elaboren un plan. Otra situación: imaginen que detienen a su líder por algo que no ha cometido. Luego, se enteran de que lo han sometido a un juicio amañado y lo han condenado a muerte. Elaboren un plan para salvarlo.

Al final del día, los discípulos acabaron frustrados y desanimados. Fracasaron en todas las situaciones. Simplemente, no conseguían ponerse de acuerdo en nada, y mucho menos trabajar juntos para resolver un problema.

Un amigo de un amigo de uno de los discípulos conocía a una autora que llevaba seis meses en la lista de los libros más vendidos del Jerusalén Times. El pergamino se titulaba: "Cómo iniciar un movimiento en diez sencillos pasos". Ella vino y dictó un seminario que fue de gran inspiración para ellos. En él expuso claramente los elementos clave necesarios para el éxito de cualquier movimiento: un líder agradable y carismático, una visión sólida, un equipo eficaz de relaciones públicas y una financiación importante. Pero al final de su presentación, los discípulos volvieron a casa desanimados. No tenían nada de lo necesario para iniciar un movimiento.

También necesitaban urgentemente un plan estratégico. Joe Arimatea trajo a algunos especialistas de la Facultad de Negocios de la elitista Academia Administrativa de Jerusalén. Los profesores empezaron por elaborar una declaración de visión. Felipe, uno de los discípulos más reflexivos, sugirió en voz baja que podían utilizar las palabras de despedida de Jesús: "Vayan por todo el mundo". Los consultores pensaron que era un chiste y se echaron a reír. Pero, por la expresión de su rostro, se dieron cuenta de que hablaba en serio. Sorprendidos por su ingenuidad, insinuaron amablemente que un grupo de once seguidores sin dinero, sin poder y sin educación de un antiguo rabino ambulante deberían empezar con algo un poco menos ambicioso que eso de "ir por todo el mundo".

Después de la consulta, los profesores volvieron a la Academia Administrativa de Jerusalén avergonzados por aquellos seguidores de Jesús. Solo le estaban haciendo un favor a su amigo y colega José, pero eran conscientes de la realidad. No había posibilidad alguna de que este grupo indisciplinado de antiguos pescadores y vagabundos incultos pudiera conseguir nada. ¡Menos por todo el mundo! Tal vez reunir a un puñado de reclutas en una o dos aldeas de Galilea; gente ignorante como ellos. ¿Pero alcanzar a personas importantes o influyentes? ¿Iniciar un movimiento? ¡Era un chiste!

Por supuesto, sabemos que eso no fue lo que ocurrió. El libro de los Hechos cuenta una historia muy diferente. Pero en aquella época, cualquiera que haya observado lo ocurrido debe haberse preguntado cómo ese pequeño y colorido grupo de seguidores de Jesús, tan débiles espiritualmente, iba a ser capaz de continuar su misión en la tierra. Una cosa es segura: el joven movimiento cristiano no avanzaría gracias a la astucia humana y a inteligentes técnicas de mercadeo. No crecería adulando a los poderosos. No florecería mediante estrategias propuestas por la Academia Administrativa de Jerusalén. Ciertamente, Jesús quería que utilizaran las mejores metodologías y estuvieran bien instruidos sobre cómo llegar a los diversos grupos de personas que encontrarían. Pero solo el Espíritu Santo podría hacer que fueran eficaces.

La testificación improvisada

El rey Federico el Grande de Prusia le gastó una vez una broma al gran compositor y músico Johann Sebastián Bach. Les pidió a los músicos de su corte que inventaran una melodía que fuera muy difícil de convertir en una fuga (una composición musical con varias melodías entrelazadas), con el propósito de dársela a Bach. Pero cuando se la entregaron, este no lo dudó. Sentado al teclado, improvisó sobre la marcha, componiendo sin esfuerzo una fuga con tres melodías diferentes entrelazadas. Dejó estupefactos al rey y a sus músicos. Luego, unas semanas más tarde, Bach le envió al rey una fuga escrita sobre la misma melodía, pero ahora en seis partes. Seis melodías separadas y distintas, mezcladas, y todas basadas en una melodía notoriamente difícil. Algunos expertos dicen que fue el mayor logro musical de todos los tiempos.

En cierto modo, la improvisación pura es un mito. No surge de la nada. Bach era sin duda un genio. Pero él podía ser un maestro de la improvisación porque también era un músico consumado con un conocimiento intrincado de cómo funciona y se compone la música.

Hay que estar bien preparados para improvisar bien. Sir Winston Churchill era famoso por su agudeza mental y sus discursos espontáneos. Pero había cierta verdad en el comentario jocoso de su mejor amigo, Frederick E. Smith: "Winston ha pasado los mejores años de su vida redactando sus discursos improvisados".

Por eso la primera instrucción de Jesús a los discípulos fue no hicieran absolutamente nada. No debían iniciar una serie evangelística pública para la élite de Jerusalén. No debían empezar a plantar iglesias en Judea. No debían empezar a distribuir literatura sobre la verdad en Cesarea. Les ordenó simplemente que esperaran: "Quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto" (Luc. 24:49, NVI).

Necesitaban tiempo para la oración, la comunión y el estudio de las Escrituras. Necesitaban esperar el poder del Espíritu Santo. Él los guiaría para improvisar sus vidas y dar testimonio en una situación totalmente novedosa, una situación sin precedentes, allí mismo, en los confines del Imperio Romano. Les daría poder para la misión más importante jamás confiada a alguien en la historia del mundo, una misión encomendada a un grupo de hombres maltrechos que, unos días antes, habían negado a su Señor.

Bajo el poder del Espíritu Santo, la iglesia se volvió ágil, diestra y dispuesta a improvisar. El libro de los Hechos es la extraordinaria historia de cómo el Espíritu Santo tomó a un puñado de candidatos inusitados y los convirtió en los pioneros del movimiento más poderoso que jamás haya conocido el mundo. Bajo el poder del Espíritu Santo, vemos que se utilizan todo tipo de métodos y modelos de difusión. Bajo el poder del Espíritu Santo, vemos cómo se realizan señales y prodigios. La iglesia se hizo una, compartiendo con los demás (Hech. 4:32). Gozó del favor de la gente y creció (Hech. 2:47).

En 2020, la pandemia de la COVID-19 precipitó al mundo a aguas desconocidas y obligó a la iglesia -a ti y a mí- a improvisar. Las personas que pensaban que la iglesia era un templo donde podían reunirse una vez a la semana tuvieron que reconsiderar sus suposiciones. Los ministerios tuvieron que reevaluar cómo llevar a cabo sus funciones con menos fondos. Las organizaciones tuvieron que reestructurarse para ser más eficientes. Y la capacidad de adaptación de cualquier grupo o persona dependía, en gran medida, de lo bien preparados que hayan estado antes de que llegara la pandemia.

La obra misionera en favor de los poderosos

El libro de los Hechos relata cómo no tardaron en establecerse iglesias por todo el Imperio Romano. El cristianismo se extendió entre los judíos y los gentiles, los jóvenes y los ancianos, los hombres y las mujeres. Sin duda se extendió entre los pobres, pero el sociólogo Rodney Stark refuta la opinión generalizada de que solo era un movimiento de las clases bajas. "Desde el principio —escribe—, el cristianismo fue especialmente atractivo entre la gente privilegiada".1

Stark menciona a varios hombres ricos relacionados con Jesús, como Zaqueo (Luc. 19:1-10), Jairo (Luc. 8:40-56) y José de Arimatea (Mat. 27:57). También había mujeres, como Juana, esposa del mayordomo de Herodes, y Susana, ambas mujeres adineradas que apoyaron a Jesús (Luc. 8:3).2 Esta tendencia continuó en la iglesia primitiva tras la partida de Jesús. Stark señala que el apóstol Pablo "atrajo a muchos seguidores privilegiados". Cita a Gillian Cloke: [EI cristianismo primitivo] fue particularmente popular entre las clases con capacidad para ser patrocinadoras de los apóstoles y sus sucesores".3 Algunos podrían señalar la primera Epístola de Pablo a los Corintios, donde declara que no muchos de ellos eran "poderosos" o "nobles" (1 Cor. 1:26). Pero Stark argumenta: "Si tomamos en cuenta que una fracción minúscula de personas en el Imperio Romano eran de noble cuna, resulta bastante llamativo que alguno del minúsculo grupo de los primeros cristianos perteneciera a la nobleza".3

La continuación de su misión

La partida de Jesús al Cielo dejó desconsolados a los once discípulos. Ya no tendrían a su Mentor, Maestro y Guía físicamente a su lado. Allí estaban, un grupo de discípulos pendencieros que, unos días antes, habían estado dispuestos a negar a su Señor. Ahora se les encomendaba la misión y la comisión más importantes jamás confiados a nadie.

Pero él no los dejó solos. El libro de los Hechos narra la extraordinaria historia de cómo el Espíritu Santo tomó a estos inverosímiles candidatos y los convirtió en los audaces pioneros de un movimiento misionero. Un movimiento que tenía un mensaje de esperanza y sanidad que transformaría la vida de la gente, incluidos aquellos que debido a su riqueza y abundancia de bienes se sienten como si no necesitaran nada.

 

1  Rodney Stark, "Christianity: Opiate of the Privileged?", Faith & Economics 54 (otoño de 2009), p. 2.

2  Ibíd., p. 5.

3 lbíd, p. 2.

 

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