Lección 13:
RESEÑA
La segunda venida de Jesús, que conduce a la re-creación
de esta Tierra, es la culminación de la historia bíblica. Apocalipsis 21 y 22
podrían describirse como el final “feliz” supremo. Y, en cierto sentido, esta
es una interpretación acertada. Desde esta perspectiva, la Segunda Venida y la
Tierra Nueva son la culminación de la misión de Dios. Todo culmina en la vida
eterna de felicidad y gozo con Dios. Desde otro punto de vista, esta
culminación no es el “fin”, sino el comienzo, o la continuación, de lo que Dios
quería para la humanidad y para la Tierra; un comienzo en el que los redimidos
profundizarán en su comprensión de Dios y de su carácter a lo largo de la
eternidad.
Puede ser útil pensar en la revelación de Dios en tres
fases, donde cada una requiere diferentes definiciones de “misión”.
(1) La primera fase comprende la creación del mundo y la
interacción de Dios con sus seres creados en el Edén. Incluso en el Edén, la
misión de Dios era revelar, por medio de relaciones amorosas, quién era él.
Pero el pecado alteró esta realidad, y dio lugar al mundo en el que habitamos,
un mundo lleno de miseria, dolor, sufrimiento y muerte.
(2) Este gran cambio exigió que la misión de Dios
adquiriera nuevos elementos: concretamente, la necesidad de la Encarnación, que
condujo a la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. La Encarnación hace
posible la realidad futura de la Tierra Nueva.
(3) La fase final de la misión de Dios alcanza su punto
culminante en la Segunda Venida. Pero este evento no es el final de la
humanidad ni de la historia de Dios. La vida eterna no tendría sentido si la
Segunda Venida solo anunciara el final de la historia de esta Tierra. Al
contrario, la Eternidad es un nuevo comienzo de infinitas posibilidades.
COMENTARIO
Como adventistas, acertadamente enfatizamos la Segunda
Venida en nuestras iglesias y en nuestra obra de evangelización. El mundo
necesita desesperadamente el mensaje de esperanza que ofrece el regreso de
Jesús. De igual importancia es la descripción bíblica de la Tierra Nueva, que
no es un reino celestial en las nubes, sino una Tierra recreada, que en muchos
aspectos se parecerá a nuestro mundo actual. La gran diferencia entre la Tierra
Nueva y esta Tierra es que ya no existirán los problemas del pecado y la
muerte.
Desde el momento en que Adán y Eva eligieron seguir un
camino contrario a la senda de amor que Dios mostró, la humanidad y la Tierra,
en general, se han enfrentado al sufrimiento y la muerte. Ese destino no era lo
que Dios deseaba para la humanidad, pero era una posibilidad en un mundo de
libre albedrío, necesario para que exista el amor. En el mundo actual, nos
encontramos en esta fase de la misión de Dios. A lo largo de la historia, la
misión de Dios se ha revelado de numerosas maneras a los pueblos de la Tierra,
como atestigua la Biblia. La última manifestación tuvo lugar en la encarnación
de Jesús, el Hijo de Dios, sobre la Tierra (Juan 1:1-14). Una parte fundamental
de la misión de Dios se cumplió durante la Encarnación; a saber, la vida, la
muerte y la resurrección de Jesús, que hacen posible la vida eterna para la
humanidad.
A pesar del extraordinario acto de amor y redención de
Jesús hace más de dos mil años, todavía nos encontramos sumidos en el horror de
este mundo. La misión de Dios de conducirnos a la vida eterna en un mundo
recreado está todavía en el futuro. La concreción de lo que Dios hizo mediante
la Encarnación encontrará su cumplimiento más profundo en la resurrección de
los fieles, que serán trasladados, junto con los que viven en relación con
Dios, cuando Jesús vuelva (1 Cor. 15:12-34). Incluso este resultado no es el
cumplimiento final de la redención de Dios. Ese acontecimiento tendrá lugar
cuando se vuelva a crear la Tierra, como se describe en Apocalipsis 21 y 22.
La misión de Dios se centra en las relaciones, y es en
Apocalipsis 21 y 22 donde nosotros, como lectores, vislumbramos el deseo
relacional de Dios de estar con nosotros de forma más tangible por toda la
eternidad. Apocalipsis 21 y 22 menciona que Dios habitará con los seres humanos
y se relacionará con ellos cara a cara en la Tierra Nueva (Apoc. 21:3; 22:4).
Esta cohabitación de la Deidad con la humanidad es el objetivo final de la
misión actual de Dios relativa a nosotros. Está más allá de nuestra imaginación
sentir y comprender cómo será la convivencia con Dios cara a cara, pero por la
descripción que hace la Biblia, es algo hermoso que debería inspirar a quienes
la lean a anhelar una relación con Dios ahora.
Desde esta perspectiva, podría afirmarse que la misión de
Dios culmina en la Tierra Nueva. De hecho, el Plan de Redención se ha llevado a
cabo en esta etapa. Sin embargo, en cierto nivel, parece que la misión de Dios
continúa más allá de lo que nosotros, como seres humanos, podemos imaginar. La
Tierra Nueva ¿es el fin o el principio? En resumen, ambas cosas.
Como humanidad, debemos tener en cuenta que somos seres
creados; por lo tanto, no podemos pretender ser omniscientes como Dios. Esto
implica que los seres humanos seremos eternos aprendices, y creceremos
constantemente en el conocimiento de quién es Dios y quiénes somos nosotros en
relación con Dios, con los demás y con la Tierra. Por lo tanto, si definimos la
misión de Dios como el deseo divino de revelar su amor a la humanidad y de que
ese amor se reproduzca creativamente, entonces la misión de Dios no tendría
fin; más bien, sería una realidad eterna y continua.
Esta interpretación se ajusta mejor a la descripción
bíblica de Dios. En lugar de afirmar que la Tierra Nueva es el fin de su
misión, la Tierra Nueva es un nuevo comienzo que se basa en lo que hubo antes,
pero que cambia eternamente hacia un amor relacional más profundo y
significativo. En este sentido, la misión de Dios es una actividad eterna en la
que tenemos el privilegio de participar. Así, el final de una fase concreta de
la misión de Dios se produce en la Segunda Venida. Pero este final conduce a la
siguiente fase de la misión de Dios. De modo que la Tierra Nueva no es
simplemente una culminación, sino más bien una continuación
La fase de la
misión de Dios en la Tierra Nueva también es una etapa de abundancia y gozo, en
la que se cumple lo que Juan 10:10 afirma que es el propósito de Dios para la
humanidad. Se nos describe la Tierra Nueva en el contexto de diversidad, en la
que representantes de todos los orígenes culturales forman parte de la
población redimida (Apoc. 21:24). Bajo inspiración divina, el apóstol Juan
describe que los redimidos comen y beben juntos con alegría, y participan de
los frutos del árbol de la vida y del agua viva que mana del Trono de Dios
(Apoc. 21:6; 22:2). La Tierra Nueva es un lugar que da la impresión de una
creatividad que supera nuestra imaginación. Dios estará allí entre la
humanidad, interactuando con nosotros, creando nuevas ideas y mostrando su amor
de nuevas maneras junto a nosotros. No es de extrañar, entonces, que la
reacción de Juan fuera una súplica urgente para que Jesús viniera pronto (Apoc.
22:20). El mismo deseo nos inspira hoy a compartir con los demás la buena nueva
de los planes de Dios para los redimidos en la Eternidad.
APLICACIÓN A LA VIDA
Los adventistas del séptimo día se enorgullecen de tener
el mensaje de la segunda venida de Jesús como su rasgo distintivo más
sobresaliente. Este mensaje es algo por lo que debemos estar agradecidos y
compartir con el mundo que nos rodea. No cabe duda de que este mensaje es el
que el mundo necesita oír desesperadamente.
Pero la verdad acerca de la Segunda Venida trasciende el
hecho de compartir un mensaje. La humanidad también necesita ver lo que
significa vivir en el presente con la esperanza del regreso del Señor y de la
Tierra Nueva. Creer en la descripción bíblica debe llevar a algo más que a
sermones evangelizadores: a una forma radicalmente distinta de vivir el
presente. Quienes lean Apocalipsis 21 y 22 y comprendan la belleza relacional
que retrata deberían sentirse atraídos por este tipo de vida ahora.
Existen límites debido al impacto del pecado y la muerte,
pero estas limitaciones no excluyen la posibilidad de compartir atisbos de la
Tierra Nueva. Para quienes han experimentado el amor de Dios de primera mano y
creen en las promesas de las Escrituras, la vida eterna comienza ahora.
Cuando la esperanza del regreso del Señor y la realidad
de la Tierra Nueva forman parte de nuestra forma de vivir, los creyentes
experimentamos la vida cotidiana desde una perspectiva esperanzadora en medio
de un mundo que puede parecer sin esperanza. Esta perspectiva puede ayudar al
creyente a vivir y a compartir la alegría y la paz cristianas, que se
manifestarán en la bondad, la paciencia y la amabilidad hacia los demás. Esta
perspectiva también puede inspirar a la humanidad a utilizar sus talentos y sus
dones para vivir de forma creativa el amor de Dios, como él lo quiso para la
humanidad desde el principio. Vivir una vida de amor así demuestra el
reconocimiento, por parte del fiel seguidor de Dios, de que su experiencia es
una senda hacia la vida abundante. Además, esta decisión indica que los
seguidores de Dios disfrutarán al máximo de la experiencia de la Tierra Nueva.
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