Miércoles 9 de octubre | Lección 2
LA CURACIÓN DEL CIEGO: PARTE 2
Lee Juan 9:17 al 34. ¿Qué preguntas hicieron los líderes al ciego y cómo respondió él?
Jua 9:18 Pero los judíos no creían que el hombre hubiera sido ciego y que ahora viera, y hasta llamaron a sus padres
Jua 9:19 y les preguntaron: —¿Es éste su hijo, el que dicen ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver?
Jua 9:20 —Sabemos que éste es nuestro hijo —contestaron los padres—, y sabemos también que nació ciego.
Jua 9:21 Lo que no sabemos es cómo ahora puede ver, ni quién le abrió los ojos. Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo.
Jua 9:22 Sus padres contestaron así por miedo a los judíos, pues ya éstos habían convenido que se expulsara de la sinagoga a todo el que reconociera que Jesús era el Cristo.
Jua 9:23 Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad.»
Jua 9:24 Por segunda vez llamaron los judíos al que había sido ciego, y le dijeron: —Júralo por Dios.[o] A nosotros nos consta que ese hombre es pecador.
Jua 9:25 —Si es pecador, no lo sé —respondió el hombre—. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
Jua 9:26 Pero ellos le insistieron: —¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?
Jua 9:27 —Ya les dije y no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿Es que también ustedes quieren hacerse sus discípulos?
Jua 9:28 Entonces lo insultaron y le dijeron: —¡Discípulo de ése lo serás tú! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés!
Jua 9:29 Y sabemos que a Moisés le habló Dios; pero de éste no sabemos ni de dónde salió.
Jua 9:30 —¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió, y que a mí me haya abierto los ojos.
Jua 9:31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad.
Jua 9:32 Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que nació ciego.
Jua 9:33 Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada.
Jua 9:34 Ellos replicaron: —Tú, que naciste sumido en pecado, ¿vas a darnos lecciones? Y lo expulsaron.
Esta larga sección de Juan 9 es la única parte del Evangelio en la que Jesús no es el actor principal, aunque ciertamente es el tema de discusión. Así como la cuestión del pecado dio inicio a la historia (Juan 9:2), los fariseos piensan que Jesús es un pecador porque sanó al ciego en sábado (Juan 9:16, 24), y calumnian al hombre sanado diciéndole: “En pecado eres nacido del todo” (Juan 9:34).
Se produce una curiosa inversión. El ciego ve cada vez más, no solo físicamente, sino también espiritualmente, a medida que crece su aprecio por Jesús y su fe en él. Los fariseos, por el contrario, se vuelven cada vez más ciegos en su entendimiento: primero, divididos acerca de Jesús (Juan 9:16); y luego, sin saber de dónde vino (Juan 9:29).
Mientras tanto, su relato de este milagro da a Juan la oportunidad de decirnos quién es Jesús. El tema de las señales en Juan 9 se entrecruza con otros temas del Evangelio. Juan reafirma que Jesús es la Luz del mundo (Juan 9:5; comparar con Juan 8:12). El relato también aborda el misterioso origen de Jesús. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su misión? (Juan 9:12, 29; comparar con Juan 1:14). La figura de Moisés, a la que se hace referencia en anteriores relatos de milagros, también aparece en este capítulo (Juan 9:28, 29; comparar con Juan 5:45, 46 y Juan 6:32). Por último, está el tema de la respuesta de la multitud. Algunos aman más las tinieblas que la luz, mientras que otros responden con fe (Juan 9:16-18, 35-41; comparar con Juan 1:9-16; 3:16-21; 6:60-71).
Lo que asusta aquí es la ceguera espiritual de los líderes religiosos. Un mendigo antes ciego puede declarar: “Desde el principio del mundo no se ha oído que nadie abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si este no fuera de Dios, nada podría hacer” (Juan 9:32, 33). Sin embargo, los líderes religiosos, los guías espirituales de la nación, quienes debieron ser los primeros en reconocer a Jesús y aceptarlo como el Mesías, no pueden verlo a pesar de toda la poderosa evidencia. En realidad, no quieren verlo. ¡Qué poderosa advertencia acerca de cómo nuestros corazones pueden engañarnos!
Lee 1 Corintios 1:26 al 29. ¿Cómo armoniza lo que Pablo escribe allí con lo que sucedió en esta escena, y cómo se aplica el mismo principio incluso ahora?
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