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Lección 7 | EL TESTIMONIO DE MARÍA | Lunes 11 de noviembre

Lunes 11 de noviembre | Lección 7

EL TESTIMONIO DE MARÍA

Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a visitar a María, Marta y su hermano Lázaro, a quien Jesús había resucitado. Simón, que había sido curado de la lepra, celebraba una fiesta en agradecimiento por lo que Jesús había hecho por él. Marta servía, y Lázaro estaba sentado a la mesa con los invitados (Juan 12:1-8).

¿Qué significado tenían aquí las acciones de María? ¿En qué sentido daban testimonio de quién era Jesús? Juan 12:1-3.

Jua 12:1 Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. 
Jua 12:2  Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. 
Jua 12:3  Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos;(A) y la casa se llenó del olor del perfume. 

El perfume era muy caro. Su valor equivalía aproximadamente al salario anual de un trabajador común. María probablemente trajo este regalo como expresión de gratitud al Salvador por el perdón de sus pecados y por la resurrección de su hermano. Su intención era que sirviera algún día para el entierro de Jesús. Pero, al enterarse de que pronto sería ungido Rey, decidió ser la primera en rendirle honores.

María probablemente no tenía intención de que se notara su gesto, pero Juan señala que “la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Juan 12:3). Judas respondió con una rápida reprimenda, afirmando que el perfume debería haberse vendido para dar el dinero resultante a los pobres. Jesús tranquilizó inmediatamente a María, diciendo: “ ‘Déjala [...]. Porque a los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán’ ” (Juan 12:7, 8).

Un tema recurrente en el Evangelio de Juan es que Jesús conoce el interior de las personas (Juan 2:24, 25; 6:70, 71; 13:11; 16:19). En este caso, en la fiesta de Simón, Jesús sabe lo que hay en el corazón de Judas. En tal sentido, Juan deja en claro quién era Judas: un ladrón egoísta (Juan 12:6).

“El don fragante que María había pensado prodigar al cuerpo muerto del Salvador lo derramó sobre él en vida. En el entierro, su dulzura solo hubiera llenado la tumba; pero ahora llenó su corazón con la seguridad de su fe y su amor. José de Arimatea y Nicodemo no ofrecieron su don de amor a Jesús durante su vida. Con lágrimas amargas, trajeron sus costosas especias para su cuerpo rígido e inconsciente. Las mujeres que llevaron sustancias aromáticas a la tumba hallaron que su diligencia era vana, porque él había resucitado. Pero María, al derramar su ofrenda sobre el Salvador, mientras él era consciente de su devoción, lo ungió para la sepultura. Y, cuando él penetró en las tinieblas de su gran prueba, llevó consigo el recuerdo de ese acto, un anticipo del amor que le tributarían para siempre los que redimiera” (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 514).

Jesús sabía lo que había en el corazón de María y en el de Judas. También sabe lo que hay en el nuestro. ¿Qué debería decirnos esto acerca de nuestra necesidad de Cristo como nuestra justicia, tanto imputada como transformadora?

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